Durante la semana pasada estuve analizando el programa de La noche de los libros para elegir los eventos a los que acercarme el lunes 23 de abril. En otras ocasiones he acudido al Círculo de Bellas Artes, donde el premio Cervantes de ese año es entrevistado por un escritor, y las preguntas proceden de alumnos de institutos (que acuden a la sala con su entusiasmo, a veces, y también con todos sus ruidos adolescentes). Y así he escuchando hablar a Juan Marsé o a José Emilio Pacheco, y al final he conseguido que me firmaran alguno de sus libros. Si Nicanor Parra hubiera acudido al Círculo de Bellas Artes no lo hubiera dudado, pero al no ser así las opciones se abrían.
Al final me decidí por caminar hasta el edificio de Correos de Sol y escuchar la charla de Ricardo Piglia sobre “el castellano en que se debería traducir y leer hoy” (según el programa), y quizás después acudiría a la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, donde iba a tener lugar un encuentro de escritores de Anagrama, con la intención de que Vicente Molina Foix me firmara la primera edición de su novela La quincena soviética, premio Herralde de 1988 y que aún no he leído.
Pero los planes cambiaron después de salir de casa, atravesar el Retiro, bajar por Alcalá y llegar a la Casa de América. Entré para averiguar qué actividades tenían programadas, porque no lo recordaba, y me encontré con que eran unas exposiciones de Rodrigo Fresán, Edmundo Paz Soldán y Jorge Volpi sobre los olvidados del Boom: Jorge Ibargüengoitia, Clarice Lispector y Juan Carlos Onetti. Actividad que, al estudiar el programa, yo había entendido que se había realizado el día anterior, domingo. Vuelvo a hojear el programa ahora mismo y me sigue pareciendo que está mal expresado: en las páginas donde se habla de las actividades de los días previos hay una raya donde se remarca el título “sábado, 21 de abril”, después pasa a “Domingo, 22 de abril” y si sigo lo escrito ahí y paso de página no se anuncia que lo siguiente deja de estar bajo el epígrafe “Domingo, 22 abril”.
Este acto en la Casa de América empieza a las 7.30 p.m. y son las 7.10. Lo de Piglia es a las 8.15. Decido cambiar de planes: me había quedado con ganas el domingo de acudir a esta charla, y a Piglia ya le oí hablar hace un año y medio, cuando presento –precisamente en la Casa de América- su novela Blanco Nocturno.
Abren la sala más grande de la Casa de América, y tomo asiento en segunda fila, en la zona más próxima al micrófono donde van a hablar los ponentes.
Se apagan las luces, se enciende una pantalla que queda detrás y a la derecha del atril con el micrófono. Los 3 escritores han llegado y se han sentado en la primera fila. Comienzan las exposiciones por este orden:
Jorge Volpi: es el único escritor de los tres al que no había visto nunca en persona, y del que sólo he leído una novelita corta titulada Días de ira, que no me pareció muy afortunada (seguramente tampoco sea muy representativa dentro de su obra).
Volpi habla de su compatriota Jorge Ibargüengoitia empezando por el final: su trágica muerte en accidente de avión en 1983, en Mejorada del Campo, cuando, junto con otros escritores y críticos, acudía a la feria del libro de Bogotá. Y después retomó los comienzos, cómo Ibargüengoitia había crecido fascinado por los chismorreos que escuchaba en su casa, y cómo en la época del instituto coincidió con Carlos Fuentes (figura que eclipsaría a todos los escritores mexicanos de su generación). En esta época, cuenta Volpi, mientras Fuentes se dedicaba a ganar los concursos de relatos del colegio, Ibargüengoitia era boy scout.
Mientras, en la pantalla, aparecen fotos de este autor y portadas de algunos de sus libros.
Volpi tuvo una intervención simpática y desenfadada, que acabó con la lectura de un divertido artículo de Ibargüengoitia sobre el carácter de los mexicanos.
