Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós
Editorial Castalia. 1405 páginas. 1ª edición de 1887; ésta es de 2010.
Cuando se acercaban las vacaciones
veraniegas del curso 2017/18, hable con un compañero de lengua del colegio en
el que trabajo. Yo tenía el plan de leer en verano alguna de las grandes
novelas de la literatura española y me debatía entre La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín» y Fortunata
y Jacinta de Benito Pérez Galdós
(Las Palmas de Gran Canaria, 1843 – Madrid, 1920). A mi compañero las dos le
parecían magníficas, pero tenía en un poco más de estima a La Regenta que a Fortunata y
Jacinta. Así que, al final, leí en el verano de 2018 La Regenta y ha sido en el de 2019 cuando me he acercado a Fortunata y Jacinta.
Hasta ahora sólo había leído de
Galdós el Episodio nacional Cádiz. Me lo hicieron leer en 3º de
BUP, en la clase de historia y lo cierto es que no me gustó mucho. Por aquellos
días yo era un lector entregado a la ciencia-ficción y al terror y no me cayó
en gracia Galdós. Años después, cuando empecé a «leer más en serio» (o
simplemente me dio por el realismo), me acerqué a autores como Pío Baroja o Ramón del Valle-Inclán, pero dejé de lado a Galdós. Descubrir que
algunos autores le apodaban «el Garbancero», me hizo pensar que sus libros no
me iban a interesar. Además, durante mucho tiempo busqué el exotismo en la
literatura, y que me hablaran de historias que ocurrían en la Patagonia era
para mí más estimulante que una novela cuya trama se situaba en las calles del
Madrid que conozco. Ahora, después de leer Fortunata
y Jacinta, y haber quedado deslumbrado por esta novela, no paro de entrar
en internet para leer artículos sobre Galdós, listas sobre sus mejores novelas,
y de visitar bibliotecas públicas para ver qué ediciones tienen de sus libros.
Tengo bastante interés en el llamado Ciclo
de las novelas contemporáneas, que iré leyendo en los próximos años. He
llegado tarde a Galdós pero he llegado para quedarme. Ha sido amor de madurez.
El tiempo narrativo de Fortunata y Jacinta se sitúa entre 1869
y 1876; y por tanto en un periodo convulso de la historia de España, puesto que
entre 1873 y1874 se proclamó la Primera república y hubo un destronamiento y
una restauración. Galdós nos presenta, en primera instancia, al joven Juanito
Santa Cruz, hijo de una familia burguesa madrileña dedicada al comercio de
ropa. Juanito ha podido ir a la universidad y recibir una exquisita educación,
puesto que es licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras. Aunque su padre
Baldomero desea que haga una carrera política, Juanito preferirá vivir sin
trabajar, gastando (sin cometer locuras excesivas) la fortuna familiar, amasada
con mucho trabajo. Juanito será para el lector un joven burgués sibarita y
caprichoso que tendrá oportunidad –en una visita a la Cava Baja– de conocer a
Fortunata, una joven iletrada del pueblo, una joven ingenua y aguerrida,
poseedora de una gran belleza, capaz de hacer enloquecer a todos los hombres
con los que se va a cruzar en las más de 1.000 páginas de esta novela. Juanito
se va a divertir con Fortunata y, pese a haberle prometido que se casaría con
ella, lo hará realmente con Jacinta, otra hija de la burguesía madrileña, cuyos
padres también se dedican al comercio de ropa. En realidad, Jacinta y Juanito
están emparentados, puesto que son primos. Los dos va a aceptar este matrimonio
burgués de conveniencia porque la idea real de casarse con la deseable
Fortunata es impensable para el joven Santa Cruz, quien –una vez establecido como
casado– seguirá con su vida de calavera, con sus salidas, sus fiestas y sus
amantes.
En gran medida, Fortunata y Jacinta es una novela que cuestiona los
convencionalismos de la vida burguesa y sobre todo la institución del
matrimonio, en el que la mujer quedaba atrapada, soportando las veleidades del
marido (Jacinta) o bien es repudiada por la sociedad al haber mantenido relaciones
sexuales con un hombre que al final no se casa con ella (Fortunata). Fortunata y Jacinta es una novela muy
crítica con la posición de la mujer en la sociedad y, por esto mismo, resulta
muy moderna su lectura.
