lunes, 31 de agosto de 2009

Un kilo de oro, por Rodolfo Walsh


Este otro libro de cuentos se publicó en 1967, y en cierto modo continúa o complementa a Los oficios terrestres.

En Un kilo de oro el primer cuento, Cartas, es prácticamente una novela corta de unas 50 páginas. En la contraportada, Ricardo Piglia dice que Walsh en este cuento “construye un universo joyceano, una suerte de microscópico Ulises rural, mezclando voces y fragmentos que se cruzan y circulan una complejísima narración oral”. A mí, más que a Joyce este cuento me ha llevado a pensar en el universo de Faulkner, y sus dramas rurales en el sur de EEUU. Las voces se van dando paso sin aviso previo y el lector se siente catapultado a través de diversos puntos de vista sobre la vida de este pueblo, que vuelve a ser el mismo que el del cuento Fotos de Los oficios terrestres. En Cartas vemos la evoluciones del padre del narrador del otro cuento y de su hermana mayor, asistimos al nacimiento del protagonsita de Fotos incluso.
El hecho de que no hubiese ninguna separación entre los fragmentos y los argentinismos han contribuido a que a ratos me saliese de la historia. Aún así consigue mantener el interés y el esfuerzo creativo es notable.

Los oficios terrestres, el segundo cuento, está ambientado en el mismo colegio que Irlandeses persiguiendo un gato. Se narra en él una historia con los mismos personajes que en el anterior, pero sin alcanzar, a mi juicio, la fuerza de su predecesor.

En Nota al pie, se entrelazan dos historias. Una primera en la que el jefe de redacción de una editorial va a reconocer el cadáver de uno de sus empleados que se ha suicidado, un traductor de novelas policiacas y luego de ciencia-ficción. Y en una segunda parte, que no es posterior en el texto, sino simultánea, al desarrollarse en la parte inferior de la página (al pie de la página) el suicida explica sus motivos: la inutilidad, el desaliento… de un oficio que también fue el de Walsh, y quizás sea la pieza que más conmueve de este libro.

El último relato es Un kilo de oro, y quizás porque lo leí en el avión de vuelta de Argentina a Madrid, entre turbulencias, o porque estaba muy cansado, no llegué a meterme del todo en la historia, que me pareció algo confusa o deslavazada.

Me gustó más Los oficios terrestres, pero aquí el nivel sigue siendo alto.

Los oficiones terrestres, por Rodolfo Walsh


No había leído nada de Rodolfo Walsh, pero me sonaba el nombre vinculado a la literatura argentina. Compré este libro en una librería de la calle Florida en Buenos Aires, editado por Ediciones de la Flor. Salía bastante barato.

Walsh empezó en la literatura como traductor de novelas policiacas anglosajonas y como escritor de cuentos en este género. Era periodista y el reconocimiento le llegó con Operación masacre, una crónica sobre un asesinato de civiles, un crimen ocultado por el Estado. Posteriormente publicó en 1965 este libro de cuentos, Los oficios terrestres.

El primer cuento Esa mujer, es deudor de su pasado como periodista, pues narra la entrevista que alguien que podría ser él tiene que hacer a un alto cargo militar sobre un suceso turbio. La alusión y el sobreentendido inquietante pueblan el relato.

El siguiente cuento, Fotos, es el más extenso. En él, un adolescente de un pueblo narra la relación con su amigo de infancia: un loco, un pendenciero que acaba fundando en el pueblo una tienda de fotografías y se desvela con las posibilidades de este arte. Walsh usa aquí la primera persona mezclada con cartas de la hermana del protagonista. El estilo elíptico requiere la atención del lector, que además tiene que intuir los continuos argentinismos usados, lo que le da a la narración un fuerte sabor local. En general un buen relato sobre el arte y sus víctimas.

El soñador, donde se describe un despertar mezclado con imágenes de un sueño, quizás se adentre en el género semifantástico y ha sido el que menos me ha gustado del conjunto.

Imaginaria, es un relato logrado donde un soldado planea y ejecuta una venganza contra un superior, y se entrevé la bajeza moral de una situación más amplia.

Irlandeses persiguiendo un gato, me ha parecido el mejor del conjunto. Una interesante reflexión sobre la personalidad del líder en el entorno de un colegio argentino destinado a descendientes de irlandeses. Me recordó al comienzo de La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Por cierto, Walsh era descendiente de irlandeses. Parece que usa bastantes de sus peripecias vitales en sus relatos.

