Editorial Valdemar. 848 páginas. 1ª edición de los textos: siglos XIX,
XX y XXI. Esta edición es de 2012.
Varios traductores.
En el verano de 2015 leí Felices pesadillas. Los mejores relatos de
terror aparecidos en Valdemar. Una antología de cuarenta cuentos que
los editores de Valdemar habían seleccionado en 2003, buscando en sus libros
publicados en los últimos veinticinco años (1987-2003). Como aquel libro
funcionó y (según les pude escuchar a los propios editores en la Feria del
Libro de Madrid) tuvieron que dejar fuera muchos relatos que merecían estar
dentro de la antología (una de las premisas era que la antología sólo podía
contener un cuento por autor), sacaron un segundo volumen titulado Malos
sueños. Felices pesadillas 2. En mayo de 2017, por mi cumpleaños, mi
novia ‒conocedora de mi afición por la lectura de cuentos de terror en verano‒
me regaló Miedo en el cuerpo. 25 años de terror con Valdemar, pensando
que era el segundo volumen de las antologías de cuentos de Valdemar y no el
tercero, como en realidad es. Esta situación me fuerza a leer el segundo
volumen en algún momento, tal vez en el verano de 2018.
Entre julio y agosto de 2017 pasé quince días de vacaciones en México
y decidí tomar de casa para el viaje Miedo
en el cuerpo. Pensé que, si me llevaba una novela, más de un día no podría
leer, y no me gusta acercarme a las novelas sin continuidad. Un libro de
relatos era lo más adecuado. En el viaje me dio tiempo a leer la mitad de la
antología. Ya en Madrid acabé el resto en unos cuantos días de vacaciones.
Si la gran mayoría de los cuentos de Felices pesadillas eran del siglo XIX, los de Miedo en el cuerpo son más bien del XX. En esta última antología, los
cuentos están ordenados como en la primera: por la fecha de nacimiento del autor.
Esto hace que, en más de un caso, no se lean cronológicamente. Me habría gustado
que se indicara la fecha de publicación original de cada cuento, porque si un
autor vive, por ejemplo, ochenta años, no es lo mismo que haya publicado su
cuento con veinticinco años (en 1925, por ejemplo), que con setenta (en 1970,
por tanto).
A mí, como admirador que soy del trabajo de Valdemar, me ha resultado
muy interesante el prólogo de Miedo en el
cuerpo, donde se habla de la historia de la editorial.
Si Felices pesadillas
contenía cuarenta relatos, Miedo en el
cuerpo tiene treinta y cinco.
Miedo en el cuerpo se abre
con un cuento de Edgar Allan Poe, el
titulado El hombre de la multitud. Ya lo había leído en la antología Pioneros.
Cuentos norteamericanos del siglo XIX, editada por Menoscuarto. Éste es en realidad un cuento más de atmósfera
misteriosa que de terror, que se lee con agrado.
El ojo invisible o El albergue de los tres ahorcados de
Erckman y Chatrian es un cuento
potente sobre los quehaceres de una bruja y el que será su vengador.
En esta antología también aparece Ambrose
Bierce con Desapariciones misteriosas, un cuento formado con microrrelatos
con una temática común, que es la que apunta el título. Me gustó más El
clan de los parricidas que aparecía en Felices pesadillas. Y
ésta podría ser una tónica general de lo que ocurre en Miedo en el cuerpo: cuando un autor aparece en las dos antologías,
el cuento seleccionado para el primer libro suele ser mejor. Lo que significa
que el criterio de los editores de Valdemar para elegir los cuentos de la
primera antología era el más indicado, o al menos yo coincido con él.
La casa del juez de Bram
Stoker, sobre un estudiante que, buscando un lugar tranquilo para preparar
unos exámenes, acaba en una casa encantada por el espíritu de un juez malvado,
es un cuento muy divertido (para mí lo terrorífico es, en la mayoría de los
casos, simplemente divertido).
El Horla de Guy de
Maupassant ya lo había leído en un librito de Alianza 100. Un cuento muy redondo sobre el terror a lo invisible y
a la locura.
El sótano de la plaga de Robert
Louis Stevenson me decepcionó bastante. Incluso diría (con dolor) que es el
cuento que menos me ha gustado de Miedo en el cuerpo; su anécdota
histórica queda muy perdida y su inclusión en esta antología parece algo
forzada.
