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Edición de El Aleph y no de Círculo de Lectores |
Editorial
Círculo
de Lectores. 539 páginas. 1ª ediciones de 1947, 1963 y 1986; ésta es de 2004.
Traducción de Pilar Gómez Bedate
Prólogo de Antonio Muñoz Molina
A finales del curso pasado me
propusieron dar en el colegio donde trabajo una charla sobre literatura, la
idea era hacerlo sobre los libros que yo mismo escribo, pero me pareció un tema
con el que no acababa de sentirme cómodo y propuse darla sobre Primo Levi (Turín, 1919 – 1987).
Durante una temporada importante de tiempo estuve bastante interesado por el
tema de los campos de concentración y el nazismo, y leí bastante bibliografía
sobre el tema. Y siempre, por más libros que leía, me pareció que el testimonio
más relevante de todos era al que había llegado primero, el de Primo Levi, cuyo
libro Si esto es un hombre lo leí con unos veinticinco años. Lo
compré en la FNAC de Callao, y ya no recuerdo de dónde había sacado la
referencia. Los otros libros que componen su llamada Trilogía de Auschwitz los
leí de la biblioteca de Móstoles, y entre un libro y el siguiente pasaron años.
Luego también leí algunos de sus libros de relatos, como Lilít y otros relatos o El
sistema periódico, que completaban los tres anteriores con información
y detalles que habían quedado fuera de ellos.
Durante muchos años, mis padres
fueron suscriptores del Círculo de Lectores. En algún momento, a comienzos del
nuevo milenio iniciaron una colección de la memoria que me interesaba: libros
sobre la vida de los judíos durante la ocupación alemana, sobre los campos de
concentración nazis o soviéticos; siempre relatos testimoniales; la colección
estaba a cargo de Antonio Muñoz Molina,
gran conocedor del tema. La colección se quedó a media porque Muñoz Molina se
fue a vivir a Nueva York, y dejó de hacer los prólogos. Llegué a comprar seis u
ocho libros de esta colección, y creo que aún tengo dos sin leer. Así que
compré en el Círculo de Lectores, en un volumen, la Trilogía de Auschwitz,
que ya había leído; y en vez de releerla de forma inmediata, se la dejé a
algunos amigos. Es ahora, en este verano de 2015, cuando yo he tomado el libro
para leerlo. Creo que es una buena experiencia leer los tres libros seguidos,
su sentido de la unidad es muy fuerte.
Si esto es un hombre está escrito en
unos cuantos meses, poco después de que Levi consiguiese regresar a su casa de
Turín y reincorporarse a su vida de civil. Por las noches se quedaba en la
fábrica en la que había empezado a trabajar como químico y redactaba por
escrito los recuerdos de lo que le había acontecido en Auschwitz. Desde su
regreso no podía dejar de contar a cualquier persona su experiencia traumática.
Recuerdo que una de las cosas que más me impresionó de mi primera lectura de
este libro fue que Levi, al igual que otros presos del campo, soñaba, además de
con comida (algo normal para personas infraalimentadas), con que regresaba a su
casa, conversaba con sus familiares y amigos, les contaba lo que le había
ocurrido y nadie le creía o le escuchaba. “Aquí está mi hermana, y algún amigo
mío indeterminado, y mucha más gente. Todos están escuchándome y yo les estoy
contando precisamente esto: el silbido de las tres de la madrugada, la cama
dura, mi vecino, a quien querría empujar, pero a quien tengo miedo de despertar
porque es más fuerte que yo. Les hablo también prolijamente de nuestra hambre,
y de la revisión de los piojos, y del Kapo
que me ha dado un golpe en la nariz y luego me ha mandado a lavarme porque
sangraba. Es un placer intenso, físico, inexpresable, el de estar en mi casa,
entre personas amigas, tener tantas cosas que contar: pero no puedo dejar de
darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien, se muestran
completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como
si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir
palabra.
Entonces nace en mí un dolor desolado, como ciertos
dolores que apenas se recuerdan de los primeros años de la infancia: es el dolor
en su estado puro, sin templar por el sentimiento de la realidad ni por la
intrusión de circunstancias extrañas, semejantes, a aquellos por los que los
niños lloran; y es mejor que vuelva a salir a la superficie, pero esta vez abro
los ojos deliberadamente, para tener frente a mí la garantía de estar
efectivamente despierto.
