jueves, 29 de octubre de 2015

Presentación de "Los insignes" en Palma de Mallorca

El fin de semana pasado estuve en Palma de Mallorca presentando ni novela “Los insignes” en la bonita y cuidada librería La Biblioteca de Babel. El presentador fue mi amigo el poeta y narrador Javier Cánaves. Román Piña, el editor de Sloper, nos introdujo a los dos.
La verdad es que fue un fin de semana muy intenso y muy agradable.
Javier Cánaves, yo y Román Piña en La Biblioteca de Babel


El jueves por la noche me entró en la bandeja de correo electrónico un mensaje de un joven periodista llamado Andreu Vidal Bustamante, que trabaja para el diario El Mundo Balear (donde también escribe una columna Román Piña), pidiéndome que le contestara a un cuestionario; y que si podía se lo enviara el viernes. Este día tenía que ir al colegio y desde el trabajo ir al aeropuerto, así que lo escribí la noche del jueves, lo revisé la mañana del viernes y se lo envié a Andreu.
El sábado había quedado a la una de la tarde con Román en la Plaza de España, consulté Facebook en el móvil, tomando un café, en la terraza del Café 1916 y al ver el recorte de prensa de El Mundo Balear me acerqué al quiosco de la plaza para comprar el periódico.
Ya había aparecido en algún periódico antes: en El Cultural, el suplemento de El Mundo, Gonzalo Torné escribió un artículo sobre el blog, y me nombraron en El País y en El Mundo cuando participé en 2012 en el encuentro de blogs literarios (pero creo que esto sólo salió en la versión online). Esta es la primera vez que aparezco en un periódico en papel (y no en un suplemento). No sé si realmente esto puede hacer que en Baleares alguien se interese por mi novela, o si yo comentando lo del periódico aquí y ahora tengo, gracias al blog, más repercusión (dentro de unos niveles de repercusión liliputienses). Lo cierto es que hizo ilusión pasar las páginas del periódico en la plaza de España de Palma y verme allí dentro. Además queda bien poder enseñárselo a familiares y amigos (mi novela va sobre el deseo de reconocimiento desmesurado, aquí estoy yo -el irónico- "hablando de mi libro", en fin).

Voy a dejar aquí un enlace al artículo online que al final salió en el periódico en papel, una foto del periódico escaneado, y el cuestionario tal como yo contesté a las preguntas.


El Mundo Baleares, sábado 24 de octubre de 2015
Si pinchas sobre la imagen se agranda.

 ENTREVISTA REALIZADA POR ANDREU VIDAL BUSTAMANTE:
¿Qué podría contarme de la trama?
Ernesto Sánchez es un inspector de Hacienda de 36 años, que siempre ha soñado con alcanzar la gloria artística gracias a sus poemarios. Mantiene un blog de reseñas literarias dedicado en exclusiva a la poesía. Es habitual que le escriban poetas con el deseo de que reseñe sus libro en el blog. La sorpresa será mayúscula cuando sea Kim Jong-un, el presidente de Corea del Norte, quien le escriba para proponerle que lea y comente en su blog –ya que no se fía demasiado de la excesivamente buena acogida crítica que ha tenido en su país– el libro de poesía que ha escrito sobre la muerte de su padre. Mientras se ultima la traducción del poemario, Ernesto y Kim Jong-un conversan por Skype y el primero aprovechará para desahogarse sobre la relación negativa que ha tenido con un prestigioso editor de poesía español y, de paso –y con humor– describirá las diferentes tribus poéticas de su ciudad.


¿Y del personaje?
El personaje principal, Ernesto Sánchez, es un letraherido que a sus 36 años empieza a pensar que es tarde para alcanzar el deseado prestigio literario. Ese prestigio que le permitirá traspasar las puertas de los bellos jardines soñados.


¿Qué relación guarda el título con el argumento?
Cuando Ernesto habla con su nuevo amigo, Kim Jong-un, de algún personaje del mundillo poético por el que no suele sentir mucho aprecio, suele introducir su nombre de forma sarcástica con el apelativo de “insigne”. Así que “los insignes” serían el conjunto de enemigos y competidores de Ernesto.



¿Por qué decide escribir una novela sobre la frustración del poeta en busca de reconocimiento o de edición?

Porque durante una temporada yo, como tantos otros, sucumbí a la enfermedad de Ernesto. Afortunadamente para mí y para mi salud mental, pude darme cuenta a tiempo de la ridiculez de haber empezado a sufrir por la literatura, precisamente la afición que más alegrías me había dado en la vida.


¿Considera que esta frustración es similar a la que también viven los novelistas?
La frustración de no alcanzar el éxito deseado en la poesía es similar a la de la narrativa o a la de cualquier arte. Diría más: podría extenderse al deporte, a la vida profesional, amorosa, etc. Tal vez, cuanto más pequeña sea la tarta del éxito a repartir (y en poesía, al haber tan pocos lectores reales, esa tarta es realmente pequeña), más ridículas y desproporcionadas sean las ambiciones desmedidas de éxito y de reconocimiento.


¿Y qué tal le han tratado en Sloper?
Muy bien. Les envié mi manuscrito por correo electrónico y Román Piña –el editor– me contestó en menos de dos semanas que quería publicarlo. Siempre han estado claras las condiciones de publicación y los plazos se han cumplido.


¿Por qué ha publicado con ellos?
Una prioridad para un autor que quiere publicar debería ser la de informarse bien de cuál es la editorial en la que mejor puede encajar su manuscrito. Yo suelo estar bastante al tanto de las preferencias de cada editorial. Después de que Sloper publicara La mala puta, el ensayo de Miguel Dalmau y Román Piña sobre el mal estado del mundo literario español, y al ser conocedor –porque lo anuncian en la web de la editorial– de que a Sloper le gustan los libros con humor, tuve claro que mi sátira disparatada del mundo de la poesía española podía encajar en el catálogo de Sloper. Y así fue.


¿Qué hace falta para que los editores españoles dejen de comportarse así?
Si te refieres al comportamiento del editor de mi ficción y no al insigne Román Piña, diría que lo que le hace falta al mundo de la edición emergente en español es más profesionalidad y comportamientos más adultos. Es lamentable (y el ejemplo es real) que un editor de cierto prestigio, que en las redes sociales protesta por las reformas laborales del gobierno que atentan contra la dignidad de los trabajadores, no entienda que su editorial también es una empresa y que debería, por tanto, cumplir con sus compromisos contractuales.


Menciona en su blog que el tema principal es la obsesión, ¿pero obsesión por darse a conocer o por qué motivo?
El tema de fondo de mi novela sería el de la obsesión: obsesión por cambiar de vida principalmente, por llegar a un supuesto mundo soñado e idealizado, que para el protagonista del libro está simbolizado por el éxito literario. Se trata de una obsesión que esconde detrás, en realidad, frustraciones más severas.


