Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel
Monte Ávila Editores. 396 páginas. 1ª edición de 1976.
Prólogo de Jean-Francois Revel
Cuando en mis redes sociales comenté
que estaba leyendo Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano (Montevideo, 1940 ‒
2015), no faltó quien se apresuró a afeármelo, ya que ‒según ellos‒ era un
libro que no se podía leer porque en él era todo falso, como acabó diciendo el
propio autor, cuarenta años después de haberlo escrito. Diría que había gente a
la que le costaba comprender que me interesase acercarme a un libro que sabía
que había sido muy leído en Latinoamérica durante décadas y traducido a
múltiples idiomas. Más de una persona me recomendó que leyera mejor Del
buen salvaje al buen revolucionario (1976) del venezolano Carlos Rangel (Caracas, 1929 ‒ 1988),
un ensayo que se considera la antítesis del de Galeano.
Busqué el libro de Rangel y en
España está descatalogado. De hecho, no sé si lo ha llegado a publicar alguna
editorial española. En Iberlibro (la web de librerías de segunda mano) tenían
algunos ejemplares a precios elevados. Decidí visitar la librería madrileña en
la que se vendía con el precio más bajo, que era La Dulcinea (Calle Hermosilla, 132), que la ofrecía por 50 €, un
precio bastante superior al que me suelo gastar en libros de segunda mano. Tras
hablar con el librero, que era muy simpático, me lo dejó en 40 €, y decidí
comprarlo para poder establecer un análisis comparativo con el de Galeano. Como
el libro es una «joyita» valiosa y difícil de encontrar sopesé la idea de
leerlo sin subrayarlo, como sí había hecho con el de Galiano, y como suelo
hacer con los ensayos económicos o históricos que leo. Pero al final lo subrayé
a dos colores y anoté ideas a lápiz en los márgenes. Si no lo hacía me iba a
resultar mucho más difícil resumirlo y comentarlo.
Haré a continuación un resumen del
contenido:
En la introducción, Rangel apunta: «Los latinoamericanos no estamos
satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo
sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser. ¿En qué consiste, exactamente,
ese ser latinoamericano, que compartimos desde el Río Bravo hasta la
Patagonia?» (pág. 23). Rangel para su libro va a hablar de Latinoamérica,
principalmente, como de las 18 naciones americanas de habla española y va a
dejar fuera a Brasil.
Rangel cita a Simón Bolívar, que
escribió que América Latina es ingobernable para ellos, y caerá en manos de la
multitud desenfrenada y después pasará a tiranuelos.
CAPÍTULO 1
DEL BUEN SALVAJE AL BUEN
REVOLUCIONARIO
Los mitos fundacionales de América
no son en absoluto americanos, sino que están creados por la imaginación
europea. Colón, en su error histórico avanzando hacia Asia, se encuentra con
América, y pensará que ha llegado en las bocas del Orinoco al «Paraíso
terrenal». Colón era un hombre más de espíritu medieval que renacentista.
Pronto los conquistares quisieron
buscar la Fuente de la Juventud, mito asociado al del Paraíso Terrenal. Además
buscaban el Dorado, otro mito ancestral. Los descubridores crearon el mito más
potente: el del Buen Salvaje, mito de la inocencia humana, que se daría en el
Nuevo Mundo, una civilización donde todos eran iguales y dichosos. «Por causa
del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa,
íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás
pueblos de la tierra.» (pág. 38) Según este mito, cuando América se libre de la
corrupción podría volver al Paraíso terrenal, donde todas las personas serían
dichosas.
Este mito del Buen Salvaje está
mucho menos extendido en Norteamérica, porque sus colonos vinieron buscando
tierra y libertad y no oro y esclavos. Solo vieron en el indígena un estorbo y
no un siervo. «Los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los
conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos.» (pág.
40). El Buen Salvaje será alcanzado a través de la revolución, a través del
Buen Revolucionario, según este mito.
A los criollos americanos, que
formarán la estructura de poder de las futuras repúblicas, les fascinaba la
rebeldía exitosa de los colonos ingleses de América del Norte. Aunque como amos
en una sociedad esclava se saben rodeados de enemigos. Según Rangel, en las
“Leyes de Indias” de los españoles figuraban numerosas disposiciones destinadas
a proteger a los indios, y en contraste los gobiernos republicanos de
Hispanoamérica van a ser todos representativos exclusivamente de los hacenderos
criollos. Criollos que no tendrán otra meta que mantener intactas las
estructuras sociales del latifundio y el peonaje. Además, a finales del siglo
XIX y comienzos del XX, estas clases dirigentes latinoamericanas comienzan a
formular explicaciones o excusas sobre su fracaso en relación al éxito de
Norteamérica y van a culpar al indio, al negro y a la mezcla de razas, y
también al imperialismo norteamericano.
