domingo, 29 de septiembre de 2013

Así es como la pierdes, por Junot Díaz

Editorial Mondadori. 207 páginas. 1ª edición de 2012, esta de 2013.
Traducción de Achy Obejas.

Fue en un Babelia de los años 90, en un artículo de mi admirado Miguel García-Posada, donde descubrí a Junot Díaz (Santo Domingo, República Dominicana, 1968). Entonces un joven dominicano de Nueva Jersey, que acababa de publicar su primer conjunto de relatos escrito en inglés, titulado Drown y comercializado en España como Los boys en la edición de Mondadori de 1996, con traducción de Miguel Martínez-Lage, uno de los grandes de la traducción en nuestro país.
Leí Los boys sacándolo de la biblioteca y luego lo compré al menos dos veces en saldos de ferias del libro antiguo y de ocasión, una vez para regalarlo y otra para mí. Años después volví a leer el libro sacándolo de otra biblioteca. Fue un conjunto de relatos que me fascinó: toda la técnica del relato breve norteamericano estaba allí (una técnica depurada y bellísima), pero los protagonistas no eran camioneros y amas de casa del Medio Oeste, como en los libros de Raymond Carver o de Tobias Wolff, sino los dominicanos de Nueva Jersey, luchando por la supervivencia fuera de su isla.

Durante años esperé la publicación de un nuevo libro de Junot Díaz, durante años rastreé internet tratando de encontrar algún nuevo libro suyo en inglés, que por el motivo que fuese no había sido traducido al español y no lo encontraba. En 2007 apareció la novela La maravillosa vida de Oscar Wao, que fue ganadora del premio Pulitzer de 2007, y que hizo de Junot Díaz un escritor mucho más popular de lo que había sido hasta entonces. Compré esta novela en París en la agradable librería Shakespeare and Company. Entré allí, paseé por sus estancias y, como no iba a comprar un libro en francés (idioma del que conozco unas cinco palabras), lo compré en inglés. Leí la novela un septiembre de hace cinco años, y como a veces no entendía todo, saqué de la biblioteca la traducción de Mondadori, esta vez a cargo de Achy Obejas. Cuando no entendía algo en inglés miraba la traducción. Aquí me di cuenta de un hecho llamativo: Junot Díaz escribe en un inglés formal en el que de vez en cuando introduce alguna palabra en español (en Los boys la traducción era similar a la de un libro de Richard Ford o de Tobias Wolff, y en letra cursiva se señalan las palabras que estaban en español en el original), pero en la traducción de La maravillosa vida de Oscar Wao, la traductora Achy Obejas (de origen cubano y que también es una escritora latina que vive en EE.UU, en Illinois) transformaba el inglés formal de Junot Díaz en lenguaje coloquial dominicano. Se me escapó la risa al comprobar que por ejemplo “man” estaba traducido como “papi chulo”.
En Así es como la pierdes, Achy Obejas sigue el mismo camino: ha tomado el inglés formal de Junot Díaz y lo ha vertido al español en un registro callejero de República Dominicana, sin señalar qué palabras estaban en español en el original; en cambio, el texto se llena de palabras inglesas no traducidas. Además, la transcripción de las frases se hace en su registro oral; por ejemplo, “para” está escrito como “pal” o a los participios se les suprime la “d”.
Así es como la pierdes me lo dejó un compañero del colegio donde trabajo, que no había leído nada de Díaz y que le había visto en una entrevista en la televisión. Yo le hablé de Los boys y se lo dejé. Leyó los dos en orden cronológico y me comentó que le había gustado más Así es como la pierdes, precisamente por ese sabor tan dominicano de su páginas. Pensé leer en orden cronológico los tres libros de Junot Díaz seguidos. Los dos primeros serían relecturas, pero La maravillosa vida de Oscar Wao la leería en español por primera vez. Al final he leído directamente el último libro y, aunque no estoy seguro de que sea legítimo que un traductor haga esto, una recreación de un registro literario que no existe en el original, he de decir que la reconstrucción del lenguaje dominicano que hace Achy Obejas me gusta. Aunque he de señalar también que los relatos de este libro me han parecido tan buenos que creo que me habrían gustado traducidos de casi cualquier forma.

Así es como la pierdes está formado por nueve relatos, que en realidad se pueden leer como si fuesen los capítulos de una novela, ya que la mayoría están narrados por Yunior. Este personaje aparece también en las otras dos obras del autor y acaba siendo un trasunto del propio Junot Díaz. Hay acontecimientos que se narran en Así es como la pierdes que los conocía ya por Los Boys, como por ejemplo la muerte de cáncer de Rafa, el hermano mayor de Yunior, y el abandono de la familia por parte del padre.
En el último cuento de Así es como la pierdes, titulado Guía de amor para infieles, por ejemplo, a Yunior le duele la espalda y el médico le dice que arrastra una lesión por haber realizado esfuerzos en el pasado. Yunior le pregunta que si puede ser por haber cargado mesas de billar y el médico le confirma que puede ser. Recordé entonces que en Los boys hay un cuento titulado Edison, Nueva Jersey donde Yunior nos narra su experiencia como transportista y montador de billares.
La muerte de Rafa es una presencia constante en el libro, y quizás este hecho conduce a la escritura de alguna de las páginas más bellas y desgarradas del libro, como el cuento Flaca, donde se habla de la última relación afectiva que tuvo Rafa (“tremendo papi chulo”, según Yunior).