También dice que el blog de contracrítica de poesía Addison de Wit es parte de su documentación, ¿por qué?
En mi blog literario Desde la ciudad sin cines usé el término “documentación” de una forma un tanto irónica. Yo mismo tengo un blog de reseñas que trata de evitar la polémica, aunque a veces no lo consiga, y como partícipe en el mundo virtual de la literatura en internet me he interesado por blogs como Addison de Witt, un espacio que leía en su momento con gran interés, igual que he leído El lector Malherido, La medicina de Tongoy o Patrulla de Salvación, blogs en los que la polémica ha sido la nota dominante. Siempre me llamó la atención la virulencia y la pasión con las que los comentaristas (casi siempre anónimos) participaban en estos espacios, que fuera del mundillo de las personas que escriben tienen una influencia muy limitada. Sobre esa pasión y virulencia con las que se sobredimensiona lo que en realidad es pequeño e irrelevante, fuera de su círculo de expertos, trata mi novela.


¿Cómo se ha documentado?
Llevo años leyendo blogs de literatura, bien sea de creación o de crítica. En realidad no he tenido que documentarme, he hablado sobre lo que sabía. Tolstoi decía que si quieres saber cómo es el mundo echa un vistazo a tu aldea. Eso es lo que he hecho: mirar a mi aldea virtual, a mi pequeño mundo de internet.



¿Las situaciones que vive el protagonista son en parte vivencias propias o piezas de diferentes personas?

Algunas de las vivencias de Ernesto han partido de mi propia experiencia y otras son puramente inventadas. Uso experiencias propias, las deformo, me río de mí mismo…



¿En qué momento se le ocurre introducir a Kim Jong-Un como personaje de su novela?
Mi novela acaba siendo disparatada, pero al principio tuve un idea aún más loca: contar lo que quería contar (el tema de la frustración artística) en serio, como un drama real. Menos mal que me evité el fiasco de haber llevado este proyecto inicial a la práctica. Al principio quise que dos poetas frustrados intercambiasen emails, lo que hubiera sido una novela epistolar moderna. Pero si los dos protagonistas eran poetas fracasados, el tono cómico iba a ser mucho más difícil de conseguir. Quizás se iba a parecer demasiado a Juegos de la edad tardía de Luis Landero. El hecho de elegir a un personaje tan excéntrico como Kim Jong-un hace que, lo que la novela pierde en verosimilitud narrativa, lo gane, desde la primera página, en verosimilitud cómica.


¿Cuál es su papel?
Kim Jong-un es un contrapunto de Ernesto: este último publicó un libro y vendió 50 ejemplares y Kim Jong-un publicó un poemario cuya tirada inicial era de 4 millones de ejemplares, pero como buen poeta no está satisfecho: desea más reconocimiento, desea que el ácido crítico literario que es Ernesto le valide de forma ajena a la crítica oficial de su país.


Novela de humor, ¿de qué género?
Los insignes es una novela de humor satírico, con algunos toques de humor absurdo, que acaba siendo una crítica de costumbres y de tipos de personas.

Además de los cuentos de los hermanos Grimm dice que Tolkien fue decisivo a la hora de tomar la decisión de dedicarse a la escritura. Cómo él, usted también es profesor. ¿Cree que ha conseguido llevar esa doble vida entre la enseñanza y lograr perderse en su propio mundo?

Lo cierto es que me di cuenta de que mi vocación laboral debía ser la de profesor algo tarde, después de haber estudiado Empresariales, y trabajado como auditor de cuentas en una empresa norteamericana de horarios delirantes. Ahora doy clases de economía y matemáticas en un colegio. Me gusta estar en contacto con los estudiantes y tener además un mundo propio para el tiempo libre. Aunque siempre seguiré admirando a Tolkien por poder perderse en la Tierra Media.

domingo, 25 de octubre de 2015

Hotel Savoy, por Joseph Roth

Editorial Acantilado. 170 páginas. 1ª edición de 1924, ésta es de 2010.
Traducción de Feliu Formosa

Hace muchos años (calculo que más de quince) leí La leyenda del santo bebedor (1939) de Joseph Roth (Brody, antiguo Imperio Austrohungaro, 1894 – París, 1939). Fue un libro al que me acerqué con grandes expectativas y con el que no acabé de conectar. Sentí deseos, sin embargo, de volver con Joseph Roth (con él en el blog ya tengo comentados a los tres grandes escritores judíos apellidados Roth: Phillip, Henry y Joseph) cuando la editorial Acantilado comenzó a reeditarlos. Una profesora de lengua del colegio donde trabajo me dejó un día esta novela, Hotel Savoy, sin posibilidad de rechazo. Una alumna le devolvía el libro y ella me lo dio a mí. Me lo llevé a casa. Leí en internet que no era una de las novelas más destacadas de Joseph Roth y lo fue dejando. Llegó un momento en el que estaba seguro que a mi compañera del colegio se le había olvidado que me había prestado el libro, así que mi culpa por no leerlo fue disminuyendo, hasta este verano, cuando ya me pareció que debía devolverle el libro y sería una indecencia hacerlo sin haberlo leído. Después de todo este tiempo aguardándome, la lectura de Hotel Savoy ha sido una grata sorpresa, me ha gustado mucho.

El protagonista y narrador de Hotel Savoy es Gabriel Dan, un joven judío –originario de Viena- que ha participado en la Primera Guerra Mundial. Después de luchar en las trincheras y permanecer tres años en un campo de prisioneros en Siberia ha sido liberado y ha vuelto a Europa caminando, trabajando por alojamiento y comida por el camino. Por fin ha llegado a “la ciudad”, un lugar que está ya en Europa pero que nunca se especifica dónde, aunque por las referencias que se dan ha de estar cerca de Polonia o Rumania. Especulo que puede tratarse de Brody (o una proyección), ciudad natal de Roth: dentro del antiguo Imperio Austrohungaro, situada en el reino de Galitzia, una región entre las actuales Polonia y Ucrania. Brody está actualmente en Ucrania, y a principios del siglo XX vivía allí una gran comunidad judía, algo coherente con las calles descritas de esta ciudad –a la que no dejan de llegar expatriados- en el libro.

Gabriel Dan ha conseguido ahorrar algo de dinero por el camino y alquilará una habitación en la planta séptima (las últimas plantas son las que ocupan los más pobre) en el hotel Savoy. Gabriel parece un joven alegre, lleno de deseos de vivir, aunque los recuerdos del pasado le asaltan continuamente: “Aún veo los barracones amarillo que cubren una blanca superficie como sucias costras; aún me parece saborear la última chupada de una colilla encontrada en cualquier parte…, años de peregrinaje, amargura en las carreteras…, campos de terrones endurecidos por el frío, que me lastiman los pies.”, leemos en la página 74.

