Editorial Galaxia Gutenberg. 450 páginas. 1ª edición de 1964, ésta de 2008. Traducción de Vicente Campos.
Sé que durante muchos años he vivido con un prejuicio, adquirido en la infancia, contra Saul Bellow (1915, Montreal - 2005, Massachusetts). En la casa de la sierra madrileña –en el pueblo de Collado Mediano- donde he pasado tantos veranos, mi padre tenía en su biblioteca dos libros de Bellow: El legado de Humbodlt y El otoño del decano en ediciones de bolsillo de los años 70 u 80, de letra apretada y papel barato; unas ediciones poco apetecibles. No recuerdo que mi padre leyera El otoño del decano, pero sí guardo un comentario que me hizo de su lectura de El legado de Humbodlt: era uno de los libros más aburrido que había leído en su vida. Con 12 ó 14 años, me recuerdo hojeando esos dos libros y sobre todo el de El legado de Humbodlt. De un modo peculiar acabé suponiendo que se trataba de una novela de ciencia-ficción, en la que un ser del espacio exterior, llamado Humbodlt, o proveniente del planeta Humbodlt, dejaba constancia de sus experiencias y reflexiones sobre la Tierra a los humanos, en la mayoría de los casos unas reflexiones absurdas y/o delirantes (no sé como llegué a esta idea absurda y delirante; imagino que partí de la fuerza extraña de esa palabra: Humbodlt).
Años después mi madre estuvo suscrita al Círculo de lectores durante bastantes años, y compró una colección de libros llamada Biblioteca de plata, donde Mario Vargas Llosa había seleccionado algunas de las novelas que él consideraba las obras maestras del siglo XX. Al menos he leído la mitad de los libros de esa colección, pero me dejé sin leer Herzog de Bellow, porque le pedí opinión a mi madre (que se leyó toda la Biblioteca de plata) y me dijo que le había aburrido, que iba de un tipo que sólo se dedica a escribir cartas. Aún debía de durarme en la cabeza lo del planeta Humbodlt y no lo leí.
Sin embargo, Herzog no es la primera novela que leo de Saul Bellow, hace unos quince años leí El planeta de Mr. Sammler, y me acerqué a este libro gracias a un artículo leído en la revista Clarín, en el que Antonio Muñoz Molina hablaba de algunos de los libros que más le habían marcado como escritor; y en la lista estaba éste de El planeta de Mr. Sammler (creo que acabé leyendo casi todos los libros de la lista de Muñoz Molina). Y aunque él recomendaba leerlo en inglés porque la traducción existente entonces -de Destino- era mala, lo encontré de saldo en un mercadillo y lo compré. Muñoz Molina tenía doblemente razón: El planeta de Mr. Sammler era un libro realmente bueno y la traducción era realmente mala.
Después leí, cuando Alfaguara lo sacó como novedad, la novela corta La verdadera, que fue saludada por la crítica como una estupenda obra menor.
Años después un profesor de Lengua del colegio donde trabajo –ahora jubilado- me preguntó si había leído a su admirado Saul Bellow y le dije que sí, aunque era consciente de que no había leído los libros que la crítica considera sus obras maestras.
Y desde hace unos meses he llegado a lo conclusión de que estaba cometiendo una torpeza con Saul Bellow, porque mi gusto literario es diferente al de mis padres y, dada mi pasión por la literatura norteamericana, y en gran medida por la literatura judía norteamericana, Bellow era un escritor con ingredientes más que suficientes para que me gustara.
Empecé a buscar por Internet información para saber cuáles eran las mejores ediciones de la obra de Bellow, y más de un artículo me informó de que Galaxia Gutenberg estaba sacando nuevas, y celebradas, traducciones de sus libros.
Compré hace unas semanas Herzog en la edición de Galaxia Gutenberg y la verdad es que tanto el libro (la novela en sí, y el volumen físico) como la traducción me han parecido excepcionales.