Corso es el relato más corto y el que tiene más sabor argentino, al usar un lenguaje coloquial para describir una fiesta.
Por cierto, Walsh fue asesiando por la dictadura militar argentina en 1977, así dice la contraportada del libro. Como le oí a un librero en Corrientes que recomendaba Operación Masacre: este libro, prohibido durante la dictadura no ha dejado de editarse en la democracia y es ya un clásico moderno. Quizás debería haberlo comprado también.

En general, Los oficios terrestres es un buen libro de relatos, que me hace pontificar una vez más la alta calidad media de la literatura argentina.

Paseo literario por Buenos Aires

Estuve dos semanas de vacaciones en Argentina, la mayoría del tiempo en Buenos Aires.
Recuerdo una frase de la película El lado oscuro del corazón: un profesor de literatura norteamericano dice que al leer libros de escritores de, por ejemplo, Francia, uno puede imaginarse París, pero que al leer literatura argentina no podía imaginar Buenos Aires, y que por eso había viajado hasta allí.
Lo más curioso de Buenos Aires, es quizás, para alguien de Madrid, que después de un viaje en avión de casi doce horas no se tiene la impresión de haberse movido tanto. Existen muchas calles que recuerdan a Madrid, otras calles, cafeterías y rincones me llevaron a pensar en, por ejemplo, Londres, París o Lisboa (Quién puede decir que el Bar Británico de San Telmo no se da un aire a la Baixa lisboeta. Por cierto este bar está justo en frente del parque Lezama, donde el protagonista de Sobre Héroes y tumbas de Ernesto Sabato, iba a lamentarse del mundo).

El hotel estaba en la calle Paraguay, me hizo gracia encontrar nombrada a esta calle en un relato de Rodolfo Walsh Un kilo de oro, leído en el avión de regreso.
Si se camina un poco por la calle Paraguay se lleva en seguida a la plaza San Martín. Borges en Fervor de Buenos Aires tiene un poema titulado La plaza San Martín, “¡Qué bien se ve la tarde / desde el fácil sosiego de los bancos!”, dice Borges en este poema.

(Plaza San Martín)


Uno de los días visitamos el barrio de La Recoleta. Por la lujosa avenida Presidente Quintana, y llegamos al café de La Biela, frecuentado en su momento por Borges y otros escritores. Un agradable café.

Atravesando la plazoleta Juan XXIII, visitamos el cementerio de La recoleta, al que Borges también dedica un poema en su Fervor de Buenos Aires, y en sus últimos versos dice: “Estas cosas pensé en La Recoleta / en el lugar de mi ceniza”. No esperaba Borges que le fuesen a enterrar en Ginebra.

(Cementerio de La Recoleta)




En La Recoleta sí se encontraba, sin embargo, la tumba de su amigo Adolfo Bioy Casares, y de los escritores José Hernández, Macedonio Fernández o Oliverio Girondo.

(Tumba de José Hernández, escritor de Martín Fierro)



Otro día entramos al zoo, donde a Borges le gustaba admirar al tigre.
Y caminado por Palerno subimos por la calle llamada en la actualidad Jorge Luis Borges, para encontrarnos con la placa que atestiguaba que allí estuvo la casa en la que el escritor vivió su infancia, ahora ocupada por otra casa y una peluquería. Por esta calle se desemboca en la antigua plaza Serrano, ahora llamada plaza Cortázar.


(Solar donde estuvo la casa de J. L. Borges)



Me gustaron mucho las librerías de la avenida Corrientes: grandes, pequeñas, con novedades, con libros usados. En las dos tardes que pasé visitando librerías compré un buen puñado de libros de escritores argentinos: Rodolfo Walsh, Piglia, Caparrós… e hice algún descubrimiento, como Andrés Rivera, que no me sonaba y lo tenían en todas las librerías. Al cambio en euros, los libros editados en Argentina salían a un buen precio (los mismos libros, en algunos casos, de Anagrama de escritores argentinos editados allí)

Me gustó mucho también la librería del Ateneo, en la avenida Santa Fe, un antiguo teatro reconvertido en librería, con los palcos ocupados por anaqueles de libros y en el escenario una cafetería (un detalle que se daba en otras librerías)



