HOMENAJE AL ESCRITOR ARGENTINO CARLOS BUSQUED
miércoles, 31 de marzo de 2021
HOMENAJE A CARLOS BUSQUED, RECIENTEMENTE FALLECIDO
domingo, 28 de marzo de 2021
Literatura mexicana, un paseo personal
En mi canal de YouTube (David Pérez Vega - Bienvenido, Bob) hablo de los libros mexicanos que he leído, y también de los que tengo sin leer aún del viaje que hice allá en 2017.
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domingo, 21 de marzo de 2021
Reseña de mi novela Caminaré entre las ratas en La república cultural
Ernesto Castro leyó mi novela Caminaré entre las ratas y la comentó en la revista La república cultural. Dejo aquí su reseña.
Muchas
gracias, Ernesto.
«Enfrento
la novela que ha publicado hace unos meses David Pérez Vega con la idea
preconcebida de la distopía que puede sugerir su título (seguramente, a cada
cual un mundo muy diferente), para adentrarme en el mundo de un trabajador
local, con ubicación determinada, urbanita, con un lugar preconstruido y
precocinado por su entorno, frente al que se rebela o, al menos, lo pretende.
Por diversos motivos me
retrotrae Caminaré entre las ratas a otra novela de
1956, Tots som iguals, de Josep Maria Espinàs, y que debí de leer
en catalán allá por el año 1986. El contraste de dos mundos que parecen hacerse
permeables en un momento dado para protagonistas de dos estratos diferentes,
que involucran a su forma de desear la vida, acaba retornando a una realidad en
la que ya nunca se podrá ser lo mismo. En el caso de la novela de Pérez Vega
todo se resume en Domingo, su protagonista, que vive revisando continuamente
una trayectoria que lo sitúa en el filo de una cordillera con sendos precipicios.
Un ser criado en el municipio periférico de Móstoles, ciudad dormitorio de
Madrid, pero también entorno de población urbana, desde donde le marcará una
tradición histórica como la guerra de independencia, que recorre desde su
propio punto de vista.
El protagonista es escritor, pero
también economista y teleoperador. El realismo de la narrativa coloca
subrepticiamente el punto de mira en una generación específica, resultado de la
errónea transición española, donde muchos adultos quieren posicionarse a través
de la proyección de aquello que serán los hijos, o bien, los propios hijos
anhelan ubicarse en ese lugar de orgullo paternal en el que rara vez estarán,
porque siempre hay otros que cumplen los deseos.
La narración nos envuelve en una
confrontación de tópicos actuales (entorno a los años 2013-14) con el mundo
deseado por Domingo, que siente que ha llegado con retraso a todo: a los
estudios, al éxito laboral, a ser escritor, al amor, en definitiva, a cuadrar
en la sociedad establecida por sus mayores y por aquellos que les hacen de
altavoz, y que destruyen la creatividad de quienes desean salirse de ese
cercado. Habla la novela de clases sociales asumidas, de desfase entre las
relaciones y la posición económica, de entornos anclados más de medio siglo atrás,
del sexo como herramienta o como carencia, pero también del sexo como fracaso
cuando no existe o no funciona. Pero quiere hablar mucho de literatura, así
que, aprovecha el escritor para embebernos en innumerables títulos y autores,
sobre todo aquellos latinoamericanos (que son preferencia del autor), y de
otros vinculados a la economía (lugar común también entre autor y
protagonista). Y es a través de éstos como aproxima al lector a la crítica de
los modelos políticos, del capitalismo. Y también denuncia la ignorancia
generalizada cuando se habla tan alegremente de los modelos económicos de
diversos autores, sin saber contextualizar a quienes los desarrollaron, o sin
siquiera tener referencias.
