jueves, 29 de septiembre de 2016

Reseña de Koundara en el blog Cuentos Pendientes

En el blog Cuentos pendientes, el escritor Pablo Escudero (compañero mío en Baile del Sol) escribió una reseña sobre mi libro de relatos Koundara.



La dejo aquí:

Koundara es una ciudad de Guinea Conakry, y es también el título del primer relato de este libro de David Pérez Vega, el que le da título al conjunto. Cuando un autor de relatos elige el título de uno de los cuentos incluidos en la colección como título del libro en su conjunto, suele hacerlo pensando que es el que mejor ilustra el espíritu común de la obra. Koundaraes el primer libro de relatos de David Pérez Vega, después de dos poemarios y tres novelas. Es el primer libro del autor que leo, aunque tengo referencias de su mundo literario porque sigo con asiduidad su blog,http://desdelaciudadsincines.blogspot.com.es/.
Los lectores de su blog habremos leído alguna vez que Pérez Vega empezó en la literatura escribiendo relatos, aunque no esta clase de relatos sino relatos de género fantástico. Creo que casi todos los narradores empiezan a probarse en el relato. Los que perseveran en la escritura y van llegando al mundo de los autores publicados, siguen dos caminos que no se tocan: los que continúan manteniendo un pie en el mundo del relato, y los que lo ven como un camino juvenil, una especie de iniciación, al que quizá no van a volver nunca.

Coincidí en la Fiesta de la Editorial Baile del Sol (editorial con la que ambos hemos sacado libro este año, Koundara en su caso, Mil dolores pequeños en el mío) con David Pérez Vega y me dijo que pensaba que probablemente Koundara fuera el mejor de sus libros. No creo que el propio autor sea un gran juez a la hora de elegir su mejor libro. En general, para un escritor que se tome en serio su trabajo y lo ponga todo en lo que hace, su mejor libro siempre será el último, primero porque es un libro que habrá aprendido de los errores de los anteriores, y sobre todo porque será el más cercano a su mundo narrativo actual. Koundara, sea o no su mejor libro, que es algo que no puedo juzgar pues es de momento el único que he leído, sí es, no cabe duda, un buen libro.

¿Qué hay en Koundara? Siete relatos de corte realista repartidos en dos partes. Los relatos se van por encima de las veinte páginas con frecuencia. He leído a quien destaca este hecho pero no me parece demasiado relevante para saber si un relato será bueno o malo. Hay buenos relatos de cinco páginas y buenos relatos de treinta. Pasa lo mismo con los malos. Un relato que tienda a las treinta páginas permitirá escapar un poco más de la necesidad de concentrarlo todo y permitirá perfilar más detalles de los personajes y las situaciones. Es un tipo de relato, seguimos hablando de su longitud, que no es demasiado frecuente en la mayoría de libros de cuentos, no al menos como longitud más frecuente como sucede aquí, y que a mí, como lector, me remite a autores como Alice Munro o Richard Ford, autores que se mueven con maestría en ese número de páginas.

La primera parte del libro se llama Los viajes, y como bien indica su nombre, las tres historias se articulan alrededor de un viaje. Los viajes representan circunstancias muy distintas en cada uno de ellos. Porque los viajes representan momentos muy distintos en la vida de una persona dependiendo de las circunstancias en las que llegamos a ellos. En Koundara nos encontramos con una española que ha ido hasta allí a colaborar a través de una ONG cristiana. Ella colabora en cuestiones sociales, y ha llegado a apuntarse a este viaje y a esta manera de pasar el verano, empujada por una amiga. Eso hace que no acabe de sentir el viaje como un proyecto propio, sino como algo a lo que ha sido invitada, y en lo que participa con gusto pero que no se toma con la seriedad de algo que hubiera surgido de ella misma. Lo que más me ha gustado de la historia ha sido la capacidad descriptiva del mismo, que se despliega desde el principio, y el juego que establece entre deseo, hipocresía y amistad.

Koundara es el primer viaje, y es un viaje elegido. Acrópolis, el segundo relato, es un viaje en la memoria. El personaje que protagoniza el relato recuerda con nostalgia su viaje de novios a Grecia. Miramos atrás y vemos que los tiempos pasados eran realmente buenos. Si no estrictamente buenos, eran mejores que los que tenemos ahora. La eterna trampa de la nostalgia. El último relato de esta primera parte, La balada de Upton Park, habla de viajes por obligación, de jóvenes que ya no se sienten del todo jóvenes que se han visto obligados a salir del país para ganarse la vida. Esto genera una sensación de incertidumbre permanente, de no saber si se va o se viene, dónde se está y de dónde se sigue siendo. Hoy en día creo que casi todos los que estamos entre los veinte y los cuarenta años hemos vivido fuera un tiempo a la espera de oportunidades, o tenemos amigos o familia viviendo fuera, o tenemos proyectos propios o a nuestro alrededor de salir a buscarse la vida. El retrato que el autor realiza de esta realidad me parece cercano sin caer en el sentimentalismo, realista y acertado.

¿Cómo es el estilo? ¿Cómo es la escritura?: El estilo de estos primeros relatos marca ya el de todo el libro. Es un estilo sencillo, narrativo, eficaz en esa narración, limpio, descriptivo. La prosa es funcional y ayuda a avanzar a la historia que se está contando. Los narradores del libro son variados, son hombres y mujeres, hay historias en primera y en tercera persona. Todos funcionan correctamente. Son creíbles y coherentes en todo momento. Se nota que el autor tiene oficio y maneja bien la caja de herramientas.

La segunda parte del libro, Bajo determinadas circunstancias, deja de enseñarnos el mundo y nos trae a ciudades que son Madrid o están en sus alrededores. Los protagonistas no son diferentes a los de la primera parte. Siguen siendo jóvenes o cuasi – jóvenes, y muchos siguen viviendo en la incertidumbre. Algunos de esos personajes hace bastante que cumplieron los treinta años y quizá pensaban que sus vidas estarían más asentadas al acercarse a los cuarenta. Pero no. Porque tal vez no existe la vida sin incertidumbre, por más que nos gustara. Los personajes van y vienen de unos trabajos a otros, tienen dudas, se plantean algunas realidades de su vida y no saben si atreverse a hacer algo distinto. Son esa clase media más o menos preparada académicamente que no ha sabido muy bien cómo moverse con la crisis y dónde queda su lugar con el cambio que ha supuesto. Las circunstancias a las que se enfrentan en las cuatro historias de esta segunda parte del libro son conocidas por todos. El realismo del libro es real. Y esto puede sonar a perogrullada, lo sé, pero no todo lo que se nos ofrece como realismo suena verdadero. Aquí se consigue.


