domingo, 28 de febrero de 2016

Filtraciones, por Marta Caparrós

Editorial Caballo de Troya. 267 páginas. 1ª edición de 2015.

Marta Caparrós (Madrid, 1984) me escribió a través de Facebook en octubre de 2015. Me hacía saber que era seguidora de mi blog, que iba a publicar su primer libro en la editorial Caballo de Troya y me preguntaba si me apetecía que me incluyese entre los envíos de prensa del libro. Lo cierto es que últimamente recibo un buen número de propuestas similares y no puedo atender a todas, porque si lo hiciera me quedaría sin tiempo para seleccionar yo mismo mis lecturas y acabaría convirtiendo mi pasatiempo en una obligación, o lo que es peor en un trabajo no remunerado. Pero en este caso me apeteció decir que sí. Fui bastante seguidor del trabajo de Caballo de Troya cuando el editor era Constántino Bértolo, y él mismo me habló de su jubilación a principios de 2014, meses antes de que ocurriera. En aquel momento, Bértolo aún no sabía si Caballo de Troya iba a continuar o qué pasaría con ella. Al final el grupo Random House eligió una solución curiosa: la editorial con editor invitado. Cada año un escritor (creo que vinculado al grupo) iba a hacer de editor. En 2015 esta tarea le fue encargada a Elvira Navarro y lo cierto es me había fijado en los libros que estuvo publicando, pero no había leído ninguno y cuando Marta me propuso leer el suyo sentí curiosidad. El libro llegó a mi casa antes que a las librerías, pero –como le dije a Marta- no lo iba a leer de forma inmediata porque por entonces me había propuesto leer todas las novelas de Frank Bascombe, escritas por Richard Ford.

Después de las casi 2.000 páginas de Bascombe, le ha tocado el turno a Filtraciones de Marta Caparrós. Lo cierto es que había estado leyendo comentarios sobre este libro y lo que me llegaba hacía que me apeteciera acercarme a él.

Filtraciones está formado por cuatro novelas cortas, unidas por su temática y por la franja de edad (los primeros años de la treintena) de los personajes que retrata.

Vacaciones es la primera novela corta, o relato largo (el lector puede elegir, tiene 30 páginas) y en ella asistimos a los conflictos entre dos hermanas: Julia, redactora freelance en un periódico, y su ordenada hermana pequeña Alicia. En contra de lo habitual, Julia decide -en el verano del tiempo en el que transcurre el relato- pasar unos días de vacaciones en Conil de la Frontera, donde acudían las hermanas de niñas y adolescentes con sus padres, y donde Alicia ha vuelto cada verano ya casada y madre de una niña. Para Julia, embarazada y con intención de convertirse en madre soltera, volver al pueblo de su niñez va a ser todo un choque.

Ya en Vacaciones encontramos algunos de los rasgos que van a caracterizar estas historias: el telón de fondo va a ser siempre el de la precariedad laboral en la España de la crisis, cómo la economía está afectando a los jóvenes que estrenan su treintena es el escenario en el que se van a mover unos personajes casi siempre desorientados, muy vivos, muy reales. “Lo cierto es que Julia estaba mucho peor de dinero que Andrés. Después de largos años como redactora autónoma en varios países del norte de África, había vuelto a Madrid, pero ya no había conseguido el contrato indefinido del que sí gozaba antes.” (pág. 11) Julia está mal de dinero, pero su precariedad, no impide que cuando se queda embarazada de su compañero de oficio, Andrés, que no va a ser su pareja y que además es muy probable que no le ayude con su hijo, decida tenerlo. No hay más opciones para que se cumplan tus deseos, parece pensar Julia.
En realidad estas ficciones intentas, y de diálogos muy realistas, me han recordado bastante a la narrativa breve norteamericana, sobre todo a la de autores como Raymond Carver.
Otro rasgo que me ha recordado a la narrativa breve norteamericana, y que en este caso es muy usado por Tobias Wolff, que fue amigo de Carver, es el de connotar la climatología con los estados de ánimo de los personajes. Así, por ejemplo, en Vacaciones la crisis que va a sufrir Julia quedará vinculada al fenómeno meteorológico del viento de Levante, que se cernirá sobre Conil justo en un momento crítico para la protagonista.
La última novela corta del libro es Los mejores deseos (77 páginas) y en ella también se juega con el clima como elemento simbólico: en Los mejores deseos se nos habla del frío invierno en Berlín que sufren Marcos y Álex, que llegaron a la capital de Alemania, desde Brighton, hace cinco años: “«Tengo treinta y dos años, ¿dónde va alguien sin experiencia a los treinta y dos años?». Compartían la misma desesperanza. Las posibilidades de que alguien les diese una oportunidad frente a las nuevas hornadas de titulados universitarios eran poquísimas. Sin embargo, en España, cuando se marcharon la situación era aún peor.” (pág. 223). Los mejores deseos nos habla de otra de las caras de la crisis para los jóvenes españoles: el exilio económico.