Tengo el sueño delante, caliente todavía, y yo, aunque
despierto, estoy todavía lleno de su angustia: y entonces me doy cuenta de que
no es un sueño cualquiera, sino de que desde que estoy aquí lo he soñado no una
vez, sino muchas, con pocas variantes de ambiente y de detalle. Ahora estoy
enteramente lúcido, y me acuerdo de que ya se lo he contado a Alberto y de que
él me ha confiado, para mi asombro, que también lo sueña él, y que es el sueño
de otros muchos, tal vez de todos. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué el dolor de
cada día se traduce en nuestros sueños tan constantemente en la escena repetida
de la narración que se hace y nadie escucha?” (pág. 70-71)
Primo Levi pertenece a una familia de Turín de origen judío
sefardí, pero no eran judíos practicantes. En realidad, Levi llega a
interesarse por su identidad judía después de que las leyes raciales se
aprobaran en Italia en 1938. En 1941 se licenció en Química por la universidad
de Turín, summa
cum laude. En
septiembre de 1943 se une a un grupo de partisanos. La Milicia fascista le
captura el 13 de diciembre de ese año y al declararse como «ciudadano italiano
de origen judío» elude ser fusilado, pero es entregado al ejército de ocupación
alemán.
El 22 de
febrero de 1944 es enviado en un tren a Auschwitz, entonces el nombre de un
lugar desconocido. De los 650 judíos de este tren sobrevivieron 20.
“Entre las
45 personas de mi vagón tan sólo 4 han vuelto a ver su hogar; y fue con mucho
el vagón más afortunado.” (pág. 30)
Levi llega al campo de la Buna-Monowitz, un campo
relativamente pequeño, perteneciente al complejo de Auschwitz. El choque de la
realidad del campo con su experiencia vital es enorme: desnudo, con la cabeza
rapada, tras evitar la selección que le hubiera condenado de forma directa a la
cámara de gas, ingresa en el campo. Allí no va a encontrarse con la solidaridad
de los compañeros, sino con las burlas por ser nuevo, por tanto vulnerable y
con pocas posibilidades de aguantar muchos meses. Esta sensación de extrañeza
está magistralmente explicada en Los
hundidos y los salvados, el tercer libro de la trilogía, más ensayístico:
“Se ingresaba creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los compañeros en
desventura, pero éstos, a quienes se consideraban aliados, salvo en casos
excepcionales, no eran solidarios: se encontraba uno con incontables mónadas
selladas, y entre ellas una lucha desesperada, oculta y continua. Esta
revelación brusca, manifiesta desde las primeras horas de prisión –muchas veces
de forma inmediata por la agresión concéntrica de quienes se esperaba que
fuesen los aliados futuros-, era tan dura que podía derribar de un solo golpe
la capacidad de resistencia. (…) Rara vez ocurría que su llegada fuese saludada
no digo ya como la de un amigo sino por lo menos como la de un compañero en
desgracia; en la mayor parte de los casos, los antiguos (y uno se hacía antiguo
en tres o cuatro meses, el paso a esa categoría era rápido) manifestaba
fastidio o abierta hostilidad. El «nuevo» (…) era envidiado porque parecía
tener todavía el olor de su casa. Era una envidia absurda porque, en realidad,
se sufría mucho más durante los primeros días de prisión que después, cuando ya
la costumbre por una parte y la experiencia por otra permitían armarse algún
reparo. Era ridiculizado y expuesto a bromas crueles, como sucede en todas
partes con los «reclutas» y con las ceremonias de iniciación en los pueblos
primitivos. Y no hay duda de que la vida en el Lager comportaba una regresión,
reconducía a comportamientos, precisamente, primitivos.” (pág. 412-413)
La narración de Si
esto es un hombre avanza de forma lineal, pero a veces se hacen apartes en
el texto cuando Levi quiere explicar cómo funcionaba una realidad concreta del
campo o de las relaciones que se establecían allí. Así, por ejemplo, la parte
en la que describe la llamada Bolsa, donde los prisioneros intercambiaban
mercancías, es especialmente llamativa.
Primo Levi consiguió sobrevivir al campo por una serie de
casualidad, que el achaca a la suerte, y que se materializan en aspectos como
los siguientes: es de tamaño pequeño, lo que puede ser un inconveniente frente
a los abusones, pero su cuerpo necesita menos calorías para resistir; es joven
y despierto, por ejemplo, comprende rápidamente que para sobrevivir necesita
aprender alemán, y con raciones de pan (la moneda de suo común en el campo)
pagará a un compatriota que conoce el idioma para que le dé clases; es químico,
y la Buna es un campo en el que se pretende fabricar caucho sintético, después
de superar un examen pasará al laboratorio, y trabajar bajo techado es
fundamental en Auschwitz; además entra en contacto con Lorenzo, un italiano
libre, que trabaja en el campo de albañil, que le suministrará rancho extra
–jugándose la vida para ello, como sabremos más tarde, por las páginas de Lilít y otros relatos-, así acaba el
capítulo en el que habla de Lorenzo: “Ahora
bien, entre Lorenzo y yo no sucede nunca nada de esto. Por el sentido que pueda
tener tratar de explicar las causas por las que mi vida, entre millares de
otras equivalentes, ha podido resistir la prueba, diré que creo que es a
Lorenzo a quien debo el estar hoy vivo; y no tanto por su ayuda material como
por haberme recordado constantemente con su presencia, con su manera tan llana
y fácil de ser bueno, que todavía había un mundo justo fuera del nuestro, algo
y alguien todavía puro y entero, no corrompido ni salvaje, ajeno al odio y al
miedo; algo difícilmente definible, una remota posibilidad de bondad, debido a
la cual merecía la pena salvarse.