Me ha gustado El fabricante de monstruos de William Chambers Morrow. Su científico
loco que desea realizar experimentos en humanos es divertido y desasosegante.
Un relato que cae en lo gore de forma
asombrosa para la época.
La sonrisa muerta de Francis
Marion Crawford propone un misterio, pero el autor da demasiadas pistas y
el lector puede descifrarlo antes de tiempo. Sus elementos góticos acaban
siendo excesivos.
Historia verdadera de un vampiro, del Conde Stanislaus Eric Stenbock, es un
cuento correcto, pero creo que no resulta novedoso frente a otros cuentos de
vampiros que ya he leído, como por ejemplo Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu.
La mujer lobo de Clemence
Housman es uno de los cuentos más largos de la antología. Me gusta más su
comienzo que su resolución. Su ambientación inicial está muy lograda; después,
el desarrollo y la conclusión resultan un tanto excesivos. Me recuerdo leyendo
este cuento en un hotel de Puebla y la verdad es que es una imagen bastante agradable.
El conde Magnus de M. R.
James ya lo había leído. Valdemar tiene un libro con los cuentos completos
de M. R. James que es realmente muy recomendable. James es uno de los maestros
del cuento de terror, y en este cuento queda demostrado su dominio del género.
La historia no está contada de forma directa, sino a través de las anotaciones
de un estudioso. Esta distancia entre narrador y protagonista de la historia
hace que se acreciente el misterio de lo narrado y que la escritura sea más
sutil que la de otros autores de terror, que acaban cayendo en el cliché y en
lo pulp.
Tengo ganas de leer alguno de los libros de cuentos de Arthur Machen que ha publicado
Valdemar, y empecé a leer La pirámide resplandeciente (el
cuento de esta antología) con interés. Se plantea un misterio, con amigo
detective del protagonista, que prometía, pero el final me ha resultado algo
decepcionante.
El valle de la muerte de Ralph
Adams Cram me parece un correcto cuento de terror que me sirve para
reflexionar sobre varias cosas. En él, como en otros cuentos de la antología,
un narrador cuenta a terceros (en torno a un café, por ejemplo) un suceso
acaecido hace muchos años. El suceso es éste: en el pasado acabó encontrándose
con un fantasma, un vampiro o un lugar maldito (como es el caso del presente
cuento). El protagonista sobrevive al encuentro y por eso puede narrarlo en el
futuro. La fuerza de este tipo de cuentos reside, en gran medida, en la
atmósfera creada, porque el núcleo narrativo acaba siendo simple: en mi pueblo había
una persona, un lugar extraño… y un día pude contemplarlo cara a cara. Lo vi y
no me ocurrió nada. El valle de la muerte
es un relato sencillo pero efectivo, la atmósfera y los detalles están bien
captados y me gusta la técnica del protagonista que narra la historia a terceros
muchos años después (una técnica presente en bastantes de los cuentos aquí
reunidos).
De Robert W. Chambers se
habló bastante cuando se puso de moda True detective, ya que se decía que la
atmósfera de la serie estaba tomada de sus cuentos de él, en concreto de su
serie sobre el Dios amarillo. Digo desde ya que El signo amarillo es uno
de los cuentos que más me ha gustado de Miedo
en el cuerpo. Su atmósfera inicial, con un pintor al que empieza a
desasosegar la presencia de un extraño guardián de la iglesia que queda
enfrente de su casa, está conseguida, y el cuento da un giro para entrar en un
territorio inesperado cuando los protagonistas tengan que enfrentarse a la
presencia de un libro extraño y maldito, que me ha recordado al Necronomicon de Lovecraft. Por este tipo de cosas apuntaba al principio que me habría
gustado un orden cronológico de la publicación inicial de los relatos, para
poder comprobar si realmente Chambers se vio influido por Lovecraft o fue al
revés.
La marca de la bestia de Rudyard
Kipling es otro de los mejores relatos del libro. Como ya ocurrió con el
cuento de Kipling que contenía Felices
pesadillas, este autor suele destacar en una antología de este tipo. Si en La
extraña cabalgata de Morowbie Jukes (el cuento de Felices pesadillas) conseguía llevar al lector hacia el desasosiego
sin usar elementos fantásticos, en La
marca de la bestia elige directamente el tono fantástico, pero sin
renunciar a una descripción verosímil y contenida de los personajes y el exótico
ambiente de la India. Cada día tengo más ganas de leer el libro de Cuentos completos de Kipling de la editorial Acantilado.