Si bien, como estoy resaltando, Marta Caparrós ha querido reflejar de forma clara algunos de los problemas a los que se enfrentan las personas de su generación, no estamos aquí ante un libro de tesis. En ningún caso, el escenario de fondo se acaba comiendo a la historia o a los personajes. Tenemos en Filtraciones, por el contrario, finos retratos de personajes, de parejas rotas, que se recomponen sin saber si estaban mejor antes; de hermanas que, después de décadas, tienen cuentas pendientes; o de amigos que están, tal vez, a punto de dejar de serlo.

La segunda novela corta es Atrevimiento (94 páginas) y creo que se ha convertido en mi favorita del libro: en ella observamos los cambios en la relación entre dos amigas que viven juntas, y leeremos sobre la posible reconciliación de una de ellas con su antiguo novio, que le dejó cuando ella estaba en paro y se encontraba cada día más alicaída. Ahora la situación se ha dado la vuelta: es él quien está sin trabajo y ella empleada, aunque su situación dista de ser estable: en su empresa corren rumores de que va a haber despidos. Cómo la situación laboral de cada uno influye en sus decisiones y en su forma de afrontar la vida me ha parecido que estaba narrado aquí de una forma muy sutil.
En esta novela se habla explícitamente del 15M, y se reflexiona sobre el sentido de las manifestaciones (la mirada de la autora parece menos inocente que la de algunos de sus personajes) y la politización de la vida pública española tras la crisis, así como del sentido de los centros culturales ocupados o de los huertos urbanos, que parecen funcionar como válvulas de escape para los personajes de la novela. “Es lo de siempre, el miedo. Tengo cincuenta y tres años y llevo toda la vida igual. Acojonada por salirme de la rueda y no conseguir volver a engancharme. He perdido trabajos, claro que sí, pero luego he encontrado otros. Así ha sido. Pero este puto miedo siempre a la espalda. Y yo no quiero esto para mis hijos, que vivan agarrotados. Si me quedo en el paro, ya va a ser imposible encontrar otro trabajo.” Dice una compañera de trabajo de una de las protagonistas de esta historia, ampliando la edad de afectados por la crisis.
En Atrevimientos también me ha parecido encontrar otro elemento simbólico que me recordaba al universo de Carver: se connota en el texto la presencia de unas cajas, que recogen ropa y otros objetos que los protagonistas no acaban de desembalar, y esto, por supuesto, me ha llevado a pensar en el cuento Cajas, que aparece en Tres rosas amarillas de Carver.


La tercera historia es la que da título al conjunto. Filtraciones tiene 53 páginas. Aquí se habla de otra realidad patria: la de los hijos de los inmigrantes españoles del franquismo. En ella Julen, nacido en Marsella, de padre español, vive ahora en Madrid. Julen ha sido profesor de academia de idiomas, pero ahora está en el paro. Su pareja, Ana, que trabaja en un colegio privado, en el que no le pagan durante los meses de verano, está embarazada: “Había leído en el Yahoo Respuestas que un recién nacido gastaba unos cincuenta y seis a la semana.” (pág. 152)
En la casa –que pertenece a la familia de ella- se han producido filtraciones en el baño, algo más profundo que unas simples goteras, algo que volverá a surgir por mucho que raspen y pinten las paredes. Un nuevo elemento simbólico. Los problemas económicos de la pareja pueden salir a la luz durante el fin de semana que, desde Marsella, va a pasar en Madrid el esforzado padre de Julen, quien parece sentirse avergonzado ante él de su actual situación económica.


Me ha gustado mucho cómo Marta Caparrós juega con los detalles del libro; si habla de un huerto urbano parece conocer perfectamente los detalles de su funcionamiento, así como parece conocer las calles de Berlín por la que transitan los personajes de Los mejores deseos. Los diálogos son muy naturales, y la prosa es rítmica y eficiente, sin dejar de lado algunos momentos líricos, como la descripción que se hace de Madrid desde el parque del Manzanares en Atrevimiento. El trasfondo de las historias es social, y la autora quiere aquí levantar acta de una época, pero sin dejar de lado la gran creación de personajes. En resumen, Filtraciones me ha parecido un debut editorial de muy alta calidad. Mi enhorabuena para las dos, para la autora, Marta Caparrós, y también para su editora, Elvira Navarro.

PINCHANDO AQUÍ se puede leer una entrevista que le he hecho a la escritora.

domingo, 21 de febrero de 2016

Francamente, Frank, por Richard Ford

Editorial Anagrama. 228 páginas. 1ª edición de 2014, ésta es de 2015.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez

Cuando vi que esta novedad de Anagrama había llegado a la biblioteca de Móstoles no pude resistirme ya más a llevar a cabo el proyecto de leer seguidos todos los libros de Frank Bascombe, el mítico personaje creado por Richard Ford (1944, Jackson, Mississippi) en su novela El periodista deportivo de 1986. Creo que la primera vez que supe de esta novela fue en el muro de Facebook del gran lector y bloguero literario Joan Flores Constans (ver AQUÍ su blog), quien si no recuerdo mal se acercó al libro en inglés a principios de 2015, antes de que llegara a España.

