domingo, 27 de febrero de 2011

El silenciero, por Antonio Di Benedetto

Editorial Adriana Hidalgo. 192 páginas. 1ª edición de 1964, ésta de 2007.

En los Cuentos completos (textos originales) de Franz Kafka, publicado por la editorial Valdemar con traducción de Rafael Hernández Arias, encontramos varias composiciones con el tema del ruido como generador de angustias.
Existe un texto corto de Kafka –apenas media página- titulado El gran ruido (1911), donde escribe: “Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de toda la casa”. Pero sobre todo, el tema del ruido como interrupción, como locura, lo desarrolla Kafka en un texto sin título, al que en la edición de Valdemar llaman Blumfeld, un soltero de cierta edad…(1915), 15 páginas abandonadas, quizás el comienzo de una novela, donde el escritor de Praga nos habla de Blumfeld, un hombre que no adquiere un perro por los ruidos y las molestias que le puede ocasionar y que decide vivir sólo, buscando la limpieza y el silencio. Blumfeld llega a su casa, pensando en el perro que pudo tener y no tiene, y ocurre lo siguiente: “le llamó la atención un ruido procedente del interior. Un ruido peculiar, como un tableteo, sin embargo muy vivaz, muy regular. (…) Abrió rápidamente la puerta y encendió la luz. No estaba preparado para esa visión. Dos pequeñas pelotas de celuloide, de color blanco y con rayas azules, botaban en el parqué una al lado de la otra; mientras una tocaba el suelo, la otra estaba en el aire e, incansables, continuaban el juego”. Las pelotas, su ruido, comienzan a perseguirle por toda la casa. Cuando se sienta en una silla ellas se sitúan detrás, las trata de ignorar, las persigue… y 20 páginas después (en la versión de Valdemar) Kafka abandona un texto que podría haber sido una de sus grandes novelas.

El silenciero es una novela de Di Benedetto más kafkiana que Zama, y en ella se nos propone también el ruido como locura, como imposibilidad de enfrentarse a la vida.
El narrador sin nombre de El silenciero, cuya acción se sitúa, como dice Benedetto “en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía (el año 50 y su después resultan admisibles)", comienza hablándonos de un pequeño problema doméstico: desde el patio, llega a su casa un ruido, “Yo abro la cancel y encuentro el ruido” (página13 y segunda frase de la novela). El ruido exaspera al narrador, que tiene 25 años y un trabajo de tarde en una oficina, pero durante el comienzo de la novela este hecho no rebasa el orden cotidiano de la narración. Durante la primera parte del libro, el narrador nos habla de su amigo Besarión, compañero de trabajo, de su amor en la distancia por una vecina, Leila, y de su relación con una amiga de ésta, Nina, así como de su madre y del trabajo en la oficina.
El narrador tiene en mente escribir una novela titulada “El techo”, pero el ruido siempre estará ahí para interrumpirle, para desbaratar sus planes y su mente.

El ruido, en más de una referencia en la novela, se une a la idea de progreso. “Lo que entra allí es progreso, pero no está donde tendría que estar, porque todo, alrededor, se halla habitado, y la gente no puede ni dormir, ni comer, ni leer, ni hablar en medio del desorden de los sonidos” (pág. 52).

El ruido empieza a descomponer la posible normalidad en torno al narrador, en torno a su aburrimiento de clase baja-media: su amigo Besarión, posiblemente loco, obsesionado con organizaciones secretas; su relación con Nina, la amiga de la chica del la que se ha enamorado, y que acabará siendo su esposa; la relación con su madre…
En la página 102 el narrador llega a preguntarse: “¿cómo pueden ignorar lo esencial, que el error se halla incorporado a la raíz del hombre?”, frase que podría haber pronunciando también Zama, en la novela anterior, dos siglos antes, y que parece una síntesis de las reflexiones de Benedetto sobre la existencia.
La Ley, como en las novelas de Kafka, no parece poder ayudar al protagonista. La Ley de los hombres sólo conseguirá que se enfrente a los otros, a sus ruidos, sin posibilidad de victoria, o sólo alcanzando victorias temporales, insuficientes.