«Hay dos sociedades, la que se ve y
la que está escondida.», Galdós pondrá este pensamiento en la mente de
Fortunata en la página 1.024. Fortunata, después de haberse quedado embarazada
de Juanito y sufrir un terrible desengaño amoroso, se ha visto abocada a la
prostitución. Además siente –de un modo puro, primitivo– que el hecho de que
Juanito (su amor) sea un burgués es una desgracia para ella, puesto que si hubiera
sido un obrero se habría podido casar con él y habría sido feliz siendo la
mujer de un trabajador. Jacinta, a pesar de ser la mujer oficial y venir de una
familia burguesa, será otra víctima de Juanito, puesto que ha pasado a vivir en
la casa de los Santa Cruz, ocupando una posición muy secundaria y sufriendo los
continuos abandonos de su marido. Además su gran sueño es el que le será
negado: ser madre.
En los primeros capítulos de la
novela, se habla extensamente de los árboles genealógicos de Juanito y Jacinta,
lo que en algún momento parece algo exagerado. Sin embargo, cuando aparezca
Fortunata será presentada sin ni siquiera darle un apellido. Aquí Galdós juega
al contraste entre las extensas ramas de contactos de la burguesía y el
desamparo de los pobres.
Fortunata y
Jacinta presenta un gran elenco de personajes, de todos los estratos sociales y
muy bien perfilados. La novela acabará siendo un gran fresco del Madrid de la
época.
Galdós era conocedor de la gran
novela europea y había leído a autores como Charles Dickens y Lev
Tolstoi. De hecho algún personaje, como la prostituta alcohólica Mauricia
la Dura –amiga de Fortunata– parece sacado directamente de las calles de San
Petersburgo.
En cierta medida, esta novela juega
con elementos del folletín clásico del siglo XIX (la inocente chica engañada,
el matrimonio de conveniencia…), pero Galdós hace trascender totalmente estos
elementos, mostrándose incluso un poco irónico con ellos; así en la página 315
nos encontramos con esta reflexión: «Sólo en las novelas malas se ven esos
hijos de sorpresa que salen cuando hace falta para complicar el argumento.»
Aquí aparece un «hijo de sorpresa», que moverá la trama y que servirá para
acercar a los personajes, pero moviéndose por encima de los convencionalismos
del folletín.
Me ha gustado mucho cómo Galdós
ordena la información: como, por ejemplo, Juanito le va a contar a Jacinta la
relación que ha tenido con Fortunata en su viaje de novios, y así el lector
conocerá datos que antes se le había escamoteado. Esta forma de presentarse al
lector la trama me ha parecido sutil y enriquecedora. La novela tiene cuatro
partes y es interesante ver cómo cada una de ellas termina en un pico de
tensión narrativa para empezar la segunda de forma más distendida, presentando
nuevos personajes. En este sentido, las modernas series televisivas siguen este
formato de la narrativa del siglo XIX.
Un dato interesante para comentar es
que esta novela tiene un narrador que se hace ver en algunos momentos e informa
al lector de que es un amigo de la familia Santa Cruz. En la página 242 se
puede leer un párrafo, que según el estudioso James Whiston es de los más famosos
de la novela, en el que el narrador parece abogar por la buena marcha y sentido
de las diferentes clases sociales. Pero, en realidad, el mundo que refleja, con
unos grandes contrastes económicos entre unas personas y otras más bien nos
lleva a pensar en una crítica social a las diferencias de la época. De hecho, a
pesar de este párrafo, en muchas otras páginas el narrador parece ponerse del
lado del pueblo (personificado en Fortunata) y en contra de las veleidades de
la burguesía (personificada en Juanito).
Por un lado, en algunos momentos el
narrador parece dudar de sus recuerdos o de sus fuentes para reconstruir la
historia. Así en la página 146: «Les conocí en 1870.»; «En 1871 conocí a este
hombre» (pág. 167); «Rafaela cuenta que en ese momento se les ocurrió un plan
infalible» (y por eso lo sabe el narrador, pág. 362). Y aquí podemos ver un
momento en el que el narrador duda: «hay motivos para creer que la cantó» (pág.