Lo primero que llama la atención de Francamente, Frank es que es un libro notablemente más corto que los tres anteriores. Aunque Ford no ha querido seguir en su título con el juego de las fiestas, también se articula en torno a una: la de la Navidad de 2012. Ya comenté la semana pasada que existe en esta saga una conexión simbólica entre el periodo del año en que transcurre la acción y la edad del protagonista: el fin de la primavera para El deportista deportivo, el verano para El Día de la Independencia, noviembre para Acción de Gracias, y ahora, definitivamente, Navidad y el fin del año para Francamente, Frank.

Quizás, aventuro, Richard Ford no tenía ya en 2014, a sus setenta años el suficiente aliento para escribir una obra de la envergadura de sus predecesoras (aunque no mucho antes, en 2013 había publicado Canadá, que en la edición de Anagrama tiene 510 páginas), pero esto no significa,  ni quiero insinuar en ningún caso, que Francamente, Frank sea una obra menor en la trayectoria de Richard Ford. Simplemente Francamente, Frank es una obra en cierto modo diferente a sus predecesoras en la saga de Frank Bascombre.

Francamente, Frank está formada por cuatro historias que transcurren en diciembre de 2012, y el tiempo de los relatos se marca por los días o semanas que quedan hasta la fiesta de Navidad. Nos encontramos aquí con un Frank Bascombre de sesenta y ocho años que ha superado el cáncer de próstata que tanto le preocupaba en Acción de Gracias. Hace ocho años decidió dejar –junto a su segunda mujer Sally- la casa en la que vivían en la costa, en Sea-Clift y regresar a Haddam. Sobre la casa de Sea-Clift está articulada la primera historia, titulada Aquí estoy yo. Han pasado seis semanas desde que el huracán Sandy arrasó la costa este de Estados Unidos, y Arnie Urquhart a quien Frank vendió su casa hace ocho años le llama para que le ayude, gracias a su antigua experiencia como agente inmobiliario, a valorar la situación: la casa de Frank yace volcada sobre la calle y Arnie quiere saber si es una buena idea vender el solar por el precio que le han ofrecido. Frank accede a ayudar a Arnie y viaja hasta Sea-Clift. Frank se acerca a la costa: “Una vez me gané muy bien la vida con estos terrenos ahora cubiertos de sal. Debería ser capaz de imaginar el grado de posibilidades que ofrecen sus restos. Pero, de momento, no lo soy.” (pág. 30). Lógicamente este relato está plagado de símbolos negativos, más melancólicos que funestos en realidad. Frank, en esta nueva etapa de su vida, parece que ha asumido con tranquilidad su vejez, y sabe que seguir adelante consiste en “restar”. Recuerdo que en El periodista deportivo Frank se despertaba por la noche con el corazón agitado, lleno de presagios funestos, algo también muy presente en Acción de Gracias, cuando Frank luchaba contra el cáncer. Pero todo parece hacer quedado atrás para alguien que dice de sí mismo: “Ya no me miro en el espejo. Es más barato que la cirugía.”

El segundo relato se titula Todo podría ser peor, y si el primero transcurría “dos semanas antes de Navidad”, el tiempo narrativo de este es “diez días antes de Navidad”. En él, Frank recibe en su casa de Haddam la visita de una mujer negra llamada Charlotte Pine, que le pide visitar la casa en la que vive, la casa en la que ella se crió décadas atrás, y Frank le permite entrar, porque piensa: “Las visitas de antiguos residentes de esta clase son algo bastante corriente, en realidad, y yo las he recibido más de una vez.” (pág. 76). La señora Pine va a realizar alguna revelación inquietante sobre la casa en la que actualmente vive Frank, algo que tiene que ver con la violencia subterránea y que parece intrínseca a los barrios residenciales norteamericanos que recorre esta tetralogía.

El tercer cuento –titulado La nueva normalidad- transcurre cuatro días antes de Navidad, y Frank visita a su exesposa Ann a la residencia en la que vive en Haddam. Ann sufre Parkinson y Frank va a visitarla periódicamente (en esta ocasión para regalarle una almohada anatómica). Como viene siendo habitual en los anteriores libros, los encuentros de Frank con Ann –a pesar de que se divorciaron hace ya más de treinta años- no acaban de ser todo lo relajados que deberían ser. Aquí, como nuevo motivo crepuscular, tiene lugar una conversación sobre cementerios y deseos de enterramiento o donación de órganos tras la muerte.
Me ha hecho gracia que si en Acción de Gracias aparecía por primera vez los móviles (Frank no quería tener uno) e internet (Frank se negaba a que su empresa inmobiliaria tuviera web) ahora aparecen aquí los blogs (“yo ni siquiera sé exactamente lo que es un blog”, pág. 138) o Facebook y Twitter en el cuarto relato: “Podría ponerlo en Facebook o Twitter. Aunque, como dice Eddie Medley, todo el mundo lo sabe todo pero nadie sabe qué hacer con ello. No estoy en Facebook, por supuesto. Aunque sí lo están mis dos esposas.” (pág. 180)

Por supuesto, Frank sigue hablando de política en esta novela: le gusta Obama y no deja de destacar las reacciones furibundas de sus vecinos republicanos de Haddam contra el nuevo presidente (uno de ellos opina, por ejemplo, que Obama debería estar en la cárcel).
Frank sigue leyendo en la radio para los ciegos (ahora está con Naipaul) y se acerca al aeropuerto para recibir a los combatientes que regresan de Irak y Afganistán, porque en el Siguiente Nivel tiene que estar alerta hacia las “cosas positivas que pueda hacer en la recta final de mis días”.

