sábado, 28 de abril de 2012

Lunes 23 de abril: La noche de los libros

Durante la semana pasada estuve analizando el programa de La noche de los libros para elegir los eventos a los que acercarme el lunes 23 de abril. En otras ocasiones he acudido al Círculo de Bellas Artes, donde el premio Cervantes de ese año es entrevistado por un escritor, y las preguntas proceden de alumnos de institutos (que acuden a la sala con su entusiasmo, a veces, y también con todos sus ruidos adolescentes). Y así he escuchando hablar a Juan Marsé o a José Emilio Pacheco, y al final he conseguido que me firmaran alguno de sus libros. Si Nicanor Parra hubiera acudido al Círculo de Bellas Artes no lo hubiera dudado, pero al no ser así las opciones se abrían.

Al final me decidí por caminar hasta el edificio de Correos de Sol y escuchar la charla de Ricardo Piglia sobre “el castellano en que se debería traducir y leer hoy” (según el programa), y quizás después acudiría a la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, donde iba a tener lugar un encuentro de escritores de Anagrama, con la intención de que Vicente Molina Foix me firmara la primera edición de su novela La quincena soviética, premio Herralde de 1988 y que aún no he leído.

Pero los planes cambiaron después de salir de casa, atravesar el Retiro, bajar por Alcalá y llegar a la Casa de América. Entré para averiguar qué actividades tenían programadas, porque no lo recordaba, y me encontré con que eran unas exposiciones de Rodrigo Fresán, Edmundo Paz Soldán y Jorge Volpi sobre los olvidados del Boom: Jorge Ibargüengoitia, Clarice Lispector y Juan Carlos Onetti. Actividad que, al estudiar el programa, yo había entendido que se había realizado el día anterior, domingo. Vuelvo a hojear el programa ahora mismo y me sigue pareciendo que está mal expresado: en las páginas donde se habla de las actividades de los días previos hay una raya donde se remarca el título “sábado, 21 de abril”, después pasa a “Domingo, 22 de abril” y si sigo lo escrito ahí y paso de página no se anuncia que lo siguiente deja de estar bajo el epígrafe “Domingo, 22 abril”.




Este acto en la Casa de América empieza a las 7.30 p.m. y son las 7.10. Lo de Piglia es a las 8.15. Decido cambiar de planes: me había quedado con ganas el domingo de acudir a esta charla, y a Piglia ya le oí hablar hace un año y medio, cuando presento –precisamente en la Casa de América- su novela Blanco Nocturno.

Abren la sala más grande de la Casa de América, y tomo asiento en segunda fila, en la zona más próxima al micrófono donde van a hablar los ponentes.
Se apagan las luces, se enciende una pantalla que queda detrás y a la derecha del atril con el micrófono. Los 3 escritores han llegado y se han sentado en la primera fila. Comienzan las exposiciones por este orden:

Jorge Volpi: es el único escritor de los tres al que no había visto nunca en persona, y del que sólo he leído una novelita corta titulada Días de ira, que no me pareció muy afortunada (seguramente tampoco sea muy representativa dentro de su obra).
Volpi habla de su compatriota Jorge Ibargüengoitia empezando por el final: su trágica muerte en accidente de avión en 1983, en Mejorada del Campo, cuando, junto con otros escritores y críticos, acudía a la feria del libro de Bogotá. Y después retomó los comienzos, cómo Ibargüengoitia había crecido fascinado por los chismorreos que escuchaba en su casa, y cómo en la época del instituto coincidió con Carlos Fuentes (figura que eclipsaría a todos los escritores mexicanos de su generación). En esta época, cuenta Volpi, mientras Fuentes se dedicaba a ganar los concursos de relatos del colegio, Ibargüengoitia era boy scout.
Mientras, en la pantalla, aparecen fotos de este autor y portadas de algunos de sus libros.
Volpi tuvo una intervención simpática y desenfadada, que acabó con la lectura de un divertido artículo de Ibargüengoitia sobre el carácter de los mexicanos.




Edmundo Paz Soldán: habla de su época de estudiante de letras en California, donde un profesor le descubrió a Clarice Lispector, autora de la que no había libros traducidos al español en la notable biblioteca de libros hispanoamericanos de esa universidad. Así que tuvo que leer por primera vez a Lispector en inglés. Esta anécdota le sirve para reflexionar sobre la poca fluidez literaria que históricamente ha habido entre Hispanoamérica y Brasil. Paz Soldán habla del impacto que le causó la novela La pasión según G. H. de Lispector, y habla de la desmesurada recepción de su obra en Brasil, para acabar alabando el trabajo de la editorial Siruela, que ha editado ahora su obra en español, y dice que ahora que van a hacer una película sobre su vida (a raíz de una biografía publicada recientemente en Estados Unidos, y que ha llevado allí a reeditar su obra), y que quizás pasen a ser ahora Vargas Llosa o García Márquez los olvidados del Boom. Y con esta broma finaliza su intervención
Paz Soldán me pareció el ponente más tímido y más nervioso de los tres. Y esto le convirtió también en el más entrañable.
Le había escuchado ya hablar hace un año, precisamente aquí, en la Casa de América, cuando publicó Norte y lo presentó Rodrigo Fresán.