En Herzog conocemos a Moses Herzog, judío de 47 años, profesor universitario de filosofía con algún libro de prestigio publicado. Y ya en la primera línea de la novela se presenta así mismo diciendo: “Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer”. Herzog se enfrenta a una situación que lo mantiene desquiciado: su segunda mujer, con la que tiene una hija, le ha abandonado y se ha ido a vivir con su mejor amigo, en una casa de la que el propio Herzog paga el alquiler.
Herzog se dedica a escribir cartas, que nunca envía, en un cuaderno –y a veces tan sólo mentalmente- a familiares, amigos, científicos, estudiosos, personajes famosos… “Mírame a mí, por ejemplo: he estado escribiendo cartas atropelladamente en todas las direcciones. Palabras y más palabras. Persigo la realidad con el lenguaje. Tal vez me gustaría trasformarlo todo en lenguaje”, afirma en la página 361.
El recurso de las cartas escritas le sirve a Bellow para ceder el discurso narrativo a la primera persona del personaje. La novela está escrita en principio en tercera, aunque las palabras del narrador están fuertemente ligadas, siguiendo la técnica del estilo indirecto libro, a las del personaje. De hecho, sin recurrir a las cartas, en muchas ocasiones la voz del narrador es cedida a la primera persona de Herzog.
La estructura narrativa divide al libro al menos en dos partes, una primera en la que la narración avanza interrumpida con continuos saltos temporales hacia atrás, propiciados por la carta que Herzog decide escribir en ese momento (y que presentan a los personajes principales del libro). Una primera parte que se ha de leer con atención, pues los saltos temporales hacia atrás no son lineales, y el autor parece ceder al lector la responsabilidad de reconstruir el orden cronológico de la historia. Y una segunda, en la que el recurso de las cartas se va dejando de lado para presentar una narración más lineal, en la que Herzog interactúa con los personajes de los que se ha hablado durante la primera mitad del libro gracias a los saltos temporales.
El tema principal de Herzog sería el de la inutilidad del intelectual para valerse de sus ideas en un contexto práctico. Herzog puede ser un experto en Hegel, en los románticos… pero no sabe ver que su mujer le está siendo infiel con su vecino y mejor amigo. Bellow presenta también a la generación anterior a la de Herzog y sus amigos, la de los padres emigrantes de la vieja Europa, como personas más prácticas, y en cierto modo más reales. Todo esto narrado con un humor desquiciado e inteligente.
También me he podido percatar de que Bellow utiliza en esta novela bastantes elementos autobiográficos, pues Herzog ha pasado gran parte de su vida en Chicago, aunque nació en Montreal, y su familia proviene de Rusia; como el propio autor.
En muchos aspectos Herzog me ha recordado a las novelas de Philip Roth, quien también nos acerca a la realidad del intelectual –en su caso a la figura del escritor- con escasa capacidad práctica. En la contraportada de Herzog los editores ha colocado una cita de Philip Roth: “Dos autores constituyen la espina dorsal de la literatura norteamericana del siglo XX: William Faulkner y Saul Bellow”. Si Herzog se publicó en 1964, tengo claro que Philip Roth la había leído y estudiado a la hora de escribir El lamento de Portnoy, publicado en 1969, y que Saul Bellow es el padre literario más claro de Philip Roth.
De hecho, en la página 65 aparece una chica de apellido Portnoy, Geraldine Portnoy, que fue alumna de Herzog en la universidad y después es la canguro de su hija. Ella es quien primeramente descubre el lío que la mujer de Herzog tiene con su amigo, sepultando al protagonista de la novela de Bellow en lo que podríamos denominar el mal de Herzog.
Y además de una Portnoy, en Herzog también aparece un Zuckerman en la página 423.
Herzog, en esta edición de Galaxia Gutenberg, es una de las mejores novelas que he leído últimamente, y es un libro que me confirma y me anima en mi proyecto de retomar a los clásicos. De hecho, ya estoy leyendo un segundo libro de Saul Bellow.