El cuarto relato (o más bien parte, porque en realidad esto no es un libro de relatos sino una novela articulada en cuatro capítulos) se titula Muertes de otros y en él Frank va a visitar a Eddie, un antiguo amigo del Club de Divorciados de Haddam, que le fue presentado al lector en El periodista deportivo. Esto ocurre el día antes de Navidad, y por lo tanto comprobamos que las partes de esta novela se ordenan de forma cronológica y se aglutinan en dos semanas de diciembre de 2012. Eddie yace en su cama esperando la muerte, bajo la asistencia de una enfermera, aquejado de un cáncer terminal. A pesar de su débil estado, aún tendrá capacidad para hacerle la que podría ser una  perturbadora revelación (si Frank estuviese en otro momento de su vida) sobre su exesposa Ann.

Decía al comenzar la reseña que Francamente, Frank tiene un aire más ligero que los tres libros anteriores de la saga. Quizás Ford podría, como en ocasiones anteriores, haber desarrollado la trama en tres días y contar mientras tanto los hechos más importantes de su pasado inmediato, pero ha decidido no hacerlo así, tal vez por falta de fuerzas o de aliento; o no, lo ha hecho así porque le pareció bien hacerlo, y esto debería ser suficiente para nosotros. Es curioso observar que en Francamente, Frank Ford usa técnicas más propias de sus libros de relatos largos o novelas cortas como son De mujeres con hombres o Pecados sin cuento. Lo que relata aquí es más esencial y deja sutiles huecos en la narración para que se acople en ellos la esencia epifánica de una revelación. Francamente, Frank es un gran broche para la tetralogía de Frank Bascombe.

Creo que después de 1.919 páginas y 52 días seguidos de lectura, me va a costar dejar atrás esta voz narrativa tan sugerente y profunda. Una delicia de libros.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Antología de Gerardo Diego: Alonso Quesada (13)

El décimo tercer poeta que antologa Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es Alonso Quesada (Las Palmas de Gran Canaria, 1886 – 1925).

Quesada es otro de los poetas de esta antología que ya está muerto cuando lo elige Diego para su libro. Huérfano de padre tuvo que trabajar desde muy joven en una oficina colonial inglesa. Uno de sus libros más famosos es El lino de los sueños (1915), que contiene los poemas titulados Los ingleses de la colonia.




Este es uno de esos poemas que habla de la presencia de los ingleses en Canarias:

UNA INGLESA HA MUERTO

Hoy ha muerto una inglesa. La han llevado
al cementerio protestante, envuelta
la caja blanca en flores y en coronas,
y el pabellón royal, como un trofeo,
lucía entre las rosas sus colores...

Un pastor anglicano le ha leído
toda una historia, al destapar la caja...
La colonia británica, elegante,
discreta y grave, no torcía el ceño...

Solamente el acto fue pasando
sin dolor y sin pena bajo un cielo
español. Más correctos y pulidos
estos amables hombres desfilaron
ante la muerta... ¡y deshojaron rosas
sobre la figulina adormecida!...

Uniforme la marcha, la tristeza,
el tono de la voz y el movimiento
del brazo... una lección bien aprendida:
¡la exquisita mesura de sus modos!...

Y la muerta, a la tierra fue tornada...
Sola, al país del sol, llegará un día
y ni amantes ni hermanos, los azules
ojos cerraron... ¡Los azules ojos!...


¡Todo lo azul de esta Britania grave!

domingo, 14 de febrero de 2016

Acción de Gracias, por Richard Ford

Editorial Anagrama. 731 páginas. 1ª edición de 2006, ésta es de 2008.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez

En 2014 comenté aquí mi relectura de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y hablé de aquella conversación en un bar de Malasaña, tras la presentación del libro de un amigo, con uno de los editores de una mítica editorial mediana, hoy casi desaparecida. Hablábamos de esos libros que te entusiasmaron en la primera juventud y que si te acercas a ellos de mayor se te caen de las manos. Al editor le había ocurrido esto con Cien años de soledad, algo que, algún año después, no me pasó a mí cuando lo releí. Y, por contraste con García Márquez, ensalzaba al Richard Ford (1944, Jackson, Mississippi) de Acción de Gracias, un libro que le parecía muy superior a Cien años de soledad. Me dio rabia en aquel momento que yo de las de novelas de Bascombe hubiese leído El periodista deportivo y El Día de la Independencia, pero no el cierre de la trilogía: Acción de Gracias. Creo que en aquella tarde de finales de 2012 se fraguó el deseo de leer los tres libros de Frank Bascombe seguidos, un deseo que se avivó cuando apareció Francamente, Frank.