El ruido asedia al narrador: abren un taller mecánico cerca de su casa, y cuando se cambie de vivienda, se irá topando con salas de baile, con mercados, con radios; incluso, durante unas vacaciones en el campo, con los ruidos primitivos de la herrería del pueblo…

En la segunda parte del libro ya no hay tregua, el ruido domina la vida del narrador, cada vez más alejado de la normalidad, de los otros, hasta su aislamiento total… Su amigo Besarión llegará a decirle: "Usted oye ruidos metafísicos" (pág. 175)

El lenguaje, como dice Juan José Saer en el prólogo de este libro, y cuyas palabras ya copié en la entrada sobre Zama, sigue siendo aparentemente lacónico, organizado en frases cortas, pero muy trabajado, despojado hasta lo esencial.

Zama es una novela superior en su concepción, en sus temas y planteamientos de escenas a El silenciero, pero esta novela kafkiana, angustiosa, que funciona como muestra de una posibilidad atroz de la vida, avanza hacia su final desolador sin fisuras.

martes, 22 de febrero de 2011

Zama, por Antonio Di Benedetto

Editorial Alfaguara. 246 páginas. 1ª edición de 1956, ésta de 1979.
(ninguna de las dos portadas que se muestran aquí es la de la edición que he leído. La de Adriana Hidalgo sería la más fácil de encontrar ahora en España, y la de Alfagura debe ser la que precede a la que tengo yo, ya con una imagen en la portada, de 1979)

Sensini es quizás el mejor cuento de Roberto Bolaño, y uno de los mejores que he leído nunca, capaz de emocionarme cada vez que lo releo u hojeo. En él, el narrador nos cuenta que cuando, a los veintitantos años, vivía en Girona y era “más pobre que una rata”, participó en un concurso de cuentos, donde obtuvo el tercer accésit. La sorpresa para él fue que, al recibir el libro editado por el ayuntamiento que organizaba el premio con el ganador y los seis finalistas, se percató de que el segundo accésit (que no el ganador) pertenecía al escritor argentino Luis Antonio Sensini. El narrador pide la dirección de Sensini al ayuntamiento que organizó el premio e inicia una relación, primero epistolar y luego personal, con él.

Dice el narrador de este cuento sobre Sensini: “Yo había leído una novela suya y algunos de sus cuentos en revistas latinoamericanas. La novela era de las que hacen lectores. Se llamaba Ugarte y trataba sobre algunos momentos de la vida de Juan de Ugarte, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII. (…) Sensini (…) pertenecía a esa generación intermedia de escritores nacidos en los años veinte, después de Cortázar, Bioy, Sabato, Mujica Lainez, y cuyo exponente más conocido era Haroldo Conti. (…). A mí me gustaban (…). Mi favorito, de más está decirlo, era Sensini, y el hecho de alguna manera sangrante y de alguna manera halagador de encontrármelo en un concurso literario de provincias me impulsó a establecer contacto con él, saludarlo, decirle cuanto le quería.”

Allá por el año 1999 leí por primera vez, en un tren, el cuento de Sensini, envuelto por la tristeza que Bolaño imprimía al fracaso del sueño del escritor, su escasa relevancia social, su olvido. Lo acabé de leer, intenté empezar otro, bajé el libro, y me dediqué a contemplar el paisaje tras la ventana del tren. Un cuento que había leído como si fuese una invención melancólica y magnífica.

Hoy sé que el narrador de Sensini es el propio Bolaño, que el cuento que le hizo acreedor de aquel tercer accésit se llama El contorno del ojo (está enlazado en este blog en una de las etiquetas de Bolaño), que Luis Antonio Sensini en realidad es Antonio Di Benedetto (Mendoza 1922, Buenos Aires 1986), exiliado en España después de que la dictadura militar argentina le encarcelase y torturara, y que la novela Ugarte en realidad se llama Zama. El libro que he leído durante los últimos días.

De Di Benedetto la editorial Alfaguara publicó casi todas sus obras durante los años 70, fue un escritor reconocido en vida, traducido a varios idiomas, del que Jorge Luis Borges ha dicho: “Ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome”, Augusto Roa Bastos: “Zama es uno de ese libros fundamentales que han creado su propio lenguaje; una escritura inimitable hecha de extremo rigor y despojamiento”, Juan José Saer: “Las tres principales novelas de Antonio Di Benedetto, Zama, El silenciero y Los suicidas en razón de la unidad estilística y temática que las rige, forman una especie de trilogía y, digámoslo desde ya para que quede claro de una vez por todas, constituyen uno de los momentos culminantes de la narrativa en lengua castellana de nuestro siglo”. Y, como diría Bolaño, Di Benedetto es hoy día (al menos en España) un escritor casi olvidado.