CAPÍTULO 2
LATINOAMÉRICA Y LOS ESTADOS UNIDOS
En 1700 el Imperio Español de
América aparecía a los contemporáneos más rico, potente y prometedor que las
colonias inglesas de Norteamérica. En 1700 las colonias inglesas de
Norteamérica eran aún muy precarias. El país nacido en 1776 no parecía nada
formidable. A finales del siglo XIX, Estados Unidos era sobre todo un país
productor de materias primas, que exportaba, e importaba manufacturas y
capital, las mismas condiciones que en el siglo XX se asegura que han causado
pobreza en Latinoamérica. A comienzos del siglo XX, Estados Unidos pudo ganar
la guerra de Cuba y realizar el canal de Panamá. Desde el comienzo prevalece en
EE.UU. la idea de que el imperio de la ley es una conquista fundamental. El
venezolano Francisco de Miranda será uno de los primeros latinoamericanos que
recorran los EE.UU. y anote sus observaciones. Se da cuenta de que la tierra en
EE.UU. está dividida en pequeñas parcelas y no en latifuncios.
«El imperialismo norteamericano en
América Latina no es, desde luego, ningún mito. Solo que es una consecuencia y
no una causa del poder norteamericano.», leemos en la página 55 y aquí Rangel
parece encontrar una «justificación» a ese imperialismo.
Rangel habla de la «doctrina de
Monroe» del siglo XIX, planteada por EE.UU., según la cual los países
americanos llegan a un acuerdo de ayuda mutua en el caso de que los países
europeos traten de nuevo de colonizarlos.
Tras la guerra contra España en Cuba
de 1898, los Estados Unidos terminan de adquirir conciencia de gran potencia. A
principios del siglo XX, Estados Unidos empieza a tratar de realizar la obra
del Canal de Panamá, que ha beneficiado a la comunidad internacional. También
el Canal supone el inicio del intervencionismo de Estados Unidos en
Latinoamérica.
Entre 1905 y 1965 se han producido
al menos 29 intervenciones de los Estados Unidos en el Caribe, tras lo cual
quedaban en el poder de estos países dictadores al abrigo norteamericano.
Estados Unidos pretendía principalmente, según Rangel, proteger el
funcionamiento del Canal.
Rangel ironiza con la idea de que
los «demócratas» latinoamericanos se alegraron por la desaparición de Trujillo,
el dictador de República Dominicana, sin preocuparse de la casi segura
participación de la CIA. «En cambio es de buen tono (…) ponernos francamente
trágicos con relación al “pobre” Allende, quien sin embargo tenía bien
adelantado, con la oposición de una clara mayoría de los chilenos, un proyecto
para liquidar la democracia en Chile.» (pág. 70). Reconozco que con las
comillas que sobrevuelan la palabra «pobre» en el texto de Rangel sufrí un
choque cultural con el texto.
Rangel critica el victimismo
latinoamericano que señala que los Estados Unidos son ricos porque ellos son
pobres. Según Rangel, es más bien al revés, los Estados Unidos han contribuido
de forma positiva al desarrollo de los Estados Unidos. Por ejemplo, la
Constitución argentina de 1853 está casi calcada de la de Estados Unidos.
Rangel aventura que tal vez, de no haber existido los Estados Unidos y la
Doctrina Monroe, Latinoamérica podría haber sufrido un colonialismo europeo
como el que sufrieron África o Asia. El éxito en el siglo XX de Estados Unidos
se ve por muchos sectores latinoamericanos como una ofensa, que solo se
compensa al pensar que ese éxito es a su costa. Pero los hechos lo contradicen:
en este momento (mediados de los 70s) la tasa de crecimiento económico
latinoamericano es superior a las de los países ahora desarrollados en el siglo
XIX. Puerto Rico, bajo bandera norteamericana y sin grandes recursos naturales,
ha alcanzado un desarrollo mayor que los países de la región, pero allí es
donde se encuentra «la mayor amargura antiyanqui y el mayor resentimiento».
En 1941 Estados Unidos entra en la
II Guerra Mundial y se despreocupa de Latinoamérica. Entre 1945 y 1952, con el
plan Marshall, destina a Europa 45.000 millones en ayudas, y apenas 6.800 a
Latinoamérica. Pero a partir de 1952, Estados Unidos sospecha que Stalin se
están fijando en Latinoamérica para expandir sus ideas. Y en 1959 Fidel Castro
entra en La Habana.
Según Rangel, entre 1898 y 1958 Cuba
había sido una dependencia norteamericana y su principal industria era la
azucarera. La clase dirigente cubana estaba formada dentro del sistema de
valores norteamericanos. En 1959, Castro se transformó en un héroe a la altura
de Bolívar para muchos latinoamericanos.
