martes, 30 de junio de 2015

Fingidor, un poema de El bar de Lee

Conozco a Víctor Peña Dacosta de las redes sociales. Hace unos meses intercambiamos poemarios. Reseñé su libro La huida hacia delante en el siguiente enlace: AQUÍ.
A Víctor le hice llegar mi poemario doble El bar de Lee. Hace unos días me comentó que lo había leído, y que el poema que más le había gustado era el último, uno titulado Fingidor, que resume los temas del segundo poemario (el titulado El calvo del Sonora). Lo colgó en su blog de poesía Arrebatos alíricos (ver AQUÍ).



No estoy seguro de haber dejado o no el poema Fingidor en el blog, pero me apetece que aparezca hoy aquí, en cualquier caso:

FINGIDOR

Ella, correctora profesional, en un nuevo asalto
a las editoriales -fortalezas inexpugnables,
las llama Fonollosa-, había revisado mis dos libros
de poemas, escritos hacía seis y nueve años,
y en el gran espacio vacío del restaurante
chino de la plaza de los Cubos, desangelado
como una nave espacial que con ahínco transportase
bambú y garzas de plástico a una galaxia
remota, dijo: me he agobiado,
tú no sientes eso que está ahí por mí
,
por no hablar de la obsesión con las rubias
y las extranjeras.
                          El poeta es un fingidor, cité de Pessoa.

Había tratado de dar fuerza, presencia, a días grises,
manipulando los hechos y los sentimientos
-incluso con tintes becquerianos que después
me avergonzarían- y lo rubio fue, en el país
mediterráneo de mi vida, símbolo de lo inalcanzable.

Esto, supongo, será diferente para los publicados,
tendrán lectores que no busquen hurgar en su interior,
a los que -tras leer mi última novela inédita: Entonces,
¿tú te vas de putas?
- no haya que explicar que Cervantes
no era quien se adornaba con una bacía de barbero.

¿Y dónde está mi poema?, me espetó ante la mirada
atenta y algo irónica de los desocupados
camareros chinos, tripulantes de una nave espacial
que custodiase negros secretos de la Tierra.
Pero ya me había dejado atrás la órbita de aquellos libros,
y como ahogados que devolvía el mar del tiempo
por entonces arribaban a las orillas de mi mente
las imágenes de un borracho solitario
al que trataba de dignificar sobre el papel,
un maestro que cruzó mi niñez, una mirada
indagadora sobre la vocación o un exorcismo
sobre mi vida universitaria a los veinte años.

No mucho después se acabó la relación,
yo no sentía eso que está ahí. Pero sí había deseado
seguir con ella, morena de película italiana.
Estaba madurando, no había salido corriendo,
como en las otras ocasiones, ante el mínimo
atisbo de un futuro estable.
                                          Ella se había creído
mis poemas, y supongo que esto debería
anotarlo -igual que en la cancha el último triple
que te hace campeón- como el auténtico
triunfo de mi arte. Aquí, aquí está
tu poema

domingo, 28 de junio de 2015

La rosa ilimitada, por Carlos Maleno

Editorial Sloper. 159 páginas. Primera edición de 2015.

En 2014 apareció la novela Mar de Irlanda, debut del escritor Carlos Maleno (Almería, 2014). La publicaba la editorial mallorquina Sloper, con una bella portada. Recuerdo que oí hablar de la novela; fue reseñada en varios periódicos y Enrique Vila-Matas la recomendó en su web. Creo que la repercusión que tuvo este libro hizo que me fijara más en el trabajo de Sloper; hasta que les acabé enviado una de mis novelas, con el resultado de que en septiembre de 2015 seré compañero de editorial de Carlos Maleno (ya se lo recordaré a ustedes dentro de unos meses, no se preocupen). Mar de Irlanda va a ser traducida al inglés y comercializada en el difícil mercado norteamericano, lo que me parece una gran noticia para Maleno y para Sloper.

En 2015 ha aparecido, también en Sloper, la segunda novela de Carlos Maleno, La rosa ilimitada. Hace unas semanas solicité en la biblioteca de Móstoles las dos novelas de Maleno y las últimas novedades de Sloper. Por ahora han incorporado a sus fondos La rosa ilimitada.

Por alguna entrevista y por comentarios en las redes sociales, sabía que Maleno es un gran admirador de Roberto Bolaño (y también de Michel Houellebecq). Teniendo en cuenta esta coincidencia con mi propio gusto intuía que la escritura de Maleno me iba a interesar.

Basta abrir la primera página de La rosa ilimitada para que el lector conocedor de la obra de Bolaño pueda percatarse de los claros homenajes al maestro que se va a encontrar en este libro: la primera parte se titula Detectives perdidos en la ciudad luminosa, haciendo alusión a Los detectives salvajes. Poco después descubrimos que el personaje se llama Roberto Fate: Roberto por Roberto Bolaño y Fate por el personaje de 2666. Incluso el título del libro –La rosa ilimitada- es el título de unas novelas del personaje de 2666 Benno von Archimboldi.
En algunos momentos de la novela el homenaje es evidente: por ejemplo, en la página 47 Roberto Fate empieza a recordar un fragmento de la novela El tercer Reich de Bolaño, leemos: “Recordó después un fragmento de El tercer Reich, una de las primeras novela de Bolaño en las que ya se podía apreciar lo que después fue su escritura de madurez.”, y el resumen de la escena ocupa una página.
En otras ocasiones el homenaje es algo más sutil y se requiere tener algún conocimiento en la obra de Bolaño: en la página 93 Fate empieza a pensar en una rata, a la que otorga varias profesiones, para al final acabar concluyendo que la rata que imagina es una “rata detective”, una referencia al cuento de Bolaño El policía de las ratas.
En la página 21 Fate y Paula Boccia (otra de las protagonistas) en la 22: piensan de sí mismos “Soy más pobre que una rata”, una frase, que como un mantra, repiten en más de una ocasión los personajes de Bolaño (sin ir más lejos en el emblemático cuento Sensini).

En la página 33 podemos leer: “A partir de aquí esta historia, que aunque no es una historia de violencia, sí tiene violencia, cambia, toma otro camino. Y como escribió Roberto Bolaño en aquel cuento suyo, Días de 1978, Aquí debería terminar este relato, pero la vida es un poco más dura que la literatura.” Una frase que yo recordaba de mi lectura de Bolaño, y que siempre me gustó mucho a pesar de la contundente rima interna.

El homenaje que Carlos Maleno hace a Bolaño en esta novela es abierto como vemos. Pero como detectives literarios podemos seguir rastreando la influencia del maestro: en el estilo de Maleno también encontramos a Bolaño. Maleno como Bolaño escribe usando un lenguaje poético. Consigue crear esto mediante el juego textual de las repeticiones de palabras. En la página 12 leemos: “Se vio a sí mismo balanceándose sobre un abismo, como en los últimos meses repetidamente imaginaba. Balanceándose como un funambulista sobre la delgada cuerda que formaba su ilusión y el amor por la literatura. Balanceándose sobre el abismo de la incertidumbre, el abismo de perder el dinero que en otros tiempos, que ya le parecían tan lejanos, pudo ahorrar, el abismo a no encontrar nada.” Ni que decir tiene que “abismo” es precisamente una palabra muy bolañesca.
Otro recurso es el del contraste de términos: “la oscuridad de ella fue su luz” (pág. 11), “simulacro silencioso de un grito” (pág. 117) “como en un mar o como un desierto” (pág. 117), “en un pasado, que será futuro” (pág. 127).
También como Bolaño, Maleno trata de crear un misterio o una amenaza en los párrafos que escribe: uno de los protagonistas mira, por ejemplo, a la oscuridad y no se explica qué está viendo. He podido constatar el gran uso del adjetivo “extraño”, muchas son las cosas extrañas que se mueven esta novela.