En la librería La Central, anexa al museo Reina Sofía de Madrid, pude comprar la semana pasada Zama en la edición de Alfaguara de 1979, un volumen envuelto en su plástico original, totalmente nuevo (impreso en Móstoles, para más información).

Zama es una novela de las que hacen lectores y trata de algunos momentos de la vida de Diego de Zama, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII.

El libro se divide en tres partes marcadas por tres fechas, tres momentos en la vida de Zama, 1790, 1794 y 1799.
En 1790 Zama tiene 35 años y es un burócrata destinado en una ciudad de la que se da alguna referencia y que, tras investigar por Internet, parece ser Asunción del Paraguay. Zama espera un traslado que le acerque a alguna metrópoli, Buenos Aires, Santiago de Chile, donde pueda vivir con su mujer e hijos (en ese momento lejos, en Buenos Aires); mientras espera carta de su familia o noticias sobre su traslada trata de conquista a alguna de las blancas de la colonia, que calme su sed.
La novela escrita en 1956 no pretende ser una novela histórica –aunque la verdad es que la ambientación es magnífica- sino que entroncaría con el existencialismo francés, ya que la espera de Zama acaba teñida de un tinte kafkiano, un abandono cósmico que le hará decir en la página 185: “El horror. El horror del absurdo que nos atrapa. Este es el horror de la fascinación”.

Es 1790, un año después de la Revolución Francesa, y en Asunción de Paraguay la esclavitud sigue estando a la orden del día, y más para Zama, creyente en viejos valores.
En esta primera parte aún nos encontramos con un Zama guerrero, vigoroso, aunque también burlado.

En la parte correspondiente a 1794, la melancolía de la derrota comienza a envolver a Zama, empobrecido por los retrasos que sufre de su sueldo por parte de la corona española.

Y en 1799, Zama, sorpresivamente, se convierte en un hombre de acción, que se une a una partida del ejército que sale de la ciudad, que le tiene atrapado, para intentar capturar a un delincuente huido. Pero la marcha de Zama es contraria a la civilización y la metrópoli que tanto anhela, y en todo momento, en territorio indio, el lector teme que, como al Arturo Cova de La vorágine, lo acabe devorando la selva.

El realismo de Zama se acaba deshaciendo en varios momentos, en varias apariciones o ensoñaciones que dan un aire misterioso al texto. Sobre el lenguaje de esta novela dice Juan José Saer: “Di Benedetto es uno de los pocos escritores que ha sabido elaborar un estilo propio, fundado en la exactitud y en la economía y que, a pesar de su laconismo y de su aparente pobreza, se modula en muchos matices, coloquiales o reflexivos, descriptivos o líricos, y es de una eficacia soprendente”.

Al leer Zama he supuesto que Gabriel García Márquez lo leyó también y que esta novela influyó sobre su El coronel no tiene quien le escriba, publicada en 1961. También, en su reconstrucción histórica, me ha recordado al Juan José Saer de Las nubes.

Ya he comprado en La Central El silenciero (que leo ahora) y Los suicidas, para completar la trilogía de la que habla Saer, en la editorial argentina Adriana Hidalgo, que tiene distribución en España. Al parecer en Argentina la figura de Di Benedetto está siendo rescatada con éxito, y esperemos que en España su nombre vuelva a sonar junto a los grandes del siglo XX de la narrativa hispanoamericana. Mientras tanto, como dice Roberto Bolaño en su cuento Vagabundo en Francia y Bélgica, hablando de otro escritor olvidado, yo lo leo, yo me preocupo por él, porque nadie más lo hace y porque era muy bueno.

lunes, 21 de febrero de 2011

La ciudad con cines

El año pasado el nombre de mi blog comenzó a ser impreciso. Cuando dejé de vivir en Móstoles, y me mudé a Madrid, ya no escribía mis entradas “desde” esa ciudad sin cines. A partir del 4 de febrero el nombre del blog ha pasado a ser doblemente inexacto: Móstoles vuelve a tener cines.