El gobierno de Allende, con su
fracaso y su trágico final, contribuyó al repertorio de inexactitudes del que
se nutre la conciencia latinoamericana. Rangel dice que ahora se ha descubierto
un expediente de la CIA al que atribuir todos los fracasos. Se acabó
identificando a toda oposición a Allende con la CIA para desacreditarla.
Rangel pasa a identificar varias
situaciones grotescas en la que se culpa a la CIA de los problemas
latinoamericanos, como que al abandonar el PC colombiano el escritor Gabriel
García Márquez, se le acusó de ser agente de la CIA. Mediante este tipo de
razonamientos Rangel trata de desacreditar la idea de una influencia «real» de
la CIA sobre los gobiernos latinoamericanos, así que parece decirnos que si
«cualquier mal» se atribuye a la CIA, nada se puede atribuir a la CIA en la
realidad.
La izquierda latinoamericana
comparte con el Tercer Mundo la tesis de que los países capitalistas avanzados
deben su prosperidad al colonialismo y a la teoría de la dependencia. Parece
proponerse una ruptura, con una posible incorporación al bloque soviético. Para
Rangel, Latinoamérica y Estados Unidos deben trabajar juntos.
CAPÍTULO III
HÉROES Y TRAIDORES
Los latinoamericanos quieren verse a
sí mismos como víctimas de España, en la Conquista y en la Colonia, y se
quieren ver ajenas a todo lo español.
En 1810, los criollos ricos se
vieron estimulados por la lucha de Napoleón contra los Borbones. La mayoría de
los criollos eran conservadores y temían una guerra social. Estamos movidos por
una aspiración nacionalista de ocupar los puestos de poder. También estaban
presentes blancos pobres y una masa de indios, negros y pardos que no tendrían
ninguna ventaja en la independencia. Todo esto generó una guerra civil, y la
facción nacionalista o patriótica llegó a hacer suya la Leyenda negra contra
España, lanzada por Fray Bartolomé de las Casas en 1552. Así los descendientes
y herederos de los privilegios de los conquistadores llegaron a convencerse de
que eran los descendientes de los indios asesinados y esclavizados. Muy pocos
españoles peninsulares tomaron parte en los combates, aquellas fueron guerras civiles.
Las nuevas naciones nacieron débiles y divididas. Bolívar no se hacía muchas
ilusiones sobre una América unida. Los diferentes jefes van a tener la ambición
de conseguir feudos personales.
La América Española se va a disipar
durante el siglo XIX en pugnas intestinas, guerras civiles y golpes de estado,
motivado todo esto por la falsa disyuntiva entre «Centralismo» y «Federación».
En Argentina en pleno siglo XX se ha reivindicado como héroe al sanguinario
tirano “federalista” Juan Manuel de Rosas. Según Rangel, en la práctica fue el
más centralista de los gobernadores argentinos. Perón quiso renegar del
proyecto civilizador argentino, por un plan que fomentaba todo lo contrario.
Perón consiguió hacer retroceder a Argentina al oscurantismo “autóctono”.
Para Rangel, donde triunfaron los
liberales se hicieron reformas no despreciables, como la separación entre la
Iglesia y el Estado.
CAPÍTULO IV
ARIEL Y CALIBAN
El argentino Domingo Faustino
Sarmiento fue ministro en Washington y trajo consigo un repertorio de ideas
progresistas. Para Sarmiento, los Estados Unidos eran el modelo que debía
seguir Argentina. Su libro Facundo es
la biografía de uno de los caudillos regionales exterminados por Rosas. La
«barbarie» sería el estado natural de las repúblicas latinoamericanas. En 1845,
los tribunales de, por ejemplo, La Rioja, estaban ocupados por hombres que no
sabían nada de derecho, y apenas 35 años antes, había libros, ideas y un
espíritu europeo. Sarmiento no idealizó al gaucho, ni al indio ni al folklore.
La superioridad de los pueblos europeos no hispánicos y de Estados Unidos le
parecía evidente. Para Sarmiento, la Argentina de 1845 era algo parecido a la
Edad Media, y la civilización estaba únicamente en las ciudades. A mediados del
siglo XIX en Argentina se fomentó la inmigración y el país llegó a tener tantos
habitantes nacidos allí como en el extranjero. Hoy (1976) está de moda ‒dice
Rangel‒ renegar de las ideas de Sarmiento, Rivadavia o Mitre.
A finales del siglo XIX, la pampa
argentina se convirtió en una de las regiones agropecuarias más productivas del
mundo, con la combinación de capital y tecnología ingleses y de los inmigrantes
italianos. Por eso, a Rangel le extraña que estos hijos de emigrantes europeos
se sientan los herederos de los indios en contra del imperialismo yanki.