Bajo esta novela, el autor señala a
una sociedad fragmentada entre los superfluo y la satisfacción de lo inmediato,
el hedonismo y la ausencia de empatía real, los falsos valores de lazos
familiares y el rechazo oculto, la necedad de mostrarse intelectual y un
profundo abismo hasta el conocimiento, el afecto y la trampa. Habla de
sentirnos iguales que jóvenes jugando al baloncesto en un suburbio marginal
neoyorkino, para acabar siendo los payos de pueblo que miran a los gitanos con
superioridad. Una sociedad en la que las ratas son cada vez de mayor tamaño,
crecen a nuestro alrededor y, lejos de saber ubicar el problema, las adoptamos
y domesticamos.
Se trata la política más desde la
realidad que desde un ideario, confronta el hecho de haber nacido y estudiado
en Móstoles en una determinada época y evoca los contrastes de una infancia y
una juventud allí, con la existencia de prestado en el madrileño barrio de
Salamanca, pero no cae en los tópicos, sino en lo cotidiano, como se traslada
también a la comparación entre dos municipios tan contrarios como próximos en diferentes
aspectos, que son su localidad natal y Villaviciosa de Odón.
domingo, 14 de marzo de 2021
Jude el oscuro, por Thomas Hardy
Jude el oscuro, de Thomas Hardy
Editorial Alba. 550 páginas. 1ª edición de 1895; ésta es de 2018.
Traducción de Francisco Torres Oliver
El nombre de Thomas Hardy (Higher Bockhampton, Stinsford, Inglaterra, 1840 - Max Gate, 1928) tal vez ha
sonado menos en España que el de otros grandes autores del siglo XIX inglés,
como Charles Dickens, Jane Austen o George Eliot. Diría que yo me empecé a fijar en él al ver sus
libros en mi admirada editorial Alba.
Recuerdo que hace años casi compré en la Cuesta de Moyano de Madrid la edición
de tapa dura de El alcalde de Casterbridge por 5 euros y al final me contuve.
Ahora mismo pienso que no debía haberlo hecho. Se acercaba diciembre de 2020 y
me apetecía leer un clásico, así que le pedí prestada a mi suegra la novela Jude
el oscuro, que si no recuerdo mal yo mismo le recomendé a mi mujer que
le regalara porque, conociendo sus gustos, imaginé que le podría interesar.
Además esta novela aparece en una lista que suelo consultar: Las 25 mejores novelas británicas,
encargada por la BBC a 82 críticos no
británicos.
Como me acercaba a una novela del
siglo XIX, estaba preparado para un comienzo en el que el autor empezara a
describir una ciudad o una época ‒como ocurre, por ejemplo, en Rojo
y negro de Stendhal‒, pero
esto no pasa en Jude el oscuro. En la
primera página de su novela, Hardy nos introduce de forma directa al niño Jude,
que va a ser su personaje principal, en el momento en el que está a punto de
sufrir una pérdida importante: el maestro de Marygreen, la aldea en la que vive,
y por quien siente un gran afecto, se traslada a la ciudad de Christminster,
porque allí quiere acudir a la universidad y convertirse en una hombre
respetado. Así que ya desde el principio, he tenido la sensación de que Jude el oscuro es una novela más moderna
en su construcción que otros clásicos del siglo XIX. En realidad está publicada
en 1895, ya casi, por tanto, en el siglo XX, y prácticamente ha desaparecido en
ella el narrador clásico del siglo XIX, que sigue siendo omnisciente, pero que
ya no interviene de un modo directo en la narración.
Jude es un niño de once años,
huérfano de padre y madre, que vive con una tía abuela panadera. Tras la
partida del maestro, Jude empezará a obsesionarse con Christminster y la idea
de convertirse él mismo en un erudito. Así que comenzará a aprender por sí
mismo latín y griego, con la idea de en unos años poder trasladarse a
Christminster y acudir a la universidad.
