The Buenos Aires affair, de Manuel Puig.
Editorial Seix Barral. 222 páginas. 1ª edición de 1973, esta de 1977.
Tras considerar que mi plan de leer
seguidas las ocho novelas de Manuel Puig
(General Villegas, Argentina, 1932-Cuernavaca México, 1990) podía resultar
excesivo, las he estado alternando con otros libros. Aun así, mantengo el orden
cronológico: después de leer La traición de Rita Hayworth (1968)
y Boquitas
pintadas (1969), me he acercado a la tercera novela de Puig, publicada
en la editorial Sudamericana en
1973. The Buenos Aires affair fue
censurada en Argentina y llevó a Puig al exilio en México. La dictadura de Juan
C. Onganía acusó a Puig de antiperonista y de escribir «obscenidades
inadmisibles».
Cuando decidí seriamente leer a Puig
tenía seis de sus ocho novelas. Consideré que lo más sensato sería hacerme
primero con todas. Así que The Buenos
Aires affair ha sido una de mis últimas adquisiciones. La compré por
Iberlibro a una librería de segunda mano de Sevilla.
The Buenos Aires affair se abre con un recurso puramente Puig: cada capítulo empieza reproduciendo
el diálogo de una película del Hollywood dorado, protagonizada por alguna de
aquellas actrices glamurosas que Puig tanto admiraba, Greta Garbo, Joan Crawford,
Marlene Dietrich...
En esta tercera novela ya no aparece
Coronel Vallejos, un trasunto del General Villegas natal de Puig, donde
transcurre casi toda la acción de La
traición de Rita Hayworth y Boquitas
pintadas. La acción de The Buenos
Aires affair se reparte entre el pueblo costero de Playa Blanca, Buenos
Aires, California y Nueva York.
En el primer capítulo, situado en
«Playa Blanca, 21 de mayo de 1969», Clara, declamadora y poeta, descubre que
durante la noche ha desaparecido su hija de treinta y cinco años Gladys, a la
que cuidaba en una casa prestada de Playa Blanca para que se recuperase de sus
problemas de nervios y angustias, un estado vital al que había llegado durante
su estancia en Estados Unidos.
Al título The Buenos Aires affair le acompaña, en las páginas interiores, la
apostilla Novela policial. La trama
de Boquitas pintadas ya era
ligeramente policial, quizás de un modo irónico y transversal, y lo mismo
ocurre con The Buenos Aires affair.
Es cierto que en las dos novelas nos encontramos con atestados policiales y algún
muerto, pero desde luego no con una novela policial al uso. Hay crímenes, pero
no investigadores; hay policías, pero aparecen de forma tangente en The Buenos Aires affair, como ya ocurría
en Boquitas pintadas.
The Buenos Aires affair comienza con un misterio: Gladys, tal vez una figura del arte plástico, ha
desaparecido en una casa de la playa y alguien, tras dormirla con cloroformo, tal
vez la ha maniatado en un departamento de Buenos Aires.
A partir de aquí, Puig nos contará
el pasado de los dos personajes principales: primero el de Gladys y luego el de
Leo, que acabarán encontrándose para mantener un torturado idilio.
Puig nos cuenta el pasado primero de
Gladys y después de Leo desde su nacimiento. En este sentido, si quitamos el
detalle de abrir los capítulos con los diálogos de las divas del cine, me ha
parecido que la narrativa de Puig era más tradicional en esta tercera novela
que en las dos anteriores. Ahora es Puig quien cuenta sin ceder la voz
narrativa a sus personajes mediante flujos de conciencia, cartas, diálogos… ¿Y
cómo es la voz narrativa de Puig? Me ha parecido muy contenida, como si
estuviera describiendo escenas cinematográficas, en cuya composición cobra la
misma importancia cómo está decorada una habitación o el hecho de que sobre la
cama se encuentre una mujer maniatada. Puig es explícito con el sexo y la
violencia, a menudo entrelazados con lo grotesco, algo que escandalizará a
parte de la sociedad argentina de la época y que, como ya he apuntado al
principio, hizo que este libro fuese censurado y que (supuestamente) la policía
política llamara a casa de sus padres para invitarle a abandonar el país.