Como representación de la teoría del
«buen salvaje», Rangel habla del «telurismo» que afirmaban que había un genius
loci en la tierra, más importante que ningún otro determinante de la cultura o
la acción humana. Ese espíritu en Latinoamérica reinaría antes del
Descubrimiento. EL “telurista” más legible es para Rangel el argentino Ricardo
Rojas: cuando tres siglos después se expulsa al conquistador, se produce una
reivindicación nativista. Para Sarmiento, los latinoamericanos pobres sintieron
que emanciparse del rey de España sería emanciparse de toda autoridad, y el
resultado fue el regreso a la barbarie. Pero Rojas quería “reunir lo indio, lo
gauchesco y lo español en lo americano”, según él, la raza es un fenómeno
espiritual. Así el hijo de los más recientes emigrantes sería de la misma “raza
argentina” que el indio más puro.
Para el mexicano José Vasconcelos el
destino de América Latina sería servir de puente entre el mundo industrial
blanco y el “Tercer Mundo”. Vasconcelos construyó la fábula de la «raza
cósmica».
A Rangel le sorprende que Rojas o
Vasconcelos fueran tomados en serio, o que un libro como Ariel (1900) del uruguayo José Enrique Rodó se tomara también
serio. Rodó es un admirador de Atenas, y veía que Latinoamérica podía ser la
«Nueva Atenas», la “Helena” de Rodó era en realidad Francia. Rangel dice que es
ahora el marxismo la promesa de esa “Helena” de Rodó.
CAPÍTULO V
LATINOAMÉRICA Y EL MARXISMO
No ha sido exactamente Marx, sino
Lenin con su teoría del «imperialismo» y la «dependencia» quien ha ofrecido una
respuesta grandiosa y coherente al complejo de inferioridad de los
latinoamericanos frente a Estados Unidos. Así el atraso latinoamericano y la
riqueza estadounidense serían dos caras de la misma moneda. Los intercambios
económicos y culturales, de este modo, solo traerían riquezas a la metrópoli y
pobreza a las periferias. Marx nunca expuso algo así. Para Engels, incluso los
pueblos precolombinos más adelantados, como México o Perú, se encontraban en
estado de barbarie. Marx y Engels no se preocuparon por el mundo afroasiático y
latinoamericano, ya se centraban en las relaciones de poder de los países
capitalistas desarrollados. Hacia finales de siglo, los salarios reales de los
trabajadores (según Rangel) no paraban de subir, y fue aquí cuando Lenin,
Hobson y Hilferding promovieron la idea de que en el imperialismo era donde el
capitalismo estaba encontrando su fortaleza.
«El proletariado de hombres de los
países capitalistas avanzados, se había demostrado en la práctica
insuficientemente combativo, decepcionante, vulnerable a mejoras reformistas en
su nivel de vida y en sus condiciones de trabajo.», afirma Rangel en la página
153. Aunque no parece hablar nada de los movimientos obreros del siglo XIX que
fueron los que consiguieron esas mejoras de las que habla; según se discurso el
incremento de salarios o condiciones parece que se desprende del propio
capitalismo.
En el Segundo Congreso de la
Internacional Comunista (la Tercera Internacional) reunida en Moscú en 1920 se
afirma que la gran mayoría de la población mundial está en manos de una minoría
insignificante, y deberán apoyar todos los movimientos disidentes tales como el
nacionalismo irlandés o el de los negros norteamericanos. Los países atrasados,
según esta tesis, podrían llegar al desarrollo a través de la revolución.
El peruano Víctor Raúl Haya de la
Torre y su partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) chocó con el
leninismo, al no abrazar la idea de que los países atrasados debían ser la
carne de cañón de una “Revolución Mundial”. La Internacional Socialista no veía
peor enemigo que los socialistas no sometidos a su control.
El aprismo fue, y sigue siendo, la
alternativa socialista latinoamericana al marxismo-leninismo. El aprismo no
proponía como meta ninguna “dictadura del proletariado” sino la abolición de
las estructuras de poder opresivas de Latinoamérica y el establecimiento de
democracias reformistas. Según Rangel, los PC latinoamericanos, antes de Fidel
Castro, fueron pequeñas sectas. En Cuba, Fidel cambió la dependencia del país
de Estados Unidos por la de la URSS. Fidel Castro pasa a ser el ejemplo del
«buen revolucionario». El Che apostaría por las «democracias armadas». Con Fiel
y el Che en escena, los partidos apristas perdieron sus alas izquierdas y sus
juventudes. Pero una vez ocurrida la Revolución Cubana la sorpresa no se podría
repetir. Los norteamericanos intervinieron en Repúplica Dominicana en 1965 para
evitar una nueva Cuba.
En Chile, el intento de revolucionar
una sociedad latinoamericana con el ejército intancto y sin suprimir libertades
públicas, desembocó en una dictadura implacable.
(Nota: Rangel parece tratar a Pinochet
como a un fenómeno climático: Allende no se abrigó contra el frío y se acabó
congelando, la culpa es de Allende).
Para Rangel sigue vigente el mito de
que los problemas de Latinoamérica vienen de fuera. El antinorteamericanismo
latinoamericano parece empeñado en reproducir más «Vietnams» por el mundo.