En Acción de Gracias estamos en noviembre del año 2000 y Frank Bascombe ha cumplido ya cincuenta y cinco años. Ha dejado su casa de Haddam (en el interior de Nueva Jersey) y se ha trasladado a vivir a Sea-Clift -un pueblo de nombre inventado, ubicado en la costa de Nueva Jersey- ocho años antes. Sigue dedicándose al negocio inmobiliario. Dejó la inmobiliaria para la que trabajaba en Haddam y ha creado una nueva en Sea-Clift. Además, desde hace un año y medio, le ayuda con el negocio Mike Mahoney, un inmigrante de origen tibetano (a pesar del nombre que ha decidido tomar, de origen irlandés).
Como ocurre en los otros dos libros de esta trilogía, la acción principal transcurre en tres días, en el día de Acción de Gracias del año 2000, aludido en el título y en los previos. Pero existe aquí una variante: a la minuciosa descripción de la vida de Bascombe en tres días le antecede un preludio de ocho página, cuya acción estaría situada en el tiempo unas semanas antes de los tres días del cuerpo principal del libro; y además existe un capítulo final de veinticinco páginas, que se adentra unas semanas en el futuro de los tres días narrados.

Han ocurrido dos acontecimientos importantes en la vida de Bascombe durante el último año: Sally (su segunda mujer, que le fue presentada al lector en El Día de la Independencia) le ha abandonado en junio. Por El Día de la Independencia el lector conocía la existencia de Wally, el primer marido de Sally, que había sido dado por desaparecido después de que regresara traumatizado de la guerra de Vietnam y decidiera abandonar su hogar sin dar señales de vida. Wally, después de tantos años, reaparece en la vida de Sally (casada ahora con Frank) y el impacto que sufre es tan fuerte que decide dejar a Frank por Wally porque quiere volver a conocerle.
Dos meses después del abandono, en agosto, Bascombe ha recibido la noticia de que tiene un cáncer de próstata. Como tratamiento, los médicos le han introducido en ella un cargamento de semillas radioactivas. Una de las molestas consecuencias de todo esto es que necesita orinar cada hora. Debido a que por motivos laborales tiene que viajar mucho en coche por las carreteras de Nueva Jersey, se ha vuelto frecuente para él el hecho de tener que parar en cualquier cuneta o callejón para poder aliviarse. Lógicamente todo esto es leído por el lector como un símbolo de la decadencia física de Bascombe. También existe en el texto otro símbolo que nos indica que Bascombe se está haciendo mayor: en esta novela, hacen su irrupción, por primera vez en la trilogía, internet y los teléfonos móviles. Bascombe –en contra de la opinión de Mike- se resiste a que su empresa inmobiliaria tenga web y ha decidido prescindir del móvil.

Me he percatado, al leer este tercer libro, que las fiestas que se celebran en ellos: la Pascua en El periodista deportivo, el 4 de julio (día de la independencia norteamericana) en El Día de la Independencia, y Acción de Gracias aquí, están unidas de forma simbólica a periodos de la vida de Frank Bascombre: la Pascua se celebra a finales de marzo o principios de abril y en ese primer libro él tiene treinta y ocho años para cumplir treinta y nueve, y por tanto se encuentra al final de la primavera de su vida. En el segundo volumen, nos encontramos en el cálido verano y Frank tiene cuarenta y cuatro años, atravesando su madurez. Acción de Gracias sitúa su acción a finales de noviembre y esta novela está plagada de avisos de muerte, aunque Frank no es aún demasiado mayor, puesto que tiene cincuenta y cinco años.
Sally, que se ha ido a vivir a Gran Bretaña, con su marido resucitado de entre los muertos, no sabe que Frank tiene cáncer.

En los tres días en los que transcurre el tiempo de la novela veremos, como suele ser habitual, a Frank circular por las carreteras de Nueva Jersey, trasladándose de Haddam a Sea-Clift, y relacionándose con Ann, su exmujer, que recientemente ha enviudado de su segundo marido, y parece considerar que puede que no sea una mala idea volver con Frank; o con sus hijos: Paul, que tiene ahora veintisiete años, y vive en Kansas City, trabajando en una empresa que hace tarjetas de felicitaciones, y Clarissa, que tiene veinticinco y se debate entre ser lesbiana o volver a ser heterosexual.
Me ha resultado curioso ver cómo, junto a personajes nuevos –el estupendamente construido Mike Mahoney-, aparecen aquí personajes del pasado de Frank, como por ejemplo Wade Arsenault, el padre de la bella Vicki, con la que viajó a Detroit en El periodista deportivo y con la que estaba dispuesto a casarse, y todo acabó con un puñetazo de ella que le tiró al suelo. Frank, que tiene pocos amigos en su actual Periodo Permanente (“El Periodo Permanente tiene el cometido específico de eliminar preocupaciones sobre la propia existencia y el modo en que se traslada todo a la conciencia.”, pág, 115), volvió a coincidir con Wade, ahora un anciano que vive en una residencia y queda con él para acudir a contemplar demoliciones de edificios. El segundo día de la narración acudirán a una, un símbolo más de todo lo que desaparece, de todo lo decadente.