Como hace Bolaño en sus libros, los personajes de La rosa ilimitada está relacionados con la literatura: Roberto Fate y Jacobo Cruz son editores. El primero ha quedado fascinando con el manuscrito de cuentos enviado por la escritora argentina Paula Boccia, que perdió una pierna en un accidente de coche. Como Bolaño, Maleno introduce en su historia la narración de argumentos de cuentos, novelas o películas, que acaban funcionando como microrrelatos en el texto. La narración de los sueños cumplirá la misma función.

Se enumeran los muertos en las inundaciones de Almería, y de cada uno se nos narrará una pequeña historia, como ocurría en La parte de los crímenes de 2666. Incluso hacia el final se introduce un dibujo, que me recuerdo a los dibujos que introduce Bolaño en el final de Los detectives salvajes. Hay personajes que lloran y otro los escucha a través de una pared, esto también ocurre en la obra de Bolaño (me acuerdo, sin ir a buscarlo en los libros de Bolaño, de los días que pasa Ulises Lima en Israel, en Los detectives salvajes).

¿Y cuál es el argumento de La rosa ilimitada? Roberto y Jacobo llevan una pequeña editorial, al borde de la ruina. Viven en Almería. Roberto además escribe. Roberto queda fascinado por el manuscrito que les ha hecho llegar la joven Paula Boccia, que ha llegado a Madrid, desde Buenos Aires, después de la muerte de su madre. Paula vive en una pensión (y es más pobre que una rata). Viaja a Almería para conocer a Roberto y Jacobo. Cuando llegue a Almería, los editores tienen pensado desplazarse a un pueblo de la provincia para asistir a un recital de poesía del afamado escritor francés Michel Houellebecq. Roberto estuvo casado en el pasado y ahora vive solo. Jacobo frecuenta prostitutas, últimamente sobre todo a una prostituta negra llamada Abeba, que acabará teniendo un papel importante en la trama.

La novela está narrada en tercera persona, una tercera persona que en muchos casos se acerca al punto de vista de los personajes, pero que en momentos clave también se aleja de ellos para que en ese hueco entre lo contado y lo eludido se cree una intriga para el lector. En ocasiones el narrador interpela directamente al lector: “Ninguno de vosotros podéis negar esto, ninguno estuvisteis allí” (pág. 11).
En las primeras páginas de la novela sabemos que la prostituta negra morirá asesinada de forma brutal. Al principio pensé que el destino de este personaje iba a funcionar como un punto de fuga de la novela, uno de esos pequeños relatos dentro de la narración con que Bolaño jalona sus libros. Pero no es así, el asesinato de la prostituta es uno de los hechos capitales del libro y que en gran medida marca su estructura temporal.

Quizás en la exposición que he hecho de mi lectura de La rosa ilimitada he primado mucho en mi comentario la búsqueda de los ecos de Bolaño, y es cierto que yo, conocedor de toda la obra de Bolaño publicada, he hecho esta lectura. Pero he de decir que pese al tremendo peso que la obra del chileno hace gravitar sobre las páginas de este libro (quizás recomendaría a Carlos Maleno –y no sé quién soy yo para recomendar nada sobre escritura a nadie- que se deje llevar más por la búsqueda de una voz propia y deje atrás a su modelo) La rosa ilimitada me ha gustado. La importancia de los sueños en la narración, por ejemplo, rozando ya el género fantástico, me ha sorprendido, y en este caso sí que Maleno estaba trascendiendo al modelo. Los temas metaliterarios que se presentan aquí, así como el de la soledad y la violencia, me han interesado. Y el final tan intenso y cerrado (pero a la vez misterioso) me ha satisfecho, porque me ha llevado a meditar sobre la estructura del libro y me he dado cuenta de que estaba más trabajada de lo que en principio había pensado.

Así que en resumen, tenemos en La rosa ilimitada, una novela corta muy bolañesca sobre la soledad, la violencia, los sueños y la literatura. Una novela poética y misteriosa, de estructura muy trabajada.

jueves, 25 de junio de 2015

Los afectos, por Rodrigo Hasbún

Editorial Random House. 140 páginas. 1ª edición de 2015.

Hace tres años leí Los días más felices, libro de relatos de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981), editado por Duomo, un libro que me gustó mucho. Sabía que Hasbún tenía una novela publicada en Bolivia, que al final no salió en España; y hace no mucho la editorial Demipage publicó un recopilatorio de sus cuentos titulado Nueve. No lo compré porque al hojearlo me di cuenta de que tres de los nueve cuentos de ese libro ya los había leído en Los días más felices.
Tenía intención de no pasarme por la Feria del Libro de Madrid este año. El pasado verano me conciencié de que no debo comprar tantos libros para acumularlos y que antes de permitir que entraran nuevos en casa debía leerme los que tenía comprados sin leer. Pero hace unos domingos estaba de buen humor y vi en internet que Rodrigo Hasbún estaba firmando en la feria su nueva novela Los afectos y además estaba también Nere Basabe, de la que tenía su novela El límite inferior sin firmar, y decidí pasarme (vivo a dos calles del Retiro) para conocer al primero y saludar a la segunda.

Hasbún me pareció muy amable (ya habíamos cambiado algunas palabras antes a través de las redes sociales) y me resultó agradable poder conocerle en persona y hablar unos minutos con él. Como siempre, me apenó también un poco que los escritores de verdad se pasen las horas de firmar en las casetas (cuando se encuentran fuera de su ciudad) observando a los paseantes de brazos cruzados y siendo confundidos con libreros, mientras que son los cocineros, los presentadores y casi cualquiera que salga por la televisión (en la era de internet la gente –y entre ellos, sin duda, los llamados nativos digitales- sigue enganchadísima a la televisión) los que suelen acaparar la atención del público. En fin, esto es así todos los años y no va a cambiar, no le demos más importancia y nosotros vayamos a lo nuestro, a nuestro vicio minoritario, la escritura literaria.

Al comienzo de su novela Hasbún nos advierte de que ésta es una obra de ficción y que no quiere hacer “un retrato fideligno de ningún miembro de la familia Ertl, ni de quienes aparecen junto a ellos en la novela.” Supongo que la familia Ertl es conocida en Bolivia, pero desde luego Los afectos se lee como pura ficción literaria.

La novela nos lleva a La Paz en 1955, una familia alemana (no se cita en el texto el apellido Ertl) ha emigrado desde Munich a Bolivia hace un año y medio. La narradora del primer capítulo es la hija mediana (sabremos después que se llama Heidi), que desea acompañar a su padre y a la hermana mayor, Monika, a una expedición a la selva, donde el padre quiere buscar las ruinas de una ciudad perdida y mítica. Heidi tiene diecisiete años y aún no ha acabado su formación en el colegio. A pesar de esto consigue convencer a su padre para que pueda acompañarle. Este primer capítulo es muy atractivo, con la expedición atravesando montañas y adentrándose en la selva. En estas páginas nos acercamos al descubrimiento, deslumbrante para esta familia, de un Nuevo Mundo.