(Librería El Ateneo)




Aunque quizás lo mejor de todo fuese encontrarse con negocios con nombres como éste:

miércoles, 12 de agosto de 2009

El festín del amor, por Charles Baxter



A Baxter lo conocí hace unos años gracias a la reseña de un periódico de su libro de relatos Viaje de invierno. Lo compré porque me gusta bastante la tradición norteamericana del relato breve, y el libro no me defraudó. Unos cuentos muy clásicos, muy a lo Sherwood Anderson, o Cheever… y, entroncando con la generación a la que Baxter pertenece, muy en el estilo de los de Richard Ford, al que conocía previamente.
Después compré en Londres el libro Believers (que creo que no está traducido al español), con más relatos y una novela breve, una gran lectura de nuevo.

Esta novela, El festín del amor, la compré en la feria del libro antiguo y de ocasión de Recoletos hace unos años, y desde entonces aguardaba el momento de leerlo. En la portada pone “Edición limitada 10 euros”, pero a mí me costó 4 de saldo. Una pena que un libro de tanta calidad acabé vendiéndose de saldo, aunque sea una suerte para mí.

El festín del amor, me ha parecido el mejor de los libros de Baxter leídos hasta ahora; de hecho, me parece uno de los mejores libros anglosajones que he leído en bastante tiempo (y yo leo muchos libros anglosajones).

Un narrador llamado Charles Baxter se despierta desorientado en la noche y decide salir a caminar. En la calle se encuentra con su vecino Bradley, quien también tiene problemas de insomnio y le pregunta a Charles si está pensando en su siguiente libro. Bradley le dice que debería hablar de la gente normal, que él mismo debería salir en su libro. <<¿Por qué no me dejas hablar? Deja hablar a todo el mundo. Te mandaré gente, gente de carne y hueso, para variar, como por ejemplo seres humanos que existen realmente, y tú les escuchas un rato. Todo el mundo tiene una historia que contar>>, le propone Bradley, que además opina que Charles debería hablar en su libro de la naturaleza del amor, de su búsqueda, de su esencia.
Charles no parece muy convencido al principio, pero después accede. Y así primero entrevistará a Bradley, que le hablará de sus amores desgraciados, y del momento que creyó alcanzar la felicidad con ellos; y a través de él, Charles cederá la palabra a las ex amantes de su vecino, a su empleada en la cafetería de la que Bradley es gerente, o a sus vecinos de puerta, Harry y Esther.

Como me ocurría al leer la novela En el ejercito del faraón, de Tobias Wolff, tenía la sensación de que Wolff, escritor curtido en las técnicas del relato, construía los capítulos de su novela como relatos breves que ensamblados constituían una novela; una sensación parecida es la que se tiene al leer El festín del amor. Según avanza el libro la voz de Charles como conductor se va diluyendo, y los personajes en torno a Bradley van contando pequeños momentos de su vida en torno al amor, relatos cortos de su vida, para constituir una novela en cierto modo coral.
Como en casi toda la narrativa corta norteamericana, asistimos a momentos de verdadera epifanía, instantes que se desgranan de la cotidianidad para cubrirse de trascendencia. Revelaciones a veces entendidas por los protagonistas, y a veces simplemente intuidas y escapadas de su percepción.
Lo inesperado nos acecha siempre, cita Harry, profesor de filosofía, sin recordar de quién era la frase, como conclusión de este libro poético y evocador en el que se indaga sobre la naturaleza y las facetas del amor, consiguiendo sortear siempre el bache de lo cursi o lo obvio.
Escenas que ocurren en la calle, en una cafetería, en una galería comercial, en el comedor de una casa… lugares del Medio Oeste americano, desde lo que puede saltar lo extraordinario en cada momento.
Rodrigo Fresán no para de recomendar este libro en Internet, y a mí no me queda más remedio que unirme a él.

jueves, 6 de agosto de 2009

El álbum negro, por Hanif Kureishi


El primer libro de Kureishi que leí fue El buda de los suburbios, y me gustó el aire desenfadado y tragicómico que usaba para retratar Londres, una de mis ciudades favoritas. Seguí leyendo de este autor los libros de relatos Siempre es medianoche y Amor en tiempos tristes; lo último que había leído de él –antes de El álbum negro-, separado por bastantes años de los otros, fue Intimidad y Mi oído en su corazón.
En estos cinco libros del autor, que abarcaban muestras de unas dos décadas de carrera, me pareció percibir una evolución en el perfeccionamiento del estilo y un paso de temas tragicómicos a directamente trágicos.