En la ciudad Gabriel tiene la intención de visitar a un tío rico, que le acabará regalando algún traje, pero nunca el ansiado dinero. Este tema, el de la espera perpetua, en cierto modo me ha recordado a Franz Kafka, pero imagino que esta es casi una asociación libre que establece mi mente entre dos escritores judíos de la misma época, centroeuropeos y que escriben en alemán.
El tema de la identidad judía está muy presente en la novela: “Penetramos en un pequeño callejón. Hay judíos que pasean por el centro de la calzada, llevan paraguas de puño retorcido plegados de un modo ridículo. Se quedan parados con el rostro pensativo o andan incesantemente de un lado para otro. Aquí desaparece uno, allí sale otro de un portal, mira inquisitivamente a izquierda y derecha y comienza a andar lentamente.
Como sombras mudas, los hombres van pasando; es como una reunión de fantasmas, de gente muerta mucho tiempo atrás y que vagan por esta callejuela. Es un pueblo que lleva miles de años vagando por callejones estrechos.” (pág. 47)
“Después volvimos a casa con Stasia. Escogimos callejuelas tranquilas; mirábamos las estancias a través de las ventanas iluminadas; eran viviendas míseras, en las que niños judíos comían pan con rábanos y hundían la cara en grandes calabazas.” (pág. 59)

Gabriel Dan va conociendo a los habitantes del Hotel Savoy: “El Hotel Savoy era como el mundo; hacia el exterior irradiaba una poderosa ostentación; la magnificencia parecía imperar en los siete pisos, pero en el interior habitaba la pobreza. Los pobres estaban en la parte de arriba, enterrados en tumbas bien ventiladas, y las tumbas se amontonaban sobre las cómodas habitaciones de los ricos, instalados abajo, tranquilos y holgados, sin preocuparse por los ataúdes de frágil construcción.” (pág. 42)
Como puede observarse en el párrafo anterior, la crítica social está presente en el libro. De hecho, la Revolución Rusa ha tenido lugar hace muy poco tiempo y los industriales de la ciudad temen que sus ideas se expandan por el resto de Europa. Desde que Gabriel ha llegado al hotel Savoy los obreros de las fábricas de la ciudad están en huelga, y en cualquier momento puede estallar la tensión social que se va acumulando. Para contribuir a esto, Gabriel se va a encontrar en la estación de trenes con Zwonimir, un antiguo compañero de armas y de cautiverio con el que empezará a compartir su habitación en el hotel. Zwonimir está muy politizado (“Quiero hacer la revolución aquí” le dice a Gabriel en la página 86) y se dedicará a expandir ideas revolucionarias por la ciudad.
Gabriel al principio hablará de sí mismo como de un ser solitario y egoísta (pág. 86), pero en la página 100 señala: “He dejado de ser un egoísta.”, algo que le ocurre después de empezar a trabajar como mozo de carga en la estación de trenes y compartir fatigas con sus compañeros.

En algunos casos, la crítica a la situación social que hace Roth parece evidente: “Era una fábrica de cepillos de cerda. Se quitaba el polvo y la suciedad de los pelos del cerdo, y con ellos se hacían cepillos que servían para limpiar otras cosas. Los trabajadores, que se pasaban el día limpiando y cribando las cerdas, tragaban el polvo, cogían hemoptisis y morían a los cincuenta años.
Había toda clase de normas higiénicas; los trabajadores tenían que llevar careta; las salas de trabajo tenían que tener tantos metros de altura y tantos de anchura, las ventanas tenían que estar abiertas. Pero la renovación de la fábrica le habría costado a Neuner más que si hubiera pagado un doble subsidio por cada hijo de sus trabajadores. Por ello, cuando moría un obrero, llamaban al médico militar. Y éste certificaba por escrito que este no había muerto de tuberculosis ni tenía la sangre envenenada, sino que había sufrido un ataque cardiaco. Eran una casta de individuos enfermos del corazón; todos los obreros de Neuner morían de «insuficiencia cardiaca». El médico militar era un buen hombre.” (pág. 108-109)

Pero la literatura de Roth no es en ningún momento panfletaria; por el contrario, los personajes son muy ambiguos y por tanto muy humanos. En contraste con los conflictos obreros, en la ciudad se espera (de nuevo la espera kafkiana) con ansiedad la llegada de Bloomfield, un emigrado de la ciudad, que se ha hecho rico en América. Cada año regresa a la ciudad y todos sus habitantes piensan que les va a poder ayudar con sus negocios.

Gabriel que llegó a la ciudad esperanzado, con deseos de olvidar los años de guerra, prisión y peregrinaje, que por un momento parece que va a conocer el amor de manos de la bailarina Stasia, vecina de hotel, parece ir sucumbiendo al desencanto, a la desesperanza, a la molicie de la ciudad.

El estilo de Joseph Roth me ha parecido muy ligero. Con unas pocas pinceladas describe una calle, una fábrica, una planta del hotel, y entremedias Gabriel reflexiona sobre lo que ve. El fresco humano descrito en la ciudad (expatriados, empresarios, obreros, judíos pobre y ricos…) es muy vivo. El sentido del detalle y del ritmo es apabullante. Hablaba de ligereza, de esa ligereza que casi siempre asocio a la literatura norteamericana y que me ha parecido tan eficaz para levantar el mundo propuesto.

Lo dije al comienzo: Hotel Savoy no es de las novelas más famosas de Joseph Roth y me ha gustado mucho. Ya he visto que en una de las bibliotecas que frecuento tienen casi todos los libros que en Acantilado ha publicado de este autor. Tengo ganas de acercarme a ellos.

domingo, 18 de octubre de 2015

El chico de la chaqueta roja, por Alena Collar

Editorial Baile del Sol. 167 páginas. 1ª edición de 2014.
Prólogo de Fernando Cana

Alena Collar (Madrid, 1960) y yo compartimos editorial, Baile del Sol. Su novela El chico de la chaqueta roja y la mía, El hombre ajeno, aparecieron a la vez: en la Feria del Libro de Madrid de 2014. Coincidimos físicamente en una presentación conjunta de las novedades de la editorial en la librería de Lavapiés El dinosaurio todavía estaba allí, aunque no llegaba entonces a intercambiar palabra. Donde sí lo hemos hecho ha sido en las redes sociales: Alena suele estar bastante activa en facebook y yo me pasó por allí de vez en cuando. A principios de verano, Alena me preguntó si me apetecía leer su novela y yo le propuse un intercambio de libros: los dos sacamos nuestras novelas a la vez y mantenemos un blog de reseñas literarias. Seríamos honestos en las apreciaciones que hiciéramos de la novela ajena. Alena comentó hace unos meses mi libro, se puede leer AQUÍ su reseña. Ha sido en septiembre cuando yo me he acercado al suyo.

Carlos ha salido de Madrid y ha decidido pasar el final del verano en una casa que ha comprado en un pueblo. Carlos posee, además, una empresa de marketing lo suficiente próspera como para poder permitirse delegar sus funciones y dedicarse a escribir. Como escritor de éxito mediano se le califica alguna vez en la narración. En su casa de campo se dedica a escribir una novela por la que le apremia su editor. Su retiro se verá perturbado porque un chico con una chaqueta roja parece estar rondando su casa, además de una adolescente esquiva. Carlos pondrá sobre aviso de sus inquietudes a Etelvino, el comisario del pueblo, con el que trabará una pequeña amistad.
Carlos en su deambular por el pueblo o la exploración de su nueva casa se verá asaltado continuamente por los recuerdos de su infancia y adolescencia en un pueblo parecido al que ahora ha venido a vivir. Además también el lector sabrá que hace no demasiado tiempo ha sufrido una ruptura amorosa.

