Editorial Seix Barral. 264
páginas. 1ª edición de 1981.
La semana pasada hablé de El
lugar sin límites, y ya anuncié que este domingo colgaría la entrada
correspondiente a El jardín de al lado de José
Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996). Este libro lo compré hace dos años.
Lo había visto con anterioridad en una de las librerías de segunda mano Ábaco –la que está más cercana a Quevedo-
y había pensado comprarlo, ya entonces, a principios de 2011, con la intención
de leerlo seguido a El lugar sin límites-
pero no me hice con él hasta después de la Noche de los libros (23 de abril) de
2011, cuando, tras escuchar en la Casa
de América a Rodrigo Fresán, que
hablaba de Juan Carlos Onetti, al
que relacionó con Donoso; ponderó la calidad de El jardín de al lado, para acabar diciendo con pena que era una
novela inencontrable ahora mismo en España. La semana siguiente volví a Ábaco y
compré por 12 euros su primera edición de 1981, que creo que es la única.
He esperado a este verano de 2013
para leerla. La lectura consecutiva de El
lugar sin límites y El jardín de al
lado ha hecho que compre en librerías de segunda mano más libros de Donoso:
Casa
de Campo (1978) y El obsceno pájaro de la noche
(1970).
El jardín de al lado está escrito en 1980, la misma fecha en la que
se sitúa su acción. El narrador es Julio Méndez, un escritor chileno radicado
en España, en el pueblo costero de Sitges (donde vivió Donoso). Méndez estuvo
encarcelado seis días como consecuencia del golpe militar de Pinochet (el Once, se le llama en la novela); y
aunque es un exiliado político, no tiene en su pasaporte impresa la letra que
le impediría volver. Pero él no quiere volver; tras haber conseguido críticas
positivas de los libros que pudo publicar en Chile, quiere escribir la gran
novela chilena sobre el golpe militar, hablando de sus seis días de
encarcelamiento. La novela comienza cuando la poderosa agente literaria de
Barcelona Núria Monclús (posiblemente un trasunto de Carmen Balcells) ha
rechazado la novela de Méndez, y le pide que la reescriba. Por las mismas
fechas, Pancho Salvatierra, amigo de la infancia de Méndez, le llama a Sitges
desde su residencia de Madrid para ofrecerles a Julio y a su mujer –Gloria-, su
casa, ya que él tiene un compromiso laboral en Italia. Salvatierra es un cotizado
pintor internacional y su piso de Madrid se encuentra en la mejor zona de la
ciudad (por las referencias que da, ha de ser en el barrio de Salamanca, aunque
nunca se le nombra).
Julio y Gloria son un matrimonio
de más de cincuenta años, que supera las dos décadas de convivencia a sus
espaldas y que no atraviesa su mejor momento. Ambos son hijos de la burguesía
chilena (Julio es hijo de un congresista liberal, por ejemplo; imagen que sirve
de contraste con el congreso cerrado del Chile actual) y no llevan del todo
bien las estrecheces económicas que están pasando en España, donde sobreviven
en los aledaños de la edición: traducciones del inglés, correcciones de libros,
la espera del contrato que Julio podría conseguir de Núria Monclús… y además
están los préstamos de dinero que el hermano de Julio le envía desde Chile,
donde se encuentra correctamente asentado en el nuevo régimen. El matrimonio
tiene un hijo, Pato, una de las ausencias significativas de esta novela (vive
en Marrakech) plagada de ausencias: la del hijo, la de los padres (es probable
que la madre muera en el Chile al que Julio no quiere regresar, aunque puede
hacerlo, pero no lo quiere hacer sin haber conseguido publicar en Europa), la
del amigo (Salvatierra nunca se hace presente en la novela).
El jardín de al lado comienza en Sitges, donde se describe el
ambiente de los exiliados hispanoamericanos: los psicoanalistas argentinos o
uruguayos que tienen que pasar consulta en un bar, por ejemplo, o los
buscavidas que hacen del compromiso político y el exilio una forma de vida, y
aprovechan su situación para vender cuadros o falsa quincalla folklórica. Este
primer capítulo de Sitges (unas 60 páginas en la novela) está muy bien narrado,
con sus saltos en el tiempo para describir unas pocas horas. En cierto modo, el
Méndez de Sitges me ha recordado al Roberto
Bolaño de Blanes (“una novela que perdurará en la memoria de sus lectores”,
escribió Bolaño sobre El jardín de al
lado).
