Editorial Libros de Asteroide. 311 páginas. 1ª edición de 1937; ésta
es de 2015.
Introducción de María Isabel Cintas.
Desde que, hace unos meses, empecé a
interesarse por la Guerra Civil española, sabía que uno de los libros que tenía
que leer era A sangre y fuego de Manuel
Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944), libro del que llevaba años
oyendo hablar. Por algún motivo que me resulta extraño, durante una temporada
busqué libros publicados en España durante el franquismo; quería saber cómo y
qué se escribía durante el tiempo de la dictadura y también leí bastantes
libros sobre la Segunda Guerra Mundial, pero no me había acercado a la
narrativa o al estudio de la Guerra Civil española.
Vi en internet que la editorial Libros del Asteroide llevaba
unos años publicando este libro con dos nuevos cuentos que, hasta hace unos
años, se habían quedado fuera del volumen, y se lo solicité a la editorial, que
amablemente me lo envió a casa para que lo leyera y escribiera una reseña sobre
él.
Cuando estalló la Guerra Civil,
Chaves Nogales era periodista en Madrid. A partir de junio de 1936, el
periódico para el que trabajaba pasó a estar bajo control de un consejo obrero.
«Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia,
abandoné el mío», podemos leer en el prólogo del libro, que Chaves Nogales
escribió en 1937, instalado ya en un hotel de los arrabales de París.
«De mi pequeña experiencia personal,
puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había
contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los
otros», leemos también en este prólogo, en el que se declara «pequeñoburgués
liberal» en su primera frase.
En 1936 Chaves Nogales siente que no
encaja en ninguno de los dos bandos que van a luchar en España y, tras su
compromiso en el periódico de «defender la causa del pueblo contra el fascismo
y los militares sublevados», decide salir de España. «En mi decisión pesaba
tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror
rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y
niños inocentes» (pág. 6).
En Francia, Chaves Nogales acabará
de escribir los relatos sobre la guerra (él los llama «novelas cortas») que
empezó en Madrid y tratará de venderlos a periódicos. Algunos se traducen al
inglés y aparecen en Gran Bretaña y Nueva Zelanda; otros se publican en
revistas de Hispanoamérica. A sangre y
fuego es publicado en forma de libro por primera vez en 1937, en la editorial Ercilla de Chile.
Debido a su posición política
crítica, durante el franquismo nadie reclama a Chaves Nogales, lo que tampoco
ocurre al llegar la democracia. Será a partir de la década de 1990 cuando su
obra empiece a ser rescatada y valorada gracias a la labor de la Junta de
Andalucía. En la actualidad, Libros del Asteroide está publicando sus libros poco
a poco.
La edición original de A sangre y fuego constaba de nueve
relatos, de unas treinta páginas cada uno. Libros del Asteroide publica ahora
una nueva edición con dos nuevos relatos que María Isabel Cintas (editora de Chaves Nogales) ha encontrado en
una revista mexicana y en otra cubana.
¡Massacre, massacre! es el primer relato, y en él se
presenta un dilema moral: dentro de una célula revolucionaria de Madrid,
¿estará dispuesto un comunista a dejarse chantajear por un anarquista para
salvar a su padre, o se antepondrán los ideales y la lucha por el poder a los
lazos de familia? El mensaje es claro: en la España bárbara de 1936 la lucha
por el poder y el prestigio político están por encima de cualquier otra
consideración.
Al leer este relato de 1937 he
sentido, en un primer momento, que el autor juzgaba a los personajes en vez de
dejarlos actuar ante el lector. «Aquellos diez o doce hombres que formaban la
Escuadrilla de la Venganza consideraban legítima la feroz represalia y se
habrían maravillado si alguien se hubiera atrevido a sostener que lo que ellos
consideraban naturalísimo era una monstruosidad criminal. Al cabo de cuatro meses
de lucha la psicosis de la guerra producía frecuentemente tales aberraciones.