El chico de la chaqueta roja es una novela fuertemente metaliteraria, y no sólo porque Carlos, su protagonista principal, sea un escritor, sino porque el planteamiento narrativo de lo que el lector recibe como novela está casi siempre cuestionado desde el propio discurso novelístico. En principio el lector presupone que Carlos está escribiendo una novela sobre los pequeños sucesos que le acontecen en el pueblo al que ha ido a parar y el fluir de sus recuerdos; de forma continuada se le recuerda al lector que lo que lee se está escribiendo. Por ejemplo, leemos en la página 21: “Llegó. Pausado. Lento. Parecía tan vulgar que se acercó inmediatamente a la verja, escribe, para hablar con él.” Ya en el primer párrafo del libro nos encontramos con este acercamiento a la idea de la novela en construcción: “Podía describirlos como a los otros, dándoles adjetivos, dotarlos de acciones, suaves, lentos, indiferentes, adjetivos para volver a contar interminable e irremediablemente otra vez el círculo de los pájaros.” (pág. 13).

Uno de los juegos principales que plantea este libro es el de interpelar de continuo al lector; así, por ejemplo, leemos en la página 18: “Mientras el silencio era un escándalo para su excursión sigilosa a aquellas zonas prohibidas, y, dentro, dice, escribe otra vez, los cachivaches; y ahora usted que lee, harto ya, quisiera que los mostrara, que los definiera.” En este párrafo además de volver sobre el juego comentado anteriormente, el de la idea de remarcar que lo evocado se escribe (se escribirá en el futuro próximo, o se está escribiendo recordando la evocación del pasado que tuvo lugar hace poco) se presupone la reacción del lector ante lo contado. En muchos casos este recurso tiene una intención cómica: el narrador intuye que una larga enumeración, a lo Perec, de lo que se guarda en una buhardilla puede aburrir al lector y mediante ese tipo de apreciaciones se busca su empatía.
De forma similar en la novela aparecen expresiones hechas o relaciones causales que pueden resultar manidas, y el narrador comenta, de forma chocarrera, que eso es un tópico o un cliché. En la página 123 podemos leer: “Y salió deprisa y corriendo. Topicazo, pero es que es verdad.”

Sigue la novela en construcción entre las páginas 20 y 21: “Narrativamente hablando, escribe, se puede condescender, porque si no malamente el lector se va a enterar de nada, piensa, además, y entonces a ver cómo avanza el relato.
Suponiendo que un relato tenga que avanzar, pero bueno. Añade.
O sea que, condescendiendo sobre eso tan coñazo del argumento, escribe, podemos decir que al chico de la chaqueta roja lo vio merodeando el domingo por la tarde –pensó- justo antes de pegarse la ducha y ponerse a escribir.”

Quizás también una intención humorística tenga el empleo de palabras coloquiales anticuadas, que evocan la casa familiar del narrador: cachivaches, zurriburri, pejigueras, Perogrullo, zamacuco…

Además de tener presente al lector, el narrador tiene presente al editor (ese ser que odia las digresiones narrativas, y así, cuando aparece una, el narrador nos adelanta que posiblemente ese párrafo vaya a disgustarle y puede que haya que eliminarlo de la novela final); además de tener presente al crítico: “Acaban el café –escribe- en esta atmósfera que ha ido sumergiendo al lector en una sensación de melancolía. Frase a frase. El crítico se referirá a la lluvia, la resaca, las palabras de ambos, escribe: un análisis pormenorizado de la semántica narrativa.” (pág. 164)

Se cita aquí también a Miguel de Unamuno y sus experimentos narrativos, con personajes que se salen de la novela y acuden a conversar con el autor.

Y dejando aparte los juegos metaliterarios ¿de qué trata esta novela? Quizás nos ayude a saberlo este párrafo de la página 138, que recoge una conversación entre Etelvino y un personaje llamado Pablo, que también escribe una novela: “¿Pasarán cosas?, ¿habrá personajes, no?... ¿Los llaman así, no?... Sí, bueno, claro que hay personajes y pasan cosas, aunque la mayoría sin importancia; es una novela dentro de una novela. Eso no lo entiendo, perdone. Ya, si ya, verá, he escrito una novela sobre un escritor, he querido ver cómo lo hace, imitar maneras de escribir, a ver, para entendernos, en mi novela esto de charlar aquí usted y yo, es diálogo costumbrista y manera para que nos conozca el lector, para que sepa cómo pensamos. Ya. Lo mira Etelvino y se muerde la lengua –pues vaya rollo, piensa, escribe-. Bueno, añade tímido, habrá gente a quien eso le interese, claro. Sí, dice Pablo llegando a un acuerdo tácito de no discutir, habrá gente que igual sí.”

Quizás en este párrafo se encuentre la esencia de la novela de Alena Collar, un novela en la que la autora arriesga, sin duda –y esto es de agradecer-, una novela que continuamente se replantea a sí misma, que nos acercará a algunos de los fantasmas del pasado de Carlos o del Etelvino, con simpatía, con diferentes enfoques; pero, por otra parte, pobre en acontecimientos narrativos que hagan avanzar la trama (que existe, aunque se demore en ser planteada). Durante la primera parte tenía la impresión de que el leitmotiv narrativo (la presencia de un chico con una chaqueta roja que merodea la casa de Carlos) no tenía demasiada fuerza, y a la mera evocación de los recuerdos de infancia del narrador le faltaba tensión narrativa. La verdadera fuerza de la novela recaía en los continuos juegos que hacían que la escritura se replantease a sí misma, lo que es original y valioso en cuando a asunción de riesgos, como dije, pero que tal vez conduzca a que resulten a veces un tanto repetitivos los efectos: es decir, se reitera, por ejemplo, más de una vez la broma de que la frase empleada para describir algo o a alguien es un tópico. Se busca así la complicidad con el lector, pero tal vez el planteamiento debería ser el de huir de esos tópicos y crear una narración potente que envuelva al lector y le lleve de sensaciones sin caer en los tópicos, sin cuestionamientos sobre su propia verdad: la novela es potente y ésta es su verdad.