Uno de los temas de esta novela
(algo ya sugerido desde el mismo título) es el de la envidia. Así empieza el
libro: “A veces, compensa tener amigos ricos. No quiero interceder aquí a favor
de una adicción histérica y exclusiva, a lo Scott Fitzgerald, por esa forma de
convivencia.” (pág. 11). Julio Méndez siente envidia de los ricos, de los que
se encuentra excluido al haber dejado Chile, y también de los escritores
hispanoamericanos del boom;
principalmente de Mario Vargas Llosa,
Gabriel García Márquez, y del
inventado Marcelo Chiriboga (inventado porque acabará apareciendo brevemente en
la trama). Para el Méndez rabioso de estas páginas (quizás un trasunto
exagerado del propio José Donoso), el boom
no ha sido más que un invento de oportunistas como Núria Moclús y los editores
catalanes, que le dan al público europeo la versión que éste espera de una
Hispanoamérica folklórica.
Escribí antes que la envidia era
uno de los temas centrales de El jardín
de al lado, pero en realidad la envidia es una consecuencia tangible del
fantasma más poderoso que recorre a Julio Méndez y a esta novela: la sensación
de haber fracasado. “Me doy cuenta de que para mí el único mundo coherente es
el del fracaso”. (pág. 128).
El jardín de al lado de la novela
es de la casa de una familia de nobles de España. Méndez espía desde la ventana
del piso de lujo de Salvatierra a la joven señora que se baña en la piscina, en
vez de corregir su novela sobre el Once. El jardín de al lado es también el
jardín de la casa de sus padres en Chile, donde no puede volver; es el jardín
donde toman el sol bellezas rubias de una juventud desenfadada, que ya no es la
que posee Gloria, su mujer; y el jardín de al lado es el mundo que otorgan los
privilegios del éxito y la fama, que Méndez ve cómo le son concedidos a
escritores como García Márquez o Chiriboga, pero no a él.
Es curioso además leer sobre la
visión que de mi ciudad, Madrid, tiene un chileno en 1980; una ciudad llena de
pasotas o de informáticos, se nos cuenta.
La novela, llena de reflexiones
sobre la condición del escritor, del exiliado político, de la pobreza, del paso
del tiempo en la pareja, avanza inexorablemente hacia el fracaso total. Y
cuando quedan unas 50 páginas para el final Méndez empieza a tomar decisiones
que parecen un tanto incoherentes para el personaje… a las 20 páginas del final
nos espera una nueva sorpresa, materializada en un cambio de narrador y en un
juego de cajas chinas.
Me han parecido un tanto extrañas
las 50 últimas páginas de El jardín de al
lado, con esos giros novelísticos inesperados, aunque también es cierto que
las he leído con gran interés. Es posible que si en vez de tener 264 páginas,
Donoso la hubiese acabado en 210 hubiese sido una novela más redonda. Pero
también es de agradecer el riesgo último que decide tomar, el camino del juego
y la máscara, que parecía contrarío a la lógica inicial de la novela.
En todo caso, no quiero con este
comentario final desmerecer la buena impresión que me ha causado esta novela.
En realidad no es sorprendente su final, lo verdaderamente sorprendente es que
en el mercado literario español esta novela no se comercialice y sea –como
decía Fresán- prácticamente inencontrable.
Prueben a ir a las librerías de
primera mano y busquen los libros de Donoso: no creo que encuentren ninguno que
no sea El lugar sin límites de
Cátedra o Lagartija sin cola, la novela que Alfaguara le publicó de forma
póstuma en 2007. He visto en internet que Alfaguara comercializa en Chile los
libros de Donoso en una colección José Donoso similar a la que tiene en España
para Mario Vargas Llosa. Esperemos que decida comercializar también en España
esta colección José Donoso, porque es incomprensible que se pierda un escritor
tan destacado como éste.