CAPÍTULO VI
LATINOAMÉRICA Y LA IGLESIA
«La Iglesia Católica tiene más
responsabilidad que ningún otro factor en lo que es y en lo que no es la
América Latina.» (pág. 197) Hay en Latinoamérica 300 millones de católicos (el
libro se publica en 1976).
La Emancipación fue lo primero que
en Latinoamérica se hizo sin la voluntad de la Iglesia. Sin embargo, los nuevos
países se declarará católicos y la Iglesia siguió conservando sus privilegios,
aliándose con los Partidos Conservadores.
Entre la Latinoamérica católica y la
Norteamérica protestante se empieza a crear una gran diferencia; ya que el
protestantismo está más conforme con las democracias. «La diferencia entre las
dos Américas no es solo de éxito económico y de poder, sino de moralidad
pública y privada» (pág. 201). En Norteamérica no se da, por ejemplo, la
indefensión de la mujer-madre-soltera de Latinoamérica, apunta. En
Latinoamérica se da mucha más irresponsabilidad paterna que en Estados Unidos.
Y esto se arrastra, según Rangel, desde la época de los conquistadores
españoles, que desataron en Latinoamérica su afán de lujuria. La sociedad
norteamericana actúa con más fuerza contra los deshonesto, y pone el ejemplo
del Watergate. Sin embargo, alguien como el mexicano Leopoldo Zea apunta que
gracias al catolicismo el indio tuvo una identidad en Latinoamérica, que le fue
despiadadamente negada al indio norteamericano.
La evangelización cristiana no se va
a distinguir de objetivo político o económico. Los frailes serán tan numerosos
como los funcionarios. A favor de la Iglesia, Rangel señala que en el siglo XVI
se debatió por primera vez sobre el derecho de los fuertes de esclavizar a los
débiles. Aunque los propios principios que se promulgaron desde las
instituciones no se llegaron a cumplir. En las minas de Perú a los indios no se
les permitía salir a la superficie, vivían y morían en las profundidades de la
Tierra (nota: aquí Rangel se parece a lo
que apunta Galeano). Rangel sí cuestiona las grandes cifras sobre el
exterminio de indios. Los aborígenes de América, lejos de ser exterminados,
continuaron siendo la inmensa mayoría de la población.
En México la Iglesia llegó a poseer
la quinta parte del territorio.
Los jesuitas llegaron a Paraguay en
1588, y en un siglo llegaron a crear 30 misiones (llamadas «reducciones») con
100.000 indios. La actitud de los jesuitas hacia los indios era la de adultos a
cargo de niños. En 1767, el rey Carlos III expulsó a los jesuitas del Imperio
Español y confiscó sus propiedades. Clero no jesuita y funcionarios civiles se
trasladaron a Paraguay y en pocos años los indios se dispersaron. En el siglo
XIX se despoja en Latinoamérica a la Iglesia de muchos de sus privilegios y
propiedades. A la Iglesia siempre le costó diferenciar entre liberalismo y
marxismo.
En el siglo XX se está dando una
simpatía entre comunistas y la Iglesia, ya que los comunistas se han convertido
en apologistas de la pobreza ejemplar.
Según Rangel, en las sociedades
liberales, incluso en Latinoamérica, las iglesias están vacías, mientras que en
ninguna parte está la fe católica tan viva como en las comunistas Polonia o
Hungría (nota: esta tesis me parece
exagerada).
CAPÍTULO VII
ALGUNAS VERDADES
«La Iglesia Católica, la influencia
de los Estados Unidos, y más recientemente del marxismo, no son elementos
exteriores a Latinoamérica, sino, de una manera o de otra factores de la
esencia latinoamericana.» (pág. 237)
En México, Hernán Cortés y todos los
conquistadores son tenidos por execrables invasores y ocupantes, contra los que
la nación mexicana (pre-colombina), reaccionó exitosamente trecientos años más
tarde.
Para Rangel, existe en su actualidad
una sobrevalorización “comprometida” del componente aborigen de la cultura
latinoamericana. Lo que se buscaba en ese momento era potenciar el mito del
«buen salvaje». Dice Rangel, que indios puros hay en Latinoamérica entre 15 y
20 millones, menos del 10% de la población. Lo que es falso es postular que el
ser esencial de los latinoamericanos se derive de las culturas precolombinas.
Para Rangel, las culturas precolombinas merecen todo el respeto, pero ni
siquiera las civilizaciones Inca y Azteca tuvieron ni remotamente la
importancia y el brillo que se les ha atribuido. «La verdad es que somos sobre
todo herederos biológicos y culturales de los presuntos invasores.» (pág. 242).