En principio los cuentos de Así es como la pierdes tratan de relaciones de pareja que, como es fácil suponer, no acaban bien. Las infidelidades de los protagonistas masculinos son frecuentes, infidelidades que en la mayoría de los casos se convierten en errores que conducen al protagonista (normalmente Yunior) a la infelicidad. Este sería el tema principal del primero y el último relato, titulados El sol, la luna, las estrellas y Guía de amor para infieles. Además, en los dos hay un viaje desde Estados Unidos hasta Santo Domingo.
Pero el deseo sexual compulsivo y las infelicidades acaban por ser una excusa para hablar de un tema mucho más amplio: la vida de una comunidad emigrante en un país más rico, la relación de estas personas entre sí (dominicanos en la novela) con los norteamericanos y también con los dominicanos que siguen viviendo en la isla. Además del racismo y de las dificultades para abrirse camino. Del trabajo duro del inmigrante, de la nueva vida en Estados Unidos dejando una vida atrás en la isla, trata el cuento Otra vida, otra vez, que es uno de los cuentos más emocionante del conjunto, y también el más independiente, pues en él no aparece Yunior ni su familia.

El estilo de Yunot Díaz es preciso, pero con un particular halo poético que parte de la compasión de su mirada sobre sus personajes. Son cuentos tristes, pero llenos de coraje, cuentos también llenos de poesía y de humor, ricos, vivísimos.

Este libro me ha emocionado profundamente. Es estupendo.

jueves, 26 de septiembre de 2013

El bar de Lee, en el blog de Javier Cánaves



Mi amigo el poeta mallorquín Javier Cánaves, ganador del premio Hiperión de 2003 con su gran poemario Por fin has conseguido que odie el blues, leyó mi poemario doble El bar de Lee. Sobre él escribió una entrada en su blog (Tú cita de los martes), donde entre otras cosas apunta:

“Es evidente la influencia de escritores como Cesare Pavese, Juan Luis Panero (“como una terca imagen del fracaso”, podemos leer en el poema que da título al segundo poemario), Charles Bukowski o Roberto Bolaño. Tal vez por esto, los poemas de David Pérez son auto-referenciales y narrativos, generalmente largos, como pequeños relatos a los que se obligara a encajar en estructuras poéticas, aunque convendría no olvidar, en este punto, que Pérez Vega creció y forjó su mitología literaria leyendo, sobre todo, novelas. En este sentido, las diferentes citas que pueblan ambos poemarios son especialmente reveladoras. Tal vez en Móstoles era una fiesta se intenta un mayor vuelo lírico, pero es en El calvo del Sonora, a mi modo de ver, donde David Pérez Vega encuentra su voz más personal, la que maneja con mayor soltura. En este poemario se encuentran los mejores poemas del conjunto. Estos poemas, si cabe, son más narrativos, más prosaicos, y esta característica les sienta muy bien. También percibo mayor madurez en ellos, una mirada más incisiva, un mejor manejo de las herramientas idiomáticas. Contraponiendo ambos poemarios, creo que el primero es más irregular que el segundo: alterna grandes poemas con otros menos logrados. Esta fluctuación, pienso, no se da en El calvo del Sonora, de un nivel más sostenido.”

Ver el comentario completo AQUÍ.

Al final de la entrada reproduce dos poemas de El bar de Lee. El primero es Nieve, que abre el primero poemario, Móstoles era una fiesta, escrito en 1997, y el segundo es uno de los poemas de El calvo del Sonora, escrito en 2008. Reproduzco aquí los dos poemas:



NIEVE
   
Montevideo era verde en mi infancia                                                   
absolutamente verde y con tranvías
(...) era tan diferente, era verde.                                                                                                        
                MARIO BENEDETTI

Blanca, limpia sobre las capotas de los coches,
entre los dedos deshojados de los árboles,
leves puntadas amarillas en las copas
oscuras como un oro enlutado de tiempo
caído en el fango del invierno,
así ha caído esta noche la nieve de la infancia
sobre las capotas de los coches.

Parece ya una fotografía tan lejana,
coches antiguos, rojos desvaídos, camuflados por el esplendor
del blanco, resignados sobre el asfalto roto, enmohecido
sobre el que jugábamos al fútbol, cuando no había
tantos coches rojos cubiertos por la nieve.

Jugábamos en la calle. Veo la farola
escuálida que era un poste y el árbol
deshojado, descarnado, que era el otro, con nieve en sus horquillas
y la puerta verde que no estaba en mi infancia.