Me ha resultado curiosa la lectura de El chico de la chaqueta roja, una novela que juega a romper los moldes de la escritura desde el propio planteamiento narrativo de los moldes. Una historia sencilla en su sustrato novelístico (a veces incluso inocente), en su juego creativo de personajes, pero cuya fuerza reside en la distancia irónica desde la que se acerca al material empleado. Un libro sencillo y a la vez original.

jueves, 15 de octubre de 2015

Los insignes, un fragmento sobre los editores de poesía


Cuando la semana pasada colgué un fragmento de la novela aquí –uno en el que se hablaba de los premios de poesía- una lectora del blog, que firma como Zombie Girl y que sé que escribe poesía, me comentó que lo mostrado le recordaba a algunas entradas leídas en el blog de contracrítica de poesía Addison de Witt. Yo también fui lector de este blog; aunque nunca dejé en él comentarios, me interesaban sus análisis de la actualidad poética y su labor de denuncia. Digamos que Addison de Witt forma parte de la documentación que he utilizado para escribir mi sátira sobre poetas Los insignes y que en mi novela existe un blog similar en el que me mi protagonista (que también tiene un blog de crítica poética) sí que participa, polemizando.

Me preguntaba Zombie Girl si mi libro era un cúmulo de anécdotas sobre el mundo de la poesía o tenía una trama. Digamos que yo mismo me hice esta pregunta cuando empecé a escribirlo y quise que mi novela tuviera personajes y tramas. En realidad hay en ella una trama y una subtrama. En un primer plano nos encontramos con Ernesto Sánchez, inspector de Hacienda y poeta, que sueña con la gloria literaria y que mantiene en su blog, y en algún otro, encendidas polémicas sobre poesía. Le ha contactado Kim Jong-un, también poeta, que ha publicado en Corea del Norte un poemario sobre la muerte de su padre, que ha pasado a ser lectura obligatoria en su país. Kim Jong-un no se acaba de fiar de la crítica literaria de su país que alaba su libro sin fisuras y le pide a Ernesto que lea su libro y le haga una crítica sincera. Mientas Kim Jong-un ultima la traducción y el lector espera que Ernesto lea el libro y dé su veredicto, el segundo aprovecha para desahogarse con su nuevo amigo –a través de Skype- de la situación poética del país; y le habla de la relación que estableció con Rucho Noarbe, editor de la pequeña pero prestigiosa editorial Moby Dick Editores, que le aceptó un poemario para su publicación, pero que siempre parecía darle largas a la fecha de salida del libro. Las fases de la relación de Ernesto con el editor marcan la evolución temporal de mi novela y su argumento narrativo principal. Por el camino Ernesto le contará a Kim Jong-un algunas de sus apreciaciones sobre el mundo de la poesía, las corrientes que la forman, las rencillas, los egos desmesurados… algo que podría ser extrapolable a cualquier actividad artística (o casi vital). 
En realidad el tema principal de Los insignes sería el de la obsesión. Y todo es tan ridículo, que este libro sin el humor satírico no tendría sentido de ser.

Decía Jorge Herralde que en la aventura editorial lo peor no son los autores. Creo que tenía razón, en más de un caso lo peor son los editores. Los hay de muchos tipos: cumplidores, simpáticos, cercanos, dejados, trabajadores, amantes de su trabajo… y luego están los peores: los engreídos, los que son autores –o han tratado de serlo- y al pasar a ser editores disfrutan del poder que de repente ha caído sobre su persona. Uno de estos fue el que le tocó al pobre Ernesto. Dejo aquí un párrafo de la novela sobre este tema (páginas 152-153):
(Resumo la situación: el editor Rucho Noarbe aceptó hace tiempo para su publicación un libro de Ernesto, pero su fecha de salida al mercado se va posponiendo indefinidamente)


«Yo iba a las presentaciones de libros para hacerme presente, para obligar a Noarbe a considerar mi existencia real. Acudía siempre solo a esos actos sociales y rara vez entablaba conversación con alguien. Una tarde intenté acercarme a unos poetas que conocía de los suplementos culturales, poetas ganadores de premios promocionados por Bisonte o Hipérbole, uno de ellos era incluso un ganador del premio Hipérbole. Les reconocí, se me aceleró el pulso, me presenté y no pude integrarme en su conversación: hablaban de fútbol; eran unos jodidos expertos. Creo que la mayoría de poetas o aspirantes a poetas que aparecían por allí no conocían mi blog, nunca habían caído en él, lo que no me llevaba a concluir que yo fuese una figura irrelevante dentro del panorama poético español, sino que a aquella gente no le interesaba en realidad la poesía. Escuchaba y hacía cola para que el autor me firmase su libro y al final o al principio —depende de cuál era mi percepción de qué momento era el más adecuado— saludaba a Noarbe, siempre rodeado de una sonriente caterva de aspirantes. No dejaba de sorprenderme, sobre todo, el desparpajo de las jóvenes aspirantes a poetas, su implacable acoso al Gran Editor, y cómo él —el Gran Editor— se dejaba querer y halagar y sonreía, y cómo cambiaba su cara cuando era yo quien me acercaba a él y me hablaba siempre con ambigüedades, siempre fingiendo que estaba agobiado, buscando en su mente una posible fecha a la que postergar la publicación de mi poemario. En realidad, me acabó pareciendo que le encantaba aquello, verse rodeado del tupido bosque de los aspirantes, como un reyezuelo medieval recibiendo audiencia. Le encantaba dar esperanzas, poder conceder él la llave del prestigio, o algo similar al halo de ese prestigio, algo que habitaba allí, cerca del prestigio o de lo que fuese, algo de lo que él se había adueñado mediante el sencillo mecanismo de fijarse en los libros a los que concedían el Premio Nacional de Poesía o el Pulitzer en Estados Unidos, comprar sus derechos y contratar una traducción.»

domingo, 11 de octubre de 2015

La noche en que caemos, por Alejandro Morellón

Editorial Eolas. 137 páginas. 1ª edición de 2013.

Ya conté en el blog que quedé un día –hace unos meses- en Lavapiés con el escritor Alejandro Morellón (Madrid, 1985) para intercambiar libros; entre los que me trajo Alejandro estaba este de La noche en que caemos, su debut narrativo, un conjunto de nueve relatos, que le hizo merecedor en 2013 del 51º Premio Libro de Cuentos de la Fundación Monteleón. En el jurado se encontraba, entre otros, el reconocido escritor de cuentos José María Merino.
Los otros libros que me dejó Alejandro eran Pájaros en la boca de Samantha Schweblin y La mujer desnuda de Armonía Somers, con los que él sentía muy emparentados su propio libro. Me comentaba que sentía su libro hermanado al de estas dos escritoras. Después de leer los tres, lo cierto es que tengo la impresión de que el parecido más real sobre La noche en que caemos es la de Pájaros en la boca.

El primer cuento del libro de Morellón es TA I. Si el lector toma el libro sin avisos de lectura de ningún tipo, las primeras páginas que leerá serán las de un cuento muy realista: una pareja tiene que tomar un taxi en la noche para llegar a un hospital, en el que la mujer –que ha roto aguas- debe dar a luz. El estilo es sencillo, rítmico, cercano… ¿Tal vez estamos ante un relato costumbrista sobre la pareja? A las pocas páginas se romperá el realismo del relato. El taxi seguirá circulando, sin pasar nunca. El taxista nunca duerme, se nos informará. El hijo nacerá en el coche, y no solo eso, también nacerán allí los nietos de la pareja. El lector terminará el cuento con una sonrisa, después de haberse acercado a una ruptura de la verosimilitud narrativa tan cortazariana, y tan, además, a lo Samantha Schweblin. Si bien es cierto que los cuentos de Schweblin, aunque fantásticos en el fondo, se acercan al género desde la leve ruptura con la realidad y esta ruptura es más profunda en las propuestas narrativas de Morellón. Un género fantástico, en su caso, bastante cercano también al surrealismo.