175); sin embargo, el narrador acaba convirtiéndose en omnisciente, porque en Fortunata y Jacinta Galdós usa el
recurso del monólogo interior de sus personajes y el narrador llega, por
ejemplo, a completar los pensamientos de Fortunata eligiendo palabras que ella
desconoce.
Galdós, siguiendo la estela de
Cervantes, usa un lenguaje en ocasiones cómico. De forma muy fluida, conviven
en su prosa pensamientos profundos y metáforas brillantes con frases hechas y
expresiones orales. Me hacía mucha gracia encontrar expresiones populares, que
yo creía mucho más modernas, y que ya se usaban en los tiempos que Galdós
escribió esta novela: «pinturera», «bolas» (por «mentiras»), «empollar» (por
«estudiar»), «cañí» (por «gitanos» o «folclore español»), «cortarse» (por
«avergonzado»), «pachorra», «cursi».
También hay otras expresiones
populares que han desaparecido: «neo» (por «beato»), «no entender palotada»
(por «no entender nada»), «tarasca» (por «mujer desvergonzada»), «rasgo» (por
«gesto») o «polla» (por «chica»).
Me ha resultado curioso ver cómo
aquí aparecen algunas palabras, que han dejado de usarle, que empleaba Juan López-Morillas en las traducciones
que hizo de Fiódor Dostoyevski que
aún comercializa la editorial Alianza: «caletre» o «magín» por «cabeza»; o
«poner a alguien como chupa de dómine» por «hablar mal de alguien».
Me gustaría hacer un comentario
sobre la edición de James Whiston, profesor del Trinity College de Dublín: la
introducción la he leído al final, que es cuando verdaderamente tiene sentido
hacerlo, porque explica elementos importantes de la trama y de la parte final (estoy
evitando el término «spoilers») y porque analiza personajes, cuyo comentario
tiene mucho más sentido recibir una vez que se los conoce. La mayoría de las
notas de la edición (544 en total) comparan la versión Alfha de la novela, con
la Beta, las galeradas y la primera edición. Es decir, comparan el primer
manuscrito que escribió Galdós con el segundo, y con lo que se corrigió ya en
galeradas. En muchos casos se muestra lo que estaba escribo en una versión
anterior y se compara con la final. La novela mejora en su versión final,
porque se va haciendo más sutil; pero me ha ocurrido que, por ejemplo, al leer
en las notas que, en la versión Alfha, Fortunata es claramente una prostituta y
esto en la versión final es algo más atenuado, más sutil, mi mente lectora ya
había recibido la información de que Fortunata era una prostituta y en mi
cabeza las distintas versiones de la novela convivían como un único texto en el
que toda la información era tomada por veraz. Así que creo que, en parte, las
notas han hecho que la novela sea menos sutil para mí (aunque también es verdad
que he leído todas las notas con interés).
La Regenta (1884-1885)
y Fortunata
y Jacinta (1887) son contemporáneas y las dos se cuestionan las
instituciones burguesas de la época y la figura de la mujer en la sociedad.
Además las dos, mediante la presentación de un gran número de personajes, crean
un fresco social de Vetusta (posiblemente Oviedo) y de Madrid. Clarín es más
cruel con sus personajes y usa su humor de un modo mucho más sarcástico que
Galdós, cuya ironía es más socarrona e inocente y parece tener mucho más cariño
y compasión por sus personajes que Clarín (de hecho, diría que Juanito Santa
Cruz es el personaje que sale peor parado de la novela y por el que el autor y
el lector van a sentir menos empatía).
Tras leer Fortunata y Jacinta considero (dentro de lo que yo conozco, o he
leído) que el puesto más alto del podio de la novela española lo ocupa El Quijote y que el segundo y el tercer
puesto se lo pueden disputar La Regenta
y Fortunata y Jacinta. A mí las dos
novelas me han gustado mucho, quizás –como le ocurría a mi compañero del
colegio del que hablaba al principio– pondría La Regenta un poco (pero no mucho) por encima de Fortunata y Jacinta. Con este comentario
no quiero menospreciar a Fortunata y
Jacinta, que me ha parecido un libro inmenso. Lo mejor es que tras acabar La Regenta no me sentí llamado a leer
más libros de Clarín y con Galdós me está pasando lo contrario, que muchas de
sus novelas me están interesando poderosamente. No será esta la última vez que
hable de Galdós. He llegado a él tarde, pero he llegado para quedarme.