Yo era un Arconada de gomaespuma con mis guantes de gomaespuma
bajo los palos del mismísimo cielo;
a veces amanecía nevado, igual que hoy, 14 años atrás, y
nos lanzábamos bolas fulgurantes de risa, de latón y de agua
con la nieve recogida del capó de los coches
que hoy ha vuelto a caer entre los dedos huesudos
de los árboles, con pinceladas impresionistas de hojas
amarillas gastadas por el ladrido de los perros,
sobre el aparcamiento incesante de árboles marrones.
Cuando podaban esos árboles saltábamos sobre las
ramas apiladas, cavábamos túneles en ellas,
eran una cama elástica y un refugio de guerra.

Y ahora, estudiando Análisis Contable, esas ramas
vuelven a crecer igual que vuelve a caer la nieve.
Entre las nubes frías de la mañana lo observo
desde la terraza, esperanzado
de que así vuelva a crecer la infancia.

                                                                 5-12-97.



CHARLES BUKOWSKI

Que tiempos tan frustrantes fueron aquellos años: tener el deseo y la necesidad de vivir pero no la habilidad.
                        C. B.

No en la biblioteca, fue en un bar.
El Vudu-Mama –otro local ya sólo persistente
en el itinerario de nuestros recuerdos,
en el vagar de las palabras por la ciudad invisible-
allí escuché por primera vez a The Doors,
The Who o The Clash… Es decir, su dueño
(con un anillo en forma de ojo) moldeó
gran parte de la banda sonora de mi vida…
y los cuidados cartelitos tras la barra:

Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones
                                   Charles Bukowski
La máquina de follar
                                   Charles Bukowski

Un cantante pensé, hasta que leí la noticia
sobre la publicación de su biografía. Mataba
el tiempo en la biblioteca de la calle Quintana
antes de ir a la academia de Físicas. Allí, en 1994,
una semana antes de su muerte, nos encontramos.

Yo era un lector entonces de ciencia-ficción
o terror. Me evadía, pero eso ya no era suficiente,
estaba perdido, bloqueado, necesitaba respuestas,
claves para entender a los otros o a mí mismo,
y apareció aquel tipo de la generación de mis abuelos
y del otro lado del mundo. Llegué a conocer su vida
mejor que a la de mis padres. No podía creer
que su colegio de Los Angeles en la década de los 30
fuese igual que el mío en el Móstoles de los 80.
Y si la literatura posee alguna magia ha de ser ésta.

Un consejo para principiantes:
si quieres escribir como Bukowski antes de beber
como Bukowski intenta leer como Bukowski.
Estuve meses en la biblioteca de Móstoles
buscando los mismos libros que él sacaba
de la biblioteca de La Ciénaga en Los Angeles,
cincuenta años antes, porque a mí tampoco
me gustaba estar donde me había tocado
y no tenía muchas cosas a las que aferrarme
y el sarcasmo feroz y tierno de Bukowski
representó para mí, en cierto modo, la estaca
que pude clavarle al corazón
podrido de la realidad de entonces.

Y después leería a muchos más escritores,
repletos de recursos, pero hay ciertas filiaciones
que perduran más en relación con la necesidad
que con el intelecto.
                           Con él aprendí
dos cosas que aún me acompañan:

que si no la traicionaba siempre tendría
a la literatura a mi lado para salir adelante.

que cuando estalla un mundo, aunque sea
el tuyo, si aguantas con el coraje suficiente,
estarás allí para ver resurgir otro de sus cenizas.


domingo, 22 de septiembre de 2013

Hijos apócrifos, por Víctor Balcells Matas

Editorial Alfabia. 429 páginas. 1ª edición de 2013.

Este verano me escribió un correo Víctor Balcells Matas (Barcelona, 1985) para proponerme el envío de su novela Hijos apócrifos, recién publicada en Ediciones Alfabia. Había conocido a Víctor en persona hacía unos dos años, una noche que quedé en la Casa de América con mi amigo el poeta y novelista mallorquín Javier Cánaves, que estaba en Madrid porque participaba en un acto poético organizado por la editorial Delirio, donde había publicado su poemario Limpieza y absorción. Así que esa noche en la Casa de América conocí a Fabio de la Flor, el editor de Delirio, y a algunos escritores vinculados a su editorial, entre los que se encontraba Víctor Balcells, que había publicado en Delirio su libro de relatos Yo mataré monstruos por ti. Entre este grupo de personas también estaba Javier Serena, quien hace unos meses me pasó su novela Estación baldía, que ya comenté en el blog. Víctor Balcells, junto a Iago Fernández, mantiene un blog de reseñas llamado Zafarranchos Merulanos (ver AQUÍ). Nuestros blogs están enlazados desde hace tiempo. Además (a raíz de su correo) yo le envié a Víctor mi poemario El bar de Lee y me ha comentado que le ha gustado. Comento todos estos datos para que quede explicada la ligera relación que me une a Víctor, cuyo libro Hijos apócrifos estuvo envuelto hace no mucho en una polémica de internet sobre la capacidad de un lector (o de un crítico) de ser objetivo al comentar el libro de alguien que conoce o de quien es amigo.