Edmundo Paz Soldán: habla de su época de estudiante de letras en California, donde un profesor le descubrió a Clarice Lispector, autora de la que no había libros traducidos al español en la notable biblioteca de libros hispanoamericanos de esa universidad. Así que tuvo que leer por primera vez a Lispector en inglés. Esta anécdota le sirve para reflexionar sobre la poca fluidez literaria que históricamente ha habido entre Hispanoamérica y Brasil. Paz Soldán habla del impacto que le causó la novela La pasión según G. H. de Lispector, y habla de la desmesurada recepción de su obra en Brasil, para acabar alabando el trabajo de la editorial Siruela, que ha editado ahora su obra en español, y dice que ahora que van a hacer una película sobre su vida (a raíz de una biografía publicada recientemente en Estados Unidos, y que ha llevado allí a reeditar su obra), y que quizás pasen a ser ahora Vargas Llosa o García Márquez los olvidados del Boom. Y con esta broma finaliza su intervención
Paz Soldán me pareció el ponente más tímido y más nervioso de los tres. Y esto le convirtió también en el más entrañable.
Le había escuchado ya hablar hace un año, precisamente aquí, en la Casa de América, cuando publicó Norte y lo presentó Rodrigo Fresán.
Rodrigo Fresán: Comienza con un cuento en el que 3 princesas anuncian al rey que se iban a casar con un escritor. La primera ante la alarma del padre le intenta tranquilizar diciéndole que le llaman Gabito, y que ha tenido cierto éxito. Y aquí Fresán se apoya en fotos que aparecen en la pantalla; por ejemplo, de García Márquez recibiendo el premio Nobel.
La segunda hija se iba a casar con otro escritor. El padre se vuelve a preocupar. A este escritor le llaman Marito, y aparece una foto de Vargas Llosa recibiendo el Nobel también, lo que tranquiliza al padre.
La tercera hija también anuncia que se va a casar con un escritor. Su nombre es Onetti. Y parece en la pantalla una foto de Onetti en la cama de un hospital, mirando turbiamente a la cámara, con un revólver en la mano. Esta foto, lógicamente, no puede más que alarmar al padre.
Y Fresán habla de la condición de solitario de Onetti, de su poética de la derrota, de los jóvenes que quieren ser como García Márquez o Vargas Llosa, pero no quieren ser como Onetti. Y habla también de José Donoso, y de su intento de acercarse al Boom, y de sus novelas, como El obsceno pájaro de la noche, que no eran realismo mágico sino gótico alucinado. Y de su novela La casa de al lado, donde Donoso asume su derrota ante los ganadores de la etiqueta del Boom. Y Fresán habla de esta novela y dice que ahora mismo no se puede encontrar en librerías españolas.
Fresán, al que ya había escuchado hablar en varias ocasiones, me parece el ponente más brillante de los 3. Pero también tengo que decir que hay truco: Fresán ha leído un texto y Volpi y Paz Soldán no leyeron.
Consecuencias de la charla del lunes
De Onetti precisamente me había comprado el día anterior sus Cuentos completos, en la edición de Alfaguara, y me han entrado aún más ganas de leerlos; y aunque he leído 5 novelas de él entre ellas no estaba La vida breve, que fue la que más elogió Fresán, y que acabaré leyendo.
De Ibargüengoitia, desde que lo volvió a publicar RBA hace un par de años, tenía pensado leer algo, Dos crímenes o Las muertas. Además mi amigo Federico Guzmán Rubio me ha insistido con él varias veces.
De Lispector también quería leer algo, y ya he hojeado varias veces en la biblioteca de Móstoles las ediciones de Siruela de sus libros.
El miércoles me pasé por la librería de segunda mano Ábaco (la que está más cerca de la glorieta de Quevedo) y acabé comprando la primera novela de Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto en una edición mexicana de los años 90, y cuya portada (que es la misma que la mostraban las imágenes que proyectaba Volpi) tiene una acuarela que, me informa Federico Guzmán, estaba pintada por la mujer del autor.
Y querido Fresán, aunque afirmarte que El jardín de al lado de José Donoso, no se podía comprar en librerías españolas lo compré también, porque sabía que estaba allí desde hace unos dos meses, cuando estuve en la librería, y después de este tiempo aún nadie había comprado la primera edición de Seix Barral de 1981.
Fue decir Fresán que no se podía encontrar este libro suficiente acicate para ir allí y comprarlo.
Y salí ese lunes de la Casa de América y me di un solitario paseo por un Madrid oscuro y casi sin nadie por la calle, pensando en todos los libros que tras estas breves ponencias me estaban apetecido leer.
Y esta fue mi noche de los libros de 2012.