¿A qué se parecen las historias del libro? Entre las dos grandes corrientes del relato, por simplificar la fantástica que nade de Poe y la realista que entronca con Chéjov, los relatos de David Pérez Vega apuntan claramente a Chéjov. Sus referentes creo que están más en los finales del siglo XX y en Estados Unidos. No es mi tipo de relato preferido como lector. Mis relatos preferidos no siguen ni a Chéjov ni a Poe sino a Kafka. Y quizá la escuela que menos me interesa es la del realismo puro. Lo cual no quita para que sepa reconocer una colección de relatos realistas bien hechos, como es el caso. Todas las historias funcionan, y si quizá me ha gustado más la primera parte del libro es porque allí los personajes viven un poco más en el interior de sus cabezas, lo que dirige la referencia de esos relatos más a John Cheever o a Tobias Wolff, autores a los que seguro que el autor ha leído (Cazadores parece un homenaje a Cazadores en la nieve, uno de los mejores relatos de Wolff). Los relatos de la segunda parte son más objetivos, más descriptivos, más cercanos a Richard Ford, en general menos interesantes para mí.Tetras de ojos rojos, el último del conjunto, quizá es que más se me ha atragantado en su lectura. Cazadores, que también está en esta segunda parte del libro, ha sido, sin embargo, probablemente el relato que más me ha gustado a nivel individual.


Muchas gracias, Pablo.
La reseña original se puede leer pinchando AQUÍ.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Todos se van, por Wendy Guerra

Editorial Bruguera. 285 páginas. 1ª edición de 2006.

Ya comenté la semana pasada que antes de acabar Domingo de Revolución, la última novela de Wendy Guerra (La Habana, 1970), saqué de la biblioteca Eugenio Trías (en la que me refugiaba del calor durante los días de verano y vacaciones) Todos se van, la primera novela de la autora cubana, que comenzó su andadura literaria publicando poemarios.
Con Todos se van, Wendy Guerra ganó el Primer Premio de Novela Bruguera, que le otorgó Eduardo Mendoza, en calidad de jurado único.

Todos se van nos acerca al personaje de Nieve Guerra, nacida en diciembre de 1970. La novela se divide en dos partes: Diario de infancia y Diario de adolescencia.
El libro se abre con una cita del diario de Anna Frank, el diario más famoso escrito por una niña. Al empezar el Diario de infancia de Nieve, el lector tendrá que hacer una concesión en su concepto de verosimilitud narrativa o bien establecer un pacto con la escritora: debemos aceptar que estamos leyendo el testimonio personal, en forma de diario íntimo, de una niña que aún no ha cumplido los ocho años. Las entradas de esta primera parte son cortas, y Wendy Guerra juega a escribir con frases menos elaboradas que las que usará para plasmar los pensamientos y vivencias de la Nieve adolescente. Las entradas del diario, sin embargo, pese a su sencillez sintáctica, resultan poéticas y poseen un sentido del ritmo superior al esperable en una niña de ocho años.
El lector, después de sellar el pacto de verosimilitud que siempre se acepta al abrir una novela, puede disfrutar sin problemas de las páginas de este Diario de la infancia: Nieve crece en Cienfuegos con su madre y el compañero sentimental de ésta, Fausto, un desinhibido sueco que casi siempre está desnudo. El padre acusará a la madre y a su compañero de conducta inmoral y conseguirá la custodia de la niña. Aquí empezarán los problemas para Nieve: su padre es un alcohólico brutal, que además de pegarle descuidará su educación y alimentación.
Nieve acabará en un centro de reeducación de menores: «Prefiero estar aquí, sé que me van a respetar. Los niños son peores que los adultos porque no le tienen miedo a las responsabilidades. Pero si puedo con los adultos puedo con los niños». Así habla en la página 96 una Nieve adulta de nueve años.

La semana pasada comenté que Domingo de Revolución era una novela escrita, de forma consciente, para un público de fuera de Cuba, un público de hispanoamericanos de fuera de la isla, o de europeos de España e Italia, y que por tanto Guerra explicaba en ella lo que significaba la cubanidad a personas no cubanas, sabiendo que su novela no se publicaría en su país por motivos de censura. Sin embargo, cuando Wendy Guerra escribe Todos se van, sí ha publicado libros de poesía en Cuba y, aunque el contenido crítico invitaba, desde un primer momento, a pensar que no iba a ser publicada en su país, sí que parece escrita para sus compatriotas, o para un lector que podría ser su compatriota, puesto que en ella hay pocas referencias a la idea de cubanidad, como concepto a explicar ante extraños. La cubanidad se filtra aquí en cada página de la novela sin necesitad de hacerla autoconsciente. Y esto hace que Todos se van avance de forma más firme que Domingo de Revolución (aunque paradójicamente la prosa de esta última novela esté más cuidada que la de la primera, sin querer decir con esto que Todos se van esté mal escrita, que no lo está; de hecho, pese a la sencillez inicial de las frases –se supone, como ya dije, que escribe una niña de ocho años–, la prosa es rítmica, potente y poética).

Uno de los momentos más significativos del Diario de infancia tiene lugar al final, cuando la historia cubana empieza a penetrar con fuerza en la novela: en la primavera de 1980, un numeroso grupo de cubanos se ha refugiado en la embajada de Perú con la intención de salir del país (entre ellos el padre de Nieve, una de las primeras ausencias de su vida). Nieve se ha trasladado a La Habana con su madre, y desde el nuevo colegio se organizan «actos de repudio» contra los que quieren irse, obligando a los niños a contemplar los golpes y humillaciones que se dedican a estas personas, algo que horrorizará a madre e hija.


En la segunda parte, Diario de adolescencia, la narración da un salto desde las entradas de 1978-1980 a 1986-1990. La novela no parece reproducir todas las entradas del diario de Nieve, sino solamente las más significativas, para acercar la historia al lector.
Ahora Nieve vive con su madre en La Habana y acude a un instituto de artes, donde está aprendiendo a ser pintora. La adolescente Nieve no siente la misma necesidad que sus compañeros de pertenecer a un grupo. Su Diario siempre fue su refugio, el símbolo de su independencia. «Nosotros vivimos entre lo prohibido y lo obligatorio», leemos en la primera página de la segunda parte. Nieve ya ha crecido y está empezando a desarrollar una conciencia crítica hacia la política.

