Traducción de Javier Calzada.
Después de la reciente lectura de
El
mapa y el territorio y mi renovado interés por la literatura francesa,
además de sacar de la biblioteca de Móstoles Una novela francesa de Frédéric Beigbeder me llevé a casa Lanzarote de Michel Houellebecq (Saint-Pierre, isla de La Reunión, departamento de ultramar de Francia, 1958). Ya comenté aquí que
después de leer Plataforma me acabé decepcionando un poco con Houellebecq y ya
no me interesé por La posibilidad de una isla, que no se lo publicó Anagrama, ni
por Lanzarote,
que dada su corta extensión pensé que se trataba de una novela menor. Una
intuición que podía ser cierta o no, puesto que la calidad literario no tiene
que ver demasiado con la extensión de las obras.
De La posibilidad de una isla no me ha hablado muy bien mi novia, que
es bastante seguidora de Houellebecq, y que no se leyó Lanzarote. Pero esta novela estaba en la biblioteca de Móstoles, y
no me costaba nada echarle un vistazo. Tenía pinta de ser el típico libro que
se lee en un día, como acabó siendo.
Lanzarote está escrita en primera persona, un narrador sin nombre
nos informa de que el 14 de diciembre de 1999 entra en una agencia de viajes
porque está convencido de que su fin de año va a ser de nuevo un fracaso y
desea viajar al extranjero en enero. Dadas sus limitaciones económicas, se
acaba decidiendo por Lanzarote.
Desde la primera página el tono
del narrador es desencantado y un tanto nihilista. “No, no podía ayudarme;
nadie podía.” (pág. 9 del libro y primera de la novela).
Me percaté de que en El mapa y el territorio no había ninguna
referencia al islam o a la cultura árabe, un tema recurrente en Houellebecq, y
que ha dado lugar a más de una polémica. En Lanzarote
sí que está presente (en una pequeña dosis) este tema: “Los países árabes
podían valer la pena, si uno conseguía que se desentendieran de su ridícula
religión.”, apunta el narrador en la página 12, cuando está tratando de elegir
destino turístico.
Lo cierto es que en Lanzarote están presenten todos los
temas de Houellebecq, aunque desarrollados a una escala menor que en otras de
sus obras. En esta novela corta se habla sobre las expectativas de las personas
en sus vacaciones, y Houellebecq juega a hacer sociología sobre el tema analizando
a los distintos tipos de viajeros por nacionalidades: “El inglés va a un lugar
de vacaciones únicamente porque está seguro de que encontrará allí a otros
ingleses. En esto se sitúa en las antípodas del francés, un ser vano y tan
pagado de sí que no soporta encontrarse con un compatriota en el extranjero.”
(pág. 22).
El narrador viaja en enero de
2000, tras lo que él siente como un cambio de milenio (aunque los expertos le
aseguren que esto no ha ocurrido), a Lanzarote y no parece sentirse muy feliz
en la isla de aspecto marciano. De hecho, casi cualquier manifestación de la
vida natural se connota en la novela de forma negativa: “El Jardín de Cactus.
Diferentes especies, elegidas por su morfología repugnante.” (pág. 24); “De
entre todos los animales de la creación, el camello es, sin discusión, uno de
los más agresivos y de los más malignos” (pág. 29); “Dentro de una jaula había
un loro que observaba fijamente el mundo con un ojo redondo y furioso.” Así que
el narrador ha viajado a una isla volcánica, en las que las únicas muestras de
la naturaleza son cactus repugnantes, camellos malvados y loros furiosos. De la
propia tierra, con sus fumarolas activas, emana también una fuerza negativa,
amenazadora.
Pocos datos acabamos conociendo
de nuestro narrador, un ser solitario que en ningún momento parece acordarse de
ningún familiar o amigo, y que en ningún momento nos habla de su profesión, de
su pasado o de sus gustos. Simplemente parece un ser deprimido, o al borde de
una crisis.
Son tres las personas con las que
va a relacionarse en su viaje: Rudi, un inspector de policía belga, de origen
luxemburgués, que después de su divorcio de una mujer marroquí -que ha vuelto a
su país con su hija en común- no parece estar atravesando su mejor momento
vital; y con Pam y Bárbara, una pareja de lesbianas alemanas, no exclusivas…
Esto llevará a que de un modo muy natural acaben manteniendo relaciones
sexuales con nuestro narrador deprimido y nihilista.
Las páginas en las que se
describen los encuentros sexuales entre el narrador y Pam y Bárbara son de las
más convencionales del libro. Parecen la descripción de una película porno nada
imaginativa, una de tantos cortes de película porno de los que se pueden ver en
internet nada más teclear en google sobre el tema: “trío con lesbianas”, por
ejemplo. Y creo que en esta reflexión radica gran parte de las limitaciones de Lanzarote: el propio Houellebecq ha ido
de vacaciones a Lanzarote, seguramente en fechas similares a las que ha adjudica
a su narrador, como así lo atestiguan unas fotos que aparecen en esta edición
de bolsillo de Anagrama. Unas fotografías a todo color editadas en papel
satinado sobre formaciones rocosas de la isla y tomadas por Houellebecq (en la
primera se puede ver la sombra de nuestro autor sobre la tierra rojiza). Así
que Houellebecq fue de vacaciones a Lanzarote, y esto le sirvió para realizar
unas nuevas reflexiones sobre el turismo de masas, y crear una voz narrativa
desencantada, que parece muy cercana a la suya propia. Para mover un poco la
narración, hace que el personaje interactúe con el deprimido Rudi, quien se
acabará uniendo a una secta que opera en Europa y que quiere montar uno de sus
enclaves más importantes precisamente en Lanzarote. En cierto modo, la
inclusión en la novela de esta secta hace que al final de sus escasas páginas
el libro se proyecte hacia el futuro, recurso usado por Houellebecq en otras
novelas como Las partículas elementales
o El mapa y el territorio. Y el tema
de la sexualidad abierta, también importante en libros anteriores, funciona
aquí, en realidad, como la mera proyección de una fantasía masculina. Es decir,
Houellebecq viajó a Lanzarote, se aburrió visitando las que dice que son las
dos únicas atracciones turísticas de la isla, el Jardín de Cactus y el Parque
Nacional de Timanfaya, y soñó con que podía liarse con dos lesbianas alemanas,
atractivas y femeninas (por supuesto).
Houellebecq nos habla del
aburrimiento burgués del turismo, y crea para su narración a Rudi y su secta, y
las escenas sexuales de Pam y Bárbara, describiendo unas escenas tórridas
posiblemente tomadas de una película porno vista en el hotel de Lanzarote.
Todos los temas que pueblan el
universo creativo de Houellebecq están en Lanzarote,
pero se presentan aquí a una escala menor que en otros libros. Dije al comienzo
de la entrada que, de forma intuitiva, sopesando únicamente su extensión, había
concluido que Lanzarote era una obra
menor de Houellebecq. Después de haber leído el libro, confirmo que mi
intuición era cierta. También es verdad que este libro se lee en un rato y que
agradará a los seguidores del autor, sin aportarles nada nuevo.