Los personajes de estas páginas no son
hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la
ofensa súbita o infligida a los demás. Los SS malvados y estúpidos, los Kapos,
los políticos, los criminales, los prominentes grandes y pequeños, hasta los Häftlinge
indiferenciados y esclavos, todos los escalones de la demente jerarquía
querida por los alemanes, están paradójicamente emparentados por una unitaria
desolación interna.
Pero Lorenzo era un hombre; su
humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de
negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre.”
(pág. 128)
Esta página en la que Levi habla de Lorenzo es muy
significativa y contesta a la pregunta implícita en el título del libro, Decidme si esto es un hombre. Levi, a
pesar de todas las afrentas, siempre identifica la idea de hombre con la de la
razón y la bondad, nunca sucumbe al odio, y esto hace que sus palabras se
conviertan en más esenciales y definitivas.
La tregua comienza donde termina Si esto es un hombre: Primo Levi se
encuentra en enero de 1945 en la enfermería del Lager de Buna-Monowitz. Los
nazis han abandonado el campo, debido a la inminente llegada de los rusos.
Semanas antes Levi había contraído la escarlatina, lo que paradójicamente le
salvará la vida una vez más (cuando uno lee los testimonios de los
supervivientes de Auschwitz siempre tiene la impresión de estar leyendo la
historia de superhéroes, de gente a la que las balas pasan silbando a su
alrededor, pero que nunca les alcanzan. Por simple lógica sólo podemos leer los
testimonios de los supervivientes, aquellos que por un cúmulo de casualidades
consiguieron vivir para contarlo). Cuando los nazis inician la evacuación del
campo, los presos sanos se van con ellos, con la idea de trasladarlos a otro
campo y de borrar la presencia de testigos. Casi todos los judíos que se fueron
en esta marcha murieron en el camino; entre ellos Alberto, el compañero
inseparable de Levi. Muchos son también los enfermos que se quedan en el campo
y mueren. Levi sobrevive otra vez más y va a caer bajo la tutela de los rusos.
Las primeras páginas de La tregua son tremendas, sobre todo cuando habla de los niños que
aparecen entre los supervivientes; pero en el tercer capítulo la tensión
dramática se relaja y Levi nos contará las peripecias que vive en el Este de
Europa hasta que puede regresar a su casa de Turín, casi un año después de la
liberación de Auschwitz, en un tono más alegre, más novelesco, con más placer
por la pura narración. En algún momento La
tregua llega a convertirse en una novela picaresca, sobre todo cuando
describe a personajes como el Griego o su amigo Cesare, tipos con una capacidad
innata para sacar partido a cualquier situación, vendedores (o charlatanes)
puros. Si en Si esto es un hombre,
además de estremecerse el lector podía sonreírse ante alguna apreciación
irónica sobre el carácter ordenado de los alemanes, en La tregua hay escenas verdaderamente cómicas, con las que me he
vuelto a reír a carcajadas. Una descripción fascinante de una Europa patas
arriba, mientras los ejércitos se desmovilizan. Al acercarse a casa, el último
tren tiene que pasar por Viena: “Volvimos a nuestros vagones con el corazón
agobiado. No habíamos experimentado ningún gozo sino pena, viendo a Viena
deshecha y a los alemanes doblegados; no compasión sino una pena más profunda
que se confundía con nuestra propia miseria, con la sensación pesada,
inminente, de un mal irreparable y definitivo, omnipresente, anidado como una
gangrena en las vísceras de Europa y del mundo, simiente de futuros males.”
(pág. 380-381).
Y las aventuras del viaje han de chocar con la realidad en
el último capítulo, el titulado El
despertar. “Llegué a Turín el 19 de octubre, después de treinta y cinco
días de viaje: la casa estaba en pie, toda mi familia viva, nadie me esperaba.
Estaba hinchado, barbudo y lacerado, y me costó trabajo que me reconociesen.” Y
volverá a soñar que todo es irreal, que sigue en el Lager y nada de lo que está
fuera de él es verdad.