A Rangel, la primera mentira es la idea de que los aborígenes fueron
demográficamente importantes. El padre Bartolomé de las Casas usó datos
inflados para su denuncia. Entre los animales que no existían en América antes
de los españoles estaban los caballos, asnos, vacas, cerdos, cabras, conejos,
aves de corral, no se conocía tampoco el trigo, el centeno, la vid, la caña de
azúcar, los cítricos… Según Federico Engels las sociedades americanas
desprovistas de casi todos los cereales y animales domésticos (salvo la llama)
debían ser pobres en población y vitalidad.
Mancio Sierra de Leguízamo fue el
último de los supervivientes del grupo de aventureros que viajaron al Perú con
Pizarro, y en su lecho de muerto declaró que estaba arrepentido de haber
contribuido a destruir la cultura Inca, que le parecía perfecta. Sin embargo,
Rangel señala que la población estaba organizada en una pirámide de jerarquías
rígidas y sacralizadas. Los campesinos rasos no recibían educación. Cortés
conquistó México con 600 hombres, y Pizarro el Imperio Inca con 180. La
población de América va a empezar a aumentar en este momento.
El andaluz, el extremeño o el
castellano que iban a “las Indias” no se sentían «de España», dice Rangel, y
mucho menos se iban a sentir de «América», como sí se van a sentir los emigrantes
a los Estados Unidos. Entre los españoles florece la figura del «indiano» que
sueña con regresar a España, aunque muchos se quedaron y engendraron hijos
bastardos. (Nota: Rangel decía que iba a
aplicar en su ensayo el método científico, pero hace muchas apreciaciones de
«opinador»).
El colono norteamericano llegó a
América dispuesto a ser un pequeño agricultor él mismo, y en Latinoamérica el
colono llegó a América para fundar pueblos y controlar el territorio,
organizado en encomiendas y trabajado por esclavos.
Según Rangel, se comenta que uno de
los problemas de Latinoamérica es la mala repartición de la tierra. Pero las
reformas agrarias han resultado decepcionantes. El latifundio le parece un
lastre cuando tiene su origen en una sociedad esclavista. Las dificultades de
las reformas vienen porque los descendientes de los esclavos han heredado la
idea de que otros decidan por ellos, y cuando los beneficiarios de la tierra
son los indios no hispanizados el resultado es peor, porque están acostumbrados
a vivir en la economía no monetaria.
Las haciendas latinoamericanas no
producían para la autosuficiencia, sino para la exportación. Casi toda la
tierra cultivable se concentra en manos de una minoría, y existe un excedente
de población, gente que construye chozas y desarrolla una agricultura de
subsistencia.
Para Rangel no es una casualidad que
el sur de los Estados Unidos haya tenido una evolución similar a Latinoamérica,
al partir las dos de una sociedad esclavista. Los esclavos tienden, con razón,
a realizar el mínimo esfuerzo y los amos tienden a considerar el trabajo algo
propio de esclavos. La sociedad hispanoamericana del siglo XVI tiene una
proporción de hidalgos, clérigos, licenciados… mayor que la de la sociedad
europea de la época. Además la sociedad esclavista riñe con el ánimo de la
revolución industrial.
En Estados Unidos fue en Nueva
Inglaterra, lejos de los campos de algodón, donde se desarrolló una industria
textil, al amparo de un arancel proteccionista. En pocos años el Norte se
industrializó. En 1860 el Sur fue a la guerra convencido de que debía romper la
dependencia que tenía con el Norte.
CAPÍTULO VIII
ALGUNAS VERDADES MÁS
España, en 300 años de imperio en
América, llegó a no diferenciar rígidamente entre «metrópoli» y «colonias», sino
que lo logró trasladar su cultura a Hispanoamérica.
Los colonos norteamericanos, al
emigrar a América, se libraron de los resabios del feudalismo. Para los
norteamericanos declararse independientes no supuso un desgarro espiritual,
pero para los latinoamericanos sí fue una profunda crisis moral.
En la guerra de la independencia,
Venezuela perdió a más de la mitad de su población. Uruguay también. En 1800 el
naturalista Humboldt se maravilló de la celeridad y seguridad con la que una
carta podía llegar de Buenos Aires a México, y en el siglo XIX las
comunicaciones quedaron más de un siglo interrumpidas. La estructura productiva
y financiera quedó en ruinas. España creó en Latinoamérica sociedades cerradas,
poco propensas al comercio. En 1824 las repúblicas latinoamericanas se van a
ver forzadas a participar en el mercado mundial capitalista.
Los criollos, que dirigirán los
países latinoamericanos, serán descendientes de los que se quedaron en América
habiendo deseado volver, y una parte de ellos permanecerá fuera de la sociedad.
Para Rangel, la universidad
latinoamericana es uno de los más importantes bastiones para el mantenimiento
de los privilegios tradicionales, porque a ellos solo acuden personas de clase
media o alta.
«Los llamados “intelectuales” latinoamericanos
están más llenos de falsedades y trampas que casi cualquier otro (…).
