Editorial Valdemar. 559 páginas. 1ª edición de
los cuentos: décadas de 1930; esta edición es de 2009.
Traducción de Marta Lila Murillo
Prólogo y edición de Jesús Palacios
Yo crecí leyendo ciencia-ficción y terror. Si a los catorce años mis
escritores favoritos eran Isaac Asimov
y Stephen King, a los dieciséis
fueron Philip K. Dick y H. P. Lovecraft. A los diecinueve (casi
a los veinte) dejé la fantasía por el realismo, y ya pasados los treinta decidí
revisitar aquella literatura de género que hizo de mí un lector. Normalmente
vuelvo a estas lecturas en verano. Si el año pasado leí Noctuario de Thomas Ligotti y la antología Felices
pesadillas. Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar cuando
finalizaba el curso escolar y más tarde me encontraba, a la sombra de unos
pinos, en una playa de la bahía de Alcudia (Mallorca), este año que repetía
playa también quise volver con Valdemar. Así, no mucho después de acabar el
curso escolar, tomé de los altillos de mis estanterías del Ikea Los
hombres topo quieren tus ojos y otros relatos sangrientos de la Era Dorada del
Pulp, que me había regalado en las últimas Navidades mi pareja (también
una gran admiradora adolescente del género de terror y de la editorial
Valdemar).
El prólogo de Jesús Palacios
–que además ha seleccionado los cuentos de la antología‒ no tiene desperdicio.
En él, Palacios nos explica qué se conoce con el nombre de Weird Menace, un subgénero del pulp
que se publicó, durante aproximadamente una década, en las llamadas revistas Shudder Pulps. Henry Steeger se convertiría en el editor de revistas pulp que inició este movimiento, tras
visitar París y descubrir allí el Teatro del Grand Guiñol, cuyas tramas
teatrales tendían a la truculencia. En 1933 Steeger hace desaparecer de su
revista las historias de detectives para cambiarlas por las de Weird Menace, un subgénero de las
revistas de quiosco con las siguientes características: se plantea una
narración en la que pronto aparecen asesinatos. La explicación parece ser
sobrenatural, pero al final la historia quedará explicada dentro de la realidad,
aunque para conseguirlo la verosimilitud narrativa quede muy dañada. En la
historia suele haber una pareja joven: él es fuerte y decidido, ella es muy
atractiva. Es posible que la secta oriental que secuestre a la chica (suelen
ser sectas orientales, la incorrección política es otra de las características
del Weird Menace) la torture y además
vaya perdiendo la ropa por el camino. Habrá cadenas, vísceras, cuevas, sectas
secretas, ratas, atractivas mujeres ligeras de ropa, asesinatos, aparatos de
tortura, científicos locos…
Jesús Palacios reivindica el pulp
de los años 30: muchos de los escritores seleccionados en esta antología
escribían entre un millón y dos de palabras al año, lo hacían en habitaciones
con varias máquinas de escribir (una para los relatos de ciencia-ficción, otra
para los de aventuras bélicas, para los westerns,
para los de terror o para los de detectives, y también para sus variantes: los
relatos de ciencia-ficción picante, los westerns
picantes, etc.) y adaptándose a las portadas que les mostraba previamente el
editor. Firmaban sus obras con pseudónimos y a veces es difícil saber quiénes
eran, porque aparecían y desaparecían de las revistas pulp sin dejar rastro, sin saber si eran los mismos escritores u
otros nuevos. Y dentro de la gran oferta de revistas pulp de la época (cuyo público objetivo era la clase media o baja),
que se vendían en quioscos, lo más bajo de la cadena eran las revistas de Weird Menace, cuyas portadas con mujeres
ligeras de ropa, atadas con cadenas y acosadas por seres repugnantes, no solían
mostrarse directamente en los ventanales de los quioscos.
A lo largo de mi infancia creo haber visto en quioscos o en el rastro
de Madrid revistas con estas portadas perturbadoras, en las que se mezclaba el
erotismo, el sadismo y el terror. Especulo que lo que se vendía en Estados
Unidos durante la década de los 30 llegó a España a finales de la década de los
70, y se ofrecían en el rastro durante los 80. Nunca tuve oportunidad de
acercarme a alguna de aquellas revistas; me he desquitado, sin embargo, este
verano, pasados ya los cuarenta años.