En Cuando el niño era niño un director de colegio conoce a un niño que en realidad, pese a su cuerpo de niño, ha nacido en 1189. O al menos eso afirma él y el director del colegio, el narrador, tras conversar con él, acabará por creerlo.
Tras acabar el segundo relato, ya nos damos cuenta que una de las propuestas narrativas de Alejandro Morellón como cuentista es la de jugar con el tiempo: estirándolo, reteniéndolo, con personajes muy jóvenes y que no pueden crecer, o por el contrario, personajes ancianos a los que su percepción consigue trasladar a un mundo en el que el deterioro de las cosas se acelera…

En Subterráneo Morellón sigue experimentando sobre el tiempo narrado: un niño decide meterse en la cama y hacerse allí mayor. Soñará su vida, otro (un desdoblamiento de él mismo) la vivirá por él. Personaje encamado y personaje desdoblado acabarán coincidiendo en la misma habitación.

Diana sigue sin venir es un cuento más corto que los anteriores, y diría que es de los que menos me han gustado del conjunto. La idea sobre unos jóvenes suicidas y los métodos para conseguirlo es inquietante, pero quizás a este cuento le falte algo de desarrollo.

En el relato que da título al libro, La noche en que caemos, nos encontramos con un relato fantástico, que puede serlo, o ser también –según lo desee el lector- un relato de locura. Otro juego con el tiempo: al narrador (un hombre solitario, de cierta edad, viudo) le parece estar recibiendo voces del espacio, voces que discuten en su cabeza.
Con este cuento creo que me ha pasado algo similar a lo experimentado al leer Subterráneo, que las ideas de ambos me parecen potentes; pero para que el lector (o al menos el lector que soy yo) los hubiera disfrutado más tengo la impresión de que habría que haber trabajado con más la tensión narrativa.
Estos cuentos están publicados cuando el autor tiene veintisiete o quizás veintiocho años, e imagino que estará escritos antes, sobre los veintiséis, vamos a suponer. Alejandro Morellón cuando los escribe es un autor muy joven, que ha leído narrativa clásica, pero que también conoce las tendencias modernas del relato (de ahí su coincidencia en ideas con los cuentos de Samantha Schweblin). Morellón en estos cuentos no comete errores de principiante: los cuentos fluyen sin frases confusas, sin una adjetivación excesiva, con sencillez, pero sin carecer tampoco de aliento poético. La creación de un particular mundo propio, con extrañamientos sobre el tiempo o la edad de los personajes, me parece logrado. Además muchas de las ideas son potentes, y ¿qué podría faltarle entonces al joven Morellón para llegar a escribir cuentos tan buenos como los de Samantha Schweblin? Creo que la respuesta sería ésta: un poco más de tensión narrativa. A un cuento realista, a lo Raymond Carver, se le presupone la tensión narrativa, o el cuento la tiene o se quedaría en un mero cuadro de costumbres carente de interés. Los cuentos fantásticos también necesitan esta tensión narrativa, no basta con la idea brillante, con el mundo sugerente, algo ha de suceder en ellos que sea tan potente como el planteamiento. Lógicamente, conseguir esto no es nada fácil, y la construcción de un cuento fantástico muy bueno no me parece una tarea sencilla. El joven Morellón está en el camino correcto, más de uno de sus cuentos es bueno, y le faltaría tal vez un poco de tensión narrativa, como he apuntado.

Plato de sopa sin retorno es otro cuento corto, de idea surrealista y simpática.

La herida es mi cuento favorito del conjunto: el más logrado, aquel en el que una idea potente, se une a una mirada muy poética sobre lo narrado, y la tensión narrativa se mantiene perfectamente. Un matrimonio espera la posible visita de su hijo y sus nietos. Desde las ventanas de la casa, mira al exterior, hacia la calle, y allí parece que no ocurre nada anormal, pero cada vez que el hombre deja la tranquilidad de la casa y sale fuera percibirá cómo los sonidos callan, como todo se deteriora de forma acelerada… un cuento muy sugerente.

El cuento que cierra el conjunto, Una máquina excelente, me parece que está escrito sobre una idea un tanto macabra y no me acaba de convencer.

En resumen, La noche en que caímos es un debut narrativo notable. Alejandro Morellón no comete en él errores de principiante y ha trabajado en serio para, asimilando el trabajo de otros autores (Julio Cortázar, principalmente), alumbran una voz propia. Como ya he señalada, a algún cuento le falta un poco más de desarrollo, y a otros, siendo correctos, siendo buenos cuentos, les pediría un poco más de tensión narrativa. El cuento La herida me parece excelente, una narración muy lograda.


Sé que Alejandro Morellón está ahora escribiendo novelas. Sé, por las destrezas mostradas en este volumen de cuentos,  que va a conseguir escribir buenas novelas. Las esperamos.

jueves, 8 de octubre de 2015

Los insignes ya está a la venta

Mi novela Los insignes ya está en la calle.
Ernesto Sánchez, inspector de Hacienda y amante de la poesía, sueña con la gloria literaria, pero no consigue entrar en ningún círculo de poetas de España. A través de Skype le contará sus penas y los entresijos de la poesía patria a su nuevo amigo, el poeta y presidente de Corea del Norte Kim Jong-un.
Dejo aquí un fragmento del discurso de Ernesto, hablando sobre las más prestigiosas editoriales de poesía de España; es decir, de Bisonte, Hipérbole o DMR.
Querido poeta: tú comprendes a Ernesto, ¿verdad?