Hijos apócrifos está dividido en cuatro partes. En la primera, situada en 1985, el joven Pablo Scarpa ha de acompañar –o perseguir en algunos casos– al famoso escritor Ricardo Iglesias, que le ha contratado para ser su biógrafo. Este acompañamiento o persecución le conducirá hasta un castillo de Cracovia, a las calles de París y al pueblo de Rennes-Le-Chateau, en el sur de Francia.
Las tres partes restantes del libro presentan una unidad mayor entre sí, y su acción se sitúa ya en una época más cercana a la del escritor y el lector, entre 2009 y 2011. En gran medida, estas páginas transcurren en Salamanca, ciudad en la que ha estudiado Víctor Balcells, y que por tanto conoce bien. Guillermo Guevara es el hijo de Ricardo Iglesias, del que éste no quiso saber nada, y que fue concebido en la primera parte de la novela. Gracias a la biografía de Scarpa, Guillermo va a descubrir quién es su padre, y gran parte de la trama de la novela estará centrada en los intentos de Guillermo de reencontrarse con su padre ausente. Casi todo transcurre en el escenario de la ciudad de Salamanca, entre performances artísticas y recitales de poesía. Uno de los temas de fondo de la novela será la denuncia de la vacuidad de los escritores, sus ínfulas ridículas y su deseo desproporcionado de éxito y de reconocimiento; y también de la vacuidad de los editores (al editor de la novela se le describe con un cartel de NO tras la mesa de su despacho).

Víctor Balcells nació en 1985 y la novela está escrita entre 2007 y 2012; es decir, cuando el autor tenía entre 22 y 27 años. Balcells es un escritor muy embebido de literatura: en su novela se citan las palabras -o simplemente se habla- tanto de los personajes escritores que él inventa como de multitud de escritores reales: W. G. Sebald, Bergson, Kafka o Enrique Vila-Matas (éste es un chiste familiar, pues Vila-Matas es el tío de Víctor Balcells). Además, para el lector atento, existen otras referencias literarias más o menos veladas, como el guiño de introducir en las frases construcciones semánticas que son títulos de novelas o de relatos; así, por ejemplo, nos podemos encontrar con frases como éstas: “Entendí por su mirada el terror de la soledad del corredor de fondo” (pág. 50); “Sólo se escuchó un claro y persistente ronroneo, interferencias, ruido de fondo” (pág. 123); “Removía los pedazos de periódico y tenía las manos sucias, era un artista del hambre” (pág. 207); “Casa tomada. Ahora la música sonaba amortiguada tras la puerta” (pág. 253). (La negrita es mía).

La primera parte, la correspondiente a la voz narrativa del biógrafo Pablo Scarpa, me ha parecido lo mejor del libro. Según he leído en internet, es la que está escrita más tarde, y posiblemente se aprecia en ella una mayor madurez narrativa frente a las otras tres. Me llama la atención de esta primera parte la capacidad, y el desparpajo, de Víctor Balcells para situar la acción en una época que no es la suya y en unos escenarios (Cracovia, París, sur de Francia) que, probablemente, conocerá como turista. Además, el lenguaje poético empleado me ha parecido sorprendente e imaginativo en más de un caso. Por ejemplo, así acaba uno de los capítulos de esta primera parte: “Al principio llega el león, mata a la gacela, come hasta la saciedad y se marcha. El cuerpo de la gacela queda tendido y deforme en el suelo. Aparecen los buitres y sigue la destrucción, porque cuando se entrega el alma ya no hay límites para el caos. Pasa el tiempo y sólo quedan los huesos de la gacela. Se transforma la materia, nace el árbol. Pero a veces el árbol no nace, queda la tierra. El pasado son buitres que comen y no se sacian, porque en la memoria no existe la saciedad. Desearíamos castigar al león que nos hizo daño, pero solo queda una gacela herida que no puede moverse ni respirar. Olvidad al león. El león se fue. La única posibilidad de expiación es el árbol que más tarde crecerá. Pero ya lo he dicho, no siempre nace un árbol. Donde una vez hubo vida, no siempre vuelve a haber vida” (pág. 61).

Algo que me parece destacable –y es un recurso que se emplea más de una vez en las tres partes restantes del libro– es la capacidad de Balcells para, además de situar la acción en lugares, en principio, muy diversos (una isla de Grecia, Estambul), no acabar esos capítulos de forma conclusiva: se narra la acción, en principio violenta (el hallazgo de un cadáver, el engaño que sufre uno de los protagonistas en un prostíbulo), pero no la conclusión de esa historia. En el siguiente capítulo los protagonistas se encuentran ya en otro lugar... Y todo esto, los personajes escritores que persiguen a otros escritores, los viajes, la desubicación narrativa... me ha recordado mucho al estilo de Roberto Bolaño, que me parece una de las influencias más claras de la novela y al que se le hace un homenaje explícito al denominar a la afamada editorial donde publican los escritores famosos del libro –y donde los jóvenes artistas trepas desean publicar– editorial Archimboldi.

