Conozco
a Víctor Peña Dacosta de las redes
sociales. Hace unos meses intercambiamos poemarios. Reseñé su libro La huida hacia delante en el siguiente enlace: AQUÍ.
A
Víctor le hice llegar mi poemario doble El bar de Lee. Hace unos días me
comentó que lo había leído, y que el poema que más le había gustado era el
último, uno titulado Fingidor, que resume los temas del
segundo poemario (el titulado El calvo del Sonora). Lo colgó en su
blog de poesía Arrebatos alíricos (ver AQUÍ).
No
estoy seguro de haber dejado o no el poema Fingidor
en el blog, pero me apetece que aparezca hoy aquí, en cualquier caso:
FINGIDOR
FINGIDOR
Ella,
correctora profesional, en un nuevo asalto
a las editoriales -fortalezas inexpugnables,
las llama Fonollosa-, había revisado mis dos libros
de poemas, escritos hacía seis y nueve años,
y en el gran espacio vacío del restaurante
chino de la plaza de los Cubos, desangelado
como una nave espacial que con ahínco transportase
bambú y garzas de plástico a una galaxia
remota, dijo: me he agobiado,
tú no sientes eso que está ahí por mí,
por no hablar de la obsesión con las rubias
y las extranjeras.
El poeta es un fingidor, cité de Pessoa.
Había tratado de dar fuerza, presencia, a días grises,
manipulando los hechos y los sentimientos
-incluso con tintes becquerianos que después
me avergonzarían- y lo rubio fue, en el país
mediterráneo de mi vida, símbolo de lo inalcanzable.
Esto, supongo, será diferente para los publicados,
tendrán lectores que no busquen hurgar en su interior,
a los que -tras leer mi última novela inédita: Entonces,
¿tú te vas de putas?- no haya que explicar que Cervantes
no era quien se adornaba con una bacía de barbero.
¿Y dónde está mi poema?, me espetó ante la mirada
atenta y algo irónica de los desocupados
camareros chinos, tripulantes de una nave espacial
que custodiase negros secretos de la Tierra.
Pero ya me había dejado atrás la órbita de aquellos libros,
y como ahogados que devolvía el mar del tiempo
por entonces arribaban a las orillas de mi mente
las imágenes de un borracho solitario
al que trataba de dignificar sobre el papel,
un maestro que cruzó mi niñez, una mirada
indagadora sobre la vocación o un exorcismo
sobre mi vida universitaria a los veinte años.
No mucho después se acabó la relación,
yo no sentía eso que está ahí. Pero sí había deseado
seguir con ella, morena de película italiana.
Estaba madurando, no había salido corriendo,
como en las otras ocasiones, ante el mínimo
atisbo de un futuro estable.
Ella se había creído
mis poemas, y supongo que esto debería
anotarlo -igual que en la cancha el último triple
que te hace campeón- como el auténtico
triunfo de mi arte. Aquí, aquí está
tu poema.
a las editoriales -fortalezas inexpugnables,
las llama Fonollosa-, había revisado mis dos libros
de poemas, escritos hacía seis y nueve años,
y en el gran espacio vacío del restaurante
chino de la plaza de los Cubos, desangelado
como una nave espacial que con ahínco transportase
bambú y garzas de plástico a una galaxia
remota, dijo: me he agobiado,
tú no sientes eso que está ahí por mí,
por no hablar de la obsesión con las rubias
y las extranjeras.
El poeta es un fingidor, cité de Pessoa.
Había tratado de dar fuerza, presencia, a días grises,
manipulando los hechos y los sentimientos
-incluso con tintes becquerianos que después
me avergonzarían- y lo rubio fue, en el país
mediterráneo de mi vida, símbolo de lo inalcanzable.
Esto, supongo, será diferente para los publicados,
tendrán lectores que no busquen hurgar en su interior,
a los que -tras leer mi última novela inédita: Entonces,
¿tú te vas de putas?- no haya que explicar que Cervantes
no era quien se adornaba con una bacía de barbero.
¿Y dónde está mi poema?, me espetó ante la mirada
atenta y algo irónica de los desocupados
camareros chinos, tripulantes de una nave espacial
que custodiase negros secretos de la Tierra.
Pero ya me había dejado atrás la órbita de aquellos libros,
y como ahogados que devolvía el mar del tiempo
por entonces arribaban a las orillas de mi mente
las imágenes de un borracho solitario
al que trataba de dignificar sobre el papel,
un maestro que cruzó mi niñez, una mirada
indagadora sobre la vocación o un exorcismo
sobre mi vida universitaria a los veinte años.
No mucho después se acabó la relación,
yo no sentía eso que está ahí. Pero sí había deseado
seguir con ella, morena de película italiana.
Estaba madurando, no había salido corriendo,
como en las otras ocasiones, ante el mínimo
atisbo de un futuro estable.
Ella se había creído
mis poemas, y supongo que esto debería
anotarlo -igual que en la cancha el último triple
que te hace campeón- como el auténtico
triunfo de mi arte. Aquí, aquí está
tu poema.