Si esto es un hombre
fue rechazada en 1947 para su publicación en la prestigiosa editorial italiana
Einaudi. Años después se supo que la lectora que rechazó el libro de Primo Levi
fue la escritora Natalia Ginzburg,
judía y antifascista, y cuyo marido fue un deportado a los campos nazis. Esto
nos da una idea de que en la Europa de la postguerra no se quería recordar. El
libro se publicó en una editorial bastante más modesta, con una tirada de 2.500
ejemplares, de los que en 1966 aún quedaban 600 sin vender. Pero Einaudi
rectificó y en 1957 relanzó Si esto es un
hombre, con gran éxito y traducciones a muchos idiomas. Mientras tanto Levi
había seguido trabajando como químico.
En 1963 publicó La
tregua. Después pudo dedicarse a dar charlas sobre su experiencia y publicó
más novelas y libros de cuentos.
Los hundidos y los salvados fue su
último libro, publicado en 1986. Es un ensayo, en él Levi vuelve sobre algunas
cuestiones fundamentales de su experiencia; unas reflexiones que cierran el
círculo de los interrogantes abiertos en los libros anteriores. Una de las
ideas más importantes de las que habla en este libro es de lo que él llama la “zona
gris”, la constatación de que no se puede distinguir de forma clara y precisa
entre los verdugos y víctimas, entre el bien y el mal, que sus fronteras a
veces son difícil de determinar. Siempre he tenido la impresión de que al ver
películas como La lista de Schindler, si el espectador no ha leído antes
libros como los de Primo Levi se va a llevar del drama del Holocausto una
visión parcial. En la película de Spielberg la delimitación entre buenos y
malos parece muy clara. En la realidad no estaba tan claro todo esto, o más
bien el estado totalitario que fue el nazismo acaba corrompiéndolo todo. Ya he
hablado de las impresiones de Levi sobre su llegada al campo, cuando los otros
presos son eran sus aliados naturales. Uno de los detalles que más me ha llamado
la atención de estas páginas es el análisis que hace de los Kapos, los jefes de
barracón, brutales y feroces, normalmente. Estas personas solían ser presos
políticos o criminales, pero también podían ser judíos. Hay una frase en Si esto es un hombre que me deja helado:
“Éste no es un Kapo molesto, porque
no es judío y no tiene miedo a perder el puesto.” Un jefe de barracón no judío
era preferible a uno judío; porque si aquél no era lo suficientemente severo
podía perder su puesto privilegiado (con menos desgaste físico y mejor
alimentación) y volver a ser un preso común, con más posibilidades de morir de
agotamiento y de ser señalado en la elecciones periódicas para la cámara de
gas. Impresionantes también son los comentarios sobre los SonderKommandos (las Escuadras
Especiales): formados por judíos que debían imponer el orden a los recién
llegados para que fuesen a las cámaras de gas, de sacar los cadáveres de allí,
quitarles los dientes de oro; llevar los cuerpos al crematorio; sacar las
cenizas y hacerlas desaparecer. Por este trabajo se les alimentaba mejor y si se
negaban irían directamente a la cámara de gas, y además sabían que estaban
condenados porque estas Escuadras se renovaban cada unos meses. El juego
perverso de los nazis era intenso: forzaban a los judíos a hacer los trabajos
más sucios para envilecerlos, para transmitirles la culpa.
Otra reflexión es también terrible: “sobrevivimos los
peores”. Los mejores, los que cumplían las normas, no robaban o no trataban de
sacar algún partido de cualquier situación morían pronto. Muchos presos que
aguantaron años en el campo, en las condiciones más duras, se suicidaron tras
la liberación. Dice Levi que suicidarse es propio de humanos y no de animales
(condición a la que quedaba reducido el preso común).
En 1982 Primo Levi rechazó de forma pública las matanzas
palestinas de los campos de Sabra y Chatila. Nunca permitió que el sionismo de
Israel se aprovechase en su favor de su palabra. Tal vez esto contribuyó al
aislamiento de sus últimos y años, y no mucho después de escribir la cruda Los hundidos y los salvados, en 1987
muere al caer por la escalera interior de su casa de Turín (un tercer piso). Se
supone que fue un suicidio, aunque no todas las voces concuerdan el esto.
En definitiva esta Trilogía de
Auschwitz contiene algunas de las páginas fundamentales que se han escrito
sobre el siglo XX. En el colegio en el que trabajo, en primero de bachillerato
se hacía en la tutoría una actividad que consistía en contar a los demás quién
era la persona a la que más admiraban. Cantantes, deportistas, algún familiar…
Siempre pensé que si tuviera que hacer yo la actividad y no dirigirla, mi
elección hubiera estado clara: les habría hablado de Primo Levi. Y con esta
frase empecé la charla que di en el colegio sobre Levi. La hice dos veces,
estuve más de dos horas (en las dos ocasiones) hablando de Primo Levi a unos cuantos de mis compañeros
de trabajo. Si conseguí un lector para mi admirado Primo Levi todo habrá
merecido la pena.