Para esta novela y otras, Hardy creó
el condado de Wessex, que sería un trasunto de una Inglaterra rural cercana a
Londres, donde sitúa a la noble ciudad universitaria de Christminster, que
sería una trasposición, poco disimilada, del Oxford real. En la página 30,
Hardy nos habla de la sensibilidad de Jude, un niño que «jamás había llevado a
casa un nido de pajarillos recién nacidos» y que «apenas podía soportar el
espectáculo de los árboles derribados o cortados», un niño «que pertenecía a
esa clase de hombres que nacen para el sufrimiento hasta el día en que caiga el
telón sobre sus vidas inútiles, devolviéndoles definitivamente la paz.» Diría
que en estas frases, de uno de los primeros capítulos, está ya contenida toda
la esencia de la novela. El comienzo de la historia, con este Jude huérfano que
tiene que ayudar a su tía abuela, y que vive muy lejos de sus sueños de poder
ser un universitario, nos puede recordar al comienzo de David Copperfield (1850)
de Charles Dickens. Es muy posible
que Dickens sea una de las grandes influencias de Hardy, pero añadiría también
que Dickens es un autor más piadoso con sus personajes, y cuya mirada es más
humorística. Hardy hace muchas menos concesiones que él hacia sus criaturas.
En un prefacio que antecede a la
novela, escrito por el propio Hardy, en 1895 y 1912, nos contará que Jude el oscuro llegó a causar un pequeño
revuelo en la Gran Bretaña de la época, recibiendo malas críticas a un lado y
otro del Atlántico, y que incluso un obispo llegó a quemarla en público
«seguramente en un arrebato de desesperación, al no poder quemarme a mí». Esto
es debido principalmente a que Hardy se muestra muy crítico con uno de los
pilares sociales más importantes de su época: el matrimonio, una institución
que para Hardy solo debería ser «el enunciado de una ley natural».
Jude el
oscuro es una novela naturalista, y por tanto sus personajes se verán dominados
por fuerzas de la naturaleza que no pueden controlar. De este modo, Jude
sucumbirá a su deseo sexual (y también a su sentido del decoro), casándose con
Arabella, y tendrá que dejar momentáneamente de lado sus sueños de convertirse
en universitario. Por su parte, Sue ‒prima de Jude‒ se casará con un maestro de
escuela mayor que ella, con quien, poco después, no querrá convivir como mujer.
En realidad, son Jude y Sue quienes
tenían que haberse casado el uno con el otro y no ser infelices en sus
respectivos matrimonios.
En la época en la que se desarrolla
la novela, el divorcio es legal en Inglaterra, pero, aun así, no será fácil
para los personajes hacerlo y comenzar de nuevo. Por ejemplo, el maestro con el
que Sue se ha casado le permite a ella abandonar su casa cuando le confiesa que
no está enamorada de él y que es infeliz en su matrimonio. El maestro hace lo
que considera más justo y decente y la deja marchar. Este comportamiento será
reprobado en el pueblo en el que trabaja, porque sus convecinos considerarán
que debería haberla retenido en casa, y hará que pierda su trabajo, teniendo a
partir de entonces serios problemas para volver a trabajar o a hacerlo por el
salario que le correspondería.
La crítica que hace Thomas Hardy a
la hipocresía social de su época es demoledora, y no todos sus palos caen sobre
la institución del matrimonio, ya que en gran medida el mundo académico tampoco
sale muy bien parado en esta novela. Christminster (u Oxford), «ciudad de
privilegios», será tan solo un elitista mundo del dinero, conservador, y que no
aprecia el verdadero esfuerzo o interés por el conocimiento.
Uno de los personajes más
interesantes de la novela es Sue, que en gran medida tiene ideas adelantadas a
su época, y se comporta como una feminista. «Su filosofía solo reconoce un tipo
de relación basada en el instinto animal», le dirá Sue a Jude, hablando de la
imposibilidad de que la gente que les rodea llegue a pensar que un hombre y una
mujer pueden mantener tan solo una relación de amistad.
En gran medida, gran parte de los
conflictos que van a tener lugar en Jude
el oscuro se deben (aunque esto nunca se llega a exponer de forma explícita
en la novela) a que Sue es una mujer asexual, que siente miedo ante los
compromisos que puede adquirir en un verdadero matrimonio. Si en algún momento
he tenido la sensación de que Jude el
oscuro nos podía remitir al amor romántico y maldito de Cumbres
Borrascosas de Emily Brontë,
más bien he terminado por pensar que, además de Dickens, otra de las
influencias más claras para Hardy en este libro es la de Fiódor Dostoyevski. El tormento interior de Sue (y también de
Jude) es puramente el de un personaje desesperado de Dostoyevski.