El segundo capítulo nos traslada a la voz narrativa de Trixi, la tercera hermana, que se ha quedado en La Paz con la madre, mientras que el resto de la familia está de expedición. “Papá y mis hermanas estaban hacía meses en algún lugar de la selva y esa Navidad la pasamos a solas con mamá. Fue la mejor de mi vida.”, así empieza este capítulo en la página 31.

El tercer narrador será el hermano del hombre con que el que acabará casándose Monika, unos años más tarde.
Como se puede deducir del párrafo que he reproducido de la voz narrativa de Trixi, el tiempo de la novela es una evocación; una reconstrucción desde algún lugar del presente (quizás el siglo XXI ya) de los años que van de 1955 hasta 1970 para esta familia de emigrantes alemanes en Bolivia. Y en este sentido me ha parecido percibir en la construcción la influencia narrativa de Roberto Bolaño. Como en Los detectives salvajes se plantea aquí una búsqueda: la de las claves psicológicas de unos personajes que acabaron (al menos alguno de ellos) involucrándose en la convulsa historia política del país.
Acabo de buscar en la wikipedia a Monika Ertl (ver AQUÍ) y ahora me percato de que es un personaje histórico (como era fácil sospechar). Se la conoce como la “vengadora del Che Guevara”, y en esencia, Hasbún reconstruye, mediante la ficción, algunos hechos claves de su vida. Con lógica narrativa bolañesca (se busca desentrañar un misterio, el de la vida de Monika, desde distintos prismas) ella es la única de las hermanas que no toma la palabra como voz narrativa.

Ya he comentado antes que confluyen en Los afectos tres voces narrativas claras: la de Heidi, la de Trixi (las hermanas) y la del hermano del primer marido boliviano-alemán de Monika. Pero también, cuando se narran hechos más comprometidos (las batallas de los guerrilleros donde vuelven a aparecer personajes históricos, como los de los combatientes Inti y Coco –aunque la wikipedia hablan de Inti y Chato-) se recurre a la tercera persona o a una segunda que sigue muy de cerca los pasos de Monika.

Desde el comienzo sabemos que algo ominoso se cierne sobre el futuro de Monika, la más rebelde de las hermanas.

El padre trabajó como cámara de cine en Alemania para Leni Riefenstahl, la creadora de las películas propagandísticas de los nazis. Y si antes he hablado de la influencia de Bolaño sobre Los afectos puedo seguir: en las insinuaciones sobre el colaboracionismo del padre con los nazis también podemos encontrar ecos del libro de Bolaño La literatura nazi en América. De hecho, una escena en la que el padre filma una escena escalofriante en la selva que él mismo ha incendiado parece sacada de este libro. Hay más: en la página 130 habla la voz de Trixi recordando los movimientos revolucionarios de finales de la década de 1960, cuando los jóvenes de La Paz se internaban en la selva, y escribe: “Decenas de muchachitos armados yendo hacia su muerte. Decenas de muchachitos que serían masacrados por el ejército.” Palabras que me han recordado a las de algunos versos del poema de Bolaño Autorretrato a los veinte años: “miles de muchachos como yo, lampiños / o barbudos, pero latinoamericanos todos, / juntando sus mejillas con la muerte.”


Tampoco quiero dar a entender con los comentarios anteriores que Los afectos me parezca una novela en exceso deudora de Roberto Bolaño, o que su influencia aquí suponga algún problema. Rodrigo Hasbún es un escritor maduro, pese a su juventud (como dejaron claro los cuentos de Los días más felices) y ha escrito una novela atractiva y potente, que también me recuerda por su concisión, su violencia y su poesía soterradas, a las narraciones del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.


De lo que voy a apuntar a continuación ya ha hablado en alguna ocasión el escritor español Alberto Olmos: la nueva generación de escritores hispanoamericanos (estoy pensando, además de en Hasbún, también en Alejandro Zambra, por ejemplo, o en Samanta Schweblin) se están especializando en escribir novelas que apenas superan las cien páginas. Lo cierto es que a mí me hubiera gustado que Rodrigo Hasbún hubiera escrito una novela más larga, indagando más en los días de la familia Ertl (nombre que nunca se cita en la novela) porque lo que he leído me ha gustado bastante y me he quedado con ganas de más.

domingo, 21 de junio de 2015

Hilos de sangre, por Gonzalo Torné

Editorial Random House. 464 páginas. 1ª edición de 2010.

Recuerdo la aparición de esta novela en 2010, tras ganar el XXVI premio Jaén. Recibió muchos elogios, entre ellos los de mi respetado Ignacio Echevarría, que apuntó: “Por fin un verdadero acontecimiento en el escenario de la nueva narrativa española.” Barajé la idea de leerla, y lo cierto es que fue la reseña de Ricardo Senabre en El Cultural la que hizo que se me quitaran las ganas. En esta reseña (se puede leer AQUÍ) el aparente entusiasmo de Senabre (“una novela enormemente ambiciosa”), se va diluyendo por el camino (“El autor se demora en alardes que, aun siendo una fiesta para el entendimiento, paralizan o retardan a menudo la acción”), hasta un final en el que saca las vergüenzas al autor, a los correctores de Mondadori o al propio editor mostrando ejemplos de los errores gramaticales del libro, impropiedades léxicas e incluso faltas de ortografía.

Así que leí reseñas de Hilos de Sangre de Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) y al final me decidí por otras lecturas. En enero de 2014 Torné habló de mi blog, Desde la ciudad sin cines, en su página Rutas hacia la lectura de El Cultural (Se puede leer su comentario AQUÍ). Es decir, yo no había leído a Torné, pero él si me había leído a mí. Esto fue para mí –auténtico periférico de la literatura- toda una sorpresa. Después de tantos años de leer El Cultural, semana tras semana, llegó el día en el que mi nombre apareció dentro. No de la forma soñada, con la reseña a alguno de mis libros, pero sí relacionando mi nombre con la literatura (al fin y al cabo mi blog es posiblemente mi mejor obra literaria). Se volvió a renovar mi interés por la obra de Torné. Más de una año después de este momento, me he acercado a Hilos de sangre, libro que me dejó Alberto Olmos hace ya unos meses.

La narradora principal de Hilos de sangre es Clara Montsalvatges. Cuando comienza la novela tiene treinta y tres años y está a punto de divorciarse de Joan-Marc. Durante la primera parte de la novela (dividida en cinco, de muy diversa extensión), su voz narrativa se intercala con los correos que se está intercambiando con sus hermanos: Álvaro (el menor) y Amanda (la mayor); el tema principal del que hablan es el de su inminente divorcio. Además, mientras Clara trata de tomar fuerzas para dejar a Joan-Marc un segundo acontecimiento está perturbando su vida familiar: su abuelo Gabriel está a punto de morir, sobrepasada ya la barrera de los noventa años.

Hilos de sangre debe leerse con atención: Torné no se para demasiado a aclarar las relaciones que existen entre los personajes, y será tarea del lector ir recordando los detalles vertidos sobre la página para reconstruir la historia.
Leí en una entrevista que dos de los autores de cabecera de Torné son Saul Bellow y V. S. Naipaul. A este último aún no lo he leído (a pesar de tener uno de sus libros esperándome desde hace años en mi montaña de inleídos), pero de Bellow sí que he leído algunos de sus libros más significativos y puedo reconocer su influencia sobre esta novela. En Herzog, por ejemplo, el protagonista está también a punto de divorciarse y para pasar el trago se encuentra con algunas de las personas más importantes de su vida, además de dedicarse a mandar cartas desquiciadas a diversos organismos. En la novela de Torné las cartas se han cambiado por correos electrónicos.