Rodrigo Fresán: Comienza con un cuento en el que 3 princesas anuncian al rey que se iban a casar con un escritor. La primera ante la alarma del padre le intenta tranquilizar diciéndole que le llaman Gabito, y que ha tenido cierto éxito. Y aquí Fresán se apoya en fotos que aparecen en la pantalla; por ejemplo, de García Márquez recibiendo el premio Nobel.
La segunda hija se iba a casar con otro escritor. El padre se vuelve a preocupar. A este escritor le llaman Marito, y aparece una foto de Vargas Llosa recibiendo el Nobel también, lo que tranquiliza al padre.
La tercera hija también anuncia que se va a casar con un escritor. Su nombre es Onetti. Y parece en la pantalla una foto de Onetti en la cama de un hospital, mirando turbiamente a la cámara, con un revólver en la mano. Esta foto, lógicamente, no puede más que alarmar al padre.
Y Fresán habla de la condición de solitario de Onetti, de su poética de la derrota, de los jóvenes que quieren ser como García Márquez o Vargas Llosa, pero no quieren ser como Onetti. Y habla también de José Donoso, y de su intento de acercarse al Boom, y de sus novelas, como El obsceno pájaro de la noche, que no eran realismo mágico sino gótico alucinado. Y de su novela La casa de al lado, donde Donoso asume su derrota ante los ganadores de la etiqueta del Boom. Y Fresán habla de esta novela y dice que ahora mismo no se puede encontrar en librerías españolas.
Fresán, al que ya había escuchado hablar en varias ocasiones, me parece el ponente más brillante de los 3. Pero también tengo que decir que hay truco: Fresán ha leído un texto y Volpi y Paz Soldán no leyeron.




 

Consecuencias de la charla del lunes

De Onetti precisamente me había comprado el día anterior sus Cuentos completos, en la edición de Alfaguara, y me han entrado aún más ganas de leerlos; y aunque he leído 5 novelas de él entre ellas no estaba La vida breve, que fue la que más elogió Fresán, y que acabaré leyendo.

De Ibargüengoitia, desde que lo volvió a publicar RBA hace un par de años, tenía pensado leer algo, Dos crímenes o Las muertas. Además mi amigo Federico Guzmán Rubio me ha insistido con él varias veces.
De Lispector también quería leer algo, y ya he hojeado varias veces en la biblioteca de Móstoles las ediciones de Siruela de sus libros.

El miércoles me pasé por la librería de segunda mano Ábaco (la que está más cerca de la glorieta de Quevedo) y acabé comprando la primera novela de Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto en una edición mexicana de los años 90, y cuya portada (que es la misma que la mostraban las imágenes que proyectaba Volpi) tiene una acuarela que, me informa Federico Guzmán, estaba pintada por la mujer del autor.
Y querido Fresán, aunque afirmarte que El jardín de al lado de José Donoso, no se podía comprar en librerías españolas lo compré también, porque sabía que estaba allí desde hace unos dos meses, cuando estuve en la librería, y después de este tiempo aún nadie había comprado la primera edición de Seix Barral de 1981.
Fue decir Fresán que no se podía encontrar este libro suficiente acicate para ir allí y comprarlo.

Y salí ese lunes de la Casa de América y me di un solitario paseo por un Madrid oscuro y casi sin nadie por la calle, pensando en todos los libros que tras estas breves ponencias me estaban apetecido leer.
Y esta fue mi noche de los libros de 2012.

domingo, 22 de abril de 2012

Marihuana para los pájaros, por Raúl Núñez

Editorial Baile del Sol. 209 páginas. 1ª edición de los poemarios 1970-1983. Ésta edición de 2008.

Hace ya 4 años, cuando Baile del Sol, publicó esta poesía reunida de Raúl Núñez (Buenos Aires, 1946 ó 1947 – Valencia, 1996), bajo el título de Marihuana para los pájaros (palabras tomadas de uno de sus versos), recuerdo haber leído comentarios elogiosos sobre este autor en el blog Hankover (lo tengo enlazado a la derecha), gestionado por los escritores Vicente Muñoz Álvarez y Patxi Irurzun. Hankover, que ahora funciona como un fanzine literario, nació para promocionar un libro donde un grupo de autores rendían un homenaje a Charles Bukoswki, narrador y poeta con el que Vicente Muñoz Álvarez relaciona a Raúl Núñez. En su blog, Muñoz Álvarez escribe sobre Núñez: “Un autor al que venero con especial devoción, el heredero hispano de la Beat Generation y el pionero del realismo sucio en nuestro país”.