Cuando faltan justo cien páginas
para que la novela acabe, Hardy dibuja en su libro una de las escenas más
espeluznantes y crueles que he leído nunca, y que hacen que el tramo final de
la novela sea duro de escalar tanto para los personajes como para el lector.
Jude el oscuro ha terminado por ser para mí una de las mejores lecturas de este año ‒o simplemente de los últimos tiempos‒: Tengo que volver a Thomas Hardy, el más ruso de los escritores británicos, el Dostoyevski del Támesis.
domingo, 7 de marzo de 2021
Cuentos, por Thomas Wolfe
Cuentos, de Thomas Wolfe
Editorial Páginas de espuma. 921 páginas. Publicado en 2020, cuentos de 1920-1938.
Traducción de Amelia Pérez de Villar.
Durante las vacaciones de Navidad de 2018 y los comienzos de 2019 leí seguidas las dos grandes novelas de Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900 – Baltimore, 1938) traducidas al español: El ángel que nos mira (editorial Valdemar) y Del tiempo y el río (editorial Piel de Zapa). Desconozco por qué nadie ha traducido sus otras dos novelas: The web and the rock y You can't go home again.
En realidad El ángel que nos mira y Del tiempo y el río son la misma novela, ya que la segunda comienza justo cuando acaba la otra, con el mismo protagonista y la misma voz narrativa. Esta gran novela, de trasfondo autobiográfico, está protagonizada por Eugene Gant, del pueblo de Altamont en Carolina del Norte. Altamont es un trasunto de su Asheville natal. El padre de Eugene ‒igual que el de Thomas Wolfe en la realidad‒ es escultor de adornos fúnebres. El ángel al que alude el título de la primera novela es una figura que el padre había tallado y dejado a las puertas de su casa. En estas dos novelas podemos seguir la vida de Eugene Gant desde que es un niño sensible, en un pueblo sureño, hasta su vida adulta en Nueva York como profesor universitario y escritor, y sus viajes por Europa. Una narrativa que considero que influyó en escritores norteamericanos posteriores tan dispares como Jack Kerouac, Henry Roth, Philip Roth o Charles Bukowski. Según William Faulkner, Thomas Wolfe era el mejor escritor de su generación. Es decir, y digamos ya, Thomas Wolfe es uno de los grandes pilares de la narrativa norteamericana.
Además de las dos novelas que comento, en España habían sido publicadas, en la editorial Periférica, cinco novelas cortas de Wolfe, o tal vez cuentos largos. Estas cinco narraciones aparecen contenidas en los Cuentos publicados ahora por Páginas de Espuma.
El libro se abre con un interesante prólogo de su traductora, Amelia Pérez de Villar, que nos habla de la esencia autobiográfica de la narrativa de Thomas Wolfe. Pérez de Villar ha hecho un gran trabajo para este libro, sin duda.
El primer cuento se titula Un ángel en el porche y su lectura me lleva de nuevo al pueblo de Altamont, a la familia Gant y a ese simbólico ángel de piedra que el padre de Eugene ha tallado y ha situado en la puerta de la casa familiar. Es decir, en unas pocas páginas, después de dos años, estoy otra vez de regreso al mundo autorreferencial de Thomas Wolfe.
El tren y la ciudad, el segundo relato, parece ‒igual que el primero‒ un capítulo arrancado de El ángel que nos mira. Y en gran medida, entiendo que, sobre todo en el primer tercio del libro, Thomas Wolfe está escribiendo, usando el material de sus recuerdos como materia prima, y no está considerando si escribe el capítulo de una novela, un relato o una novela corta, simplemente escribe.
