Editorial
Destino.
165 páginas. 1ª edición de 1995.
Recuerdo perfectamente el revuelo
que levantó José Ángel Mañas
(Madrid, 1971) cuando en 1994 quedó finalista del premio Nadal con Historias
del Kronen. Por aquel entonces yo era un estudiante de CC. Físicas en
la Universidad Complutense de Madrid, que soñaba desde siempre con ser
escritor. Y surgió para mí Mañas, de repente y desde la nada, con unos pocos
años más que yo y recién licenciado en Historia, para mostrarme que aquel sueño
podía hacerse realidad. Pero lo cierto es que al principio experimenté algo de
rechazo hacia él: yo por aquel entonces había dejado de leer libros de ciencia-ficción
y terror y me dedicaba a la “literatura seria”. Como cualquier joven quería
tener aficiones y referencias importantes y por tanto desconfiaba de los
fenómenos de masas, como parecía ser Historias
del Kronen entre las personas de mi generación. Recuerdo a un compañero de
la academia en la calle Quintana a la que acudía, que leía aquel libro y me
comentó: «Es el mejor libro que he leído en mi vida», y yo pensé: «No será para
tanto, ¿cuántos libros habrás leído tú en tu vida?». Fue unos años más tarde
cuando lo leí, cuando ya estaba en la facultad de Empresariales de la Carlos
III y, después de un febrero universitario, un compañero de clase me lo dejó.
Lo tenía marcado con un subrayador amarillo, recuerdo. Lo cierto es que leí el
libro rechazado unos años antes en poco tiempo y me pareció que no estaba mal.
Tenía sentido del ritmo, y su costumbrismo juvenil me resultaba cercano (aunque
mi juventud había sido más tranquila que la de los personajes del libro). No
está mal, pensé, pero éste no debería ser el mejor libro que ha leído nadie en
su vida.
Seguí fijándome en la evolución
del fenómeno Mañas, pero no leí nada más de él. Recuerdo alguna reseña en
prensa donde criticaban con dureza sus libros. Yo diría que Mañas no caía muy
bien en sus entrevistas públicas; había adquirido ante los periodistas la
obligación de comportarse como uno de sus personajes y resultaba un tanto
ridícula su chulería de chico de colegio bueno que juega a ser malote (o al
menos eso me pareció a mí siempre).
En la biblioteca leí alguna de
las páginas de esas novelas que los críticos denostaban; y sí, me pareció que
una vez abandonado el estilo rítmico, de frase corta, costumbrista, profuso en
diálogos de sus novelas juveniles no le salía lo de escribir frases largas
(como leí en una entrevista: «Yo también sé escribir frases largas») y
sofisticar su discurso.
He leído también reseñas sobre el
nuevo Mañas, reciclado en la actualidad en escritor de novela policiaca,
histórica o basada en una serie televisiva, en concreto Águila roja (qué mala es
la edad y qué canalla es el mundo de la literatura para aquellos jóvenes que
iban a comerse el mundo: “Mañas se confirma en esta descarnada novela como uno
de los más prometedores escritores de finales del siglo XX”, leo en la
contraportada de esta novela de 1995, y ahora escribe novelas con los
personajes de una serie de televisión).
Estaba el año pasado (creo, o tal
vez a principios de 2014) en la librería
de segunda mano Ábaco, de la calle Raimundo Fernández Villaverde, y vi este
libro, Mensaka, nuevo, la primera edición de 1995 por cuatro euros, y
al abrirlo y leer unas páginas dio la casualidad de que uno de sus narradores
pasaba en moto precisamente por esa calle, por Raimundo Fernández Villaverde, y
me entró una cierta nostalgia de mi juventud noventera, así que decidí
comprarlo y llevármelo a casa. El viernes 28 de noviembre tenía que empezar con
un nuevo libro y debía de tomarlo de mi montaña de inleídos antes de salir para
el dentista (reservé este día porque era fiesta escolar). Imaginé que al salir
del dentista no iba a tener la cabeza para algo demasiado sesudo, así que me
pareció un buen día para dedicarlo a la nostalgia noventera de Mañas. Acabé el
libro ese mismo día.
Recuerdo que vi en vídeo la
película Mensaka del director Salvador García Ruíz y me pareció
bastante mejor que Historias del Kronen de Montxo
Armendáriz, que vi en el cine de Móstoles (cuando había cines).
Si en Historias del Kronen nos acercábamos a la siniestra voz del asocial
Carlos, en Mensaka tendremos la
oportunidad de acercarnos a ocho voces narrativas (cuatro chicos y cuatro
chicas). Lo cierto es que la estructura narrativa de esta novela está cuidada:
la reproducción de una entrevista en un fanzine sobre el grupo musical en torno
al cual gira en gran parte la trama, para iniciar el libro, y para finalizar un
epílogo; entre medias ocho personajes que toman la palabra, dos veces cada uno.