Cuando Wendy Guerra presentó esta novela al premio Bruguera, el título de la plica era Nieve en La Habana, una expresión que aparece en el libro y que simboliza el desajuste existencial de la protagonista respecto a su entorno: todos sus amigos empiezan a abandonar la isla. Como su padre se fue a Miami sin autoriza a su hija, menor de edad, a que salga del país, Nieve está atrapada: no podrá abandonar la isla hasta que no cumpla dieciocho años. «Tengo los brazos cansados de decir adiós», dice hacia el final de la novela la madre de Nieve, cada vez más sola.
Nieve tendrá que sufrir la instrucción militar y hasta un Consejo Disciplinario por dejarle a una compañera el libro prohibido de un disidente.
Nieve conocerá el amor, pero sus amantes también se irán, convirtiendo esta dura y emotiva novela en un desfile de ausencias. Las últimas páginas del libro son especialmente poéticas.

Todos se van no se pudo publicar en Cuba porque su crítica no pasó la censura. Leo en internet que la propia Wendy Guerra tenía un diario de infancia y adolescencia en el que se basó para crear su novela. De Todos se van, además de su aire melancólico y duro de novela de formación, destaco la forma de introducir hechos históricos en la narración (la guerra de Angola, en la que tuvo que luchar la madre de Nieve, la crisis de la embajada de Perú en 1980, cómo trató el Régimen el tema de la caída del Muro de Berlín en 1989…) y el hecho de acercar al lector la vida de un niña durante las décadas de 1970 y 1980 del castrismo, con su adoctrinamiento de una infancia que muchas veces no comprende las premisas en juego. El tema de la vigilancia policial hacia los intelectuales, que se desarrollará con más fuerza en Domingo de Revolución, ya está presente en esta primera novela.


Ha sido una buena experiencia lectora haberme podido acercar a estos libros de Wendy Guerra.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Domingo de Revolución, por Wendy Guerra.

Editorial Anagrama. 224 páginas. 1ª edición de 2016.

Hace unos años acudí a una charla en la Casa de América de Madrid. No recuerdo cuál era el tema, pero reunía a tres autores hispanoamericanos: el boliviano Edmundo Paz Soldán, el chileno Alejandro Zambra y la cubana Wendy Guerra (La Habana, 1970). A los dos primeros sí que los había leído, pero no a la tercera. Tiempo después, cuando Wendy Guerra se hizo más conocida y empezó a publicar en Anagrama, solicité su novela Negra a la biblioteca de Móstoles, pero entre el tiempo que tardan en llegar los libros y unas cosas y otras, al final no la leí.

En abril de este año apareció en Anagrama un nuevo libro suyo: Domingo de Revolución. En el colegio en el que trabajo, mantenemos una costumbre por motivo del Día del libro que me gusta: los alumnos de cada clase organizan con su tutor un amigo invisible para regalar y recibir un libro. Hace tiempo que decidí no dejar que mi regalo fuese al azar, y para solicitar mi libro suelo fijarme en las novedades de Anagrama. Siempre acabo pidiendo un libro que sea fácil de encontrar, que no sea demasiado caro y que sepa que voy a leer. En esta ocasión fue el de Wendy Guerra.


La protagonista de Domingo de Revolución se llama (en principio) Cleopatra Perdiguer, y ha nacido en 1978. Cuando empieza su narración tiene treinta y tantos años. Así que, por lógica, la novela comienza en torno al 2010. Me gustaría resaltar este tema de la cronología narrativa, porque el dato de que Cleo ha nacido en 1978 se da en la página 83 del libro, y hasta entonces yo lo leía pensando que lo contado podía reflejar una época pasada de la historia de Cuba. Me explico: como espectador europeo del entorno internacional, pensaba que ahora mismo Cuba estaba empezando a abrirse al mundo, que la censura y la persecución que sufrían sus artistas empezaba a ser, por fortuna, algo del pasado. Por eso, cuando la narradora describe la persecución que sufre en Cuba como escritora, empecé a pensar que no podía estar reflejando un tiempo tan cercano al actual, porque lo que se cuenta aquí no difiere demasiado de lo contado, por ejemplo, por Reinaldo Arenas en Antes que anochezca. No se describen torturas ni encarcelamientos, pero la vigilancia que sufre Cleo después de publicar un exitoso poemario en España, con cámaras en su propia casa, resulta abrumadora.

Hay dos hechos históricos que acaban vertebrando el relato: la muerte de Gabriel García Márquez el 17 de abril de 2014 (justo cuando Cleo está llegando a su casa de México DF para visitarlo) y el primer encuentro entre Raúl Castro y Barack Obama el 12 de abril de 2015 (si no me equivoco).

En las primeras páginas de Domingo de Revolución conocemos a una Cleo deprimida, que apenas sale de la cama en su vieja mansión vacía del barrio de El Vedado habanero. «Debo ser la única persona que hoy se siente sola en La Habana», así comienza la novela. Cleo está deprimida porque sus padres han fallecido en un accidente de tráfico el año anterior. Un hecho casi fortuito le hace salir de su casa: recibe la llamada de una editora catalana para decirle que su primer poemario ha recibido un gran premio en España, dotado nada menos que con 50.000 €. No es un tema importante, pero yo diría que no existe ningún premio de esa dotación en España, ni la poesía parece tener en nuestro país una dimensión tan cotidiana y relevante como la que muestra Guerra en su libro: «La librería de El Corte Inglés y La Casa del Libro estaban engalanadas con la portada de Antes del suicidio, el semblante renacentista de un ahorcada y un pergamino sin terminar» (pág. 22).

Después de regresar a su isla, tras la promoción del poemario en España, Cleo empieza a sentirse observada (el gobierno afirmará que su éxito literario ha sido orquestado por la CIA) y decidirá viajar a México DF, donde se han exiliado algunos de sus amigos. Aquí tiene lugar uno de los hechos terribles de la novela: Cleo, la perseguida en su país, pasará a ser sospechosa de espionaje por los cubanos de México. La desconfianza en el otro es uno de los rasgos más marcados del carácter cubano, un hecho que −según apunta la novela−, aunque llegase la democracia a la isla, tardará décadas en desaparecer.