El tratamiento explícito del sexo,
la violencia y lo grotesco me ha hecho pensar, por ejemplo, en la novela El
cojo y el loco de Jaime Bayly.
Descubro ahora que un escritor como Bayly ha tenido que leer con fruición la
obra de Puig, tan original, y ha aprendido de él más de uno de los recursos
narrativos que usa.
En el capítulo V, Puig deja la
narración en tercera persona para volver a emplear recursos ya probados en Boquitas pintadas. La escena descrita
aquí transcurre en la oficina de un departamento de policía y se transcriben
las respuestas que da un policía a una mujer que quiere denunciar un supuesto
crimen. La voz de la mujer (igual que ya ocurría en algún diálogo de las dos
novelas anteriores de Puig) no se encuentra en el texto y el lector debe
imaginarla a partir de las respuestas del policía.
En la página 105, para explicar cómo
ha conocido Gladys a Leo, se vuelve a emplear un recurso bastante imaginativo.
Así lo anota Puig en la novela: «Entrevista que una reportera de la revista
neoyorquina de modas Harper´s Bazaar hizo a Gladys, según imaginación de esta
última mientras reposaba junto a Leo dormido», y se da paso a los diálogos que
parecen anotados como en un texto teatral. De hecho, cuando se introducen estas
partes dialogadas del libro, las anotaciones son las propias de un libreto
teatral. Así, por ejemplo, cuando en la página 151 se va a transcribir una
nueva llamada telefónica a la oficina de policía, se advierte con esta frase:
«La oficina del departamento de Policía ya descrita», anotación que además de teatral
también podría ser de un guión de cine.
El capítulo XIII, capítulo que
contiene una de las escenas más intensas del libro, escena que se insinúa, se
elude y a la que se vuelve varias veces, Puig lo escribe usando un nuevo
recurso que me ha resultado tan novedoso y original como irritante. La escena
real se describe con cursivas de forma breve y desapasionada. Por ejemplo:
«Sensaciones experimentadas por Leo, al notar que también María Esther mira en
dirección del lugar ya señalado», y entonces se pasa a contar otra historia con
un vago parecido sensorial con la escena real propuesta en la novela. Esto me
acabó por desconcertar un tanto.
Otro recurso original y curioso se
abre paso en la página 162. Aquí leemos: «A continuación se enumeran las
principales acciones imaginarias de Leo durante su insomnio», y se empiezan a
describir escenas que parecen escritas por el Mario Levrero más desatado. De hecho, igual que he pensado que
Manuel Puig ha influido en un escritor tan pop y provocativo (al menos en sus
primeros libros) como Jaime Bayly, también me ha parecido que Mario Levrero lo
leyó con interés. El gusto por los policías paródicos de Levrero me parece
influido en gran parte por novelas como Boquitas
pintadas o The Buenos Aires affair.
Igual que estas escenas oníricas de sexo torturado, que Puig coloca en la
imaginación de su personaje Leo.
Otros recursos en los que las
personas emplean el lenguaje al estilo de Boquitas
pintadas son: páginas de un periódico, un atestado policial, una autopsia,
conversaciones con el psicólogo. Curiosamente existen unas cartas que un
personaje envía a otro, pero Puig no las muestra en esta tercera novela (algo
fundamental en la composición de las dos anteriores).
Creo que cada novela que leo de
Manuel Puig me gusta más, aunque también es cierto que las páginas de The Buenos Aires affair que más he
disfrutado son aquellas en las que el escritor narra en tercera persona y, por
tanto, son más tradicionales que las otras, en las que experimenta con diversos
recursos. Tengo curiosidad por leer El beso de la mujer araña, que es la
siguiente novela que me toca de él (si sigo con el orden cronológico), y que la
mayoría de los críticos consideran su obra maestra.