El tono de la novela es de comedia y esto hace que las interacciones que se establecen entre los personajes sean en algunos casos disparatadas y que las relaciones causa-efecto resulten a veces absurdas. En muchos casos se juega directamente al malentendido y al enredo; de “puñetero lío folletinesco” se habla en la página 295.
Este tono de comedia es, por supuesto, absolutamente lícito, y en más de una ocasión yo como lector me he encontrado sonriendo ante la página leída, pero también he acabado pensando que en cierto modo este tono (que convierte los comportamientos de los personajes en desproporcionados o disparatados) puede ser una forma de enmascarar la dificultad del autor para crear personajes más sólidos, más consistentes, más creíbles y humanos. La experiencia de Víctor Balcells para crear una historia procede más de los libros que de la vida, me ha dado la impresión en más de un caso. Y puestos a señalar ahora algún defecto más, podría apuntar que su juventud también ha sido una rémora a la hora de crear alguna escena, remarcando en exceso el punto sobre el que el lector ha de posar la vista. Estoy pensando en la escena que tiene lugar en el segundo capítulo de la tercera parte, cuando el joven escritor trepa Max Lechuga visita al gran editor Archimboldi de la mano del afamado escritor de la editorial Enrique Bauer; y Max, desconcertado, repite en el texto más de una ocasión que el editor va a publicarle sin haber leído su manuscrito, cuando el lector ya estaba viéndolo por sí mismo.


Repito que lo mejor de Hijos apócrifos es la primera parte, que ocupa más de cien páginas de la novela, y que podría haber sido en sí misma una novela corta. Si Balcells hubiera decidido que su primera novela fuera la primera de las cuatro partes de Hijos apócrifos el resultado habría sido más cerrado y maduro, pero es de celebrar que haya arriesgado con una primera novela de más de 400 páginas, lo que nos habla de un joven autor ambicioso. Por supuesto, Hijos apócrifos no es una primera novela redonda, pero sus logros parciales, su ritmo y la fuerza de algunos pasajes me hacen pensar que Víctor Balcells va a ser un autor muy a tener en cuenta en España en las próximas décadas.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Juan Luis Panero, unos poemas (en memoria)

Me acabo de enterar hoy, gracias a facebook, de que el pasado lunes murió el poeta Juan Luis Panero. Era mi poeta favorito. Si no hubiera sido porque descubrí su libro Poesía Completa es posible que nunca hubiese escrito poesía ni que me hubiese convertido en un moderado lector de poesía. 
Llevaba años esperando que se publicara un nuevo libro suyo. En alguna entrevista leí que estaba escribiendo nuevos poemas después de Enigmas y despedidas -su último libro publicado, y esto fue en 1999. Espero que se publiquen esos poemas en un libro póstumo.

Abro al azar Enigmas y despedidas y me encuentro con este poema. Me quedo de piedra:

DIALOGAR CON LA MUERTE 

En medio de un sueño entrecortado, 
sudor y calmantes, las destempladas horas de un hospital, 
escucho una voz que anuncia: 
El poeta cubano Gastón Baquero ha muerto. 
Y sigue el sueño inquieto, luces y sombras, 
«Por todas partes llegan noticias de la muerte». 
Al día siguiente en el periódico las frases rituales, 
tristes tópicos para llenar el vacío. 
Sin embargo, en la cama, mirando el blanco techo, 
sin más oficio que dialogar con la muerte, 
no son llantos ni pésames los que me llegan 
sino tus carcajadas, las risas de otro tiempo. 
No hay lugar para el dolor, ni siquiera sorpresa, 
sólo el mundo de magia donde siempre habitaste 
y que nos regalabas, generoso con todos. 
«El alambrista recorre de lado a lado lo más alto del circo 
y aplaude la multitud», 
y también yo te aplaudo y la bella Nefertiti 
y el mendigo en la noche vienesa 
[y los gitanos y el viento de Trieste 
(que repetía extrañas canciones al amanecer) 
y Marcel Proust y Manuela Sáenz, 
todos aplaudimos tu respirada alegría, 
la deslumbrante soledad que te acompañaba: 
«Parece que estoy solo, 
pero llevo en derredor un mundo de fantasmas». 
Ahora ya has encontrado, por fin, a tus fantasmas 
y «el frío de la tumba recién cavada», 
y tantas otras cosas que nos seguirás contando 
cada vez que alguien abra tus páginas 
como hago yo esta tarde y tenga entre sus manos 
rosas y cenizas, artificio y pasión, 
en la cárcel del tiempo las palabras de un mago. 


Ya escribí en el blog una entrada sobre él. Como pequeño homenaje, he decidido rescatarla:

Descubrí su libro Poesía completa (1968-1996) en la biblioteca del pueblo de la sierra madrileña donde he pasado la mayor parte de los verano de mi infancia, adolescencia y juventud: Collado Mediano. Tenía unos veintidós años y no era lector de poesía. Creo que arrastraba el mismo complejo ante la poesía que la mayoría de personas de este país: la poesía es algo incomprensible que te obligan a estudiar en el colegio y que no tiene nada que ver conmigo. En la biblioteca, a la que subía por las tardes a leer (prosa) o escribir (prosa), hojeaba este libro y leía poemas al azar. Lo que leía era perfectamente comprensible y me emocionaba mucho leerlo. Me dejaba helado y me golpeaba con la fuerza de la mejor literatura. Al volver a Móstoles compré el libro y aunque durante el día seguía leyendo prosa, por las noches, antes de acostarme, leía unos cuantos poemas de esta Poesía completa, que con el tiempo se ha convertido en uno de los libros de mi vida. Un libro que me condujo a hacer algo que de adolescente, cuando era un lector de ciencia-ficción y terror -y soñaba con ser un escritor de ciencia-ficción y terror- nunca pensé que ocurriría: a escribir poesía. 
Hasta ahora he escrito cinco libros de poesía, y creo que Juan Luis Panero me mostró el camino de mi propio estilo: poemas largos y narrativos.