La primera novela de Wendy Guerra, Todos se van, ganó el premio Bruguera de narrativa en 2006. Una novela que se publicó en España y que ha sido traducida a varios idiomas, pero que no se puede leer en Cuba (aquí podríamos marcar un paralelismo con el exitoso primer poemario de Cleo). De hecho, sólo Posar desnuda en La Habana, una novela que recrea los días que pasó Anaïs Nin en la isla, se ha editado allí. En la página 58 de Domingo de Revolución leemos: «De nada sirve ser leída, premiada, traducida a varias lenguas si no puedes ser reconocida en tu país, encontrar tus lectores originales, compartir tu obra con los tuyos». Lógicamente, Cleo es un trasunto, ocho años más joven, de Wendy Guerra, y esta reflexión pertenece tanto al personaje como a la autora. Esta cita que he recogido explica, en gran medida, la composición del libro: Wendy Guerra sabe que el libro que está escribiendo no va a ser leído (al menos a corto plazo) por un público cubano, sino por lectores españoles, franceses o italianos, y para ellos relata Cleo. En Domingo de Revolución se cuenta qué es la cubanidad para personas no cubanas, con frases como estas: «No he hablado con nadie pero ahora bailo con todos, así es Cuba, cuando se trata de mover el cuerpo, de tocarse o tocar, atrás quedan todas las sospechas, y es que el único espacio de libertad que hemos tenido los cubanos en estos años es ése, el cuerpo» (pág. 59); «Ay, comer en Cuba. Creo que los cubanos ya disfrutan más comer que bailar» (pág. 63); «Aunque las cubanas suelen bañarse al atardecer, mi madre me enseñó a hacerlo dos veces al día» (pág. 104); o «El 17 de diciembre es un día muy importante para los religiosos cubanos» (pág. 177).

Al percatarme de esto que comento, me venían a la cabeza las novelas de Pedro Juan Gutiérrez: su personaje Pedro Juan recorre una Habana derruida buscándose la vida, y nunca habla de política (salvo en Fabián y el caos, la novela que ha escrito viviendo ya fuera de Cuba, y en la que es explícitamente más crítico con el régimen cubano). Sólo describe lo que ve, lo más inmediato, pero el lector percibe toda la decadencia moral de la ciudad. Quizás la mirada de Gutiérrez, a pesar de sus aparentes limitaciones (partiendo de lo mínimo, lo concreto), me ha parecido más contundente que la de Guerra (que parte de lo general y desde ahí se acerca a lo concreto). Pero la mirada de Wendy Guerra sobre la realidad cubana (la liberación del entorno mediante el sexo y la escritura está tan presente en su novela como en las de Pedro Juan Gutiérrez) me ha gustado también, me ha descrito una realidad kafkiana (la palabra «pesadilla» se repite mucho), una búsqueda de la identidad (serán varias las crisis de identidad de Cleo durante la novela), con mucho lirismo (Guerra también ha publicado libros de poemas). Algunas de las páginas de Domingo de Revolución se podrían leer como poemas.

Además de Pedro Juan Gutiérrez, al leer Domingo de Revolución también he pensado en el ensayo La fiesta vigilada del también cubano Antonio José Ponte; de hecho, me ha parecido encontrar un guiño a este libro en la página 73: «Hago café mientras escucho, a todo volumen, la banda sonora de La fiesta vigilada». En la página 42, Guerra escribe: «Estamos en la prehistoria de los géneros, y fusionarlos me causa mucho placer».

Quizás la trama de Domingo de Revolución –aun existiendo– no está demasiado ajustada, pero la kafkiana ambientación propuesta, el miedo a ser observada o delatada, unido a su estilo a ratos lírico y a ratos ensayístico, han conseguido atraparme lo suficiente como para sacar hoy mismo de la biblioteca Todos se van, la primera novela de Wendy Guerra. Esta noche empezaré a leerla.


domingo, 11 de septiembre de 2016

Entrevista a Juan José Becerra, autor de El espectáculo del tiempo

Juan José Becerra (Junín, Argentina -1965) es autor de ensayos, como La vaca – Viaje a la pampa carnívora (2007), Grasa (2007) y Patriotas (2009); de libros de relatos, como Dos cuentos vulgares (2012); y de novelas, como Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004), Toda la verdad (2010), La interpretación de un libro (2012) y El espectáculo del tiempo (2015). Las dos últimas novelas están publicadas en España por Candaya.
Sus artículos periodísticos se publican en Argentina y el extranjero.

Si quieres leer la reseña que escribí sobre El espectáculo del tiempo puedes hacerlo pinchando AQUÍ

Foto de Francesc Fernández


Yo no he leído El espectáculo del tiempo pensando que podía tratarse de una novela autobiográfica, sino como una creación ficcional. Sin embargo, buscando entrevistas que te hacen y leyendo reseñas del libro en internet me encuentro, en algunos casos, con esta interpretación autobiográfica de la novela. Al igual que tú, Juan Guerra −el protagonista de El espectáculo del tiempo− ha nacido en 1965, se ha criado en Junín y escribe. ¿Hasta qué punto has recreado tus propios recuerdos para dar vida a tu personaje? ¿Alguna vez has regentado, por ejemplo, un cine?

No hay que olvidar que en la ficción mentir y decir la verdad pertenecen a un mismo régimen, y que el recuerdo es básicamente un tipo de ficción galopante que produce efectos de verdad. Por lo tanto el recuerdo es una composición artística que funciona como un simulador o un restaurador de realidad. En los recuerdos no hay nada concreto, no hay ningún hecho, lo que estuvo ya no está, es como un vapor que nos hace alucinar con figuras más o menos familiares. Hecha la aclaración técnica, tengo que decir que sí, que he recreado hasta la degradación algunos recuerdos personales, sobre todo los olvidados, y también fui socio gerente de unas salas de cine.


En El espectáculo del tiempo escribes: «La felicidad no es un tema de la literatura». ¿Esto es así siempre? ¿Una novela «total» puede eludir la felicidad como tema narrativo?

No estoy muy de acuerdo con esa frase. Tal vez quise decir que por lo general no es un tema de la literatura. Ahora, lo que es capaz de hacer la literatura con sus pretensiones de totalidad se presta siempre a discusiones. Supongamos que alguien incluye la felicidad en una novela. Le estaría faltando eludirla, ¿no?, con lo cual también entraría en crisis el concepto de totalidad. Mejor pensar que, en las novelas, hasta lo que se elude se las ingenia para estar.


¿Una novela puede a la vez ser «total» e inconclusa? ¿El todo es inabarcable?

El todo es una idea estúpida del hombre, que nunca comprendió la escala que le asignó el universo. Además, algo me dice que la totalidad es una defensa indirecta de la pureza. No hay ninguna necesidad ni posibilidad de experimentar el todo. Y si alguien pretende una narración total, como se supone que es mi caso, el resultado no puede ser otro que el deslizamiento hacia lo inconcluso, o sea hacia el fracaso total de la totalidad. Para qué te voy a mentir: me encanta esa experiencia de derrota porque te baña en humildad.


Tras leer El espectáculo del tiempo y reflexionar sobre ella, me ha parecido que, dentro de la literatura argentina, con el autor que más relación guarda esta obra es con Juan José Saer y su obsesión por nuestra forma de percibir la realidad. ¿Te parece acertado este comentario?