Enseguida empiezo a considerar que la lectura de estos Cuentos ha de ser diferente para alguien que haya leído las dos novelas traducidas de Wolfe y para alguien que no lo haya hecho. Para mí es una gozada volver a aquel mundo ficcional con el que tanto disfruté hace dos años, con su misma voz narrativa, ambiciones artísticas, obsesiones y recuerdos. Para un lector que se acerca con este libro de cuentos por primera vez a la obra de Wolfe las sensaciones han de ser diferentes, y no por ello peores. Estos no son cuentos que se inscriban de una forma clara en la llamada «tradición norteamericana», que en gran medida procede de la asimilación del modelo cuentístico de Antón Chejov. Es decir, si un cuento canónico de estilo norteamericano puede ser uno escrito por un autor como Raymond Carver (el mejor discípulo de Chejov, a mi entender), donde nos encontramos dos historias, una más evidente y otra más subterránea (que es la que tiene más fuerza para los personajes) y un final epifánico, los cuentos de Wolfe no funcionan así. Los suyos son narraciones poéticas que evocan instantes importantes para el narrador. Su fuerza es la de la poesía y la del misterio de la vida y el recuerdo, pero sin un desarrollo narrativo de introducción-nudo-desenlace, eludiendo la idea de una sorpresa final. Uno de los grandes autores norteamericanos que ha influido sobre estos relatos es el poeta Walt Whitman y sus descripciones del hombre norteamericano corriente y los grandes espacios del país. Diría que, en algunos momentos, Whitman influye para mal en Wolfe, porque los cuentos que menos me han gustado de este volumen (con un nivel medio muy alto) son aquellos en los que ya casi no hay anécdota o recuerdo y el narrador empieza a hablar de la magnificencia de los grandes espacios norteamericanos con un exceso de grandilocuencia. Esto me ocurre en un cuento como El prólogo de América, que comienza así «Una noche de luz refulgente sobre toda América. Al comenzar la acción se nos revela el esqueleto y el cuerpo del continente americano de este a oeste.» (pág. 604), y hay algo que, tal vez funcione en un poema, pero que no funciona en este tipo de cuentos de Wolfe. Dicho esto, debo añadir que en un libro de 921 páginas y 58 narraciones, en el que el autor prueba diferentes texturas y tonos, lo comentado es apenas una mácula en un corpus magnífico.
Debo señalar que el libro, entre otras virtudes, tiene la de mostrarnos una época, el primer tercio del siglo XX norteamericano. El ángel que nos mira se publicó en 1929; si no recuerdo mal, una semana antes del crack. En estos cuentos están los recuerdos de principios de siglo de un joven, y también está reflejada la locura del boom inmobiliario de los años 20, al que sucumbió la madre del narrador, y que queda retratada en el irónico cuento Boom Town, la ciudad del boom inmobiliario, que, recordando la crisis de 2008-14, no puede tener más vigencia.
En algunos cuentos, narradores muy mayores evocan sus andanzas durante los días de la guerra civil norteamericana como soldados sureños, uniendo a unas generaciones con otras. Esto ocurre, por ejemplo, en Chickamauga y en El caballero emplumado.
La muerte, ese hermano orgulloso y No hay puerta son dos novelas cortas emparentadas. En la primera el narrador nos describe varios momentos en los que se ha topado con personas muertas en la gran ciudad de Nueva York, y en el segundo varios momentos en los que sintió un claro extrañamiento ante la vida. Van seguidos en el libro y uno los puede leer como si se tratasen de la misma novela, porque la voz narrativa es la misma. En gran medida, estos cuentos se pueden leer como si fuesen una novela, una novela sobre un escritor que además de contar su vida, de vez en cuando, escribe una narración de ficción.
Hacia la mitad del libro nos encontramos con cuentos que podrían entrar en la tradición norteamericana de forma más clara. Ya no siempre nos enfrentamos a la misma voz narrativa, y se puede tratar de una narración con sorpresa final. En este sentido es muy destacable el cuento En el parque, con una protagonista femenina que recuerda a su padre antes de que muriera. Un relato muy bello, que me ha hecho pensar en Francis Scott Fitzgerald.