El álbum negro tal vez pertenezca a una fase intermedia en esa evolución. Está publicado en 1995, y la época que retrata debe de ser la del Londres de 1989 ó 1990 más o menos, con su moda de camisetas con la cara del ácido, pantalones de ciclista y pelo en cola de caballo (por cierto, esta moda también llegó a España por 1990 o así). Además de la moda, un hecho marca el tiempo de la narración: la condena a muerte de Salman Rushdie por escribir Los versos satánicos, aunque el nombre de este libro y el del escritor no se citan de forma directa.

Shahid es un joven inglés de origen pakistaní, que llega a Londres desde Kent (donde sus padres tienen una empresa y una vida occidental acomodada) para estrenarse como universitario. La metrópoli tirará de él, ya desde la primera página del libro, en dos direcciones opuestas: el mundo indolente y epicúreo de las discotecas, el sexo y las drogas; y la hermandad con otros asiáticos, creyentes de la religión islámica y comprometidos con los más desfavorecidos (islámicos).

En algún momento de la novela se nos informa de que Shahid es un joven influenciable; y fluctuando entre las dos tendencias expuestas transcurrirá la novela, en una espiral de tensión y violencia creciente. Además Shahid tiene inclinaciones literarias, aunque luego no sepa explicar muy bien qué es lo que busca en los libros ante sus nuevos amigos (tendentes al integrismo); hecho que tendrá en la trama una importancia crucial.

La novela tiene un ritmo muy ágil. Ya en el primer párrafo se nos presenta a Shahid enfrentando, a la luz de una pálida bombilla, ante el líder asiático que tratará de hacerle adepto a su causa. Abundan los diálogos y los cambios de localización, siempre por los distintos barrios de Londres, desde los más opulentos a los más marginales. Un Londres híbrido y excesivo por el que Kureishi parece moverse con gran soltura.

Como trasfondo de la novela se encuentra el descontento en que han caído los activistas occidentales al asistir al ocaso del comunismo en los países del Este europeo; lo que conduce a algunos de ellos a la decadencia o al abrazo de un hedonismo destructor; caldo de cultivo de las críticas de los extremistas religiosos que ven en Occidente a una sociedad corrupta.
Algunos de los temas (la decadencia del modo de vida occidental, la destrucción consumista de la diversión trasgresora, el sexo desinhibo y a veces sin objeto…) me han recordado a las novelas del francés Michel Houellebecq; sólo que la novela de Kureishi ha sido escrita casi una década antes.

La novela cobró una trágica actualidad en 2005, tras los atentados integristas que se produjeron en el transporte público de Londres por islamistas nacidos en Europa. En El álbum negro unos atentados de corte indefinida sirven como telón de fondo a un Londres caótico, algo que tal vez sólo fuese ciencia ficción en 1995, en una época anterior al 11S.
Creo que están rodando una película sobre el libro.


Se medita, como credo del autor: <<¿Cómo podía uno ceñirse a un solo credo o sistema de pensamiento? ¿Cómo podía sentirse la necesidad de hacerlo? No existía una personalidad fija; sin duda había varias personalidades que se fundían y transformaban diaramente, ¿no? Tenía que haber innumerables modos de estar en el mundo. Él se dispersaría, en el trabajo y en el amor, por donde le llevara la curiosidad.>>

En resumen: una novela ágil, atrevida, provocadora, incisiva al mostrarnos las contradicciones del hombre occidental, y también del hombre extranjero en Occidente que lucha entre la integración y el mantenimiento de su cultura. Me gusta bastante Kureishi (debería destacar sus libros de relatos, que me parecen estupendos), le seguiré leyendo.

martes, 4 de agosto de 2009

Cuentos completos, por Franz Kafka


En su afán totalizador Valdemar recoge en este volumen todos los cuentos de Kafka, lo que suma unas 450 páginas (incluyendo las notas).
Las pasadas navidades leí también en Valdemar, las tres novelas de Kafka: América (llamada ahora El desaparecido), El proceso y El castillo; libros que ya había leído en otras ediciones y en traducciones más o menos acertadas. Esta edición de Valdemar, me pareció en todo caso superior, sorprendiéndome sobre todo en su relectura El desaparecido.