La voz narrativa de Clara se dirige a su hermano Álvaro. Algo que iremos descubriendo paulatinamente. En la página 76 nos encontramos con alguna pista: “Si te soy sincera”, dice. ¿Con quién conversa Clara?, pensaremos. Más adelante, de forma más explícita, sabremos que se dirige a Álvaro, que es un escritor de cierta relevancia. Clara, a su vez, está tratando de escribir una novela, y Amanda, la tercera hermana, también está relacionada con el mundo de los libros, ya que trabaja como traductora. Esta conexión con la literatura puede explicar el alto nivel lingüístico e intelectual de los correos electrónicos que se intercambian. Al principio me estaban pareciendo demasiado artificiosos para tratarse de la conversación entre tres hermanos sobre los problemas matrimoniales de uno de ellos. Más difícil de justificar me parece el rico nivel oratorio de los diálogos que Torné ha escrito para sus personajes. Es difícil pensar que alguien pueda hablar así (Joan-Marc o Gabriel, por ejemplo), sin haberlo preparado previamente y estar leyendo un texto en vez de conversando.

Álvaro ha encargado a su hermana Clara que le ponga al corriente de su relación con el abuelo Gabriel, puesto que quiere escribir sobre la familia (sobre los hilos de sangre que unen a los personajes de esta novela). En la cuarta parte del libro –titulada Carne y pureza- el narrador ha dejado de ser Clara -me costó unas cuantas páginas comprender que la voz narrativa era ahora la de Gabriel Montsalvatges-, y que la acción se ha trasladado a la década de 1930. Lo cierto es que al empezar en esta parte a hablarnos el narrador de reuniones clandestinas de carácter político en las que se bebe ginebra, pensé que ahora se nos iba a hablar del padre de Clara y que la narración se había trasladado a las postrimerías del franquismo, a la década de 1970, más o menos. Tardé, posiblemente, unas cuantas páginas más de las necesarias en salir de mi error. Que el protagonista fuese a visitar al seminario a su hermano Jonás debería haberme aclarado todo, en el supuesto de que yo estuviera reteniendo en mi memoria todas las relaciones que existen entre los personajes citados a lo largo de las 464 páginas de la novela. La historia de Gabriel abarca desde la época de la segunda república, pasando por la guerra civil, y las miserias de las primeras décadas del franquismo. En la parte anterior –Una danza de deseo- es Clara la que está reconstruyendo la vida de Llort, el que fue jardinero de Gabriel en Tredòs, en el valle de Arán.

Al acabar Hilos de sangre he tenido la sensación de que una de sus lecturas posibles era la de haberme acercado a tres novelas ensambladas: la de Clara divorciándose de Joan-Marc en la Barcelona del siglo XXI; la de Llort, el hombre práctico de una clase social inferior a la de los Montsalvatges, que sale adelante en el valle de Arán, entre servidumbres y represión sexual; y la de Gabriel, que comienza en la década de 1930 y llega hasta la de 1950. Aunque, es cierto, que la sombra de Gabriel se alarga imponente sobre Clara, y consigue, a través de sus nietos, adentrarse también en el siglo XXI. Me ha parecido, en cualquier caso, curiosa la exclusión en esta novela de nietos y abuelo de la generación de los padres.

Antes he hablado de Herzog de Saul Bellow como posible fuente de inspiración de Hilos de sangre; tendría que añadir que Herzog es una novela más cohesionada que la presente, más compacta; sigue el drama de su personaje y lo dejará al final, cuando haya acabado su periodo de tránsito hacia otra fase de su vida.
Yo –sobre aviso gracias a Senabre- he detectado algunos errores ortográficos o sintácticos en la novela. Lo cierto es que esto más que un demérito de Torné (Gabriel García Márquez parecía vanagloriarse de sus errores lingüísticos, por ejemplo), me lo ha parecido de Radom House. Espero que las editoriales no empiecen a prescindir de profesionales tan valiosos como los correctores de texto.

Hilos de sangre, pese a los excesos retóricos ya comentados en los correos electrónicos o diálogos, me ha parecido que contiene páginas de gran belleza formal y ambición estilística. La novela está profundamente trabajada en sus detalles, no creo que haya ningún error de coherencia interna entre toda la información que se ha desplegado en el texto, aunque, como ya he comentado, a veces es poco amable con la capacidad retentiva del lector. Quizás en algún momento no he tenido muy claro hacia dónde quería conducirle la novela, y esto ha hecho que bajara mi interés en algunos tramos. ¿Esta novela quiere hablarme de la Barcelona del siglo XXI? ¿Quiere hablarme de la Barcelona de 1930 y la guerra civil? ¿Quiere hablarme de los catalanes del interior, del valle de Arán? ¿Quiere hablarnos de la familia, del arte, de la casualidad?

La novela está fechada en su última página en noviembre de 2009. Imagino que estará escrita entre 2008 y 2009. La primera novela de Torné –Lo inhóspito- se publicó en 2008, y se acabaría de escribir antes, así que tal vez comenzó con Hilos de sangre en 2007. Es decir, Gonzalo Torné comenzó a escribir esta novela con poco más de treinta años. Con los materiales que despliega en ella (dejando ahora de lado el notable trabajo estilístico) otros escritores de su generación podrían haber escrito al menos tres libros. Así que a pesar de sus altibajos, de sus excesos, de sus aparentes caminos sin salida, me voy a quedar con la parte positiva de esta lectura: Gonzalo Torné es un escritor de gran ambición, destinado a controlar con mayor madurez sus poderosos recursos narrativos y a escribir obras de mayor perfección en el futuro.

miércoles, 17 de junio de 2015

La resta, por Alia Trabucco Zerán

Editorial Demipage. 287 páginas. Primera edición de 2015.
Epílogo de Lina Meruane.

Estuve a punto de ir a la presentación de este libro cuando la vi anunciada en las redes sociales hace unos meses. El libro me parecía atractivo, Chile (y en concreto el tema de la dictadura de Pinochet) es un país cuya literatura me interesa bastante. Al final, manteniéndome firme en mis propósitos de no acumular demasiados libros sin leer, ni dejarme tentar en exceso por las novedades literarias, no fui al Hotel Kafka aquella tarde. Pero la sensación de que me estaba dejando pasar un buen libro seguía ahí (esto lo iban corroborando los comentarios que iban apareciendo en internet sobre él).

Tampoco quería acudir demasiado a la Feria del Libro de Madrid, pero me conozco y me queda demasiado cerca de casa como para eludirla constantemente. El martes 2 de junio tenía que ir, al salir del trabajo, a la zona de Huertas y al regresar a casa, si quería hacerlo caminando, tenía que atravesar el Retiro. Vistar las casetas un día de diario es mucho mejor que uno de fin de semana, cuando está demasiado abarrotada (había estado también el último domingo). Me paré en la caseta de Alfabia y Demipage para saludar a Víctor Balcells Matas y Paula Roses. Al poco aparecieron por ahí los escritores Eduardo Laporte y Javier Serena. Paula nos regaló el número tres de la revista El Buen Salvaje y nos comentó sus novedades literarias, entre las que hay unos cuantos libros de escritores hispanoamericanos. Al hablarme de La resta ya no pude resistirme y la acabé comprando (me hizo un precio especial y me regaló otro libro de la editorial).