Me parece acertado, y me halaga porque tengo un afecto por la literatura de Saer que no se agota con los años. Pero esa obsesión no es sólo de él, sino una de las más constantes en la historia de la literatura. Diría que es su neurosis. La percepción de la realidad es un problema artístico, por lo tanto no tiene solución. Y lo que hace la obra de Saer es problematizar la percepción de la realidad, llevarla a un estado de inestabilidad y crisis, cosa que veo como un deber formal del escritor. Ahora, si tuviera que confesar la posición imaginaria de mis libros en la literatura argentina, diría que últimamente tratan de pasar de costado y sin hacer mucho ruido entre Saer y Aira, entre Aira y Puig, y a una distancia prudencial de los rayos paralizantes de Borges. Pero la idea que uno tiene de lo que hace nunca es razonable.


El espectáculo del tiempo no es una novela con una trama cerrada. ¿El algún momento tuviste la tentación de que, en vez de acabarla con unas 500 páginas, tuviera 200 o 1.000?

Ya que lo nombré, Borges diría que esta novela es una roman à tiroirs, cosa que «no tiene nada de malo», para decirlo con palabras suyas, tan poco entusiastas en el elogio cada vez que hablaba de alguna cosa francesa. La baguette, el surrealismo, los quesos azules, Proust, todo le caía mal. Al margen de los resultados, que podrían ser catastróficos y el mundo seguiría andando, las novelas abiertas son una bendición para el que las escribe porque permiten una dinámica de concentración y dispersión simultáneas que ataca el aburrimiento. Al tener un montaje en el aire, sin raíces, mi impresión es que, efectivamente, sus 500 páginas podrían ser ya no 200 o 1.000, sino 5 o un millón, y eso no cambiaría su funcionamiento interior.


En el programa televisivo Los siete locos declaraste: «No está terminada nunca una novela». Ahora que El espectáculo del tiempo se comercializa ya en Argentina y España, ¿siguen apareciendo en tu mente nuevos capítulos que se podrían haber incorporado a la historia? ¿Borrarías otros que sí están en la novela?

Una novela nunca se termina en el sentido en que cualquier cosa terminada es apenas una posibilidad de existencia que tuvo la suerte o la desgracia de cristalizar. Todos los hechos, incluyendo la impresión de papel por la que paradójicamente se dice que una novela cobra vida, son fenómenos pobrísimos si consideramos todas las posibilidades que se dejaron atrás. Por lo tanto, cualquier novela es lo poco que queda de todo aquello que iba a ser. El escritor que no es capaz de decepcionarse con sus propios libros no tiene sangre en las venas. Por lo tanto, cada vez que publico una novela pienso que fracasé otra vez y que debería escribirla de nuevo en forma íntegra.


En tu novela recreas los recuerdos de Juan Guerra, el narrador, y se cuenta además la historia de su padre, algunos amigos o amantes. En un momento dado, Juan abandona un hotel junto a una mujer y en la ruta se topan con una caravana de coches deportivos. El narrador habla ahora de los ocupantes de esos coches desde el punto de vista de un periodista, algo que no puede conocer de primera mano. ¿Por qué esta ruptura de la lógica de la novela? ¿Qué significan estas páginas?

Significa que las historias van y vienen, y que un narrador más o menos atento debe ir y venir con ellas. La descripción lineal de los hechos sigue teniendo un prestigio inexplicable, como si el tiempo sólo se moviera hacia adelante. En esas páginas a las que aludís, la novela pasa por un momento de descontrol. Yo diría que queda acéfala. La narración, que se orientaba hacia un lado, toma la dirección contraria mientras que el narrador delega la historia, literalmente, en el primer tipo con el que se cruza. Para mí la realidad funciona más o menos así.


¿Eres, al igual que Juan Guerra, un «cronofóbico»?

Supongo que sí. Pero me gustaría decir que la cronofobia, que sorpresivamente no figura en esas fobias que Roberto Bolaño enumera en 2666, no es tanto la fobia a que el tiempo pase como a que pase mal. El peor escenario es que al tiempo propio lo administren los demás, cosa bastante corriente. No inscribir hechos personales en el tiempo es para mí una situación cronofóbica. Es algo que no tiene que ver con sentirse útil, productivo o exitoso sino, exclusivamente, con la defensa de la soberanía personal. La frase de cabecera del cronofóbico es: «No me hagan perder el tiempo».


En la novela escribes: «No me llama para nada la atención ver que no cumplí con lo que me juré –no citar escritores en la novela‒ cuando hoy, 24 de septiembre de 2012, releo este párrafo». ¿Por qué eliminar de la novela los recuerdos literarios de un protagonista que es escritor?

Me parece que lo importante de esa frase es que alguien no está cumpliendo con su juramento. Y no me disgusta para nada porque, tal como la entiendo, la literatura debería tratar de no honrar nunca sus compromisos. Si hay algo que una novela no puede cumplir es el plan que la concibió.
Sobre esa especie de autocensura que le impide al narrador citar escritores, supongo que es un TOC. El mismo que tuvieron los narradores de mis primeros libros, en los que la literatura de los otros se filtraba sin créditos, como si fuera una fuerza folclórica impregnando el ambiente. Recuerdo que en mi primera novela, Santo (1994), hay versos de T. S. Eliot y letras de tango que aparecen licuados por la prosa, como si la literatura fuese un bien común sin autoridad. Lo mismo ocurre en Toda la verdad (2010), donde lo que sostiene el pensamiento que se dispersa en la novela es el Diario filosófico de Wittgenstein. Lo que deduzco de esta confesión es que me interesa que la literatura aparezca en mis libros a cambio de que lo haga en forma del contrabando.


Maximiliano Torres, del periódico La Nación, ha escrito: «El novelista argentino Juan José Becerra escribió El espectáculo del tiempo, una verdadera obra maestra. Al lado de él, Knausgård es apenas un aficionado del yoyó». ¿Has leído a Karl Ove Knausgård? ¿Qué opinas de él?

Leí Un hombre enamorado y La muerte del padre. Me gustaron. Veo en Knausgård un arte literario seco sin ninguna concesión al estilismo, ni al barroquismo ni a ninguna de esas cosas por las que los escritores desean diferenciar su individualidad de la de los demás. Tiene una escritura proletaria, fabril, que trabaja de sol a sol. Knausgård nos pide un tiempo prolongado de lectura, convivencia con el texto, duración. Nos pide una relación. Es obvio que en esa experiencia de lectura vamos a cambiar de opinión varias veces sobre lo que estamos leyendo. Entonces, lo que se produce es una confusión milagrosa, por la que no está claro si estamos leyendo o estamos viviendo. Desde mi punto de vista, a ese milagro lo produce la acumulación dramática de elementos banales. Uno primero ve un grano de arena, después un médano y, finalmente, un desierto inmenso al que podríamos llamar desierto de la vida.