Gracias, Juan Luis Panero.



Dejo aquí algunos de mis poemas favoritos:
Al abrir la Poesía completa nos encontramos con el poema Memoria de la carne; después de él sólo se puede seguir leyendo el libro:

Memoria de la carne

Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre,
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente, su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban, con una sosegada prontitud.
De quien así ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo, allí, en la perdida frontera de los catorce años
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.


Epitafio frente a un espejo

Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia,
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló con su belleza.
Cuando el amor como un vestido ajado
no pueda proteger tu tristeza
y motivo de burla, de piedad o de asombro,
a los ojos más puros sólo sea.
Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo,
la juventud, todo aquello que fuiste,
y buscar sin pasión tu reposo
en la sorda ternura de lo débil,
en la gris destrucción que alguna vez amaste.
«Es la ley de la vida», dicen viejos estériles,
«y nada sino Dios puede cambiarlo», repiten,
a la luz de la noche, lentas sombras inútiles.
Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo,
que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo,
cuando la absurda farsa que tú tanto conoces
no esté más adornada con lo efímero y bello.
Dura ha de ser la vida hasta el instante
en que veles tu memoria en este espejo:
tus labios fríos no tendrán ya refugio
y en tus manos vacías abrazarás la muerte.


Un año después de ya no verte
                                                       Corrido mexicano

                  Este es el corrido del caballo blanco
             que en un día domingo feliz arrancara.
                                                 José Alfredo Jiménez

Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos,
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
«Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.»
Este es el corrido pero nadie canta
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar,
tus dos ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas,
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga su hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.


Un étranger

Produce cierta melancolía,
una tristeza decadente -literaria sin duda-
como algunas canciones de entreguerras
o páginas perdidas de Drieu La Rochelle,
ver a un hombre solo, apartado y distante,
en la barra de un bar con decorado internacional.
En esa imprecisa edad, tan imprecisa como la luz del ambiente,
en que ya no es joven ni viejo todavía
pero lleva en sus ojos marcada su derrota
cuando con estudiado gesto enciende un cigarrillo.
Las muchas canas y las muchas camas,
un indudable estómago que la camisa inglesa apenas disimula,
el temblor, no demasiado visible, de su mano en un vaso,
son parte del naufragio, resaca de la vida.
Un hombre que espera ¿quién sabe qué?
y aspirando el humo, mira con declarada indiferencia
las botellas enfrente, los rostros que un espejo refleja,
todo con la especial irrealidad de una fotografía.
y es aún, algo más triste, un hondo suspiro reprimido,
ver al fondo del vaso -caleidoscopio mágico-
que ese hombre eres tú irremediablemente.
No queda entonces sino una sonrisa: escéptica y lejana,
-aprendida muy pronto y útil años después-
de un largo trago acabar la bebida,
pagar la cuenta mientras pides un taxi
y decirte adiós con palabras banales.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Perros de presa, por David Barreiro

Editorial Gadir. 183 páginas. 1ª edición de 2012.

Conocí a David Barreiro (Gijón, 1977) en la Casa de Asturias de Madrid, un Día del Libro de hace al menos tres años. Acudí allí para saludar al poeta Alejandro Céspedes, que recitaba poemas de su último libro, y poder agradecerle en persona que me hubiese escrito el prólogo de mi poemario Móstoles era una fiesta (el primer de los dos libros de El bar de Lee). Barreiro también conocía a Céspedes, fuimos presentados y estuvimos conversando esa noche sobre libros.
Este verano Barreiro me escribió para ofrecerme su última novela, Perros de presa, con la intención de que la leyese y si quería la comentara en el blog. Con Perros de presa, David Barreiro fue el ganador del Premio Joven 2011 de Novela de la Universidad Complutense de Madrid. Hace unos meses, también comenté en el blog la novela de  Javier Serena, Estación baldía, que fue la finalista de este mismo premio. Había conocido a Serena en una ocasión y me escribió también para ofrecerme la lectura de su libro, que ya comenté en el blog.