Intelectuales han sido y siguen siendo los encargados de formular las apologías
para todos los poderosos; han sido y siguen siendo los “secretarias” de todos
los caudillos.», y según él la mayoría al abrazado el marxismo. (Nota: de nuevo Rangel, parece dar opiniones
y no datos científicos). Después rebaja este comentario, diciendo que no
todos son así, y cita a Borges, Sábato, Rulfo, etc.
CAPÍTULO IX
LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN
AMÉRICA LATINA (1)
Las repúblicas latinoamericanas no
han logrado restablecer un equilibrio institucional en el reemplazo del que fue
destruido entre 1810 y 1824. En los últimos 50 años, México ha sido el único
país latinoamericano sin cambios de gobierno. En Bolivia desde 1835 hasta 1976
ha habido más de 160 guerras civiles o golpes de Estado. Al final ha ocurrido
que en estos países han surgido “caudillos” que han llegado a Hispanoamérica a
un feudalismo primitivo. Sarmiento relata en Facundo que, entre 1835 y 1840, casi toda la población adulta de
Buenos Aires conoció la prisión.
Rangel afirma que para ser un
“Caudillo” en Latinoamérica durante 50 años hace falta el apoyo de los Estados
Unidos, y aquí parece darle la razón a las tesis de Eduardo Galeano.
Según Rangel, Argentina es el más
exitoso de los países hispanoamericanos, pero sufre un gran complejo de
inferioridad respecto a Estados Unidos. La Constitución argentina de 1853 se
asemeja a la de los Estados Unidos, y también le copiaron la política de
inmigración abierta. Entre 1860 y 1910, el periodo de máximo crecimiento de
Argentina, el país logró parecerse a los Estados Unidos. Pero fue incapaz de
conducir el periodo de acumulación de capital hacia una distribución de la
riqueza y del poder. En 1943 tiene lugar el golpe militar del Grupo de
Oficiales Unidos, del que forma parte el general Perón. En 1943 había en
Argentina más empleados en la industria que en la ganadería y en la
agricultura. Perón fortaleció a los sindicatos. En 1946 llega al poder
democráticamente, en un momento en el que el país había acumulado un excedente
de recursos y de reservas. Perón dilapidó este exceso. Los salarios de los
trabajadores fueron aumentando sin ninguna relación con la productividad. Desde
entonces, según Rangel, la Argentina ha sido prácticamente ingobernabable.
«Demagogo brutal e inescrupoloso que fue Juan Domingo Perón, uno de los más
perniciosos faltos héroes de nuestra historia latinoamericana.», con estas
palabras termina Rangel de hablar de Perón en la página 331.
CAPÍTULO X
LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN
AMÉRICA LATINA (2)
Dice Rangel que son mucho más
famosos en Latinoamérica los caudillos demagogos, como Perón o Castro, que los
políticos más moderados y liberales como Rómulo Betancourt, Eduardo Frei,
Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez. Y dice que un lector europeo se
preguntará quiénes son estos hombres de los que nunca ha oído hablar. En mi
caso, he de reconocer que Rangel tiene razón. Para Rangel, Frei (Presidente de
Chile, 1964-70) y Caldera (presidente de Venezuela, 1969-74) son los dos más
destacados dirigentes demo-cristianos del Hemisferio Occidental. Betancourt
creó el partido Aprista venezolano, y rechazó la obediencia servil exigida por
los comunistas ortodoxos de la URSS. Betancourt se convirtió en el presidente
de Venezuela, y su ministro Juan Pablo Pérez Alfonzo en el promotor de la OPEP.
Rangel dice que los países ricos habían comprado el petróleo de los países
pobres a precios injustos, y en esto se parece a las ideas de Galeano. Pero los
comunistas latinoamericanos tacharon a Betancourt y Pérez Alfonzo de traidores
y lacayos del imperialismo. Según Rangel, esta nacionalización del petróleo de
Venezuela ha funcionado mejor que las expropiaciones de Cuba, sin necesidad de
«vietnamizar» el país. Pronto Betancourt estuvo entre dos aguas, por un lado la
República Dominicana de Trujillo y por otro los procastristas venezolanos.
Trujillo facilitó a los detractores de Betancourt armas para realizar un
atentado contra él en 1960.
En 150 años de independencia, Chile
había llegado a formar una sociedad con unos valores homogéneos para toda la
sociedad. Chile se había abierto a los avances culturales de Occidente. Allende
fue electo en Chile por el 36,2% de los votos, mientras que el candidato
conservador, Jorge Alessandri, recibió un 34,9%.