La vida humana había perdido en absoluto su valor», leemos en la página 20; y
me pregunto si esta aclaración era necesaria, si el propio peso de lo narrado
no bastaría para mostrarle al lector esta realidad. También me ha parecido que,
en algún momento, Chaves Nogales sucumbía al epíteto innecesario. Y hasta aquí
los posibles «peros», la corta lista de mis titubeos iniciales ante lo leído,
porque lo cierto es que pronto me he dejado atrapar por la potencia brutal de
estos relatos, por su ritmo feroz y su implacable muestrario de crímenes y
atrocidades. No en vano, el libro se subtitula Héroes, bestias y mártires de
España y más de uno de sus personajes pasa por los tres estados.
El segundo cuento, La
gesta de los caballistas, deja las calles de Madrid por el campo
sevillano de los señoritos y los campesinos. Ahora los protagonistas serán del
bando franquista. El relato es muy visual, muy plástico. De nuevo aquí, como en
el primer relato, se produce un dilema moral: ¿están dispuestos los
revolucionarios a dinamitar un edificio en el que se han refugiado los
fascistas aunque tengan de rehenes a sus mujeres e hijos? Los pobres matan y
mueren absurdamente, sólo los señoritos se salvan, parece decirnos Chaves
Nogales.
Y a lo lejos, una lucecita quizás es mi relato favorito del
libro, el que dio título a la primera edición en inglés. Un relato sobrecogedor
sobre el deseo de matar justicieramente, un deseo tan feroz que al final sólo conduce
a la propia muerte. El cierre del cuento es maravilloso.
La Columna de Hierro habla de un hecho histórico que no
conocía y que me ha interesado mucho. «La Columna de Hierro en pocas semanas
había conseguido ser el terror de Levante. Formada por ciento cincuenta o
doscientos hombres que habían desertado de los frentes de Teruel y Huesca,
recorría los pueblos del antiguo reino de Valencia dedicada impunemente al
pillaje y a la destrucción. Con el pretexto de limpiar el país de fascistas
emboscados iban aquellos hombres por pueblos y aldeas matando y saqueando a su
antojo, sin que las escasas fuerzas del orden público de que disponían las
autoridades pudiesen hacerles frente» (pág. 111). Esta aclaración, a diferencia
de la que comentaba de la página 20, sí que me ha parecido pertinente.
Posiblemente, a estas alturas estaba ya mucho más metido en el libro que al
leer el primer cuento. Otro brutal relato de enfrentamientos dentro del bando
republicano.
El tesoro de Briesca nos traslada a la lucha en los pueblos
y tiene por protagonista a un conservador de arte cuya misión es salvar para la
República aquellas obras de arte que considere valiosas y que puede encontrar
en los pueblos de España. La metáfora sobre la pérdida de vidas y del
patrimonio cultural es poderosa.
Los guerreros marroquíes habla de la guardia mora de Franco,
y a pesar de retratar toda la fiereza y crueldad de estos soldados, el remate
del cuento acaba siendo conmovedor por lo patético y lo terrible. Otro gran
relato. Aquí, como en otras páginas, Chaves Nogales hace uso de la ironía:
«Entretanto, el comité revolucionario había continuado su brillante discusión
teórica»; queda claro que no considera esa discusión nada «brillante».
¡Viva la muerte! es uno de los relatos de
composición más compleja, en el que intervienen personajes de un bando y de
otro, y en que quedan claras las miradas irreconciliables de unos sobre otros,
incluso cuando saben que están equivocados y es el ímpetu que marca la guerra
el que acaba tomando decisiones por ellos.
Bigornia nos habla de un vigoroso obrero
individualista y temerario que vive en una choza levantada en el bosque, junto
a su numerosa prole. Un relato sobre proletarios y valor insensato.
En este relato he sentido con fuerza
la presencia de la prosa rápida y elástica de Pío Baroja, un autor que diría que ha sido una influencia para
Chaves Nogales.