La resta ha ganado en Chile el premio de la CNCA a la Mejor Novela Inédita. Su autora, Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983) es debutante además. Lo que –lo digo desde ya- no deja de ser sorprendente, dada la gran madurez compositiva y estilística de la novela.

La resta está escrita a dos voces narrativas que se van dando la réplica. La primera es la de Felipe, una voz narrativa un tanto alucinada, alguien que continuamente cree toparse con muertos en su camino, unos muertos que va anotando en una librera, siguiendo una aritmética personal de fallecidos, de sumas y de restas. Felipe es hijo de desaparecidos y su orfandad es un tema central en su constitución psicológica, aunque su obsesión sea con los muertos en general y no se centre de forma particular en sus padres.

La segunda voz narrativa es la de Iquela, que al igual que Felipe ronda los treinta años. Los padres de Iquela, como los de Felipe, eran militantes antipinochetistas. Pero una de las parejas de amigos (los padres de Iquela) sobrevivió y la otra no. Unos años después del golpe de Estado el padre de Iquela morirá de cáncer, e Iquela se va a criar con una madre demasiado protectora, con la que le cuesta -en el tiempo de la novela- romper unos lazos afectivos aplastantes.

Felipe se ha criado con su abuela en un pequeño pueblo del sur, pero también –durante largas temporadas- ha vivido en Santiago con Iquela y su madre. Felipe e Iquela escuchan de niños discutir a la abuela de uno con la madre del otro: “Nosotros las escuchábamos sin querer, sin querer saber que mi madre lo tenía que cuidar como una deuda: es lo mínimo que me debes, había dicho su abuela Elsa, esto es culpa de ustedes, por andar jugando a la guerra le pasó esto a mi Felipe, algo habrán hecho los que siguen vivos, sí, algo hicieron todos ustedes.” (pág. 195-96)

La novela de Alia Trabucco se inscribe en esa etiqueta de literatura chilena que Lina Meruane llama en su epílogo “las novelas de los hijos”. En su novela Formas de volver a casa, el también chileno Alejandro Zambra apunta: “Crecimos pensando eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados, en esa penumbra”. El propio Zambra acabará percatándose de que la novela de la dictadura de Chile también es la novela de los hijos, como le ocurre a Alia Trabucco en La resta, una novela de los hijos en la que las relaciones establecidas entre los padres acaban siendo fundamentales.

La tercera protagonista de la novela es Paloma, a que Felipe se empeña en llamar “la Gringa”. Paloma es hija de exiliados chilenos y se ha criado en Alemania. Vuelve a Chile en el tiempo presente de la novela para enterrar a su madre, muerta en Alemania, el país de origen de su familia.

Paloma le ha sido presentada al lector como personaje en la primera intervención de la voz narrativa de Iquela, que se remonta a 1988, cuando las dos eran unas niñas y los padres de Paloma han acudido a la casa de los padres de Iquela para seguir los resultados electorales de la consulta que se realizó durante la dictadura para preguntarle al pueblo chileno si quería que siguiera Pinochet en el poder, y que acabó con el NO por respuesta. Se volverán a encontrar unos veinte años después (en el presente de la novela) cuando Paloma regresa a Santiago para enterrar a su madre.
Sobre Santiago están cayendo cenizas de volcán y algunos aviones no pueden llegar al país, entre ellos el que contiene los restos mortales de Ingrid Aguirre, la madre de Paloma, que son desviados hacia el aeropuerto de Mendoza en Argentina.
Paloma, Iquela y Felipe iniciarán un viaje por carreta en una furgoneta fúnebre, llamada la Generala para, atravesando la cordillera, repatriar el cuerpo de la madre de Paloma.
Los tres jóvenes, hijos de militantes antipinochetistas, iniciarán un viaje simbólico (no en vano en esta road movie se viaja en una carroza fúnebre) en busca de una madre muerta.

La voz narrativa de Iquela es más racional y contenida que la de Felipe, y gracias a ella Trabucco consigue hacer que la trama avance. También es la voz que ocupa un mayor número de páginas en el libro. La voz de Felipe, dentro de su distorsión mental convirtiendo a todo el mundo en un muerto-vivo, acaba siendo más poética, obsesiva, detenida. Para marcar su ritmo delirante sus parlamentos están escritos sin usar puntos, tan solo largas y rápidas enumeraciones de ideas separadas por comas. También en el parlamento de Felipe abunda más el lenguaje oral, y aquí es frecuente encontrarse con un buen número de chilenismos (quiltro, huacho, guarene, chúcaro, pucha…) que le dan al texto un agradable color local.

El planteamiento de la novela (con Paloma regresando a Chile, el viaje a través de los Andes…) es muy atractivo. Quizás podría apuntar que la resolución final (no quiero entrar en detalles para no estropearle la lectura a nadie) me ha parecido un tanto apresurada, usando algún truco narrativo, que abusaba de las casualidades poco verosímiles, para acabar la historia. Pero, en cualquier caso, he de apuntar que este hecho puntual no desmerece la buena sensación que me deja esta novela. Escrita con un pulso realmente firme, con un lenguaje a dos voces muy modulado, maduro y poético, que ahonda en espacios oscuros de la historia de Chile reciente (algo con lo que podemos sentirnos bastante identificados: nosotros también tenemos nuestra dictadura, nuestros muertos), y me alegra celebrar la irrupción de una nueva y potente voz literaria en el panorama de la nueva narrativa en español. Estoy convencido de que los interesados en la literatura hispanoamericana vamos a oír hablar mucho en los próximos años de Alia Trabucco Zerán.


Nota: después de haber leído su libro y escrito esta reseña me resultó agradable poder pasarme el último viernes por la Feria, visitar de nuevo la caseta de Demipage y poder darle en persona a Alia (que firmaba esa tarde) mi enhorabuena por haber escrito una primera novela tan buena.

domingo, 14 de junio de 2015

La pecera, por Juan Gracia Armendáriz

Editorial Demipage. 398 páginas. 1ª edición de 2015.

Estuve hablando con Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) en la presentación de Los Últimos de Juan Carlos Márquez, que tuvo lugar en la librería Tipos Infames en octubre de 2014. Hablamos de ciencia ficción, principalmente de Philip k. Dick y de Stanisław Lem (de aquel día aún tengo pendiente leer Las aventuras del piloto Pirx). Fue una conversación agradable con alguien que me fue presentado como Juan y que hasta el día siguiente (gracias a Facebook) no identifiqué con el Juan Gracia que había escrito libros como Diario del hombre pálido y Piel roja, de los que yo había leído entusiastas reseñas en los suplementos culturales.

Hace unas semanas me contactó el escritor Pablo Gonz para invitarme a participar junto a él y Juan Gracia en un coloquio, que tuvo lugar el viernes 15 de mayo en la librería Cervantes y compañía. El día antes, el jueves, fue la presentación de La pecera de Juan Gracia en la librería Rafael Alberti, a cargo del escritor Juan Bonilla.

