domingo, 6 de marzo de 2016

Familias de cereal, por Tomás Sánchez Bellocchio

Editorial Candaya. 190 páginas. 1ª edición de 2015

En más de una ocasión, los editores de CandayaPaco y Olga- me han mandado sus libros para que yo los comente en el blog; así que habíamos conversado a través de internet, pero nunca nos habíamos visto en persona hasta el diciembre pasado, cuando vinieron a Madrid para la presentación de Familias de cereal, la primera obra de Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981). La presentación fue el sábado 12 de diciembre en la librería La Buena Vida, por la que hacía tiempo que no pasaba (desde la última vez que estuve allí se habían mudado a la acera de enfrente de la calle de Vergara). Paco y Olga estuvieron mandando emails a sus contactos de Madrid porque sentían “miedo a la librería vacía”. La verdad es que aquello me pareció muy simpático y me apeteció pasarme para saludarles. Me ofrecieron también el envío del libro, pero ya que iba a La Buena Vida, donde sabía que vendían mi novela Los insignes, me apeteció comprarlo y poder así apoyarles.

Lo cierto que en La Buena Vida aquel sábado acudieron muchas personas y ese “miedo a la librería vacía” resultó infundado. La presentación corrió a cargo de Juan Carlos Márquez, y resultó bastante amena.

Me he puesto con Familias de cereal en febrero de 2016. El debut narrativo de Sánchez Bellocchio es un libro compuesto por doce relatos, escritos durante un periodo largo de su vida, como explicó el autor en la presentación.

El primer relato se titula precisamente Familias de cereal, y me acerqué a él pensando que debía estar escrito con un fuerte componente autobiográfico, ya que el narrador evoca un momento de su vida –los trece años- en el que recibe de sus padres el regalo de una videocámara y se obsesiona con convertirse en publicista, que es la profesión de Sánchez Bellocchio en la vida real. Por supuesto, mi suposición (basada en los intereses de narrador y autor) no deja de ser subjetiva. Nos encontramos aquí con uno de los relatos más largos del conjunto (26 páginas), que comienza con pulso firme: el niño de trece años analiza los anuncios que ve, crea los suyos propios con sus vecinos, asiste a las cada vez más frecuentes peleas de sus padres… y en un momento dado empieza a grabarlos y estos se comportan de modo extraño ante la cámara. Cuando años después le relate aquellos sucesos a un psicólogo, éste reaccionará así: “En una sesión, mi psicólogo usó dos veces la palabra inverosímil.” (pág. 30). Considero que en esta mirada del psicólogo sobre lo contado se encuentra una de las claves del relato y en general podría guardar la clave poética para interpretar los cuentos escritos por Sánchez Bellocchio para componer este libro. El escritor Jorge Carrión apunta en una cita de la contraportada que Sánchez Bellocchio “pertenece por méritos propios a la tradición del gran cuento realista contemporáneo del Río de la Plata.”, y entre los escritores que considera inscritos en esta línea realista cita a Samanta Schweblin, de la que comenté, el año pasado, su libro Pájaros en la boca. Cuando leí este libro no me pareció que Schweblin fuese una escritora realista, sino que de forma sutil jugaba con los límites entre el cuento fantástico y el realista, creando un territorio lleno de extrañeza. En un contexto realista, los personajes a veces se comportaban de modo inverosímil, y aquí precisamente, en ese territorio lleno de extrañeza es donde Sánchez Bellocchio ha decidido moverse. Antonio Jiménez Morato, en el prólogo de La hora de los monos de Federico Falco, otro gran libro de relatos de la nueva generación de escritores argentinos, apuntaba en la misma dirección. Escribe en este prólogo Jiménez Morato, hablando de la posible filiación de Falco con el realismo: “Hay algo en estos textos que late bajo esa aparente reproducción de lo real, algo que subyace bajo la tersa superficie del relato que obliga a cuestionarse esa idea de que se trata de un cuento cómodamente realista.” Creo que esto es lo que puede ocurrir al leer los cuentos de Sánchez Bellocchio, que, dentro de una construcción de apariencia realista, está jugando con el concepto de verosimilitud, y la lógica que siguen sus personajes es, en muchos casos, una lógica que marca el propio texto. Y esta diferencia entre el realismo costumbrista y este nuevo realismo, que puede ser tomado por una nueva evolución del cuento fantástico, me parece muy interesante y significativa en este caso.

Así que terminé Familias de cereal (en cuento, no el libro) un tanto desconcentrado por la propuesta. El segundo cuento Historia de la caca es uno de los más cortos y de los más flojos del conjunto. Como en el anterior, asistimos aquí a los miedos de un adolescente frente al mundo. Los adolescentes son en gran parte los protagonistas de estas historias de aprendizaje y extrañeza ante el mundo.
El tercero, Animales del imperio, parece un homenaje a Borges, o a Bolaño tras leer a Borges. En él se reproducen las páginas del diario de un padre muerto, leídas por sus hijos. Unas páginas repletas de locuras y pequeñas narraciones de corte fantástico. Este cuento me gusta bastante más que el anterior.