Como telón de fondo el tema de la política gravita sobre todo el libro: al fin y al cabo la historia está ambientada en el largo proceso electoral entre Gore y Bush, que tras los episodios políticos de Florida, va a dar como ganador a Bush, el candidato que no le gusta a Bascombe.

Me llamó la atención el salto que se da desde El periodista deportivo a El Día de la Independencia en cuestiones políticas: en El periodista deportivo, Frank, todavía inmerso en la nebulosa de dolor que le ha dejado la muerte de su hijo primogénito, no parece preocuparse por la política. En la página 226 de este primer libro una vecina le pregunta: “¿Qué le parece lo que está haciendo nuestro gobierno con esa pobre gente de Centroamérica?” y Frank contesta: “No sigo muy de cerca ese tema.”, y esto parece ser todo. En El Día de la Independencia Frank se declara abiertamente demócrata y lanza sus diatribas contra Bush. Recuerdo que esto me llamó la atención cuando leí el libro por primera vez en 2001: un gran escritor como Ford hacía que uno de sus personajes más emblemáticos se definiera políticamente de forma muy claro, y no supe si eso era una buena idea narrativa, si, tal vez, esta decisión podría quitarle lectores a Ford. Luego me he dado cuenta de que la aspiración artística de Richard Ford es reflejar al ciudadano medio norteamericano de su generación y necesitaba darle una identidad política para hacerlo, para marcar la idiosincracia de los barrios residenciales: “¿Qué dirán los científicos, dentro de unas décadas, sobre nosotros, los que vivimos aquí, en estos barrios residenciales, cada uno en su propia y particular parcela?” (pág. 72)
En Acción de Gracias, las diatribas contra los republicanos no son pocas; esto, por ejemplo, se puede leer en la página 83: “Nos acercábamos a la mitad de la ridícula presidencia de Bush”, o sobre su padre: “Durante el verano de 1991 –cuando el chalado de Bush padre, el viejo, aún seguía ahuecando sus propias alas de pato” (pág. 134). Así se define a sí mismo Frank Bascombe en la página 267: “Soy: un izquierdista, defensor de los negros, partidario de que el gasto público se pague con impuestos, de que haya seguridad social para todos, del derecho al aborto, de los derechos de los homosexuales, de los derechos del consumidor, de la conservación de la naturaleza.”

La tensión política en la norteamericana de finales del 2000 es fuerte y Frank acabará metiéndose en una estúpida pelea de borrachos en un bar de Haddam por estos temas.
Hay aquí una escena que me gusta mucho: a Frank un niño le ha roto con un ladrillo un cristal del coche, encuentra ya de noche un talle abierto para que se lo reparen y mientras lo hacen va a tomar copas a un antiguo local en que el que se juntaba con sus amigos del Club de Divorciados (sobre lo que leímos en El periodista deportivo), mira por la ventana y describe la actividad del taller y del aparcamiento. “Edward Hopper en Nueva Jersey”, dice, y sí, en estas páginas de Ford hay muchos de viñetas de cuadros de Hopper.

Acción de Gracias empieza reflexionado sobre las implicaciones de un disparo y casi termina con otro disparo. La violencia norteamericana sigue aquí presente. Pero diría que al introducir en los pensamientos de Bascombe las reflexiones sobre el fin de la existencia, el discurso de Acción de Gracias se eleva frente al de El Día de la Independencia, y puede que sí, que Acción de Gracias –como suele apuntarse- sea el mejor libro de la trilogía.


¿La lectura de un libro como Acción de Gracias anula, en otro orden de cosas, el poder disfrutar en la vida adulta de la lectura de libros como Cien años de soledad? No, o no al menos para mí. Los dos, con estilos e intenciones muy diferentes, me parecen grandes libros.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Antología de Gerardo Diego: José Moreno Villa (12)

Tenía un poco abandonada esta sección del blog. Vuelvo hoy

El décimo segundo poeta que antologa Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es José Moreno Villa (Málaga, 1887 – México, 1955).
Moreno Villa se fue a los dieciocho años a estudiar química a Alemania. Acabó muriendo en el exilio de México, por haber abrazado durante la Guerra Civil la causa de la República. En México desarrollo gran parte de su obra, pero en 1934, cuando lo antóloga Diego, eso era aún el futuro. 



En la antología aparecen poemas como éstos:

LA VERDAD

Un renglón hay en el cielo para mí.
Lo veo, lo estoy mirando;
no lo puedo traducir,
es cifrado.
Lo entiendo con todo el cuerpo;
no sé hablarlo.



INFINITO Y MOTOR

Diminutas bandas peregrinas del aire
llevan de un hilo
tensa mi atención.
Con su disciplina, su frío y su mecha
¡qué lejos de mi encuentro,
de repente, a mi yo!
¡Nadie dispare sobre esta vida del cielo!
—En pluma y pico,
afán campeador—.
Nadie ponga cepos ni redes
a quienes vuelan volando su corazón.