En la página 51 del libro, Palacios acaba su prólogo diciendo:
«¿Qué menos que un elegante ejemplar en imperecedera tapa dura, cosido
y cuidadosamente encuadernado, con eruditas –espero– introducciones y notas, y
brillante portada en color, para cobijar a los más miserables y vilipendiados
escritores de la historia de la literatura moderna, los autores de pulp y, más concretamente, los parias de
los Shudder Pulps?
No olvidemos que hubo un tiempo, no muy lejano, en
el que maestros hoy consagrados por crítica y fans, como Lovecraft, Howard, Hammett, Chandler, Irish, Leiber,
Asimov, Leigh Brackett, Bradbury, Vance y tantos otros, fueron, simple y
llanamente, escritores de pulp fiction».
Además del extenso e interesante prólogo, Jesús Palacios introduce
cada uno de los trece relatos de esta antología con una nota biográfica de cada
autor y la historia del relato y sus características. Si se juntaran estas
notas se podría formar un librito a semejanza de la Historia de la literatura nazi en
América de Roberto Bolaño,
porque las biografías de estos escritores suelen ser muy curiosas: personas que
empezaron a publicar con menos de veinte años y que siguieron haciéndolo con
más de noventa, que enlazan la era del pulp
con la de las publicaciones online en
internet, o autores que acabaron siendo guionistas de algunas de las series norteamericanas
más famosas de la televisión.
El primer relato de la antología es Los hombres topo quieren tus ojos
(1938) de Frederick C. Davis: en un
pueblo del interior de Estados Unidos, una noche aparece una joven desnuda y
con las cuencas de los ojos vacías. La población está siendo atacada por una
serie de semihombres esqueléticos y posiblemente ciegos. Se especula con que
son los locos escapados de un manicomio que se refugiaron en una mina, que fue
volada y sellada. Pero tal vez dichos locos (perturbados sexuales en la mayoría
de los casos) sobrevivieron y han encontrado un modo de volver al exterior y
vengarse. Tal vez hayan secuestrado a uno de los más famosos oftalmólogos del
mundo (que casualmente vive en este pueblo) y le estén obligando a trasplantar
los ojos sanos de las jóvenes del pueblo en sus propios ojos, cegados por años
de oscuridad. También uno de los más famosos criminólogos del mundo
(casualmente, de nuevo) vive en este pueblo y ayudará a la pareja protagonista
a encontrar al oftalmólogo y resolver todos los misterios.
En realidad, como ocurre con la mayoría de las historias seleccionadas
para este libro, más que hablar de relatos deberíamos hablar de novelas cortas,
porque Los hombres topo quieren tus ojos
tiene más de cincuenta páginas.
El relato tiene más de una sorpresa final y acabará con la joven
pareja abrazada y contemplando un positivo y prometedor horizonte (otro de los
convencionalismos de este género).
La verdad es que, a pesar de los escenarios siniestros y de esas
bellas jóvenes a las que se les arrancan los ojos, no podía dejar de reírme al
leer esta historia. Como diría César
Aira: era tan mala, que era genial. Los
hombres topo quieren tus ojos no se puede leer en serio, pero como
despropósito narrativo está plagada de hallazgos desternillantes.
Sospecho que Frederick C. Davis no escribió esto en serio y que su público
tampoco se lo tomó así. Me imagino a Davis muerto de la risa tecleando en su
máquina para historias Weird Menace,
pensando ya en pasar a su siguiente máquina de escribir para hacer un relato de
ciencia-ficción picante. Y me imagino también meses después a un adolescente de
Detroit, sin ningún criterio literario, leyendo esta historia, enganchado a su
ritmo, a su locura, a su morbo y a su impostura de cartón-piedra y oscuridad.
Los hombre topo quieren tus ojos
parece estar escrito por un Edgar Allan
Poe ciego de ácido, o por un César Aira posmoderno entregado a la
destrucción de los géneros literarios. Una lectura muy refrescante.
Con El señor de los muertos (1933) llegamos hasta Robert E. Howard, el creador de Conan
el Bárbaro y del género de espada
y hechicería. Sé que en Estados Unidos hicieron una película sobre su vida.