Una pregunta técnica sobre el arte de la novela: los fragmentos narrativos de El espectáculo del tiempo, encabezados por fechas, ¿están escritos en el orden en que aparecen en el libro o escribes seguidos, por ejemplo, los que tienen que ver con el personaje de Lorenzo Costa, con el padre de Juan… y luego, ya al final, los entrecruzas todos, siguiendo algún orden personal?

Están escritos en el orden contra cronológico que, creo, es el orden en que las personas recuerdan. Un día escribía una historia, y al día siguiente escribía otra. Uno tiende a concentrar el relato en términos de escena cuando recuerda algo, pero debajo de esa voluntad desesperada de reducir lo que se escapa a una especie de escultura siempre termina apareciendo la realidad del recuerdo, que para mí se organiza mediante saltos, rupturas y conexiones inesperadas. En general, es un orden que responde a un criterio bastante común de la experiencia, que es el que hace que algunos relatos se interrumpan y otros continúen. En eso traté de emular el uso que la vida hace de los relatos, que se difunden mediante una estructura arborescente, y donde algunas ramas son más largas que otras. Hay personajes que aparecen y se quedan, y otros que vienen y se van. Así es la vida, me parece.


Cuando escribí mi reseña sobre El espectáculo del tiempo especulé con la idea de que este libro lo hubiera escrito Mario Vargas Llosa y pensé entonces que la estructura de la novela, la ordenación de sus fragmentos, hubiera sido mucho más cerrada, más matemática. ¿Qué opinas del orden estructural de las novelas de Vargas Llosa?

Tengo entendido que Vargas Llosa es una persona cerrada, por eso me alegró tanto su divorcio. Por fin nos dio una sorpresa. El orden estructural de sus novelas es bastante efectista y lo veo muy pendiente del control de sus artificios, como ocurre en Conversación en la Catedral, que es una novela que me gustó mucho aunque se le note su voluntad de impresionar con ese malabarismo que hace con las voces. Si no recuerdo mal, allí los personajes hablan «interrumpidamente», lo que sostiene el suspenso porque está claro que no se puede decir que alguien ha dicho algo hasta que no termina de hablar. Lo que hace Vargas Llosa en esa novela es postular una prosa que es una licuadora de personajes y mantener la licuadora encendida a lo largo de seiscientas páginas, hasta que se le queme la bobina. Por lo tanto, el efecto inicial de vanguardia se transforma muy pronto en una actitud conservacionista.


¿Qué escritor argentino recomendarías a un lector español, pensando que su obra no es lo suficientemente reconocida aquí?

Osvaldo Lamborghini.


A menudo he oído hablar de la literatura argentina en términos de literatura de Buenos Aires y literatura de las provincias del interior. ¿Sientes esta dicotomía como cierta? Escribiendo sobre Junín, una ciudad de la provincia de Buenos Aires, ¿con qué grupo te sientes más cómodo?

No siento la dicotomía porque no me llegan los comentarios de su existencia. Yo creo que en la literatura no hay realidad geográfica. Todas las geografías son imaginarias. Recordemos que José Hernández escribió Martín Fierro en un hotel de Buenos Aires. La relación de la literatura con el espacio es exclusivamente escenográfica. Simplemente, se necesita que las historias encajen en un decorado, y tanto las ciudades como el desierto o la selva son decorados mitológicos que para los escritores funcionan como un salad bar. Uno va y se sirve.


¿Estás escribiendo ahora algún nuevo libro? En caso afirmativo, ¿nos puedes hablar de él?

Estoy escribiendo una novela. No sé muy bien qué va a pasar porque se está empezando a mover por dentro. El personaje principal dice todo lo que se le pasa por la cabeza, y se pregunta por qué esa no es la función más importante del lenguaje. Esa conducta, al borde del síndrome de Tourette, lo puede llevar a imponer una cultura de la sinceridad o a que lo muelan a palos.



Muchas gracias, Juan José.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Reseña de Koundara en El Cultural

El 1 de Julio apareció una reseña de mi libro de relatos Koundara en El Cultural de El Mundo. La firmaba Elena Costa. La reproduzco aquí:



Narrador, poeta y bloguero de La ciudad sin cines (“uno de los blogs más innovadores que he leído” según Gonzalo Torné), David Pérez Vega (Madrid, 1974) traza a través de los relatos de Koundara una suerte de mapa del fracaso y el desconcierto. Da igual que nos encontremos en una aldea africana al pie del Kilimanjaro, en un almacén de ropa de Móstoles, en un barrio marginal de Londres o en plena Gran Vía: en todos ellos vagabundean los personajes de Pérez Vega, con sus frustraciones personales, sus desventuras laborales y sus secretas rendiciones. La mayoría comparte además con su autor cierta inestabilidad existencial y laboral, ya que Pérez Vega estudio Físicas, se cambió a Dirección de Empresas, trabajó como auditor de cuentas en una multinacional y hoy es profesor de economía y matemáticas, además de haber publicado varios libros de poesía y tres novelas.

Dividido en dos secciones, “Viajes” y “Bajo determinadas circunstancias”, el volumen reúne relatos de muy diversa extensión, unidos en ese atlas universal de la desesperanzaque tan bien representa “Acrópolis”. En este cuento, Eduardo, su protagonista, que abandonó con su pareja los estudios universitarios, se enfrenta al inminente cierre del almacén en el que trabaja mientras su mujer planea abandonar su puesto en una gestoría ante la competencia desalmada de sus “compañeros”. Mientras, al otro lado del espejo, les acompañan Carlos y Silvia, que han preferido sacrificar sus vidas por la prosperidad. “La balada de Upton Park” une a la incertidumbre y la derrota de Sebas un desopilante sentido del humor que le inmuniza de compañeras de piso altamente peligrosas (una le amenaza con un cuchillo, otra le grita que está maldito mientras se la llevan al psiquiátrico). Los relatos, auténticos bocados de realidad, retratan con talento una educación obsesionada por el dinero, parejas al borde del desahucio, alguna adolescencia perpetua, y una inabordable soledad. 



Se puede leer la reseña en el web de El Cultural pinchando AQUÍ.