Hay un ay en la copa del árbol
cuando pasa la banda
rozando su flor.
Hay un ay en el hacho del monte;
hay un ay en la nube sonámbula.
Hay un ay en la corte de Dios.
Sumergido en silencio verde

y en el silencio del campo del sol,
los giros errabundos se trazan
en armonía con mi yo.


Voy dibujando, creo dibujar,
según mi deseo interior,
la elipse, la parábola, el círculo,
y la muda espiral de amor.
Voy con un cántico insonoro
adornando mi aviación:
este vuelo que no sé si es mío,
de los pájaros o del creador.
Se acaban los tamaños del mundo,
y el tiempo pierde su reloj.
Las estrellas se caen al fondo,
no hay más que infinito y motor.

domingo, 7 de febrero de 2016

El Día de la Independencia, por Richard Ford

Ésta es la portada de Anagrama, que me
gusta más que la de Círculo de Lectores
Editorial Círculo de lectores. 564 páginas. 1ª edición de 1995, ésta es de 1997.
Traducción de Mariano Antolín Rato

Leí por primera vez El Día de la Independencia en octubre de 2001. Lo acabo de comprobar en el archivador en el que anoto las fechas de mis lecturas. Lo leí cinco meses después de El periodista deportivo. Aquel octubre aún trabajaba en una auditora norteamericana (aquella experiencia tan cercana al infierno laboral), estaba tocando fondo y un fin de semana lo tenía libre y me monté en el tren el viernes por la tarde y me fui yo solo a la casa que mis padres tienen en la sierra de Madrid, en Collado Mediano, y me estuve hasta el domingo casi sin salir de casa leyendo este libro (o si salía era para leer en el banco del parque), desconectado de todo, volviéndome a reencontrar conmigo mismo, es decir con mi yo lector. Frente al infierno de las sectas laborales yo era aquel que sostenía un libro, como una declaración de principios o como un arma. Fue un fin de semana muy terapéutico.

Cuando hace unas semanas fui a la biblioteca de Móstoles para sacar la trilogía de Frank Bascombe escrita por Richard Ford (Jackson, Mississipi, 1944) me ilusionaba la idea de volver a leer los mismos volúmenes que leí hace años, aunque hacía tiempo que no los veía en los anaqueles. Como suponía había que buscar en el depósito (Acción de Gracias sí que está en las estanterías). El bibliotecario subió del depósito con el mismo ejemplar de El periodista deportivo que leí hace casi quince años, pero no traía El Día de la Independencia editado por Anagrama, sino en una edición de Círculo de Lectores, que creo que he estrenado yo y que fue una donación, me dijo el bibliotecario; un libro que posiblemente sustituyó a El día de la Independencia de Anagrama de la biblioteca porque se había deteriorado.

Diría que las dos ediciones, la de Anagrama y la de Círculo de Lectores, tienen el mismo paginado.


La acción de El periodista deportivo se desarrollaba en abril de 1983 y Frank Bascombe tenía entonces treinta y ocho años para hacer treinta y nueve. En El Día de la Independencia estamos en julio de 1988 y Bascombe tiene cuarenta y cuatro años.

Frank sigue viviendo en Haddam (Nueva Jersey) pero ya no es periodista deportivo, ahora es vendedor de casas (“Estaba decidido a explorar las cosas menos predecibles para un hombre con mi formación”, nos dice en la página 128). Su exmujer, a la que se refería como X en el libro anterior, ahora sabemos que se llama Anna y se ha vuelto a casar con Charley, un arquitecto, un hombre de éxito mayor que ella. Además Anna y los dos hijos con vida de Frank (Paul y Clarissa) ya no viven en Haddam sino en una población llamada Deep River (Connecticut) a varias horas en coche de Haddam. Frank vendió su casa y se trasladó a vivir a la que vivía su exmujer en Haddam. A pesar del divorcio siente que algo se rompió dentro de él cuando su exmujer volvió a casarse. Frank mantiene una relación con la bella Sally, una mujer de su edad, que le acusa de ser demasiado escurridizo, de no querer comprometerse.

La estructura de la novela es similar a la de El periodista deportivo: toda la acción se acumula en tres o cuatro días. Pero son unos pocos días engañosos, porque debido al uso del recurso de la analepsis conoceremos muchos más sucesos del pasado de Frank y de su familia. En esta ocasión, Frank ha planificado un viaje a Deep River para recoger a su hijo Paul, que ya tiene quince años, e ir de viaje con él para visitar algunos Salones de la Fama deportivos (que, por lo narrado, actuarán en la novela como muestras de la incapacidad de adaptarse a la vida sana norteamericana de Frank y su hijo, ya que ambos fracasan en sus intentos de comportarse como hombres deportivos). En concreto visitarán un Salón de la Fama dedicado al baloncesto y tratarán de visitar otro dedicado al beisbol. Paul se está convirtiendo en un adolescente problemático. Hace no mucho ha sido detenido por robar condones en una tienda y agredir a la dependiente cuando trató de frenarle. Algo que le va a hacer comparecer ante un juez de menores. Además se expresa mediante ladridos y relinchos y todos estos comportamientos preocupan a Frank, que teme por el futuro de su hijo. Tiene esperanzas de que de este viaje, que se producirá en los días previos a la celebración del Día de la Independencia le sirva para unirse más a Paul y ser un apoyo para él.