Los insignes, páginas 87-91:


«Cada vez ha sido más raro en España que Bisonte, Hipérbole o DMR publiquen directamente el libro de un autor joven. Por ejemplo, Hipérbole convoca su premio de poesía joven Hipérbole y casi nunca vuelve a editar un segundo libro del autor ganador, aunque haya agotado la edición que se lanzó con su premio Hipérbole. Pero, y aquí está la clave del asunto, lo normal es que estos autores vuelvan a ganar otro premio organizado por un ayuntamiento, que corre con los gastos, y cuya edición está a cargo de Hipérbole. Es decir, Hipérbole o Bisonte sí tienen a sus autores, pero no los editan ellos directamente, como ocurre con las editoriales de narrativa, como hace, por ejemplo, Anagrama —posiblemente la editorial de narrativa más prestigiosa de mi país—, sino que las editoriales de poesía editan a sus autores por mediación de los premios de los ayuntamientos. Es decir, el ayuntamiento de Albacete (una capital de provincia cercana a Madrid, Kim Jong-un), por ejemplo y para no irnos más lejos, convoca un premio de poesía, cuya gestión y publicación va a correr a cargo de Hipérbole. Entonces trescientos pardillos, Kim Jong-un, lo digo porque yo también he sido uno de ellos, envían su poemario al premio de Albacete. Perdona... ¿Que no sabes lo que es un pardillo? Sí, tienes razón, pardillo es un pájaro pero también quiere decir primo, inocentón, pringado, tolai... ¿Lo pillas, Kim Jong-un? Pues eso, que trescientos tolais mandan su libro al premio de Albacete y ese premio de Albacete ya ha sido concedido de antemano, por ejemplo, a Felipe Durántez, que fue premio Hipérbole hace siete años, y que desde entonces ya ha ganado dos premios más, organizados, por ejemplo, por el ayuntamiento de Cáceres y el de Ceuta, gestionados por Hipérbole, por supuesto, y con un jurado que mayoritariamente es el mismo que el jurado del Hipérbole, un jurado casi inamovible, salvo cuando uno de sus miembros se presenta a un premio en cuestión y ha de abandonar por un tiempo su trono en el jurado para que el resto de compinches pueda elegir su libro como ganador, elevándolo de la pila de trescientos libros de tolais. En Bisonte ocurre igual. Y así, con el dinero de los ayuntamientos, Hipérbole y Bisonte elaboran su catálogo y editan a sus autores. Autores de Bisonte y autores de Hipérbole, que rara vez se cruzan, hasta que llega uno, un auténtico fuera de serie, como Rubén Rodrigáñez, y puede reventar el mundo de la poesía joven española ganando premios organizados por ambas editoriales. Imagínate, Kim Jong-un, las habilidades sociales, la capacidad para sonreír a unos y a otros, para alabar a todos, para separar las nalgas podridas y besar el ojete del culo de los poetas consagrados que ha de poseer Rubén Rodrigáñez, al que no le queda otra que ser el nuevo capo de la poesía española. Es decir, el heredero natural de Juan López Cubero, el Padrino, el Capo, el Consigliere y el Matón de la poesía española, todos en uno. Es que no te pierdas la última del insigne López Cubero, Kim Jong-un: en el premio de poesía de León —gestionado por Bisonte— el jurado previo, formado por poetas menores de esa ciudad, había seleccionado diez libros de la montaña de trescientos libros de tolais. Diez libros que son los que pasan a la última consideración del jurado, formado por los poetas-burgueses habituales; y cuál sería la sorpresa de López Cubero (el Capo del jurado) al percatarse de que entre esos diez no estaba el poemario de su protegido Rubén Rodrigáñez. Date cuenta, Kim Jong-un, que según las bases de este tipo de premios, los poemarios que llegan a León han de ser anónimos, y así los lee el prejurado, y así los debe leer el jurado final. Pero López Cubero ya sabe que a ese premio se ha presentado su protegido —por haber sido su alumno en la Universidad de Sevilla y posteriormente amigo— Rubén Rodrigáñez y le extraña que el ganador no esté entre los diez libros preseleccionados para pasar a la deliberación final. Entonces, sin ningún pudor, López Cubero exige que se busque el libro del ganador entre la pila de doscientos noventa poemarios descartados, hasta que lo encuentran y, de este modo, el premio de poesía de la ciudad de León, gestionado por la editorial Bisonte, va a parar a su legítimo dueño, es decir, a Rubén Rodrigáñez, el poeta laureado de antemano, el poeta por el que se convocan los premios, el poeta que surca las aguas por encima de los prejurados y de las pilas de libros de tolais, el poeta llamado a formar parte de las antologías y con derecho a beber el néctar de la gloria, una gloria que le confiere como un cetro de fuego su mentor, el rey con corona de la poesía española, Juan López Cubero. El caso es que, por esta vez, la cosa no quedó así: dos de los poetas de León que formaban parte del prejurado denunciaron lo que había ocurrido, y la noticia trascendió a los medios. López Cubero, seguro de ser intocable, sonreía en las entrevistas y se defendía diciendo que hay poemarios que aunque el prejurado no tenga capacidad para percatarse de ello son superiores, sin términos comparativos: son su-pe-rio-res. Sin hablar, claro, del planteamiento inicial que afirma que él no tenía por qué haber sabido que uno de los trescientos poemarios anónimos era el de su protegido Rubén Rodrigáñez.»

domingo, 4 de octubre de 2015

La desesperanza, por José Donoso

Editorial Seix Barral. 329 páginas. 1ª edición de 1986.

Como cada verano (desde hace tres, 2013-2015) decidí volver éste con José Donoso (Santiago de Chile, 1924 – 1996). Tenía de él, pendiente en casa, la novela La desesperanza (1986), cuya primera edición conseguí en la librería de segunda mano de Malasaña La tarde libros. Fui allí una mañana de las navidades de 2013, para deshacerme de unos libros que no quería y los cambié por otros que me parecían más interesantes.

En 1985, José Donoso deja España, donde reside, y regresa a Chile. La última novela que ha publicada es El jardín de al lado en 1981, donde en clave irónica –pero también desencantada- analiza su posición secundaria respecto a los grandes autores del boom hispanoamericano, y consigue crear una novela intensa, potente.

En enero de 1985 tiene lugar un acontecimiento social, que también puede ser político, en Chile: muere Matilde Neruda, la mujer del poeta Pablo Neruda, que inspiro los poemas de Los versos del capitán. En torno a este hecho está articulada La desesperanza.

Mañungo Vera es un cantautor chileno de treinta y cuatro años (el chileno más internacional, se insinúa en algún momento), que ha tenido un gran éxito cantando en Europa sobre la dictadura de su país, del que salió antes del golde militar. Después de trece años de ausencia, ha decidido volver a Chile (junto a su hijo de siete años Juan Pablo) y dejar su casa de París. “Había llegado el momento para Mañungo Vera de transformase en otro.” (pág. 13). Vera está sufriendo una crisis de identidad, su carrera y su popularidad han bajado en Europa (ya que la estabilidad del régimen de Pinochet hace que la sensibilidad occidental se haya trasladado a los más sangrientos conflictos centroamericanos) y, a pesar del empeño en seguir con su música de su representante, le carcome la idea de ser un fraude: alguien que tomó partido en la lucha contra la dictadura, que no sufrió torturas, pero que vive estupendamente habiéndose erigido en el portavoz de los sufrimientos de otros. Mañungo desea quitarse ya la máscara de la cara. Y aquí nos encontramos ya con una de las obsesiones creativas de Donoso: la presencia de las máscaras, de los disfraces deformantes…

La novela comienza cuando Mañungo Vera ya ha aterrizado en Chile y se acerca en un taxi a la casa que Pablo y Matilde Neruda compraron en el barrio santiaguino de Bellavista. Vera conoció en el pasado a los Neruda (que fueron sus valedores como cantante-guerrillero), y los frecuentó también en París. Que la muerte de Matilde haya coincidido con el día de su regreso al país hace que se pospongan para él las preguntas que se hace sobre sí mismo. Tiene que acudir al velorio, donde sabe que se va a encontrar con muchos de los que fueron sus amigos y conocidos del Chile pregolpe.
Al acercarse a la casa de los Neruda, ruge el león Carlitos, desde el zoo cercano, un león achacoso, decrépito, que como un símbolo del Chile de la época recorrerá la novela.
En la segunda página leemos: “El chofer iba a parar frente a un mendigo cortado de la cintura para abajo, un cuchepo con el calañés torcido sobre un ojo, que desde encima de su patín pedía limosna”. Este mendigo es don César, que será un personaje secundario importante en el libro, y en su caracterización física ya encontramos (igual que con la idea de las máscaras un poco más adelante) el gusto de Donoso por la poética del feísmo, de lo roto o deforme.

