Editorial Das Kapital. 62 páginas. 1ª edición de 2010.
Para compensar el exceso de populismo de la entrada anterior –hablar de Libertad de Jonathan Franzen, una novela que venden en las librerías en montañas, y que lleva varias semanas en nuestro país como número uno de ventas- voy a hablar hoy de un poemario inencontrable en España, Umo, de Leandro Hernández Gómez (Osorno, Chile, 1970); un poemario chileno que posiblemente tampoco se pueda encontrar con facilidad en las librerías de Santiago, puesto que lo ha sacado a la luz, en octubre de 2010, la pequeña editorial Das Kapital, en una cuidada, pero diminuta, tirada de 150 ejemplares.
Soy amigo de Leandro Hernández Gómez desde hace al menos cinco años, aunque nunca nos hayamos visto en persona. Nos conocimos en un foro literario en el que se hablaba sobre todo de la obra de Roberto Bolaño, pero también de otros escritores. Después, él ha participado en este blog más de una vez, nos hemos intercambiado correos electrónicos, enlaces de facebook, y, cuando a los dos nos han publicado algo, libros propios.
Y no he conocido aún a Leandro en persona, pero este verano pude quedar con uno de sus amigos de la infancia, de la ciudad de Osorno, de paso por Madrid, camino de Santiago, y a él le di mi poemario recién publicado, Siempre nos quedará Casablanca, para que unos días después se lo pudiera entregar a Leandro. Y así, en una cafetería del centro de Madrid, pude hablar de la reciente política y situación chilena con el amigo de un amigo al que realmente nunca he visto en persona. Internet y la globalización era esto.
Entre los poemas de Umo, una aparente apología del hábito de fumar, Leandro Hernández va tomando citas del cuento Humo de William Faulkner, convirtiendo las frases del norteamericano en poemas integrados en su texto. Nos encontramos así con este poema, prestado del cuento de Faulkner, en la página 13 de Umo:
Mississippi/w.f. imported tobacco
hablando una vez más
del hábito de fumar:
la gente
no disfruta
verdaderamente
del tabaco
hasta que
comienza a creer
que le hace daño
Leandro, con sus versos, parece querer, en primera estancia, plantear un desafío a lo políticamente correcto, a la publicidad de lo sano impuesta por el Estado y destinada a una colectividad inocua. El poeta se plantea la aceptación del hábito de fumar como la toma de conciencia de su voluntad individual, como el sarcasmo del que sabe que va a morir tanto por el tabaco como por cualquier otra causa, y decide seguir su propio destino.
En numerosas ocasiones la acción de fumar, y sus aledaños (el humo, la ceniza…) es nombrada en los versos de este poemario:
“intento señales / con la ceniza esparcida / sobre la mesa” (pág. 14)
“el humo llena el departamento / es mi niebla mi chimenea / mi pequeño incendio que emerge” (pág. 14)
“me acompaña el humo” (pág. 17)
“fumo y hago argollas” (pág. 21)
“yo enciendo mi tercer cigarrillo” (pág. 27)
“paso a comprar cigarrillos a un bar” (pág. 29).
Fumar es el acto que da unidad temática al libro, pero, como he apuntado antes, si en primera instancia este verbo parece representar una toma de conciencia descreída e individualista frente al mundo; la fuerza del poemario reside en el simbolismo otorgado al hecho de fumar, que podría concretarse en tres ideas:
1) Fumar es un hecho tan individual y autodestructivo, un placer tan absurdo y personal como el vicio de escribir. Fumar y escribir se confunden más de una vez en Umo:
“intento escribir / con lo que fumo” (pág. 14)
“el cigarrillo / el que entusiasma mi caricatura / el soplido el aliento de mis letras” (pág 15)
“fumo y hago argollas / vocales y palabras” (pág. 21)
“creemos que la poesía importa”, escribe Leandro en la página 31, descreído, aburrido, como si estuviese escribiendo versos como el que fuma cigarrillos y no espera nada más del mundo.
2) El cigarrillo inhalado, convertido en humo y en ceniza representa también el paso efímero del tiempo y de la vida.
“es el moho que llena de artritis las bisagras / cuando lo que nos duele realmente nos duele fumamos mucho más” (pág. 38)
“ciertamente escribo fumo y bebo / trinidad de vicios que nada engendran / salvo cenizas resacas dolores” (pág. 41)
3) A través de la transformación del cigarrillo en humo y ceniza el poeta asiste a una mínima descomposición, o movimiento, de los objetos que le rodean. En muchos poemas se hace hincapié en lo cotidiano y anodino de la presencia de los objetos: cafeteras, ventanas, mesas… y el poeta los enumera, y en su enunciado se cifran las claves de la repetición aburrida de los días; la ausencia de grandes temas poéticas sobre los que posar la mirada.
“también hay cola fría una botella / de cerveza a medias / un plumón para pizarra blanca / un descorchador la cajetilla / un paquete roñoso con dos pañuelos desechables” (pag. 45)
“me he sentado a teclear un rato / sobre lo que en la cocina sucede / es el agua sobre el fuego que ebulle / mezclando oxígeno y café” (pag. 56).
Umo como objeto es un bonito y cuidado libro, de una poesía, la chilena, con una gran tradición. Me han gustado estos poemas, como me ha gustado haber podido leerlos en un banco del Retiro de Madrid, a miles de kilómetros del lugar donde fueron editados los 150 ejemplares que componen su edición mínima. Y tener en mis manos, dedicado por un amigo al que nunca he visto, este librito, entre los árboles otoñales del parque madrileño, me ha parecido un privilegio.
Dejo aquí dos de los poemas que más me han gustado, donde además de lo comentado anteriormente se filtra también la idea del amor:
lo que nos duele
a Marcia Ravelo
es una tristeza que de pronto asoma
una marea que viene a mojar los zapatos
que humedece el empeine y se trepa
hasta el bolsillo perro
se guarece ahí y espera
para asaltarnos cuando
tenemos la guardia baja
es un peso, es una sombra
que te atrapa y entonces
estás opacamente bella
y tan cauta tan asustada
como escondida tras los juncos
es un frío que por las hendiduras se cuela
y viene a aterirnos al desayuno
mientras nos aburguesamos cubiertos
a salvo con nuestros chalecos
es un suspiro desganado una exhalación de hastío
(un texto de Bernardo Soares)
un escupitajo en la solapa
del traje nuevo de lino con estilo
una rajadura en el pantalón
un billete que se cae por un tubo
un almuerzo que se enfría y forma
nata cuajada sobre la salsa blanca
es el moho que llena de artritis las bisagras
cuando lo que nos duele realmente nos duele fumamos mucho más
un café para adolfo couve
me siento a observar la cafetera
sobre la llama azul de la cocinilla
con el agua limpia calentándose
como la posa al sol energúmeno
miro sus gorgoritos
que salen a flote
como los ahogados
después de ocho días
el agua caliente se introduce en el filtro
como cuando el sudor traspasa nuestras camisas
moja el café molido y lo decora
le roba el pigmento y el agua
se va ensuciando como el lavatorio
en el que se lavan las costras
que se diluyen
como los reflejos de los cuervos
al caer una piedra sobre el estanque
gotas de café van cayendo una tras otra
y dos o tres a la vez como tus lágrimas
van manchando el agua como la tinta
que se lava del pincel o el dedo
que pinta tres o cuatro tazas
las gotas del café son las gotas de sangre
del pincel que limpia sus naturalezas muertas
corto el gas a la cafetera
lleno una taza recién pintada
y como el vampiro me bebo el café
de un solo sorbo con cuidado
de no ensuciar mi blanca camisa