Familias de cereal empieza a conquistarme de forma real a partir del cuarto cuento, Disco rígido. En él, un técnico de computadoras de diecisiete años visita la casa de unos vecinos: el padre quiere que le revise el ordenador de su hijo muerto, un ordenador en el que se pasa las horas rastreando los lugares de internet que visitó su hijo. Este cuento tiene una base más realista que otros del conjunto, y su sutil melancolía me ha recordado a Chéjov, o a Carver (el Chéjov norteamericano).

El siguiente, Interrupción del servicio, me ha gustado mucho también. En él, una madre y un hijo van a visitar la casa de su empleada doméstica de la que no saben nada desde hace días. Aquí de nuevo, asistimos a una sutil ruptura con la verosimilitud narrativa y con el concepto de realismo puro.

Hacedor de dinero, es junto con Historia de la caca, el otro de los dos cuentos que me ha gustado menos. Es un relato muy estático, con una persona adinerada que reflexiona sobre su vida en su lecho de muerte. Teniendo en cuenta la madurez y sutileza de otras historias que se recogen en este libro, diría que es uno de los cuentos más antiguos (o más inmaduros) de los que aquí se muestran.

El siguiente, sin embargo, Cuatro lunas, sobre los esfuerzos de una familia de gordos por adelgazar me ha parecido muy bueno. Muy significativo también dentro del conjunto: a Sánchez Bellocchio le interesan las relaciones que se establecen dentro de la familia –en muchos casos, desde el punto de vista de los hijos adolescentes- y son las suyas unas narraciones de interiores: de dormitorios, comedores, baños… La ciudad de Buenos Aires es nombrada en algún relato, pero no aparecer aquí el reflejo costumbrista de lo que ocurre en sus calles o barrios. Los exteriores no parecen ser de interés como objeto narrado en esta literatura de familias con relaciones enfermizas, donde la enfermedad o la vejez cobran, en muchos casos, fuerza de símbolos.

Mitad de un hermano, sobre la relación entre dos medio hermanos que se sacan bastantes años, es un cuento hermoso y cruel.

Fidelidad de los perros me ha gustado, pero su final me parece en exceso melodramático.

Ciudad de cartón sobre un chico que recoge cartones en la calle, invitado por una familia del barrio donde está trabajando a cenar no acaba de ser un cuento realista y me gusta por la sutil fantasía que crea. Y si éste no es un cuento realista menos lo es La chica del norte, donde uno de sus personajes lleva a una chica atada con una correa, un cuento que se adentra ya en el expresionismo.

La nube y las muertas, con 32 páginas es el cuento más largo del libro y también mi favorito. Un adolescente apático empieza a ganar algo de dinero enseñando a su abuela y sus amigas octogenarias cómo funciona internet. En este cuento se usa algún elemento de la política argentina, ya que las historias de las octogenarias nos acaban llevando hasta la época de la revolución Libertadora, que acabo con el gobierno de Perón. Aquí, con su número mayor de páginas, el autor se sirve de algún elemento constructivo de los que hasta ahora había prescindido, como dar un peso narrativo o simbólico a la lluvia que cae sobre la ciudad. Si en los otros cuentos, el lenguaje era preciso y rítmico, aquí se vuelve algo más poético y evocador. Y quizás, aunque Sánchez Bellocchio apuntó en la presentación del libro que no le gustan las novelas con muchas digresiones, La nube y las muertes sí que apunte a la posibilidad de escribir novelas en el futuro.


En resumen, Tomás Sánchez Bellocchio se suma con fuerza, gracias a Familias de cereal, a la nueva generación de cuentistas argentinos, como Samantha Schweblin o Federico Falco, ya que ha escrito un conjunto de relatos convincentes, con algunos de ellos realmente destacables, y explorando ese territorio híbrido entre el realismo y el cuento fantástico que juega a romper los límites de la verosimilitud narrativa.


En una entrevista reciente le preguntaban al cuentista español Óscar Esquivias por un autor que acabase de descubrir y contestó lo siguiente: «Tomás Sánchez Beollocchio. Su primer libro, Familias de cereal (Candaya, 2015) me ha encantado. Alguno de sus cuentos me habría gustado escribirlo yo.» Que un cuentista tan destacado como Esquivias diga esto de Familias de cereal me parece altamente significativo.

Pinchando AQUÍ puedes leer una entrevista que le hecho a Tomás Sánchez Bellocchio.

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