Negotium Perambulans de Edward
Frederic Benson, sobre una casa poseída por la presencia de un ser extraño
en un pueblo, es un buen cuento en el mismo sentido en que lo era El valle de la muerte de Cram, pero
desde luego no brilla tanto como La habitación de la torre, el cuento
de Benson incluido en Felices pesadillas.
También debería decir que La habitación
de la torre es uno de los mejores relatos de terror que he leído nunca.
Un profesor de egiptología de Guy Boothby me ha parecido más un cuento fantástico que
terrorífico. Un cuento sobre una chica a la que consiguen trasladar al antiguo
Egipto transformada en un personaje histórico. No me acabó de convencer.
Cuando empecé a leer La nave abandonada de William Hope Hodgson tuve la impresión
de que ya lo había leído en la antología Mares tenebrosos (también de
Valdemar), pero en realidad no lo había hecho. Lo curioso es que La nave abandonada está ambientado en el
mismo mundo de mares tormentosos y luego en calma, con pecios fungosos a la
deriva de otros cuentos de Hodgson, como Una
voz en la noche. Cada día estoy más convencido de que debería leer la
antología de Hodgson de cuentos de terror en el mar que también sacó Valdemar.
Tigresa, de David H.
Keller, lo leí el verano pasado. Formaba parte de la antología Los
hombres topo quieren tus ojos y otros relatos sangrientos de la Era Dorada del
pulp. Y sí, para qué negarlo; Tigresa
es un relato muy pulp (y
divertido también).
Muerte de un dios de Henry
S. Whitehead, sobre un caso de magia negra en Haití, es un relato
convincente y da color a una antología como ésta. Recuerdo que en Felices pesadillas también había un
relato similar y me gustó bastante.
Me ha gustado La señora Lunt de Hugh Walpone. Es un cuento de fantasmas
bastante bien escrito. En Felices
pesadillas había otro cuento de Walpone titulado La máscara de plata que
también me gustó bastante. Esto me hace pensar que tal vez debería leer La
noche de todos los santos, el libro de Hugh Walpone publicado por
Valdemar. «Todas las historias de este género dependen de su verosimilitud para
conservar el interés», escribe Walpone en la página 507 y, por supuesto, tiene
razón.
Creo que es la tercera vez (al menos) que leo El modelo de Pickman de H. P. Lovecraft. Lo cierto es que me
gusta más el cuento La llamada de Cthulhu, incluido en Felices pesadillas, pero El modelo de Pickman también es un gran
cuento. Uno de los mejores del libro, para mí que soy un gran seguidor de la
obra de Lovecraft. Al leer su cuento no dejo de pensar que muchos de los otros
cuentos de esta antología parecen un juego por parte de los autores, pero que Lovecraft
parece creer de verdad en lo que escribe, y esta es una diferencia fundamental
entre los demás autores y él.
En el cuento de Lovecraft se cita al siguiente autor incluido en esta
antología: Clark Ashton Smith. Tengo
ganas de leer a Smith desde hace muchos años, desde que sé que es uno de los
integrantes del llamado Círculo de
Lovecraft. El jardín de Adompha es uno de los cuentos más originales de Miedo en el cuerpo. En él, Smith crea un
mundo fantástico que tiene que ver con una fantasía medieval (con reyes y
magos) y en este escenario sitúa su eficiente historia macabra.
Frank Belknap Long es otro
autor perteneciente al Círculo de Lovecraft. Por eso en su cuento Los
perros de Tíndalo el personaje, gracias a una droga, consigue visitar
un pasado de la Tierra muy anterior al hombre y descubre allí la presencia de
seres Primigenios, muy al gusto de Lovecraft.
En la página 579 llegamos a uno de los maestros del pulp: Robert E. Howard. Su cuento El
valle de lo perdido, incluido en Felices
pesadillas, fue uno de los que más me gustaron de este libro, debido a su
mezcla delirante de géneros. Los moradores bajo la tumba ‒el
relato de Miedo en el cuerpo‒ tiene
algún elemento en común con el anterior, pero su vuelo es a menor escala.
Howard me parece un narrador pulp
puro, y es otro de los autores de Valdemar de los que me apetece leer una
antología.