El primer día del presente narrativo del libro Frank ha quedado con los Markham, una pareja de más de cincuenta años de Vermont, que desea comprar una casa en Haddam o alrededores, para empezar de nuevo después de sus matrimonios fracasados. Frank ha enseñado ya docenas de viviendas a los Markham, que nunca están conformes con las casas que les enseña, las que se ajuntas a sus posibilidades económicas, pero ellos están convencidos de que se merecen más, mientras que parecen tener miedo a que la casa que compren sea la casa en la que van a morir. Las reflexiones sobre la compra de casas y la psicología de los Markham me han gustado mucho, reflejaban muy bien la mentalidad del ciudadano medio norteamericano y su deseo de prosperar por encima de todo, por encima incluso de la sensatez.

Frank considera que ha entrada en el periodo de su vida que denomina Periodo de Existencia: “El acto de subirme a la cuerda floja de la normalidad, la parte que viene después de la tremenda lucha que lleva al gran derrumbamiento, la época de la vida en la que todo lo que nos va a afectar «más adelante» de hecho ya nos afecta, un periodo en el que seguimos más o menos solos y contentos, aunque preferiríamos no hablar de él ni siquiera recordarlo más adelante si tenemos que contar la historia de nuestra vida, pues, sencillamente, el enfrentarnos a nuestros momentos de verdad implica pequeñas tensiones y ajustes poco importantes.” (pág. 123-124)

Ya comenté al hablar de El periodista deportivo que aquí –en El Día de la Independencia- que Frank consideraba que los días que narraba allí pertenecían a un periodo de obnubilación psíquica. De hecho, en esta nueva novela Frank parece más centrado y no existe una contradicción tan flagrante, como en la anterior novela, entre la sutileza de sus pensamientos y lo irreflexivo de sus acciones (aunque algunas de sus acciones siguen estando por debajo del nivel de sus reflexiones).

Me ha llamado la atención en esta lectura un recurso narrativo que es posible que también usara en El periodista deportivo, pero cuyo uso me ha saltado aquí de forma más clara: para hablarnos de los sentimientos de Frank ante lo que está viviendo, Ford nos describe lo que está viendo en ese momento y esto actúa como una trasposición de sus sentimientos. Durante la novela se describían varias conversaciones telefónicas, que tenían lugar en teléfonos públicos y entre las palabras de Frank y su interlocutor, para glosar la realidad, se describía lo que ocurría en el local desde el que Frank estaba llamando.

En esta novela, a diferencia de lo que ocurría en El periodista deportivo, la voz narrativa de Frank no parece dirigirse a nadie, no parece tener ningún interlocutor, como ocurría en la otra novela. Aunque no es así en todos los casos, porque he encontrado esta anotación que hice sobre cómo empieza la página 119: “Podría tener algún interés contar cómo llegué a ser especialista en residencias.” Otra vez: ¿a quién le cuenta Frank su vida?

De nuevo, el tema de fondo del que nos quiere hablar Richard Ford es el de cómo transcurre la vida en las zonas residenciales de Norteamérica. Así El Día de la Independencia comienza con una apacible descripción de los días de verano en Haddam y en la segunda página se nos dice: “Sin embargo, aquí no todo es exactamente trigo limpio, a pesar de tan halagüeñas apariencias. (¿Cuándo es algo exactamente trigo limpio?)
Yo mismo, Frank Bascombe, fui agredido en Coolidge Street, a una manzana de casa, a finales de abril, cuando volvía caminando después de terminar mi jornada en nuestra agencia inmobiliaria, a la caída de la tarde, con una sensación del deber cumplido aligerando mis pasos; confiaba en llegar a tiempo para las noticias de la tarde y llevaba bajo el brazo una botella de Roederer –regalo de un cliente agradecido a quien le había vendido la casa-. Tres jóvenes, uno de los cuales me pareció conocido –un asiático-, aunque no pude identificarlo posteriormente, pasaron zigzagueando como flechas por la acera en sus minimotos, me pegaron en la cabeza con una botella de Pepsi y se alejaron dando fuertes gritos.”

Además una joven negra que trabajaba en la agencia de Frank, y con la que éste tuvo una breve relación, fue asesinada cuando acudía a mostrar una casa. Y en el transcurso de la narración, el propio Frank será testigo de un asesinato en el motel en el que se aloja para ir a Deep River y recoger a su hijo.


Hace quince años leí estos dos libros con una diferencia de cinco meses, ahora los he leído seguidos, y aunque sé que muchos de los lectores de Ford opinan que el nivel de la serie de Bascombe va subiendo con cada nueva entrega, creo que he disfrutado más con la lectura de El periodista deportivo que con El Día de la Independencia. De este último me gusta mucho la primera mitad, la venta de la casa y el encuentro con Sally, pero me parece que baja un poco su intensidad cuando se habla de la relación con Paul, el hijo. Pero sin duda, el nivel es muy alto y bastante parejo, en realidad. Ya estoy leyendo Acción de Gracias, toda una aventura literaria.