Consejo obrero refleja un interesante conflicto:
una fábrica, ahora bajo el mando de un comité revolucionario, tiene que decidir
si considera compañeros o fascistas a unos obreros que no se significaron en
las huelgas y no estaban sindicados. «El trabajo lo daban antes como una
limosna los patrones; ahora lo dan como un premio los sindicatos» (pág. 259).
Dice el trabajado juzgado: «¡Ya sois los amos! ¡Ya mandáis! No os pido más sino
que me dejéis vivir y trabajar como me dejaba el patrón. No os discuto la
victoria, no os reclamo una parte. Yo no era de los vuestros, no estaba en
vuestro sindicato, pero tengo derecho a la vida y al trabajo. ¡No vais a ser
peores que los burgueses!» (pág. 259). Sobre este trabajador reflexiona un
miembro del comité revolucionario: «A pesar de todo, era indiscutiblemente un
obrero, un proletario ciento por ciento; ni un “cuchillo para los trabajadores”
ni un “lacayo para la burguesía”. ¿Tenían derecho a condenarle quienes en
nombre del proletariado hacían la revolución y administraban la justicia
revolucionaria?» (pág. 278).
Quizás en el final de este cuento
(que cerraba originalmente el libro) es donde Chaves Nogales deja ver de forma
más clara su pensamiento: «Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no
era la suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la
defendiese» (pág. 284).
Los dos últimos cuentos, añadidos a
la edición actual, y titulados El refugio y Hospital de sangre, son
más cortos que los anteriores, y diría que menos logrados. Es interesante que
se rescaten y que aparezcan aquí porque hablan de la guerra en el País Vasco,
un tema que no trataba ninguno de los anteriores, pero sus planteamientos son
menos elaborados que los cuentos de la edición original e imagino que por esto
Chaves Nogales decidió no incluirlos en aquel primer libro que se publicó en
Chile en 1937.
En una nota, situada entre el
prólogo y el primer cuento, el autor afirma que estos relatos «no son obra e
imaginación y pura fantasía. Cada uno de sus episodios ha sido extraído
fielmente de un hecho rigurosamente verídico». Es cierto que se aprecia un
deseo frenético de contar, de hacer ver a algún otro lo que el escritor ha visto
–o le han hecho saber– que está pasando en su país, y existe aquí una premisa
de inmediatez. Posiblemente si A sangre y
fuego se hubiese escrito años después de la guerra, desde una perspectiva
más sosegada, el resultado habría sido distinto. A Chaves Nogales le queman las
historias que han viajado con él hasta Francia y las escribe a quemarropa y sin
concesiones ideológicas o de otro tipo, con el empeño notarial de su fe en el
periodismo y el testimonio.
Sus páginas, de prosa rápida y de
imágenes plásticas, me han recordado a las de Cartucho, en las que Nellie Campobello relataba los días de
la revolución de Pancho Villa en México. He leído algún artículo en internet
que relacionaba A sangre y fuego con Caballería
roja de Isaac Babel, donde
se habla de la Revolución rusa. Leí Caballería
roja hace ya muchos años y me cuesta recordarlo lo suficiente como para
relacionarlo con este libro, pero sí que recuerdo sus escenas de violencia y
crueldad.
A sangre y fuego es un gran
libro de cuentos, demoledor y apabullante. Un libro sin más concesiones que las
de dejar testimonio de una época. Al margen de eslóganes y grandilocuencias,
nos muestra, de forma contundente y plástica, los verdaderos desastres de una
guerra, aquellos que convierten a las personas en héroes, bestias y finalmente
en mártires. Cuando comenté en Facebook que estaba leyendo este libro, el gran
crítico argentino Elvio E. Gandolfo apuntó
en mi muro: «Uno de los grandes libros de la narrativa española del siglo XX».
Estoy de acuerdo con él.