ALGUIEN HABLÓ SOBRE KOUNDARA

En esta entrada recogeré las reseñas o comentarios que aparezcan sobre mi libro de relatos Koundara:





1) Reseña de El Cultural de El Mundo, firmada por Elena Costa.
Pinchar AQUÍ

2) Reseña aparecida en el blog Cuentos Pendientes, firmada por Pablo Escudero.
Pinchar AQUÍ

3) Reseña aparecida en al revista digital La República Cultural, firmada por Julio Castro.
Pinchar AQUÍ

4) Reseña aparecida en el blog Las inquilinas de Netherfield, firmada por MB.
Pinchar AQUÍ

5) Reseña aparecida en el periódico Ciudad Real Digital, firmada por PL Salvador.
Pinchar AQUÍ

6) Reseña aparecida en el blog El cuaderno rojo, firmada por Jesús Artacho.
Pinchar AQUÍ

7) Reseña aparecida en el periódico El correo, firmada por Eduardo Laporte.
Pinchar AQUÍ.

8) Reseña aparecida en la web cultural La pajarera, firmada por María Toca Cañedo.
Pinchar AQUÍ.

9) Reseña aparecida en la revista Oculta, firmada por Ariadna G. García.
Pinchar AQUÍ.

domingo, 4 de septiembre de 2016

El espectáculo del tiempo, por Juan José Becerra

El espectáculo del tiempo, por Juan José Becerra.
Editorial Candaya. 525 páginas. 1ª edición de 2015; esta de 2016.

En mayo y junio de este año, los editores de Candaya, Paco y Olga, empezaron a mostrar mucho entusiasmo en las redes sociales por la publicación de esta novela de Juan José Becerra (1965, Junín, provincia de Buenos Aires). Son editores que miman mucho lo que publican, pero por este libro (y también por Anatomía de la memoria del mexicano Eduardo Ruiz Sosa) parecen sentir una predilección especial.
Empecé a buscar información sobre El espectáculo del tiempo y vi que el libro lo publicó el año pasado la editorial Seix Barral de Argentina. En la prensa argentina se han escrito entusiastas reseñas sobre él. Así, por ejemplo (cita recogida en la contraportada), Daniel Guebel, de Clarín, escribe: «El espectáculo del tiempo es un gran libro, una obra maestra; le damos de antemano el premio escalafonario de libro del año, y diría también que su autor, Juan José Becerra, es “el” gran novelista argentino». Quien siga mi blog sabrá que siento una especial predilección por la literatura argentina, y, por tanto, después de leer las reseñas que encontré de la novela, me apeteció leerla. Me puse en contacto con los editores de Candaya para que me la enviaran. Me comentaron también que Becerra quería que el libro apareciera en España en su editorial porque el autor ya había publicado con ellos otra novela en 2012: La interpretación de un libro. Olga y Paco, tan amables como siempre, me enviaron el libro, que llegó justo un día antes de que me fuera a pasar dos semanas al norte de Mallorca. Me pareció una señal y decidí llevarme la novela conmigo. Al estar de vacaciones he podido dedicar bastantes horas del día a leer y, a pesar de sus 525 páginas, lo acabé en ocho días, un tiempo impensable si llego a tomar el libro en época de trabajo.

El otro libro que me llevé a Mallorca fue Los hombres topo quieren tus ojos, la antología de relatos de la era dorada del pulp que Jesús Palacios seleccionó para la editorial Valdemar. Esta antología, sobre el submundo pulp del Weird Menace, era muy divertida y loca, y el propio Palacios afirmaba que los cuentos incluidos no habían sido seleccionados por su calidad literaria, sino porque cumplían una serie de requisitos formales y eran representativos de un tipo de narración que se dio en Norteamérica en la década de 1930. Me lo pasé muy bien con este libro, pero recuerdo perfectamente la sensación que tuve la mañana que empecé a leer El espectáculo del tiempo después de haber acabado el último relato de la antología de Jesús Palacios: bien, me he divertido en la hamburguesería, he recordado la sensación adolescente de comerme un whopper y de disfrutar de una película de Spielberg, pero ahora toca volver a hacerse mayor y recordar el camino recorrido sobre el refinamiento del gusto, y el disfrute del delicatesen de la gran prosa.

El protagonista de El espectáculo del tiempo ha nacido en 1965, como el autor, y se llama Juan Guerra (un nombre que parece una contracción de Juan José Becerra). Durante el tiempo principal de la novela (luego hablaré del tiempo, tal vez el gran protagonista de este libro), Guerra regenta en su ciudad natal, Junín (al norte de la provincia de Buenos Aires) los cines Lumière, que parecieron abrirse para languidecer lentamente.
La novela está organizada en capítulos (aunque sería casi más adecuado hablar de fragmentos narrativos) encabezados por una fecha, que marca el tiempo narrativo del capítulo o fragmento. La voz narrativa es la de Juan Guerra y los fragmentos recogen principalmente algunos de los momentos más destacados (o más recordables) de su vida, que se extiende hasta algunos episodios de la vida de sus padres o de sus amigos.
Además de la fecha de nacimiento y el parecido en el nombre, en un momento de la novela (pág. 126) un personaje interpela al narrador: «¿Y vos sos escritor?». Así que los paralelismos entre narrador y escritor parecen aumentar. En otras páginas, la voz narrativa reflexiona sobre lo escrito: «No me llama para nada la atención ver que no cumplí con lo que me juré –no citar escritores en la novela‒ cuando hoy, 24 de septiembre de 2012, releo este párrafo» (pág. 32) o «Silvia también es mi mujer de ahora, 5 de diciembre de 2014, cuando (eso espero) leo este libro por última vez» (pág. 154). También, de forma irónica, en algún momento se interpela al posible lector extranjero de la novela: «Cuatrocientos pesos. Para el lector internacional interesado en economías emergentes, en esos días equivalían a cuatrocientos dólares» (pág. 17); o: «Esa última escena era el armisticio en versión cómic de la masacre de indígenas que arrumbó a las comunidades más antiguas contra la cordillera de Los Andes y les quitó la base vital de su cultura: la caza del ganado silvestre, las orgías y las masacres de sobremesa (este comentario es exclusivo para los lectores y turistas extranjeros que creen que el sujeto vernáculo de la pampa es el gaucho)» (pág. 458).

En la página 73 encontramos un párrafo que puede ser una de las claves compositivas del libro: «Pero querer dormir no fue dormir. Apareció el insomnio y el terror de no poder salir de la nube negra en la que estaba, y en la que no pasaba nada, salvo que el tiempo se iba, cayendo pesadamente al mismo abismo del que había salido (esa noche me volví cronofóbico y, tal vez, nació este libro). Era la angustia típica que produce el tiempo cuando se lo ve pasar en vano, surgida de lo que todavía no llega, y de lo que aún no se va, y que provoca un stress vago y específico, el de estar aquí, ahora, en la nada del presente: una nada vivida».