Me informé sobre Raúl Núñez y pronto me llamó la atención su poderosa aura de autor maldito: su poesía -publicada en España en la década del 70 y el 80 del siglo XX- sobrepasado ya el año 2000 estaba casi olvidada, salvo para un grupo de incondicionales y amigos; y sus textos descatalogados eran muy difíciles de encontrar. Gracias principalmente a la labor de Alfons Cervera y de Uberto Stabile, poetas y amigos de Raúl Núñez (autores además del prólogo y del epílogo, respectivamente, de Marihuana para los pájaros), se han podido reunir sus innecontrables libros de poesía y una editorial pequeña, pero con un fuerte afán de difusión cultural, como es Baile del Sol, pudo publicar en 2008, en un solo volumen, sus 5 títulos de poesía (más un poema inédito).
Y lo curioso es que si se habló –siempre a un nivel restringido- de este rescate de Raúl Núñez hace unos pocos años, para la mayoría de los interesados en la literatura fue una sorpresa; fue, por completo, la aparición de un nombre nuevo. Yo, sin ir más lejos, no había oído nunca nada sobre él, y lo extraño, lo que convierte su olvido en algo sangrante, es que durante al menos algunos años de la década de 1980 Raúl Núñez tuvo que gozar de cierto éxito literario: dos de sus novelas, Sinatra. Novela urbana (1984) y La rubia del bar (1986) las editó Anagrama, y además, ambas, tuvieron su adaptación cinematográfica; la segunda dirigida en 1986 por Ventura Pons y la primera por Francesc Betriu en 1987.

El año pasado, a la hora de cobrar mis derechos de autor por la publicación de mi novela Acantilados de Howth en Baile del Sol, le pedí unos cuantos libros a la editorial, entre los que estaba Marihuana para los pájaros, que reúne los siguientes libros de poesía: San John López del Camino (1970-1971), Poemas de los ángeles náufragos (1969-1970), Cannabis flan (1983), Jougla rock (1971-1972) y People (1974).

Lo primero que me ha llamado la atención de Marihuana para los pájaros es que los poemarios no están ordenados de forma cronológica. Especulo que esto se debe a la búsqueda de un equilibrio para esta compilación: los dos últimos libros son bastante diferentes a los otros tres.

Yo, para facilitarme la tarea, los voy a comentar por orden cronológico:

Poemas de los ángeles náufragos (1969-1970) está escrito cuando Raúl Núñez cuenta con unos 22 ó 23 años; y ya los dos primeros versos marcan el carácter marcadamente beatnik o hippy del poemario: “No estrangules al policía / con las cuerdas de tu guitarra, hermano” (pág. 43). Abundan aquí los poemas narrativos, y varios tienen lugar en la estación de trenes de Hamburgo (estos me han gustado además de por su interés literario por un tema personal: yo conozco esa estación y, aunque no al nivel de Raúl Núñez, también me sentí un tanto desesperado en ella). Estos poemas, en los que acompañamos al poeta por su vagabundeo europeo (Alemania, Suecia, Francia…) además de algunas evocaciones porteñas, me han recordado, por su vocación de aventura desesperada, a algunas páginas de Jack Kerouac, o de Allem Ginsberg, a los que se evoca, y también a los poemas más narrativos de Charles Bukoswki. Además combinan un interesante juego posmoderno -ya que existe poemas donde se habla de la soledad de Superman o del abandono que sufre una máquina de Coca-cola- con una crítica a la actualidad política del momento, sobre todo a la guerra de Vietnam.

Dejó aquí uno de los poemas que más me han gustado de este poemario:

