Aún no he visto en papel mi nuevo libro, pero si
todo sale bien este viernes estaré en la Feria de Libro de Madrid, firmando
ejemplares.
Dejo las señas por si a alguien le interesa:
El
bar de Lee (2013), poemario doble formado por los
libros Móstoles era una fiesta (1998) y El Calvo del Sonora
(2008).
Feria del Libro de Madrid, parque del Retiro.
Caseta 118, Librería La Marabunta.
Viernes 31 de mayo, de 19 h. a 21h.
Dejo a continuación el primer poema que escribí para El calvo del Sonora, que marcó el tono de este libro, y que se titula igual que el poemario:
EL
CALVO DEL SONORA
Pero
aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas
peleas.
Jorge Teillier
Mecido por el oleaje de la
música y la batuta
de una copa en la mano, se acercaba
a las chicas. A su alrededor
bailaba, y ellas,
a veces, le seguían brevemente el
juego.
Al inclinarse sobre sus
oídos los rechazos
no le hacían mella, no cambiaba el
compás
ni el semblante, sostenido en el
ritmo,
imperturbable a su inmóvil derrota,
bailaba.
Siempre iba solo, siempre estaba
borracho,
entraba en aquel único pub: el
Sonora.
En el andén de Atocha, sólo
un día le vi
en otra parte, como yo, esperaba el
tren, al fin
sobrio –chándal y bolsa de deporte,
escapado
del presidio de cualquier polígono
industrial-.
Tras sentarse, su mirada
hundida se dispersó
por las paredes de márgenes secos
del vagón.
Tal vez, nuestro Tony Manero de los
suburbios,
el Calvo del Sonora, soñase ya en
ese instante
con su particular fiebre del sábado
noche,
embebido de turbios escenarios
propicios:
tequilas y cactus, desierto y mariachis.
Pasaba de los treinta y
nosotros no alcanzábamos
los veinte. Nos sonreíamos
observándole,
espectadores cruentos de sus bailes
sin pareja.
Siempre estaba solo, siempre iba
borracho.
Había algo patético en él y
también, pienso
ahora, algo poderoso como el hierro
ardiente
de la vida. Nos sonreíamos
divertidos, pero,
quizás –inconfesable, subterráneo-
temerosos
ya del paso del tiempo y los
destinos posibles.
Fundido, otra figura más,
en el mural
de folclore mexicano del Sonora y el
rebullir
de aquellos días inciertos (porque
yo también
tuve veinte años…) le recuerdo esta
noche
como una terca imagen del fracaso,
pero,
porque así lo quiere el tiempo y la
memoria,
irrumpe en mí además como un icono
de cierta voluntad temeraria
–boxeador
sonado que sigue en pie con las
costillas
rotas-, ensalzado al fin por todas
las ocasiones
en que la vida nos obligó más tarde
a nosotros, que aún podíamos
comernos
el mundo, a tener que ser,
persistentes
y en vano, iguales
al Calvo del Sonora.