«Salvador Allende estaba
comprometido, si no consigo mismo, sí con los elementos castristas y
guevaristas de la Unidad Popular, a intentar convertir la sociedad democrática,
de transición, de valores compartidos, homogénea, tolerante, respetuosa de las
ideas ajenas que efectivamente existía en Chile hasta 1970 (según reconocen
hasta algunos allendistas, tales como Matner) en una sociedad
marxista-leninista.» (pág. 355)
Según Rangel, Allende enfrentó a los
chilenos haciéndoles ver que existía un conflicto de clases irresoluble. Y
según Rangel, Chile apoyó con júbilo y alivio el golpe de Estado de 1973.
Sobre el golpe de Estado: «Nadie
sino el propio Allende y sus colaboradores pueden ser culpados por semejante
trágico desenlace.», escribe Rangel. Ya he dicho que al golpe de Estado de
Pinochet lo trata como a un fenómeno meteorológico. Según Rangel Allende llevó
a Chile a una dictadura.
Creo que cuando Rangel ha analizado
el caso de Chile, de Allende y Pinochet, ha sido el momento en el que más he
chocado con sus ideas.
Allende empezó subiendo los salarios
en Chile, congelando los precios y subiendo el gasto público. Esto provocó un
inicial incremento del empleo en 1971 y de los salarios reales un 30%, pero
esta riqueza se basaba en la liquidación de haberes y en disipar la acumulación
de riqueza anterior. Apareció el mercado negro. Chile se declaró insolvente y
solicitó una moratoria para la deuda externa. Luego estalló la inflación. En
1972 hubo una huelga de camioneros.
Por lo que conozco del periodo de
Allende por otros medios, tengo la sensación de que Rangel está obviando el
bloqueo y el boicot de la clase alta chilena al proyecto de Allende con la
ayuda de los Estados Unidos.
En la página 365, Rangel admite que
en la huelga de camioneros pudo estar implicada la CIA. Pero si recordamos ya,
astutamente, en el capítulo 2 de su libro había desacreditado la idea de que la
izquierda latinoamericana achacaba todos los problemas de sus países a la
intervención de la CIA, mediante el recurso narrativo de encontrar ejemplos
exagerados, grotescos y falsos donde se atribuía a la CIA un intervencionismo
ridículo, y esto parecía sugerirnos que «cualquier» sugerencia en este sentido
era ridícula.
CAPÍTULO XI
LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN
AMÉRICA LATINA (3)
En Perú hubo un golpe de Estado
militar en 1968. La función del ejército desde 1924 había sido la de bloquear
al APRA, partido que se oponía al poder criollo. Pero en 1968, el ejército en
su golpe de Estado decidió asimilar al APRA, para en vez de “gorilas” ser
nacionalistas, revolucionarios y antiimperialistas. El gobierno militar peruano
nacionalizó empresas norteamericanas.
Según Rangel, todo esto que hicieron
los militares lo podía haber hecho el APRA, pero los militares además
eliminaron la prensa independiente, y la izquierda latinoamericana entendió
esto último como un “golpe” al imperialismo.
El libro finaliza con una diatriba
contra Fidel Castro y los regímenes marxista-leninistas.
CONCLUSIÓN
Me ha resultado interesante haber
leído casi seguidos Las venas abiertas de
América Latina (1971) de Eduardo Galeano, y Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) de Carlos Rangel.
Creo que con los dos libros he conseguido conocer mejor Latinoamérica, o al
menos en una época, la correspondiente a la Guerra Fría, y formas diferentes de
mirar la realidad histórica del continente.
Creo que Galeano peca de victimista
y de aceptar a pie juntillas la teoría de la dependencia, según la cual
Latinoamérica es pobre porque otros son ricos. Creo que no analiza bien la
historia de la riqueza de Argentina entre 1860 y 1910, por ejemplo. Y yerra en
su exaltación del modelo cubano de Castro.
Me gusta el análisis que hace Rangel
del posible «fracaso» de Latinoamérica como de un fracaso propio, a raíz del
tipo de sociedades que se constituyeron, con amos y esclavos, o con el poder de la iglesia. Y de cómo están
constituidos los países latinoamericanos, que en su gran mayoría descienden más
(biológica y culturalmente) de los conquistadores que de los indios. Creo que
yerra cuando en su afán anticomunista minimiza la importancia de la
intervención de Estados Unidos en los conflictos latinoamericanos del siglo XX.
El libro de Rangel se publica en 1976, y es posible que aún no conociera el
apoyo de Estados Unidos a la dictadura de Videla en Argentina en 1976, pero no
se puede decir lo mismo del golpe de Estado en Bolivia en 1971 por el general
Hugo Banzer, Republica Dominicana en 1961 por Trujillo. O no habla de los intereses
de compañías norteamericanas como la American Fruit Company, que hicieron que
Estados Unidos ayudara a establecer dictaduras en Centroamérica, como en El
Salvador o Nicaragua. De estas realidades, Rangel ha preferido no hablar en su
libro, porque ya tenía a Cuba para hablar y de Chile, donde, como hemos visto,
Allende «llevó al país a una dictadura».