Los multicines del centro comercial de la avenida Dos de Mayo, después de años de abandono (al menos, que yo recuerde, casi una década) han reabierto las puertas de sus cinco salas. Ayer fui a comer a casa de mis padres y antes de volver a Madrid me pasé por allí.

Tomé las escaleras mecánicas (paradas) del centro comercial y llegué a la segunda planta, subiendo los peldaños de una escalera interior. Creo que todas las luces insertas en los escalones estaban rotas; con los pilotos fundidos y los cables colgando al aire, parecía avanzar por un espacio postapocalístico, pero pude empujar las puertas del cine y entrar al hall. Los mismos colores chillones, rojo, amarillo y azul, me esperaban tras una década. No podía creer que estuviese yo allí de nuevo y que hubiese jóvenes empleados sirviendo palomitas.

En estos cines vi películas como American Beauty, El club de la lucha o El proyecto de la bruja de Blair, y si bien el público, adolescente en su mayoría, dejaba mucho que desear (gritos, personas levantándose en mitad de la proyección para comprar coca-colas…) guardo un buen recuerdo de este espacio; del que, en realidad, casi siempre prescindíamos en favor de los cines con películas en versión original subtitulada de la plaza de los Cubos en Madrid.

Me alegro de que Móstoles vuelva a ser una “ciudad con cines”, y que el título de este blog haya pasado a ser verdaderamente un estado mental.
Que duren allí muchos años.

Dejo aquí un enlace a la cartelera, por si a alguien le interesa: Cartelera de cines en Móstoles



lunes, 14 de febrero de 2011

La novela luminosa, por Mario Levrero

Editorial Mondadori. 567 páginas. 1ª edición de 2005; ésta de 2008.

Hace más o menos un año (entre febrero y marzo de 2010) leí seguidos 5 libros de Mario Levrero. Hacía mucho tiempo que no leía así, de corrido, gran parte de la obra de un autor, y, de forma extraña, me dejé sin leer su libro más emblemático, La novela luminosa; el libro por el que realmente se le ha conocido en España (el que ha suscitado más interés para los no muy numerosos, pero entusiastas, lectores de Levrero en nuestro país).

En extensión, esta novela es equiparable a las otras 5 juntas y supone el corpus y la suma de los temas de la obra de Levrero. Es además una publicación póstuma, pues La novela luminosa aparece en Alfaguara Uruguay en 2005 y Levrero ha muerto en 2004, a los 64 años.

En el año 2000 Levrero recibe una beca Guggenheim, solicitada con la intención de acometer el siguiente proyecto: retomar un texto de 1984 en el que narra algunas experiencias que considera “luminosas”.
Para poder reelaborar su libro, La novela luminosa, el autor debe previamente alcanzar un estado mental apropiado, y que pasará por controlar sus horarios de sueño o sus adicciones a la computadora. Para acercarse a su proyecto, Levrero inicia la escritura de un diario, El diario de la beca, que constituye más del 80% de las páginas de este libro, y ya, sólo al final, se nos mostrará, en unas 100 páginas, la esperada “novela luminosa”, versión modificada (o no) de aquel texto de 1984.

En la página 23 asistimos al comienzo de El diario de la beca, “El objetivo es poner en marcha la escritura, no importa con qué asunto, y mantener la continuidad hasta crearme el hábito”. Este tipo de propuesta morosa enseguida nos retrotrae a El discurso vacío, allí la escritura se iniciaba con él fin de mejorar la grafía de la letra y con ella el estado mental del autor.
En cierto modo, El diario de la beca puede leerse como una continuidad de lo narrado en El discurso vacío; de hecho, algunos acontecimientos de El diario de la beca ya los conocía por El discurso vacío, como la mudanza del narrador de Montevideo a Colonia del Sacramento, debido a su conviviencia con una mujer y el hijo de ésta, Juan Ignacio, quienes vuelven a aparecer en El diario de la beca. La relación con la mujer de El discurso vacío se rompió y Levrero vuelve a vivir en Montevideo, solo. Aunque mantiene una relación afectiva (que no sexual, al menos durante el tiempo en que el diario se desarrolla) con una mujer, llamada en el texto Chl, que fue la que le llevó a la ruptura con la mujer anterior, quien es ahora, de nuevo en Montevideo, su médico.