De los Cuentos completos ya había leído algunos de los más famosos (La metamorfosis, En la colonia penitencia, Un artista del hambre…).
Los primeros cuentos, fechados cuando Kafka se encontraba en la veintena, son en general bastante cortos –algunos de una media página- y predomina en ellos una intención poética, como Gente que viene a nuestro encuentro o Contemplación dispersa… que parecen concebidos como poemas en prosa. Su temática ya está muy próxima a la del Kafka más adulto: la soledad, la imposibilidad de acercarse al otro, la incomprensión, el absurdo del trabajo, el absurdo del arte…

Una ruptura, o una profundización temática y de planteamientos, parece producirse en el relato 21, La condena, donde un hijo se enfrenta a su padre y acaba aceptando sus extremas consideraciones. Este relato, junto a los dos siguientes: El fogonero (primer capítulo de El desaparecido) y La metamorfosis, fueron concebidos por Kafka como un conjunto que debía denominarse Los hijos.

A partir de aquí, la temática de Kakfa se mueve poco, pero varía su estilo. Más que acercarse a sus composiciones desde una perspectiva poética o postromántica como al principio, parece hacerlo desde una perspectiva más filosófica. El número de páginas de cada composición se extiende respecto a las primeras, y en ellas Kafka da vida a una lógica propia y sesuda para explicar el absurdo (La construcción de la muralla china) o la mera paranoia (El refugio, antecedente por cierto de algún texto de Samuel Beckett como Compañía)

Quizás en esta segunda etapa, en la que arbitrariamente he separado los relatos (antes de La metamorfosis y después) se intercalan piezas más trabajadas y logradas (Un artista del hambre, Informe para una academia, Una mujer pequeña…) con otras que parecen meras improvisaciones en cuadernos, esbozos que Kafka pensaría reelaborar en el futuro o no, rescatadas gracias al celo de Max Brod, con títulos arbitrarios puestos por este mismo, como El piloto o La peonza, que a veces transmiten al lector una cierta sensación de agotamiento.
Me llamó la atención el relato Blumfed, un soltero de cierta edad, que desconocía. Aquí un oficinista llega a casa, rumiando sobre su soledad para encontrarse a dos pelotas que no dejan de botar y hacer ruído; y a la mañana siguiente trata de deshacerse de ellas, antes de llegar a su oficina y describirnos su ambiente. Quizás el prometedor comienzo de una novela abandonada.

Por encima de todo, es de valorar la gran originalidad de estos textos escritos en el primer cuarto del siglo XX, como si Kafka desde el principio se hubiese propuesto olvidarse de toda tradición y abrir nuevos senderos, desfiladeros al borde de un abismo.

Quería hacer mención al último texto del libro: Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones; la postrera indagación en la soledad del artista y la incomprensión de sus obsesiones por parte de los demás, que más que nada toleran o perdonan al artista, antes de admirarle; tema desarrollado también en Un artista del hambre, La primera desgracia (creo que antes se llamaba a este relato Un artista del trapecio), Investigaciones de un perro, y otros…
Después de leer Josefina, la cantora, leí el relato El policía de las ratas del último libro de relatos que Roberto Bolaño entregó con vida a Anagrama, El gaucho insufrible. En El policía de las ratas, Bolaño rinde homenaje a Kafka tomando el mundo de Josefina y expandiéndolo a través de este policía que es el sobrino de Josefina. Ya en este libro de Bolaño, el primer relato, El gaucho insufrible, era un homenaje a Borges. Toda una declaración de principios y una despedida.

Y una vez leído el libro, tras toda la marginalidad de Kafka, su angustia, su distancia, su enfermedad, sus descripciones de las trampas cotidianas… me viene a la cabeza la poderosa imagen de la pantera que pasa a ocupar la jaula del artista del hambre una vez que alcanza el mayor logro de su arte y por tanto su aniquilación; y tras esa pantera que acaba con Kafka (el artista del hambre, el artista de la oficina) vuelvo a verle a él, devorando a la pantera, devorando a la historia literaria del siglo XX, desde su perspectiva de absoluto periférico.
Uno de los más impresionantes mundos propios de la literatura, y no digo nada nuevo.