Aquí no llegó y me quedé con ganas de verla. Howard es todo un personaje: casi
no salía de su rancho de Texas, y fue uno de los mejores amigos de H. P. Lovecraft (otro de los grandes
personajes de la literatura del siglo XX), aunque nunca llegaron a conocerse en
persona (su amistad era epistolar). Howard, además de crear el género de espada
y hechicería ‒es decir, de ser un precursor de Juego de tronos‒, también
se suicidó a los treinta años, después de la muerte de su madre. Yo leí, hace
mucho, un libro suyo: Rey Kull, con un personaje parecido
a Conan, que a mis dieciocho años me gustó bastante, y también he leído otros
relatos suyos en antologías de Valdemar. Me gusta Howard, no al nivel de
Lovecraft, pero me gusta. De hecho, puede que El señor de los muertos sea el relato mejor escrito de toda esta
antología (que no se caracteriza precisamente por la prosa elevada. El propio
Palacios lo dice en el prólogo y en la introducción de cada autor: los cuentos
se han seleccionado para mostrar las características del Weird Menace y no por su calidad literaria).
En El señor de los muertos
nos encontramos con un detective enfrentado a una peligrosa secta oriental en
el barrio chino de una gran ciudad americana. La historia se resolverá con el
detective tomando un hacha y enfrentándose a sus atacantes, armados con
espadas. Claramente, éste es un caso de «demasiada pasión por lo suyo», o bien de
«la cabra tira al monte».
El barco del demonio dorado (1939) de Lazar Levi es un relato especialmente delirante. En él, un grupo de
contrabandistas fingen que las costas están amenazadas por un barco fantasma
para dedicarse a sus actividades delictivas sin que nadie les vigile. Lo más
gracioso de este relato era su erotismo barato. Aquí nos encontramos con un
tipo de personaje que va a repetirse en más cuentos: la mujer fatal, muy
atractiva y sádica, deseosa de torturar a los hombres.
Con Terror en el rancho de vacaciones (1936) de Richard Tooker sobrepasamos ya la
página 200 del libro y algo empieza a ocurrirme: en este relato volvemos a
encontrarnos con una amenaza en apariencia sobrenatural, pero ya sé –porque me
lo ha contado Jesús Palacios en su prólogo– que, al ser un relato de Weird Menace, la amenaza sobrenatural
tendrá una explicación absurdamente realista. De nuevo tenemos aquí a una secta
oriental haciendo de las suyas y de nuevo, tras serias amenazas de tortura, la pareja
protagonista acabará abrazada y mirando hacia un prometedor horizonte.
Debo reconocer que, cuando el año pasado leí la antología de Valdemar Felices
pesadillas, que seleccionaba una serie de relatos publicados
previamente por la editorial, los cuentos me parecieron más variados: había
cuentos de fantasmas, de vampiros, algunos abiertamente sobrenaturales, otros
sólo de forma sugerida, había relatos violentos y no sobrenaturales… Al no
saber a qué género se iba a adscribir cada cuento, los leía más intrigado y su
efecto era mucho más intenso. En esta antología, después de haber leído ya dos
o tres historias, empiezan a pesar sobre el lector las expectativas truncadas por
los convencionalismos del género. De hecho, entre los motivos que señala
Palacios para explicar la desaparición de este tipo de revistas, no solo se
encuentra la censura, sino el exceso de repeticiones temáticas.
Sin embargo, es una suerte que la quinta novela corta seleccionada sea
Tumbas
para los vivos (1937) de William Irish, porque Irish es un escritor todavía recordado por
sus novelas negras, y esta historia está mejor escrita que otras del libro.
Además tiene algún alarde técnico, como el cambio de la tercera persona a la
primera. El tema aquí es el de los enterramientos vivos, y también hay una
secta malvada, pero lo he leído con genuino interés. Lo dicho: uno de los
mejores relatos del libro.
Locura rubia (1934) de Arthur
Humbolt recrea el gran tema del artista loco que necesita diferentes partes
de bellas mujeres para crear a la modelo perfecta. Es corto, divertido y
previsible.
La cosa que cenaba muerte (1936) de John H. Knox está algo mejor escrito que la media, y contiene
alguna escena de gore realmente «grimosa», por usar el mismo adjetivo que
Palacios.
La profecía (1934) de Hugh
B. Cave es uno de los relatos que más me han gustado del libro. Me gusta su
tono realista: en vez de encontrarnos aquí con la ya consabida secta oriental,
los protagonistas del relato (blancos) acuden a un acto religioso un tanto
perturbador, llevado a cabo por negros que creen en el contacto con el más allá.