El protagonista de La pecera es Miguel Quer, profesor universitario de literatura en su cuarentena; un hombre alto, con aspecto inglés (nacionalidad de su madre). Miguel ha perdido la pasión por la enseñanza o la literatura y se ha adentrado en una autodestructiva espiral alcohólica. La pecera es la historia de una adicción.
La primera frase del libro es: “Soy malo y sentimental”. De ella habló Juan Gracia en la presentación, de este modo se describía a sí mismo uno de los hermanos Karamazov en la novela de Fiódor Dostoyevski. Y es posible que este comentario se halle alguna de las claves de la novela, porque un aire de excesos del espíritu, muy propio de la literatura rusa, recorre las páginas de esta historia.

Miguel Quer conoce en una cena -a la que le invita su amigo Pedro- a la atractiva Ana Ferrer, una exitosa arquitecta. Ana comenzó a beber como una forma de huir de los abusos a los que fue sometida por Santiago, su exmarido. Miguel y Ana deciden alquilar un chalet en una urbanización de un pueblo de la sierra madrileña. Las borracheras de la pareja pronto traerán consigo problemas de convivencia. El distanciamiento se hará más profundo a partir del momento en el que Ana toma la decisión de dejar de beber y trate de conseguir que Miguel haga lo mismo.
Miguel ha sido invitado por el decano de la facultad en la que trabaja a tomarse una baja médica por depresión, después de recibir las quejas del alumnado. Todo el tiempo libre del mundo no parece ser la mejor terapia curativa para Miguel.

Comentó Juan Gracia en la presentación del libro que había acudido a asociaciones de alcohólicos anónimos para documentarse y poder crear el personaje de Miguel Quer. Juan Bonilla apuntó que le había llamado la atención que muchos de los grandes borrachos de la literatura eran seductores (se citó por ejemplo al cónsul de Bajo el volcán de  Malcolm Lowry) y que Juan Gracia no había intentando hacer de Miguel Quer un seductor. Es cierto que en muchos casos Miguel se comporta de un modo ciertamente desagradable, brutal, reprobable, pero no tengo del todo claro que no acabe siendo un seductor. Al fin y al cabo él es el narrador de esta historia escrita con un lenguaje muy bello, una prosa que rezuma un gran hacer literario. Miguel se deja arrastrar por sus delirios alcohólicos, que le hacen imaginar las vidas de las personas con las que se encuentra (normalmente dibuja para ellos destinos turbios, depravados), y aunque de forma abierta desprecia la literatura, con la que se gana la vida, su flujo de conciencia está plagado de referencias literarias.
En más de una ocasión, Miguel habla con desprecio de la literatura, por ejemplo, en la página 174: “La literatura no ofrece respuestas. Los escritores formulan preguntas, indagan, nada más. A veces, ni eso. La literatura es un brindis inútil.” Y desde un punto de vista cínico aboga, ya en la madurez de su cuarentena, por el deseo de haber sido un emprendedor, una persona capaz de haber generado grandes cantidades de dinero. Sin embargo, su discurso está salpicado continuamente, como decía, de referencias literarias. Por ejemplo, leemos en la página 100: “Mis borracheras, tu cofradía de exalcohólicos, esos santos bebedores sin leyenda.” O en la página 216: “Pienso en Rusia como en un gran lamento. Su voz proyecta en mi imaginación los campos de mieses abonados por cadáveres ilustres: Chéjov, el médico enfermizo; Isaak Bábel, ingenuo hasta la tortura y la ejecución; Maiakovski, el fanfarrón convertido en payaso suicida; el gran Gorki lameculos; Dostoievski, un pelma que arrastraba una culpabilidad de ludópata; Tolstói, el terrateniente disfrazado de campesino, y del canto de Vania surgen también las hermosas calaveras de las zarinas Romanov; el Gulag, Putin, la mafia, bellezas desdeñosas de ojos rasgados y azules llegadas a Moscú desde pueblos remotos de los Urales, y que ahora, bajo el maquillaje, ocultan un rostro de campesina tras la barra de cualquier puticlub de carretera.”

La estructura de la novela está cuidada: empezamos conociendo a Miguel en pleno delirio alcohólico, un delirio que le lleva al enfrentamiento físico con otros hombres y a conducir de forma temeraria. Una fase en la que su mente está desatada: imaginando las vidas de cualquier que se encuentra, manteniendo conversaciones con el alcohol, al que llama Johnny (un recurso éste, el de personificar al alcohol, que ya usó Jack London, uno de los más ilustres escritores borrachos, en sus memorias tituladas John Barleycorn). Después la narración retrocede hasta el momento en el que conoce a Ana, se alcanzará desde aquí el momento temporal del inicio de la novela, y se avanzará hasta el desenlace. Además, en algunos capítulos cortos se abandona la voz narrativa de Miguel y toman la palabra otras voces que, más tarde, el lector entenderá como las de los exalcohólicos de la reunión a la que Ana consigue arrastrar a Miguel.

Miguel parece sentirse protegido cuando está bajo los efectos del alcohol. “Respiro bajo la cota de malla del alcohol.”, es la segunda frase del libro. Cuando le llegue a faltar el alcohol se preguntará qué ha ocurrido con su cota de malla.

La pecera es un libro lírico y brutal. Pese a la belleza literaria del discurso, el lector se verá superado en más de una ocasión por el cinismo y la violencia que emana de su narrador. Las imágenes creadas en la novela son poderosas, y el lector es arrastrado por sus páginas sin aliento, cautivado, horrorizado también, con el deseo de saber qué va a ocurrir con Ana y con Miguel, hasta dónde va a ser éste último capaz de llegar en su delirio alcohólico. El final –del que no quiero adelantar nada-, que podía haber llegado a ser uno de los escollos de esta narración de excesos y descensos al abismo, me ha parecido muy bien resuelto.
Juan Gracia Armendáriz me ha parecido tras leer La pecera un narrador muy maduro, que ha conseguido crear un artefacto literario (capaz de indagar en los rincones más oscuros del alma humana, como es el de la adicción a una droga) poderoso, bello, brutal, lírico y muy bien armado.

No había leído hasta ahora ningún libro de la editorial Demipage y el estreno me ha parecido muy grato. Es una buena noticia comprobar que el talento literario ya no reside exclusivamente en las editoriales en las que uno se fijaba hace quince años y que el mercado (a pesar de su mengua) se abre a propuestas cada vez más interesantes.

miércoles, 10 de junio de 2015

Antología del cuento contemporáneo en español, por Federico Guzmán

Mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio publicó hace unas semanas en la revista digital Letras libres un artículo sobre el cuento contemporáneo en español. Lo curioso del artículo es que cita 37 cuentos de otros tantos autores y cada uno de ellos está enlazado al cuento. Así que esta es una gran posibilidad de leer algunos grandes cuentos españoles e hispanoamericanos de autores jóvenes.