Perros de presa sitúa su acción a finales de la primera década del siglo XXI, en una de las ciudades dormitorio que rodean Madrid. La novela, en primera persona, está narrada por Federico Narváez, de 37 años, licenciado en Antropología y que trabaja como guardia jurado en un centro comercial decadente de su ciudad dormitorio. Nunca se da el nombre de esta ciudad (a la que doce minutos de tren separan de la estación de Atocha), pero la relación del narrador con ella es cuanto menos ambigua, por no decir directamente pésima. Durante toda la novela se juega a designar a la ciudad mediante diversos nombres que actúan como adjetivos; así nos encontraremos que estamos en una ciudad herrumbre, ciudad socavón, ciudad despensa, ciudad cirrosis, ciudad trastero, ciudad callejón, ciudad ladrillo…
Si Narváez considera que la ciudad en la que vive es una ciudad derrota, lo mismo puede aplicarse a su propia vida: “No he llegado donde esperaba” (pág. 26).
Sin embargo, algo salva a Narváez del hundimiento total: su capacidad de observación y su sentido del humor.

Los primeros capítulos de Perros de presa son de corte costumbrista: mediante un lenguaje desenfadado (“lo disimulan que te cagas”, pág. 35; “palomitas saliéndonos por las orejas”, pág. 47; “la espichó”, pág. 81; “tengo los huevos de corbata”, pág. 152), que a veces cae en la frase hecha (“dicen las malas lenguas”, pág. 49; “nada nuevo bajo el sol”, pág. 73), pero que tampoco está exento de juegos metafóricos (“Un par de gotas gruesas como bombillas caen a nuestro lado y ambos miramos al cielo que ya ha adquirido un tono gris marengo que no le va nada ni a él ni a nosotros.”, pág. 20), Federico Narváez nos pone al día de cómo transcurre la vida en el centro comercial, donde no se toma demasiado en serio su trabajo, ya que además de ayudar a algún pequeño delincuente a robar comida, se dedica a dormir con los ojos abiertos o a admirar a Jessica, la más atractiva de todas las cajeras.
Sin embargo, ya desde el final del primer capítulo (unos capítulos cortos) se pone al corriente al lector de uno de los pilares subterráneos sobre los que se va a edificar la novela: “Hace cuatro meses que mataron a Dani.”, pág. 15). Dani es uno de los dos mejores amigos de Federico, y el otro, Marcos, se fue a vivir a Barcelona, así que Dani es en realidad el mejor amigo del narrador. Dani dibuja un cómic durante las noches que acompaña a Federico en el centro comercial, cuando a éste le toca jornada nocturna. Una de las noches en las que Dani se acercaba al centro comercial -en la que Federico no se encontraba allí porque estaba enfermo- es asesinado de un disparo. Rápidamente se detiene a dos rateros como culpables del crimen; pero meses más tarde Federico encuentra detalles que no cuadran en la resolución del caso. De una forma casi casual, se convertirá en detective de la muerte de su amigo.

A pesar de que la novela parte de un costumbrismo con toques de humor muy español -donde el blanco principal de los chistes del narrador suele ser él mismo-, la estructura de Perros de presa nos remite a la novela negra o al cine negro norteamericano. En este tipo de narraciones, una persona vencida y cínica busca una redención personal mediante la resolución de un asesinato, y en el camino hacia esa resolución se va adentrando cada vez más en la corrupción de un mundo turbio. En la ciudad dormitorio de la novela, el centro comercial, escenario principal de la trama, simbolizó en el pasado la esperanza de una ciudad mejor, para acabar contemplado como languidece y se van cerrando sus locales, pero además: “La obra se había vendido como el proyecto de uno de los jóvenes arquitectos con más talento de la ciudad, pero luego se descubrió que no había llegado a terminar la carrera y su mayor mérito era ser sobrino del entonces alcalde, hoy en tercer grado penitenciario después de un turbio asunto de malversación de fondos públicos.” (pág. 47-48). El centro comercial va a esconder más de un secreto que Federico se encargará de descubrir con el periodista David Barreiro.

Esto último me pareció un juego ingenioso; dentro del trasfondo humorístico de la novela, el autor, David Barreiro, se introduce a sí mismo en la trama como personaje, un periodista precario más macarra y pasado de rosca (imagino) que el Barreiro real que escribe la novela.

David Barreiro, además de licenciado en Ciencias de la Información, es diplomado en Guión y Dirección Cinematográfica, y esto último se nota al analizar el montaje de la novela. En raras ocasiones aparece un elemento que sirve para dar continuidad a la trama que no hubiera sido anunciado previamente. En este sentido, la estructura novelística de Perros de presa está construida de forma notable. Más discutible sería su verosimilitud si nos planteáramos la posible existencia y conjunción de todas las causalidades de la trama (o golpes de guión) que se dan en la historia: resulta que Dani es hijo de una persona muy poderosa, resulta que uno de los guardias de seguridad del mayor banco de España trabajó con Federico en el centro comercial… y quizás el elemento más distorsionante (el elemento que más zarandea la verosimilitud narrativa de la historia) sea la introducción del periodista David Barreiro en la trama, como compañero fiel de Federico en la peligrosa aventura en que éste ha decidido embarcarse.