Su final, en el que se juega a la existencia de una explicación natural, o tal
vez sobrenatural, me ha parecido sutil. Este relato me ha gustado más porque el
conflicto me parece más realista y verosímil que otros y porque su final,
paradójicamente, puede ser fantástico.
Sangre para el vampiro muerto (1940) de Robert Leslie Bellen vuelve a
resultarme repetitivo, pero introduce la variante del vampirismo como posible
explicación sobrenatural a los hechos narrados y esto le hace ser un poco
diferente. Como dicen ahora los adolescentes: «Next».
Tigresa (1937) de David
H. Keller es uno de los relatos más famosos del conjunto. Está ambientado
en Italia y esto hace que presente ya una peculiaridad, al salirse de los
escenarios norteamericanos. Una nueva variante mórbida del mito de la mujer
fatal. Está bien.
Cuando la bestia negra se sació (1937) de Hal K. Wells parece imitar en sus comienzos a un relato de H. P.
Lovecraft, pero enseguida pasa del posible terror sobrenatural y sugerido a la
real amenaza de los asesinos portadores de objetos cortantes. Divertido.
De Momias a la carta (1940) de E. Hoffmann Price me quedo con su atractiva ambientación egipcia.
Por lo demás, un poco de lo de siempre: calabozos, enterramientos, bellas
mujeres, muertes, sectas, cuchillos, luchas…
Creo que Jesús Palacios ha dejado astutamente para el final el que
puede ser el mejor relato del libro: Novias frescas para la hija del
diablo (1940) de Bruno Fisher.
Otro relato de loca mujer fatal, pero con mayores dosis de erotismo sádico y
perversión que en otras piezas. Al leer este cuento no me reía, lo leía en
serio, con creciente angustia.
En resumen: ya he apuntado antes que conocer las premisas teóricas con
las que está construido un cuento de Weird
Menace (presentación sobrenatural del relato, pero resolución realista,
aunque inverosímil; presencia de sectas secretas, a las que les gustan las
mazmorras y las torturas; leve erotismo, un poco enfermizo; un poco de gore; escena cursi final de la pareja
protagonista que ha conseguido sobrevivir a los peligros…) hace que el lector
ya sepa, más o menos, cómo va a avanzar la narración y esto le hace perder
frescor a su lectura. Además, debería apuntar que entre las antologías Felices pesadillas (cuentos
seleccionados por su calidad literaria dentro del género de terror) de la
propia Valdemar, y Los hombres topo
quieren tus ojos, me quedo con la primera. Pero también he de decir que
este libro que comento hoy no deja de ser una rareza muy divertida y quizás
bastante posmoderna, ahora que desde las alturas literarias se reivindica tanto
la literatura de género.
Por otro lado, resulta curioso observar la profunda influencia de este
tipo de narraciones marginales de los años 30 en gran parte del cine adolescente
de los 80. Por citar algunos ejemplos que no menciona Jesús Palacios en su
prólogo (su análisis de la influencia del Weird
Menace en la literatura y el cine es verdaderamente brillante) se pueden
citar El templo maldito, la segunda parte de la saga de Indiana
Jones, que contiene casi todos los elementos del Weird Menace, o la película El secreto de la pirámide, sobre las
aventuras del joven Sherlock Holmes.
Me ha gustado el apunte que hace Palacios sobre H. P. Lovecraft: aunque
su amigo Robert E. Howard sí que accedía a escribir cuentos según las
sugerencias –o mandados– de sus editores, y lo hacía en muchos casos usando
seudónimos, Lovecraft, poseedor de un potentísimo mundo propio, no conseguía
plegarse a esas imposiciones externas. Y si esto me parece honroso, no deja de
ser paradójico que también me lo parezca lo contrario: me gusta que Jesús
Palacios y la editorial Valdemar homenajeen a escritores profesionales tan
vilipendiados y menospreciados como éstos (si Los hombres topo quieren tus ojos, el primer relato del libro, lo
escribiera ahora mismo César Aira, lo celebraríamos como una más de sus
genialidades y no dudaríamos en calificarlo de alta cultura).
Resumen del resumen: este libro es una curiosidad muy atractiva, un
libro tan loco como divertido, que interpela directamente al lector adolescente
que llevamos dentro (ese lector un poco pervertido, un poco sádico, al que le
gusta pasar miedo y asco y reírse de sí mismo pasando miedo y asco). A ese
lector adolescente, un poco playero y piscinero, que nos convirtió en los
lectores adultos que somos ahora.