Dejo aquí el comienzo del artículo y también el enlace a la revista, desde cuyos enlaces se puede acceder a los 37 cuentos:




Antología involuntaria: el cuento contemporáneo en español en 37 clics

Además de redes sociales, porno japonés y casinos en línea, internet nos trajo la promesa de una mayor circulación entre las diferentes literaturas en español. El porvenir era promisorio; el resultado, no tan distinto del de las estafas nigerianas.
En doscientos años de historia independiente, son pocos los momentos en que la literatura en español ha logrado trascender las fronteras nacionales para establecer un diálogo continental y transoceánico. Esos efímeros momentos han coincidido con las tres cimas indiscutibles de nuestra literatura: el modernismo, la vanguardia y el boom (este último con sus predecesores y uno que otro de sus herederos). Queda por responder la pregunta de si esas obras imaginadas, escritas y publicadas en distintos puntos de la geografía hispánica fueron posibles gracias a la comunicación transnacional o si, por el contrario, esta resultó inevitable ante la contundencia de las obras.
Los factores con que se ha explicado el surgimiento de estos movimientos son muchos y convincentes: el nomadismo de sus protagonistas, el surgimiento de revistas dispuestas a publicar literatura en su lengua más allá de las fronteras nacionales y de la redacción, la influencia compartida de otras literaturas, el surgimiento de mitos culturales cohesionadores, la militancia más o menos comprometida en los mismos credos políticos, el establecimiento de una industria editorial de relativa pujanza, la búsqueda de una estética común. El problema de estas explicaciones es que, si bien responden a los periodos para los que fueron formuladas, podrían aplicarse por igual a otros en que la situación es distinta, casi opuesta. Como el nuestro.
En el papel, con la globalización como telón de fondo y la homogeneización de las referencias culturales (altas y bajas), la consolidación de los grupos trasnacionales creó en algún momento, con sus premios en dólares y sus poderosos departamentos de mercadotecnia y prensa, la ilusión de que fomentaría el intercambio de distintas literaturas nacionales, adjetivo, este último, que incluso parecía pasado de moda. La realidad fue la contraria: solo un grupo reducido de autores son publicados en distintos países, y, más allá de su mayor o menor calidad, la mayoría responde a una estética común, que combina, a grandes rasgos, la corrección política y los escenarios universales o prestigiosos (Europa y Nueva York) con un español neutro e intercambiable, sin mayores marcas locales. Las apuestas más interesantes e incluso subversivas de los sellos trasnacionales, que por supuesto las hay, suelen quedar confinadas en sus países de origen, en espera de que se cumpla la anhelada promesa de exportación. Las editoriales independientes, por su parte y salvo algunas excepciones, sobre todo en España, tampoco se han mostrado particularmente interesadas en fomentar el intercambio literario trasnacional.
Explicar el poco tráfico de las literaturas nacionales fuera de su ámbito resulta complicado, si no inexplicable, más allá de la indiferencia, el provincianismo y la falta de curiosidad, y no es el propósito de este recorrido. Lo que se pretende aquí es justamente lo contrario: aprovechar el material existente en la red para brindar una panorámica del cuento contemporáneo que se escribe en español, o, al menos, del cuento contemporáneo en español que encontramos en línea.
Al inesperado afianzamiento de las literaturas nacionales, o a su declive frente a otras opciones lectoras  –del bestseller de calidad o de nula calidad, casi siempre anglosajón, a la novela negra nórdica–, habría que agregar, en el caso de la circulación del cuento, el desprecio o el recelo que ambos universos editoriales, grandes grupos e independientes, y otra vez con sus debidas excepciones, guardan ante el género. A pesar de los recurrentes reportajes condescendientes que anuncian la vida de la que goza, el cuento se encuentra en franco declive editorial, tanto en libros como en publicaciones periódicas. Esto no es una novedad: el cuento, uno de los géneros más antiguos y uno de los que mayores alegrías ha dado en la literatura latinoamericana, siempre ha sobrevivido en estado moribundo, con sus consecuentes mejorías y recaídas. No es de extrañar, entonces, que haya encontrado un refugio idóneo en internet, ese enorme limbo que posterga o disimula la desaparición definitiva de todas las cosas.


domingo, 7 de junio de 2015

El límite inferior, por Nere Basabe

Editorial Salto de página. 244 páginas. Primera edición de 2015.

He hablado con Nere Basabe (Bilbao, 1978) en algunos encuentros literarios, que han tenido lugar en Madrid a partir de 2015. Ya sabía desde enero –más o menos- que iba a publicar una novela en Salto de Página, y meses más tarde me comentó que me había incluido en la “lista de prensa” (o cuál sea su nombre cuando se trata de blogs) de las personas a las que quería que llegase su libro desde la editorial. Así que unas semanas más tarde le escribí a su editor, Pablo Mazo, para recordárselo, y él –igual que en alguna otra ocasión- me envió el libro a casa.

También estuve en la presentación de la novela, que se llevó a cabo hace unas semanas en La Central de Callao, de la mano de Elvira Navarro.

El escritor Miguel Ángel Navarro presentó la novela en Murcia, unas semanas después escribió un artículo sobre El límite inferior (segunda novela de Nere Basabe, la primera se titulaba Clara Venus y la publicó en 2008 la editorial Tropo) para el periódico La opinión de Murcia (ver AQUÍ), y vinculaba la novela con la literatura de la crisis, pero concretaba de este modo: “Basabe sitúa su narración unos años atrás —quizá menos de una década—, en un periodo y un contexto en el que comienza a producirse el inicio del desencanto. No son los años de la bonanza económica o el pelotazo absoluto, ni los del derrumbe total, sino los del quiasmo, el instante intermedio entre el sueño y el despertar.”

Si hablamos de contexto temporal, podemos encontrar en las primeras páginas del libro apuntes como el siguiente: “¿Sabe la última del gobierno? Estos socialistas nos van a llevar a la ruina…” (pág. 21), le dice un taxista a una de las protagonistas.

La acción de la novela se sitúa en un lugar muy concreto: el pueblo levantino de La Solana, de nombre inventado pero que puede erigirse en símbolo de cualquiera de los pueblos del litoral español que durante tanto años de burbuja económica sufrieron la sobreconstrucción territorial, un pueblo levantado sobre una península y que se comunica con tierra firme a través de un istmo.
El tiempo de la novela también es muy concreto: cuatro días, que van desde un viernes hasta un lunes. Un fin de semana en el que La Solana, pueblo turístico de sol y playa fuera de temporada, va a sufrir un fuerte temporal que llegará a dejar a esta comunidad sin agua o luz, e incluso incomunicada por carretera del resto de los pueblos de la costa.

Los personajes principales de El límite inferior son cuatro:
Víctor, geólogo, casado con la bella italiana Valeria, a los que conocemos cuando están llegando –en su coche de alta gama- un viernes a La Solana con la intención de realizar (Víctor) un trabajo para un promotor de viviendas apodado “el Guapo”.
Breogán vive en La Solana y se dedica a vender figuras de barro, que él mismo elabora, en una tienda de recuerdos del Pueblo Viejo. Vive acompañado de su perra Odisea.
El cuarto personaje es Brigitte, una francesa solitaria, que trabaja en La Solana como guía turística de jubilados de su país.

El límite inferior está contado en tercera persona. Sobre este particular le preguntó Elvira Navarro a Nere en su presentación. Elvira comentó que la teoría literaria actual parecía desconfiar de los narradores omniscientes y se decantaba más por el discurso interior. A esto Nere simplemente contestó que ella se sentía cómoda escribiendo en tercera persona, y a mí esta respuesta me pareció más que adecuada.
El narrador de El límite interior normalmente se encuentra muy cerca –siguiendo la técnica del estilo indirecto libre- de la voz narrativa o del flujo de conciencia de los personajes. Por ejemplo, del siguiente modo nos acercamos a Víctor: “Valeria no está, y no sabe dónde se ha metido. Qué más da, no habrá ido muy lejos: en cualquier momento comenzará a llover otra vez y el pueblo parece muerto.” (pág. 47). O leemos esto sobre el pasado de Breogán: “Vaya por dios: al final se ha tropezado y se ha dado de morros con la fuente del jardín; tenía que pasar” (pág. 42).
Pero, en más de una ocasión, el narrador de esta novela busca nuestra complicidad como lectores, con frases que nos involucran. He apuntado los siguientes ejemplos: “Persigue el placer, como todos nosotros, disfruta rodeándose de calidad y belleza” (pág. 113); “Ya lo hemos dicho, La Solana es apenas un cabo, una minúscula península” (pág. 150); “Como cualquiera de nosotros, se siente sola y echa en falta el afecto” (pág. 154).