Perros de presa está escrito con un sentido del ritmo notable, y su humor chocarrero y cercano hará que el lector se sonría en más de una ocasión. La parte costumbrista de la historia (la descripción de las vidas que confluyen en el centro comercial) está bien dibujada, sin abrumar con un exceso de detalles. Quizás al acabar el libro el lector se haga algunas preguntas sobre la verosimilitud narrativa de lo contado, y aunque no encontrará ningún agujero en el engranaje, se planteará si todos los golpes de guión que hacen moverse al mecanismo de la novela no quedarán mejor (no serán más creíbles) en una obra norteamericana, o esta última idea sólo es un complejo de inferioridad propio de él como lector español de una obra española (o al menos esta ha sido mi experiencia).

jueves, 12 de septiembre de 2013

Leonor Dinamarca, unos poemas

Curioseaba por internet, buscando información sobre la poesía chilena para una novela que estoy escribiendo, y he llegado hasta los poemas de una joven poeta de ese país, a la que no conocía hasta ahora. Se llama Leonor Dinamarca (Santiago de Chile, 1975). He leído algún poema suyo y me ha llamado la atención la fuerza de sus versos, lo comparto aquí:






Metáforas Negras

Yo no seré poesía
ni viento tempestuoso.
No seré poeta porque esa
es la máxima mentira del idioma.
Mis vestidos serán los mismos de siempre.
Mi cama será mi sepultura.
Las flores crecerán tras mi desidia.
El amor se irá,
como tantas otras veces
de mi vida...No pretendo ser poeta.
Qué mierda haría tratando de ser otros.
Enfrascada en círculos herméticos.
Gritando por estandartes
que nunca fueron míos.
Sentada en un trono
que no me interesa.
Preocupándome por tener un sitio
en la mente ajena...
Cuando ni yo misma recuerdo,
claramente, mis promesas.
No pretendo ser alguien
cuando he bebido Sidra con la Muerte.
Yo vengo desde el fondo del pecado…
No podría vivir en los libros de Historia,
ni en las antologías poéticas,
ni en las clases de Castellano.
Nadie creería en mí.
Sería un espectro hecho mal por otras manos.
Una voz que nunca fue, realmente, mía.
Sería lo que todos quisieron ver:
Una leyenda comprensible
en falsedad de los humanos.
No podría vivir en un doctorado ridículo
de algún famoso literato.
Me daría risa tener que alimentar
la pobre mente de los idiotas.
Me revolcaría en mi tumba
al ver cómo pierden el tiempo
descifrando mis palabras...
Yo no seré poesía.
Ni poeta.
Prefiero vivir en la mente de los locos.
En el delirio de los insomnes.
En el corazón de los bipolares.
En cada persona del esquizofrénico.
En la mirada sincera del autista.
Convertida en viento.
Convertida en árbol.
Pero
¡No!
Señores…
No seré poeta.
No me alcanza el tiempo ni las ganas
para vivir rodeada de mi misma lengua.
Para levantarme, temprano, en las mañanas
y ver este reflejo cruel
en los rincones de mi casa.
No tengo tiempo...
No me quedan ganas...
Me basta conmigo misma
como para escucharme en otras voces,
mal recitada en otras camas.
No tengo tiempo…
Y no tengo ganas.
Bastante he vivido con mis huesos
como para ser tema de tertulias
en salones de esmeralda.
No señores.
Yo no tengo ganas.
Dejen a esta ilusa contar hormigas
por las tardes.
Los duendes recogerán todo despojo,
ellos se encargarán de mi cadáver.
No quiero ser la carga de los vivos.
No quiero ser molestia para nadie.
Déjenme contar hormigas.
Seré feliz intoxicándome de cifras…
Y no traten de decir que soy poeta,
el viento siempre trae mis verdades.
Prefiero ser maldita
o cualquier apelativo conveniente;
pero no me entreguen galas que no quiero.
Maldición.
Confusión.
Crucifixión.
Maldición seré
para todo aquel que me recuerde,
se llenarán de mariposas blancas
sus mañanas.
Sonreirán como idiotas
creyendo en la fidelidad de mis palabras.
Soñarán conmigo...
me verán con alas,
con el encanto de un vampiro,
con la profundidad de mi voz
susurrando conjuros malhadados.
Seré la brisa de suspiros y de encantos.
Seré cualquier cosa que deseen.
Menos poesía en otros labios.
***


Caminar

He pintado
Escribo hasta hacer sangrar mis manos
He amado
Cocino como si hoy fuese el último alimento
He bailado
Actuado
recitado
e incluso blasfemado
He ensayado con músicos
Mis letras están brotando
he fotografiado mi rostro sin una gota de maquillaje
y con máscaras perfectas
en todos los retratos me he desconocido
He cantado cuando nadie me escucha
he grabado mi voz en tardes azules
he coleccionado mariposas y vestidos
anillos, llaveros, piedras y cuchillos
he hablado con gitanos
he pasado hambre
he sentido frío
he viajado lejos
he vuelto a mi nido
tuve amigos borrachos
enemigos honestos
tuve dinero a montones
y los bolsillos vacíos
algunas veces me engañaron
otras morí en una esquina
aturdida por el frío
algunas veces engañé
para encontrar el olvido
he bebido absintha
también natre, llantén,
sangre de drago y mate
He mordido unos labios
he rezado en silencio
me he ocultado en iglesias
he querido ser canción
y me han llevado al infierno