En los Cuentos completos (textos originales) de Franz Kafka, publicado por la editorial Valdemar con traducción de Rafael Hernández Arias, encontramos varias composiciones con el tema del ruido como generador de angustias.
Existe un texto corto de Kafka –apenas media página- titulado El gran ruido (1911), donde escribe: “Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de toda la casa”. Pero sobre todo, el tema del ruido como interrupción, como locura, lo desarrolla Kafka en un texto sin título, al que en la edición de Valdemar llaman Blumfeld, un soltero de cierta edad…(1915), 15 páginas abandonadas, quizás el comienzo de una novela, donde el escritor de Praga nos habla de Blumfeld, un hombre que no adquiere un perro por los ruidos y las molestias que le puede ocasionar y que decide vivir sólo, buscando la limpieza y el silencio. Blumfeld llega a su casa, pensando en el perro que pudo tener y no tiene, y ocurre lo siguiente: “le llamó la atención un ruido procedente del interior. Un ruido peculiar, como un tableteo, sin embargo muy vivaz, muy regular. (…) Abrió rápidamente la puerta y encendió la luz. No estaba preparado para esa visión. Dos pequeñas pelotas de celuloide, de color blanco y con rayas azules, botaban en el parqué una al lado de la otra; mientras una tocaba el suelo, la otra estaba en el aire e, incansables, continuaban el juego”. Las pelotas, su ruido, comienzan a perseguirle por toda la casa. Cuando se sienta en una silla ellas se sitúan detrás, las trata de ignorar, las persigue… y 20 páginas después (en la versión de Valdemar) Kafka abandona un texto que podría haber sido una de sus grandes novelas.
El silenciero es una novela de Di Benedetto más kafkiana que Zama, y en ella se nos propone también el ruido como locura, como imposibilidad de enfrentarse a la vida.
El narrador sin nombre de El silenciero, cuya acción se sitúa, como dice Benedetto “en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía (el año 50 y su después resultan admisibles)", comienza hablándonos de un pequeño problema doméstico: desde el patio, llega a su casa un ruido, “Yo abro la cancel y encuentro el ruido” (página13 y segunda frase de la novela). El ruido exaspera al narrador, que tiene 25 años y un trabajo de tarde en una oficina, pero durante el comienzo de la novela este hecho no rebasa el orden cotidiano de la narración. Durante la primera parte del libro, el narrador nos habla de su amigo Besarión, compañero de trabajo, de su amor en la distancia por una vecina, Leila, y de su relación con una amiga de ésta, Nina, así como de su madre y del trabajo en la oficina.
El narrador tiene en mente escribir una novela titulada “El techo”, pero el ruido siempre estará ahí para interrumpirle, para desbaratar sus planes y su mente.
El ruido, en más de una referencia en la novela, se une a la idea de progreso. “Lo que entra allí es progreso, pero no está donde tendría que estar, porque todo, alrededor, se halla habitado, y la gente no puede ni dormir, ni comer, ni leer, ni hablar en medio del desorden de los sonidos” (pág. 52).
El ruido empieza a descomponer la posible normalidad en torno al narrador, en torno a su aburrimiento de clase baja-media: su amigo Besarión, posiblemente loco, obsesionado con organizaciones secretas; su relación con Nina, la amiga de la chica del la que se ha enamorado, y que acabará siendo su esposa; la relación con su madre…
En la página 102 el narrador llega a preguntarse: “¿cómo pueden ignorar lo esencial, que el error se halla incorporado a la raíz del hombre?”, frase que podría haber pronunciando también Zama, en la novela anterior, dos siglos antes, y que parece una síntesis de las reflexiones de Benedetto sobre la existencia.
La Ley, como en las novelas de Kafka, no parece poder ayudar al protagonista. La Ley de los hombres sólo conseguirá que se enfrente a los otros, a sus ruidos, sin posibilidad de victoria, o sólo alcanzando victorias temporales, insuficientes.
La Ley, como en las novelas de Kafka, no parece poder ayudar al protagonista. La Ley de los hombres sólo conseguirá que se enfrente a los otros, a sus ruidos, sin posibilidad de victoria, o sólo alcanzando victorias temporales, insuficientes.
El ruido asedia al narrador: abren un taller mecánico cerca de su casa, y cuando se cambie de vivienda, se irá topando con salas de baile, con mercados, con radios; incluso, durante unas vacaciones en el campo, con los ruidos primitivos de la herrería del pueblo…
En la segunda parte del libro ya no hay tregua, el ruido domina la vida del narrador, cada vez más alejado de la normalidad, de los otros, hasta su aislamiento total… Su amigo Besarión llegará a decirle: "Usted oye ruidos metafísicos" (pág. 175)
El lenguaje, como dice Juan José Saer en el prólogo de este libro, y cuyas palabras ya copié en la entrada sobre Zama, sigue siendo aparentemente lacónico, organizado en frases cortas, pero muy trabajado, despojado hasta lo esencial.
Zama es una novela superior en su concepción, en sus temas y planteamientos de escenas a El silenciero, pero esta novela kafkiana, angustiosa, que funciona como muestra de una posibilidad atroz de la vida, avanza hacia su final desolador sin fisuras.