La novela está escrita en tercera persona, y siguiendo la técnica del estilo indirecto libre la voz narrativa se acerca mucho a la voz de los personajes (en algún caso –sólo recuerdo uno, la verdad- se acerca hasta tal punto, que de tercera persona pasa a primera). Quizás frente a otras de sus obras (El obsceno pájaro de la noche, Casa de campo o El jardín de al lado), en las que se proponía un juego metaliteriario en el que el autor intervenía de forma evidente en lo narrado, en La desesperanza Donoso elige una forma de narrar más clásica.

La novela está dividida en tres partes. En la primera, titulada El crepúsculo, asistimos al velatorio de Matilde Neruda en su casa de Bellavista. En torno al ataúd vamos conociendo a todos los que van a ser personajes principales y secundarios de la obra: Judit Torre -hija de la más alta burguesía-, que abandonó sus privilegios de clase para luchar de forma activa contra el régimen; Lopito, antipinochetista de vida desastrosa, poeta fracasado y alcohólico; Celedonio, intelectual moderado en su lucha contra el régimen, poeta de segunda pero que ha sido amigo de todos los grandes; Fausta, mujer de Celedonio, escritora que aparece en los libros de texto del colegio y de ideas similares a las de su marido; Lisboa, militante comunista convencido, para el que la significación política está por encima de cualquier sentimiento; Ada Luz, mujer del pueblo, amiga de Matilde o Fausta, torturada por el régimen; o Federico Fox, primo de Judit, burgués cercano al régimen de Pinochet, pero, aun así, con cierta sensibilidad artística o al menos sensibilidad hacia el coleccionismo de objetos (cartas, manuscritos…) de personas cercanas al arte.
Esta primera parte me ha parecido la mejor del libro. Me ha gustado mucho como Donoso, sobre el cadáver de Matilde Neruda consigue definir a sus personajes (sus certezas, sus miedos, sus máscaras…) y transmitirnos lo que unos piensan de los otros. Recuerdo que algún libro de Mario Benedetti que leí en mi juventud me pareció que no acababa de captar bien el tema de las dictaduras hispanoamericanas (no sé si estoy pensando en Gracias por el fuego o Primavera con una esquina rota), porque creaba una dicotomía excesivamente marcada entre la superioridad moral de los sufridos militantes de la izquierda (su solidaridad, su capacidad de sacrificio…) y la abyección robótica de los militares. Las cosas eran blancas o negras para el bueno de Benedetti y no había nada más fácil para el lector que estar de su parte. La lectura de un libro como La desesperanza de Donoso es bastante más incómoda, porque la tesis que la sostiene parece ser la siguiente: una dictadura acaba corrompiendo todos los estratos de una sociedad, e impide a las personas disfrutar de los placeres más sencillos (la música, la literatura, la conversación intrascendente…) porque todo se vuelve política y el sujeto está obligado a posicionarse continuamente, frente a los demás y sobre todo frente a sí mismo (“La dictadura ha impuesto a la política como único tema respetable en todas las conversaciones, y todos los otros temas, nosotros, desde adentro, los reprimimos, copando totalmente el horizonte con la obsesión política, sin dejar que ninguna otra idea crezca”, pág 108). En este sentido sería muy significativo el sufrimiento de Judit Torre, culpable y dolida porque no fue torturada de verdad junto a sus compañeras proletarias. O bien su torturador sabía quién era, de qué familia procedía, o le bastaba con hacer creer a los otros torturadores que él también violaba y torturaba a sus víctimas y en realidad prefería no hacerlo. El compromiso de Judit no impide, sin embargo, que sus compañeros de lucha se rían de ella a sus espaldas. “Los compañeros no se esforzaban por ocultar que les parecían una idiotez de su parte renunciar a las comodidades y seguridades que ellos codiciaban, para entregarse a la lucha por la idea abstracta de la justicia social.” (pág. 146)

Ya he hablado de la idea de las máscaras y la poética de la fealdad, que une esta novela a otras de Donoso. También me ha parecido significativa la presencia inquietante de los perros, tan connotados como una presencia maligna en El lugar sin límites. En La desesperanza hay una escena alucinatoria con ellos en la noche de Santiago, sometida al toque de queda.

Aunque se ha abandonado aquí la metaliteratura, hay un elemento de la narrativa de Donoso que aparece casi de refilón: lo onírico, lo real que deja de ser real. En este sentido hay unas páginas que transcurren en las islas natales de Mañungo, que nos remiten a las brujas y a los encantamientos, presentes en otras obras.

Ya he dicho que la parte que más me ha gustado del libro ha sido la primera (El crepúsculo). En la segunda, La noche, Mañungo Vera y Judit Torre, antiguos amantes, se adentran solos en la noche de Santiago, a pesar del toque de queda. Judit va a tener la oportunidad de vengarse esta noche del que fue (o no fue) su torturador. La tercera parte es La mañana, donde los personajes vuelven a universo en el cementerio para enterrar a Matilde Neruda. Creo que La desesperanza pierde fuerza en este tercer tramo porque Donoso se ha empeñado en reducir el espacio temporal de su novela a un solo día, y en estas escasas veinticuatro horas nos describe algunos cambios en los personajes (sobre todo en el de Judit) demasiado marcados, y para que el lector sienta que estos cambios en la personalidad de los personajes son posibles se enreda en excesivas justificaciones (creo que más que buscando la justificación de los personajes ante el lector la está buscando ante sí mismo), y cae en algunas repeticiones y en excesos psicologistas, que impiden al lector hacerse una idea por sí mismo de por qué los personajes actúan como lo hacen.


Pese a estos titubeos narrativos que creo percibir en la tercera parte, y que hacen que La desesperanza sea una obra menos lograda que otras del autor, el olvido al que está condenado este atrevido libro (está escrito por un autor que ha residido muchos años en el extranjero y que vuelve a su país para no ser nada complaciente con la realidad que ve) me parece excesivo, cuando es una novela (ahora que la joven narrativa chilena, pienso en Alejandro Zambra o Alia Trabucco Terán, está interesada en hablar de la dictadura chilena) que, al menos, los chilenos deberían seguir leyendo y no estoy seguro de que lo hagan.