Conocía a Fritz Leiber más
como autor de ciencia ficción que de terror. Su cuento La chica de los ojos hambrientos
me ha gustado porque los terrores que plantea me han resultado modernos, con la
presencia de la publicidad en juego y la sutileza de no acabar de mostrar de
qué clase de “monstruo” está hablando; aunque el lector intuye que se traba de
un cuento de vampirismo.
En El horror de Salem, Henry
Kuttner recrea algunos de los mitos de brujería de esta localidad. Es un
buen cuento, en cierto modo entroncado temáticamente con El ojo invisible o El
albergue de los tres ahorcados de Erckman
y Chatrian, que es el segundo cuento
de esta antología. Esto también hace, en cierto modo, que la propuesta de
Kuttner suene a clasicismo un tanto impostado.
Me ha gustado leer El demonio negro de Robert Bloch (ya saben, el escritor de
la novela en que se basa la película Psicosis de Alfred Hitchcock) porque es un cuento del que había oído hablar. En
la Narrativa
completa de Lovecraft (también publicada por Valdemar) existe un cuento
en el que se narra la muerte de un nuevo joven amigo del autor, que se podría
identificar con Bloch. Este cuento era una reacción a otro de Bloch en el que
habla de su relación con un autor muy parecido a Lovecraft, que acaba muriendo
de forma dramática. El demonio negro
es ese cuento.
El pequeño asesino de Ray
Bradbury me ha gustado porque el terror que se plantea en él está lejos de
clichés. Un matrimonio joven tiene un bebé, y la madre empieza a tener miedo de
él porque piensa que no es un bebé normal. Su miedo empieza a contagiarse. Me
gusta cómo juega Bradbury con los miedos del hombre moderno. Además, mantiene
la ambigüedad para el lector de saber si se trata de un cuento fantástico o
psicológico.
Con Los hijos de Noah de Richard
Matheson me ha ocurrido lo mismo que con el cuento anterior, que también me
ha parecido muy moderno. Aquí el terror emana de unos policías de pueblo que
detienen, por exceso de velocidad, a un hombre a las tres de la mañana.
El prodigio de los sueños de Thomas Ligotti lo había leído ya en el libro Noctuario. No es el cuento
de este libro que más me gustó; me parece que había en él otros mejores. Sin
duda, es un buen cuento de terror y Ligotti uno de los mejores defensores del
género en la actualidad.
Me ha sorprendido para bien Compañeras de labor, del que, hasta
ahora, pensaba que sólo era un dibujante y escritor de cómics, Alan Moore. El cuento habla de dos
brujas condenadas por sus crímenes a ser quemadas en la hoguera. Los escenarios
pueden ser tan antiguos como los de los cuentos de Poe, pero el tratamiento es
mucho más moderno. Sobre todo es moderno en lo referente a la libertad sexual
con la que expone sus temas.
No me ha acabado de convencer El pecio de la muerte de Simon Clark y John B. Ford, porque me parece que son dos escritores relativamente
jóvenes (nacidos en 1958 y 1963) jugando a escribir un pastiche que no les
corresponde. El pecio de la muerte es un texto sobrecargado, con una adjetivación
excesiva. Los términos «maligno» o «misterioso» se repiten de forma impía.
Mucho más que el anterior, me gustan los dos cuentos con los que
acaban la antología: ¡Levantaos! de Jay Alamares y El fin del mundo tal como lo conocemos
de Dale Bailey. El primero sobre
zombis y el segundo sobre el apocalipsis. Me gustan porque los dos escritores
son conocedores de los convencionalismos del género, y juegan con ellos desde
la ironía y el humor. En el primero, los zombis leen a Sartre, y en el segundo
el autor le cuenta al lector que no piensa explicarle por qué el protagonista
del cuento es el único que no muere cuando todos los hacen. ¿Quién da más?
No estaba seguro de ir a lograrlo, pero al final he hablado un poquito
de cada uno de los treinta y cinco cuentos que componen Miedo en el cuerpo. Es posible que Felices pesadillas sea una antología de cuentos de terror más
redonda que ésta, pero la que hoy traemos aquí, al elegir cuentos más modernos,
también tiene grandes piezas y al final resulta un libro muy entretenido.
Ya lo he dicho muchas veces: me lo paso muy bien leyendo cuentos de
terror en las vacaciones de verano y, en general, Miedo en el cuerpo no me ha defraudado en absoluto. En gran medida,
me ha dado la diversión adolescente que estaba buscando. Imagino que el verano
que viene leeré Felices pesadillas 2.