Podría pensarse que Juan Guerra (al que Martín Prieto le dedica dos líneas en el libro Breve historia de la literatura argentina porque alguna vez escribió cuentos) juega a recordar algunos momentos de su vida, pero en realidad, a lo que juega es a la reconstrucción. En la página 432 leemos: «1976, 1979, 1987, 1988 No sé qué hice». Sin embargo, en los fragmentos narrativos en los que sí desarrolla los recuerdos, en ellos no parece haber fisuras. Salvo en una ocasión (en la que el narrador constata que en un relectura ha detectado un error en el recuerdo, y por tanto en lo escrito sobre él), al lector le llega siempre una información precisa de un momento de la vida del narrador en 2004 o 1992, por ejemplo. Se recrean los hechos y las sensaciones que provocan los hechos. Además, en más de un fragmento la recreación de los hechos incluye el uso de un vocabulario técnico de una precisión (por ejemplo, cuando se habla del club de aviación de Junín) que escapa a la capacidad del recuerdo.
Además de la vida del protagonista, éste también recrea la vida de otros personajes, principalmente de su padre y de algunos amigos (la de Lorenzo Costa principalmente) con una precisión imposible para tratarse del recuerdo de una narración oral sobre los hechos acaecidos a un tercero. Sobre este aspecto reflexiona la propia novela: «La ilusión de remontar el tiempo solo podía cumplirse, en la apariencia de los hechos –en los hechos, nunca‒, con un regreso al espacio donde el espacio se conservaba muerto aunque pareciera vivo» (págs. 499-500).


Los fragmentos narrativos avanzan a saltos aparentemente sin orden, aunque es cierto que en más de una ocasión se concatenan varios, encabezados por la misma fecha. Juan Guerra recrea algunos hechos de su vida y parece eludir otros; por ejemplo se habla mucho de sexo, y de la relación con algunas de sus amantes (Mónica, Bárbara y Silvia, principalmente), pero no de la relación con sus hijos. De refilón, el lector recibe la información de que en 2014, el narrador tiene ya cuatro hijos.

Aunque el narrador decide no hablar de sus hijos, sí que se explaya, sin embargo, al desgranar la relación que mantiene con su padre, un hombre tan contradictorio como imprevisible. El padre es una de las grandes creaciones de la novela. También me ha gustado mucho el desarrollo de la historia de amor enfermizo del amigo del narrador, Lorenzo Costa, con su amante Laura Vázquez. Si se reunieran todos los fragmentos en los que se desarrolla esta subtrama podríamos obtener una gran novela corta.

Ya he comentado al principio que es posible que el gran personaje de esta novela, más que Juan Guerra, sea el Tiempo, y la percepción que las personas conseguimos tener de él, de su pérdida o su evolución, de la conciencia, como dice un astronauta argentino en un discurso, de que el tiempo humano es insignificante frente al tiempo del cosmos.

Juan José Becerra juega en esta novela a la destrucción de las estructuras narrativas. Si El espectáculo del tiempo lo hubiera escrito un autor que disfruta tanto de la precisión matemático-narrativa de sus novelas como Mario Vargas Llosa, el lector habría acabado percatándose de que los recuerdos alternados (sobre el padre, sobre su amigo Lorenzo, sobre el trabajo en el cine…) habrían acabado cumpliendo un patrón. No existe tan patrón en la novela, lo que podría llegar a desesperar a algún lector amante del orden y las tramas que avanzan de forma cronológica. Ésta es la novela de un cronófobo, como ya apuntamos, y el tiempo fluye, se detiene, se expande…

La estructura, el juego reconstructivo de los recuerdos, también se rompe de forma patente en alguna ocasión. El caso más claro creo que es éste: en 2006 Juan ha quedado con Mónica (que fue su primera novia) y ven pasar por la carretera una caravana de autos deportivos. El siguiente fragmento narrativo también nos remite a 2006 y nos empieza diciendo que Juan y Mónica contaron los autos, eran casi cien. Aquí dejamos de leer sobre Juan y Mónica y la voz narrativa empieza a describirnos la historia del viaje de esos autos y se acerca a la mirada de un periodista deportivo que ha de cubrir el evento. Especulo sobre el significado narrativo de este tipo de fragmentos: Juan Guerra es escritor e inventa historia sobre lo que ve, historias imaginadas que, después de los años, acaban teniendo la categoría de recuerdos reales. En otra ocasión se recrea también la historia de un asesino norteamericano tras la lectura de una noticia en un periódico.

En otros momentos se reproducen hechos históricos de otros siglos: por ejemplo, cuando Juan nos habla de los cines Lumière, la narración se va hasta 1895 para hablarnos de la relación entre los hermanos Lumière en el momento de inventar el cinematógrafo. O cuando Juan nos habla en el 2002 de su madre y dice que nació en el pueblo de Morse, en el fragmento siguiente nos vamos a 1844 para reproducir la historia del invento del código Morse.

Si bien el narrador es Juan Guerra y la mayoría de las páginas de la novela reproducen su escritura, también hay otros acercamientos a la narración: se reproducen las páginas de un diario, un poema gauchesco moderno, el discurso de un astronauta, un email…

Creo que lo que menos me ha gustado de la novela son unas anotaciones de los años 2000 y 2001, que se corresponden con las páginas 309-343 en las que Guerra describe el contenido de unos vídeos de carácter sexual que ha grabado en compañía de su amante. Lejos de resultar eróticas, estas páginas parecen, más bien, una descripción forense. Quizás el autor quería hablarnos de la relevancia, pero también de la repetición, de los momentos sexuales, pero creo que lo hace durante un número excesivo de páginas.

Dentro de la tradición argentina, el Juan José Becerra de esta novela tal vez podría entroncar con Juan José Saer, el escritor de Santa Fe, al que siempre le gustó analizar cómo se formaba la percepción de la realidad de sus personajes.

El tono narrativo de Juan Guerra es desapasionado, a veces levemente irónico y a veces triste («La felicidad no es un tema de la literatura», nos dice en la página 131 y esto explique quizás que el autor hable tanto de su padre pero no de sus hijos). En muchas de sus páginas, la prosa de esta novela es deslumbrante, y no por exuberancias coloristas ni barroquismos, sino por su precisión e inteligencia a la hora de analizar el paso del tiempo y los motivos conductuales de los personajes.

Juan José Becerra ha escrito con El espectáculo del tiempo una novela muy ambiciosa, que tiende tanto a la dispersión como al fragmento narrativo sublime, una novela que trata de emular el flujo del tiempo, que nos habla de la condición humana y que, en su propia propuesta, lleva implícita su refutación: el tiempo humano es insignificante.