El diario de la beca, recoge la experiencia vital de Levrero desde agosto de 2000 hasta agosto de 2001. Las entradas del diario pueden estar escritas a las 5.00 ó a las 6.00 de la mañana, horas a las que Levrero no se ha ido aún a acostar, llegando en alguna ocasión a irse a dormir a las 10 de la mañana. Levrero apenas sale a la calle, donde sufre de agorafobia, y sus horarios rara vez se cruzan con los de los comercios abiertos; lo que conlleva más de una dificultad, que en principio podrían parecernos absurdas. Esto hasta que uno se deja atrapar por el ritmo interno de El diario de la beca, y cae en el mundo aparentemente normal, pero rematadamente distorsionado y kafkiano, de Levrero: la adicción a la computadora, la búsqueda de imágenes pornográficas por la red, o de programas que incrementen las prestaciones de la máquina, que él mismo se encargará de mejorar; las conversaciones con Chl, o con otras mujeres que le sacan a pasear… hasta que nosotros mismos nos veremos aquejados de la “angustia difusa” que envuelve al autor. Símbolos de la muerte, mensajes avisando sobre la muerte de amigos en el contestador del teléfono, símbolos de la decadencia, de la soledad… narrados con humor; descripciones e interpretaciones de sueños, autopsicoanálisis de sus adicciones (notables las explicaciones de por qué dedica tantas horas a la computadora); libreros, palomas, talleres de narrativa, oficinas burocráticas delirantes… novelas policiacas al ritmo de una al día, y continuas autorreflexiones sobre la propia escritura, sobre la imposibilidad de acometer la tarea de reescribir La novela luminosa, y sus mea culpa ante el señor Guggenheim…
Según el autor (presentimos) va cobrando algunas fuerzas para enfrentarse a su proyecto (La novela luminosa) en el diario aumentan las reflexiones sobre las percepciones extrasensoriales: telepatía, avistamiento de fantasmas, sueños premonitorios…

Y en la página 455 alcanzamos el texto de La novela luminosa. 100 páginas que ya por sí mismas, si no viniesen acompañadas de El diario de la beca, serían una obra maestra de la última narrativa hispanoaméricana, pero es que además están precedidas de las 450 páginas de El diario de la beca. En La novela luminosa el estilo de Levrero se vuelve más lírico, más denso y anguloso… y Levrero “el loco” nos habla de su convencimiento de que existen más dimensiones de las tres o cuatro conocidas, y nos da ejemplos personales de por qué ha llegado a esos conocimientos.

Entiendo que El diario de la beca pueda exasperar a más de un lector ingenuo, pero he de decir que para mí han constituido un verdadero estímulo creativo. Era adentrarme un día más en las páginas del diario, en esa epopeya de la digresión, de la cotidianidad trastocada, de la lúcida mente loca de un escritor, e incrementarse en mí las ganas de sentarme a escribir, sin pensar en nada más, sólo como un hábito o como un refugio.

La novela luminosa (el libro de 576 páginas) es el más importante de los libros que he leído de Levrero, y creo que ya desde hoy, desde el mes de febrero, uno de las 10 mejores lecturas del año 2011. Posiblemente La novela luminosa sea uno de los libros más destacados de la década pasada en lengua española, aunque para acercarse a él recomendaría leer antes algún otro libro del universo Levrero.

Ya he visto en Internet que Mondadori está reeditando en Uruguay y Argentina al menos dos libros más de Levrero, La banda del ciempiésNick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo. La solapa del libro de Mondadori que he leído termina diciendo "a la espera de la publicación de sus Cuentos escogidos en una edición al cuidado de Ignacio Echevarría", y es un libro de 2008.
Estimados señores de Mondadori: ¿Para cuándo esos Cuentos escogidos, o ya puestos Cuentos completos, para cuando en España La banda del ciempiés o Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo? Yo, como un personaje de Beckett, como un personaje de Levrero, aguardo, inmerso en esta angustia difusa de la vida.

martes, 8 de febrero de 2011

Flores en la cuneta, por Alejandro Céspedes

Editorial Hiperión. 80 páginas. 1ª edición de 2009.