Víctor y Valeria son un matrimonio a punto de desmoronarse; de hecho, para el lector, teniendo en cuenta las opiniones que tienen el uno del otro, le resulta casi inverosímil creer que pueden seguir juntos.
Breogán y Brigitte podrían llegar a ser una pareja, más de una vez se han encontrado chateando en internet, ligando, pero en la realidad, aunque se cruzan por las calles del pueblo, no se conocen el uno al otro.
Nere Basabe nos presenta en esta novela a cuatro personajes solitarios, cruzándose –encontrándose y desencontrándose- por las calles de La Solana durante un fin de semana de gota fría, unos días bastante oscuros y desolados en los que el lugar (o el paisaje o la climatología) se acaba convirtiendo en el quinto personaje de la historia, un personaje que crea una atmósfera un tanto tenebrosa. Un escenario que me ha recordado a algunas narraciones de Roberto Bolaño, más por la ambientación que por el estilo literario, porque para mí los lugares de vacaciones de sol y playa fuera de temporada me parecen ya unos de los espacios identificativos de las narraciones de Bolaño.

Los personajes se desplazan por las calles de La Solana, pero al final acabaremos conociendo los compartimentos más oscuros de sus mentes, porque lo que nos propone Nere Basabe en esta novela, pese a que se está hablando de una corrupción urbanística embrionaria (sobres de dinero que se aceptan por falsificar mediciones técnicas sobre cimentación y urbanismo), es una historia de personajes. Acabaremos conociendo los traumas más profundos de cada uno: los miedos y los temores de los que han huido (un padre brutal, un hijo abandonado, un pueblo perdido…), y tal vez se vayan a enfrentar  a algún momento epifánico durante los escasos días que delimitan temporalmente la historia.

La primera mitad de la novela acaba con un niño que desaparece en el pueblo y esto hará que la narración cambie de ritmo al dar pie a un misterio e iniciarse una investigación policial que involucrará a nuestros cuatro personajes.

El lenguaje que emplea Nere Basebe en esta novela, además de ceder la voz narrativa a los personajes y ser, por tanto, cercano al habla oral en alguna ocasión, en muchas otras se eleva hasta la cuidada metáfora, con algunos hallazgos muy poéticos. Así se nos presente por primera vez a Valeria: “Una mujer que se parece a un vestido de fiesta arrugado sobre una silla” (pág. 12)

En algunos casos me ha parecido que el análisis de personajes que hace Nere Basabe tiende a un psicologismo demasiado conductista (porque a Breogán le ocurrió esto de niño ahora se comporta de esta manera…), que deja poco espacio para la composición de personajes que podría hacerse el lector si éstos se moviesen ante nosotros un poco más libres de sus mochilas emocionales.

Cuando Miguel Ángel Hernández comentaba este libro citaba a Rafael Chirbes, considerando que El límite inferior podría emparentarse con obras como Crematorio y En la orilla. Yo he anotado que en más de una ocasión Nere utiliza la expresión “en la orilla”; algo que podría ser buscado, pero que en una novela situada en la costa no deja de ser una expresión totalmente adecuada.

El límite inferior es una entretenida novela de personajes perdidos (además de lastrados por su pasado) y en busca de sí mismos, que se encuentran y desencuentran, durante unos días muy concretos, en un lugar de veraneo fuera de temporada, metáfora perfecta de la deriva de sus vidas descolocas.

miércoles, 3 de junio de 2015

Reseña de Siempre nos quedará Casablanca, por Aurora González Paz

Si la semana pasa tuve la grata sorpresa de recibir una crítica muy entusiasta de mi novela El hombre ajeno en la web Anika entre libros, ésta me he encontrado con otra crítica positiva de mi poemario Siempre nos quedará Casablanca en el blog Buhonero de la aurora (pinchar AQUÍ), que lleva Aurora González Paz. Estoy en racha.

Me gustaría hacer una pequeña puntualización a las palabras de Aurora: en la solapa de Siembre nos quedará Casablanca, publicado en 2011 se afirma (como comenta ella) que pronto se publicaría mi poemario Móstoles era una fiesta. Este poemario está recogido en El bar de Lee –publicado en 2013- que recoge dos poemarios: Móstoles era una fiesta (escrito en 1998) y El calvo del Sonora (escrito en 2008).



Aquí está la reseña de Siempre nos quedará Casablanca, aparecida en el blog Buhoneros de la aurora y escrita por Aurora González Paz:

Después de tanta entrada personal tocaba ya una reseña. En esta ocasión no se trata de ninguna novela sino de poesía o más bien prosa poética. David Pérez Vega nos cuenta pequeñas historias de una manera poética que a mí me ha gustado especialmente. Muchas de las que se recogen en este poemario nos hablan del cine, la gran pasión de otro blog al que estaré eternamente ligada, Motel Purgatorio, y he querido compartir con todos vosotros mi parecer sobre el libro.

David Pérez Vega ha publicado la novela "Acantilados de Howth" y próximamente publicará su poemario "Móstoles era una fiesta" escrito en 1998. El que ahora mismo nos ocupa, si te gusta que te cuenten algo en la poesía, te gustará. Casi podría definirlo como un recopilatorio de microrrelatos que en más de una ocasión me han transportado a mi infancia, al cine de mi barrio en Barcelona con sesión continua que si entrabas tarde pues te quedabas y podías ver el principio de la película si te lo habías perdido, es más podías ver toda la película otra vez. De hecho leer estos poemas sobre el cine me han inspirado para escribir yo también sobre mis vivencias cuando era niña cuando de vacaciones en casa de mis abuelos nos cogíamos la silla y nos íbamos a la plaza del pueblo donde iba el cinematógrafo y nos proyectaba las películas, para toda la familia, como las de Marisol. ¡Qué tiempos aquellos! Todo eso ha conseguido este escritor, actualmente profesor de secundaria, con sus historias, sus poemas. Gracias David.

Naturalmente la lectura, como el cine, transmite a unos y a otros cosas diferentes, así que os dejo esta pequeña muestra  para que os animéis a leer el poemario.


BANDA SONORA

Si esto fuese una película, al pronunciar
tú esas palabras, nos miraríamos fijamente
un instante y yo entonces te besaría sin remedio,
con la necesidad de un buzo a su bombona de aire.
La cámara se alejaría de la intimidad de la escena,
en un movimiento elevado de grúa
nos dejaría allí abrazados en la noche,
bajo los oles y los severos edificios de la Castellana.
Sonaría de fondo una suave música clásica,
el Otoño de Vivaldi, aunque obvio y caduco,
resultaría, en todo caso, de una emoción reconfortante.

Pero es la vida real y la banda sonora
es el claxon del coche de un imbécil, la serenidad
incurable de los charcos más hondos de la acera,
y yo he de tragarme una a una tus palabras
con una débil sonrisa. Esas palabras que cada vez
me duelen más puestas en los labios de una chica,
brillantes, con su señuelo de trampa para incautos,
"Pero qué majo que eres", Brillantes.