Uno de los grandes temas de la narrativa de Thomas Wolfe es el tiempo, la idea del paso del tiempo y la necesidad del narrador de retenerlo, gracias a sus escritos y recuerdos. Imagino que Wolfe fue un lector aventajado de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. En cualquier caso, las narraciones de Wolfe (menos cuando vuelcan por el lado de la grandilocuencia) son mucho más dinámicas que las de Proust. «Y volví a sentir la conmovedora evocación del tiempo perdido», leemos en la página 532. En este sentido me ha parecido maravilloso el cuento Katamoto, donde el narrador recuerda a un escultor japonés que conoció en la gran ciudad, «sabiendo que esas cosas se pierden en el tiempo y ya nunca regresan.» (pág. 532)
La novela corta El muchacho perdido me lleva de nuevo a El ángel que nos mira, puesto que esta narración evoca, con más detalles, la muerte de un hermano de Eugene Gant, algo que ya conocía por la novela. El muchacho perdido y El ángel que nos mira son narraciones coherentes dentro de un mismo mundo ficcional.
En otras narraciones, sobre todo en las que están ambientadas en Europa, donde Wolfe pasó ocho años, me han recordado más a lo contado en Del tiempo y el río. Respecto a esto son muy interesantes los cuentos en los se habla del ascenso del nazismo en Alemania, como en El oscuro Mesías. Varias de estas narraciones europeos están protagonizados por un escritor llamado George Webber que, según descubro consultando internet, es el protagonista de las novelas no traducidas al español The web and the rock y You can't go home again. En estos cuentos aparece un tercer alter ego escritor que sería el Joseph Doaks de Semblanza de un crítico literario.
Una de las cosas que me más me atraen del tramo final del libro es que Wolfe narra sucesos de su vida posteriores a los de El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, y así habla por ejemplo de su relación con los críticos y editores (Semblanza de un crítico literario y El Viejo Rivers), con los escritores irlandeses que en Estados Unidos se consideran siempre geniales (Sobre los leprechaun), relatos llenos de ironía y sarcasmo. También habla de la recepción de su obra en su pueblo natal, donde la publicación de El ángel que nos mira supuso un pequeño escándalo, ya que muchos de sus vecinos se vieron retratados en la novela. Esto se cuenta, por ejemplo, en El hijo pródigo, un cuento que tuvo que leer el Philip Roth que luego escribió Zuckerman encadenado, donde décadas después habla del mismo problema.
En resumen, si alguien ‒como yo‒ ha leído y disfrutado las novelas de Thomas Wolfe El ángel que nos mira y Del tiempo y el río este volumen de Cuentos le va a encantar, porque va a poder completar el maravilloso mundo autorreferencial de Thomas Wolfe. Si alguien no ha leído esas novelas, estos Cuentos le van a descubrir a uno de los más grandes autores norteamericanos, le van a abrir las puertas de un nuevo mundo, y lo lógico sería que le hicieran correr hacia las novelas mencionadas.
Si el final del siglo XIX literario de Norteamérica está constituido por nombres como Walt Whitman, Herman Melville y Mark Twain, y el siglo XX por Ernest Hemingway, William Faulkner, Henry Roth, Jack Kerouac o Philip Roth, Thomas Wolfe bien podría ser una suerte de puente entre un siglo y otro, el eslabón perdido de la narrativa norteamericana en su cambio de siglo.
miércoles, 3 de marzo de 2021
Reseña de Caminaré entre las ratas en el blog El Rompehielos
La poeta y escritora Ariadna G. García leyó mi novela Caminaré entre las ratas y la comentó en su blog El Rompehielos. Dejo aquí su reseña.
Muchas gracias, Ariadna.