Ya comenté hace un año Sobre andamios de humo, que reunía la poesía de Alejandro Céspedes (Gijón, 1958) correspondiente al periodo 1979-2007. Aunque el último libro incluido en este volumen (Hay un ciego bailando en el andén) era de 1998. Una década después, Céspedes volvió a publicar poesía; en 2008 con Los círculos concéntricos, y en 2009 con este poemario, Flores en la cuneta (premio Jaén de Poesía, 2009).

Si en la primera etapa poética de Céspedes asistimos a un análisis del yo poético, figura que parece irse descomponiendo, desdoblarse o cuestionarse, al llegar a Hay un ciego bailando en el andén; en Flores en la cuneta, el poeta ha hecho desaparecer la indagación interior para volcar su mirada y sus obsesiones sobre un motivo: los accidentes de coche.
Los 25 poemas de Flores en la cuneta giran en torno al tema anterior, idea de la que se servirá Céspedes para hablarnos de algunas de sus obsesiones sin recurrir a un discurso narrativo donde aparezca retratado él mismo, o su “yo poético”. Expresión, esta última, que entiendo diferente a decir que el poeta no utiliza “su voz narrativa”, ya que de hecho muchos de los temas de poemarios anteriores (la muerte, el dolor que deja el azar, la precariedad de la vida…) siguen aquí vigentes, y lo que se ha ampliado es la perspectiva de esa mirada desolada (y a la vez, extrañamente, bella) sobre el mundo.

Los versos de los poemas en la mayoría de las composiciones se han alargado hasta llegar al versículo o a la prosa poética; además de ensayar otras composiciones, como por ejemplo el caligrama.
Al igual que en poemarios anteriores, el lenguaje de Céspedes combina lo cotidiano y actual, con referencias, por ejemplo, al grupo musical The Killers (pág. 9), palabras de uso reciente en el idioma, como iPod (pág. 11), y un lenguaje que se acerca al de los personajes retratados, “se dan de hostias con tres colegas por una chorrada” (pág. 16); con un uso del lenguaje más elevado, de metáfora incluso barroca o críptica, así, por ejemplo, leemos en la página 33: “Aunque la ves erguida en sus esferas y los filos de luz que blande en cada mano te señalan”.
Incluso podemos constatar que algunas imágenes recurrentes se han trasladado de un libro a otro: si en 1998, en una estación de tren subterráneo, la voz poética posa su mirada sobre un ciego que baila en un andén, ajeno al peligro que corre, en Flores en la cuneta vuelve a aparecer la figura del ciego, esta vez cruzando temerario un semáforo.

El título de cada poema está tomado del anuncio publicitario de un coche: ¿Te gusta conducir?, Move your mind, Imagina dominar el espacio, etc. Estos títulos actuarán de un modo irónico, incluso sarcástico, en la composición.
Frente a la sociedad del bienestar, del consumismo, donde los productos que compramos nos hacen vencer el miedo a la muerte y estimulan nuestro anhelo de triunfo sexual (el eros y el tanatos, del que me hablaban a mí en la universidad, en las clases de marketing), Céspedes quiere mostrarnos las fisuras del sueño consumista: no vas a vencer a la muerte, el azar del dolor puede alcanzarte a ti como a cualquiera…

Leí hace una semana este libro sobrecogido: accidentes a punto de ocurrir; accidentes que acaban de ocurrir y los restos del naufragio se desparraman sobre la carretera; accidentes que ocurrieron y los involucrados, en sillas de ruedas, en hospitales... no pueden creer que les tocó a ellos; personas que esperan a conductores que nunca van a llegar a su destino; y, en los poemas finales, cobrando entonces el libro un carácter expresionista, muertos que visitan los propios escenarios de sus accidentes, o nos hablan de la estrechez de sus tumbas…

Además del fuerte impacto emocional, la mirada indagadora del poeta nos conmueve, colocando ante nuestros ojos de consumidores complacidos un espejo tremendo, el de nuestra propia finitud. Y todo a través de un lenguaje cuidado, evocador, poderoso… Un gran libro de poesía.
Un comentario aparte merecería el útil e interesante epílogo de 16 páginas escrito por Julio Mas Alcaraz sobre la poesía de Alejandro Céspedes.