La entrevista del fanzine nos sirve para conocer cómo se conocieron algunos de
los personajes, y el epílogo para saber cómo se van a separar. Las voces
narrativas que componen el texto principal del libro ya no siguen ninguna
estructura rígida: cada capítulo será una voz narrativa, hasta llegar a las
ocho, y después cada una de las voces tendrá otro capítulo, pero sin repetir el
orden inicial (Mañas cuida la estructura, pero no hasta los extremos casi
matemáticos de Mario Vargas Llosa,
por ejemplo).
Fran y Javi son primos y ensayan
su música en la Nave. Allí conocen a David, un joven de un estrato social más
bajo, al que se unirán para que sea su batería. El grupo parece siempre a punto
de firmar un contrato con una gran discográfica que podría hacerles ganar
realmente dinero. David ha tenido problemas psiquiátricos con las drogas y es
un personaje inestable. Ricardo es el cuarto personaje masculino: amigo del
barrio de David; se dedica al trapicheo de droga a pequeña escala, mientras
añora los supuestos viejos tiempos.
Los personajes femeninos (Bea,
Natalia y Cristina) son las parejas –o posibles parejas– de los chicos del
grupo, y Laura es la hermana de Javi, que pertenece a una generación más joven
y, por los amigos que tiene y por cómo es ella misma, más agresiva aún que la
anterior.
Todas las voces narrativas están
bien perfiladas, aunque es cierto que, tras sus obsesiones y muletillas
particulares, tienen una forma de expresarse bastante uniforme, incluyendo, incluso,
los errores lingüísticos que comenten (“detrás suyo”, “enfrente mío…”).
El afán cartográfico de Mensaka es tan fuerte como recuerdo que
era en Historias del Kronen: el
nombre de las calles de Madrid tiene casi la misma presencia en el libro que el
nombre de las personas, convirtiendo así a la ciudad en un personaje más, lleno
de atascos, de polución; de violencia, en definitiva.
A veces, para acelerar el ritmo
de la narración, Mañas no utiliza la puntuación necesaria en la frase, y largas
parrafadas (que bien puntuadas estarían constituidas por frases cortas) fluyen
por la página sin puntos ni comas.
Captar la jerga juvenil madrileña
es tan importante aquí como en la novela anterior. Me he sonreído ante el uso
de algún término que ya ha caído en desuso y que me ha hecho viajar en el
tiempo veinte años: pepino por moto, travelones por travestis, peseto por
taxista, muvis por movidas o asuntos, corbatos por trajeados, o llamar a la
abuela “la vieja de mi vieja”, o el mensaka del título por mensajero.
Detrás de las historias de la
ciudad, del grupo musical y los trabajos precarios, se deja ver el desencanto
del paso del tiempo y la sensación de no ir a alcanzar los sueños propuestos.
“El tiempo pasa muy deprisa, demasiado deprisa”, con estas palabras acaba uno
de los capítulos en los que Cristina es la narradora.
Cuando leí Menos que cero de Bret Easton Ellis ya me di cuenta de la
relación que tenía esta obra con el personaje nihilista y asocial de Historias
del Kronen. Mensaka, más que por
Easton Ellis, me ha parecido influenciado por Trainspotting de Irvine Welsh. Leí Trainspotting hace mucho, pero recuerdo que la voz narrativa
también iba cambiando de un narrador a otro y la obsesión por los problemas
derivados de las drogas está en el texto de Mañas como estaba en el texto de
Welsh. Además hay una escena en la que Cristina, que trabaja de camarera en un
bar, se va al baño para pincharse heroína, escena que está casi calcada de un
personaje femenino de Trainspotting.
Como dije, tardé un día de fiesta
en leer este libro y la verdad es que fue una lectura agradable. Me hizo
reencontrarme con una parte de lo que fue la literatura española en los 90. Y
aunque recuerdo que cuando veía a Mañas en alguna entrevista de televisión de
la época o leía la entrevista en un periódico no me acababa de caer bien,
ahora, después de que todo aquel éxito literario se fuese diluyendo en malas
críticas, desapego de los lectores, e intentos de relanzar su carrera gracias a
los géneros más comerciales y poco literarios (como la novela sobre los
personajes de la serie Águila roja:
lo repito porque no doy crédito), miro con simpatía los comienzos de su
carrera. Mensaka está publicado
cuando su autor acababa de cumplir veinticuatro años y es un libro ameno, de
ritmo rápido, con personajes bien perfilados y reconocibles, con una estructura
sólida y una trama (aunque deja ver demasiado que su modelo es Trainspotting) no desdeñable.
Para finalizar quisiera comentar una anécdota que me contó el jefe de estudios del colegio en el que trabajo,
que ya está jubilado y que fue muchos años profesor de Lengua y literatura:
cuando se publicó Historias del Kronen
los alumnos del colegio leían compulsivamente el libro, pasándoselo de unos a
otros, y le arrancaban las tapas para que los profesores no se dieran cuenta de
que estaban leyendo “el libro prohibido”. En realidad no creo que estuviese
prohibido leer el libro en sí, sino hacerlo en horario de clase cuando el
profesor estaba explicando la lección. Escribir un libro que consiga que los adolescentes
lo quieran leer a toda costa me parece un logro muy a tener en cuenta.