«Sostenían los críticos coetáneos de los autores del 98 que Unamuno, Azorín o Ganivet no escribían novelas. Desde luego, no las
redactaban según los parámetros de la narrativa realista. En sus obras tenían
mucho más peso las ideas que la trama. Cristina Morales ganó el premio Herralde en 2018 con un
libro, Lectura fácil, cargado de ideología política y carente de
argumento, polifónico, donde los personajes se expresan por medio de diálogos,
monólogos y debates asamblearios. Se trata de un libro alejado de la poética
tradicional del género, y de las propuestas narrativas que se ofrecen en la
actualidad. Digo esto para trazar la genealogía la última novela de David Pérez Vega, Caminaré entre las ratas. Escrita en primea persona (y en un presente atemporal)
por un narrrador protagonista, la obra avanza hilando escenas costumbristas,
sin un aparente propósito hasta casi la mitad del libro. No estamos ante una
novela de trama, ni de resolución de conflictos entre personajes. El magro de
la acción, de hecho, es realmente escaso (al menos, hasta la página 144). Benveniste clasificaba en dos los tipos de
enunciaciones: de la historia y del discurso, que sirvieron de inspiración a Werlich para su dicotomía entre el mundo narrado y el mundo comentado. Por lo que respecta al primero, noto que
David se demora a menudo en la descripción de escenas intrascendentes y que
recurre sin descanso al flashback. En cuanto al segundo, la voz narradora expone a
los lectores sus diferentes puntos de vista sobre diversos temas de interés y
expresa su opinión sobre los mismos. Esta elección domina buena parte de la
novela. En este sentido, la actitud de David es análoga a la de Ganivet, Azorín
o Morales. O incluso a la de nuestros escritores de diálogos renacentistas,
sobre todo Juan y Alfonso de Valdés. Caminaré entre las ratas es (al menos, en su segunda parte), una estupenda
novela reflexiva de cuño crítico que recoge el ideario de su autor. Así, posee
inteligentes disertaciones sobre motivos que están en la agenda informativa: la
implantación de nuevas tecnologías en el aula, los recortes en educación y
sanidad, el uso de las redes sociales, la corrupción, la inmigración o la lucha
de clases. David pisa sobre seguro, profesor de Economía y narrador de amplia
trayectoria (en la última década ha publicado tres novelas y un maravilloso
libro de relatos, que reseñé AQUÍ), transfiere sus conocimientos al protagonista
del libro (aspirante a docente y licenciado en Administración y Dirección de
Empresas). Con Caminaré entre las ratas, Pérez Vega recorre una zona distinta del
mapa donde también se situan algunos de los relatos de Koundara. Es decir, tiene un mundo propio en el que
ahonda. Dicho esto, esos constantes (y a veces reiterativos) flashbacks que comentaba más arriba tienen un efecto
colateral: pausan el ritmo del relato y llegan a resultar tediosos. Será a
partir de la segunda mitad de la novela cuando el tempo se acelere, debido a un conflicto que dará
coherencia a la historia. Vayamos al argumento: Domingo, un teleoperador de 39
años con estudios de ingeniería, ambiciones literarias y licenciado en ADE,
lleva una vida monótona y alejada de sus expectativas. Sus días transcurren entre
el Facebook, su blog y su prácticas del máster de formación del profesorado. A
esa vida relajada (no exenta de infortunios, como la muerte de un amigo) le
sucede un contratiempo: un viaje erótico a Canarias, cuyas consecuencias le
sumirán en una depresión y aumentarán sus niveles de violencia. A partir de ese
instante, se produce un descenso a los infiernos que se traducirá en el
incremento del vuelo retórico, la confrontación dialéctica y el uso del
sarcasmo, esto es: en una deslumbrante tensión lingüística que hace mucho más
atractiva la lectura de los comentarios y recuerdos del protagonista, cargados
(ahora) de mordacidad y de lucidez. Caminaré entre las ratas, por tanto, gana –y mucho– en su segunda
parte. El libro no deja de ser un aviso para navegantes (para internautas, más bien), así como esboza un retrato
generacional de los nacidos en las localidades de la periferia (como Móstoles)
en los 70-80, a quienes la crisis del 2008 zarandeó durante un lustro. Sólo por
eso, ya merece la pena su lectura.»