POEMA EN EL BAÑO

No sé si hablar ahora
de las hormigas sobre el rostro
de un guerrillero muerto
en Venezuela o en Colombia,
no sé si hablar de Vietnam
donde la selva brilla de Napalm
bajo la luna
porque quizás no pueda resistir
ahora
hablar de mí
o de mi país
o del día de ayer en la estación de Hamburgo
donde pasé el día y la noche,
de la muchacha del puesto de revistas
que me sonreía
cada vez que pasaba delante de ella
y tampoco sé
si escribirle un poema
al vaso de leche
que le pagué a un muchacho alemán
porque pensé que era
esquizofrénico o idiota
o a mi país
porque hace un rato
en el quiosco que vende frutas
del hall de la estación
vi tres manzanas decoradas
en un platito con papel de seda
y una estampilla que decía
manzanas argentinas.
Ahora estoy confundido
y quisiera
que mi amigo Fernández estuviera aquí
y me hablara de Artaud
o de Jacques Vache,
mientras toma yoghourt
y fuma Monterrey;
porque estoy sentado en el piso
del baño del bar de la estación,
después de haber pagado 0,20 pfennig
para entrar
y estoy muy bien
porque aquí no hace frío
y hasta los azulejos verdes están tibios,
pero esto es muy raro
porque un día elegí el mar
y ahora el mar se terminó,
y escribo un poema en un baño
porque no tengo un marco
para tomar café y escribir
en una de las mesas del bar.
Me pregunto si todo esto está bien,
si estoy haciendo algo por el hombre
y sé que me puedo quedar
mucho tiempo aquí,
porque el encargado de cuidar los baños
es viejo y duerme,
porque son las siete de la mañana
sin darse cuenta que hay alguien
que está escribiendo hace media hora
en uno de los baños,
y como estoy demasiado confundido
y mi amigo Fernández está lejos
y el encargado tiene demasiado sueño
y pienso
que va a pasar mucho tiempo
antes que despierte,
voy a seguir aquí,
pero temblando
por este poema
y por este momento he que elegido
escribir tibiamente en un baño
este poema
que es sólo una pregunta
mientras afuera se matan
los hombres que no escriben.


San John López del Camino (1970-1971) es primer poemario con que nos encontramos al abrir Marihuana para los pájaros, y al leer el poema inaugural –titulado igual que el poemario- anoté en el post-it con que marco por dónde voy cuando dejo el libro: “Lorca-Whitman” porque el tono me recordaba al del poema de Federico García Lorca titulado Oda a Walt Whitman, y pensé que mi intuición había sido cierta cuando unos cuantos poemas más adelante, en la página 23, en el poema Mi bella durmiente de amor que estás en el mundo, Núñez evoca a Walt Whitman con versos que parecen un homenaje al citado poema de Lorca.
Por ejemplo, escribe Núñez: “Mi bella durmiente de amor / que estás en el mundo / yo le voy a decir al viejo Whitman / que no finja estar muerto / y que con su barba mojada de lluvia / te escriba su poema / para que te despiertes” (pág. 23).
Escribe García Lorca en su poema, unas cuantas décadas antes: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, / he dejado de ver tu barba llena de mariposas”.

Los poemas de San John López del Camino vuelven a incidir en figuras posmodernas, muchas de ellas del mundo de la música, como Jimmy Hendrix (en el poemario anterior había poemas dedicados a Mick Jagger, por ejemplo), y el juego surrealista empieza a ser más elaborado, dejando un tanto atrás el puro realismo narrativo.

Me gusta este poema:

FRANKENSTEIN

Frankenstein
hijo de adolescentes
                           engendrado en caminos
Frankenstein
solo en los supermercados
                            buscando amigos
                                  la boca hinchada de amor.
Frankenstein
hay pequeñas niñas que te buscan.
Frankenstein
te han mordido los pómulos,
                              les han dado un miedo atroz.
Frankenstein
no estás solo;
hay miríadas de monstruos fornicando en campos
bajo la lluvia
                           aullando ante micrófonos.
Frankenstein
cantarás rock
                         y serás bueno.
                  Jimmy y su guitarra desde el paraíso.
                  Miles soplando,
                  yo golpearé techos,
                  qué más da.
Frankie,
     estaré donde vayas.
Frankie,
      Te espero.
Frankie,
       tendrás mis manos.



Jougla rock (1971-1972), en este poemario Raúl Núñez se vuelve más intimista y la desesperación que en sus dos libros anteriores parecía formar parte de la aventura beatnik de la juventud, ahora parece más connatural a una idea irremediable de derrota vital. En Jougal rock podemos encontrarnos con versos como estos: “Yo no haré grandes cosas” (pág. 163); “Yo estoy un poco sucio / no tengo demasiado buen aspecto / y sólo me quedan dos o tres monedas en el bolsillo” (pág. 166).
Además en este poemario el amor, que en los libros anteriores parecía centrarse en una deseo de fraternidad universal, incluso con rasgos mesiánicos (que a veces me hacían pensar en Ernesto Cardenal), aquí se concreta en evocaciones de mujeres individualizadas: “Está bien, muñeca / hace cinco días que le hablo de ti a mis amigos / y que me acuesto tarde por caminar de noche como un lobo” (pág. 157).

People (1974) y Cannabis flan (1983) los dos últimos poemarios de Raúl Núñez suponen un cambio radical dentro de su quehacer poético. La voz poética -desesperada, soñadora, evocadora, ilusa, fraternal, frágil…- que conocíamos hasta ahora (si uno lee los poemarios en orden cronológico) se va diluyendo hasta llegar a unos poemas (la mayoría pequeños relatos en prosa) donde Raúl Núñez juega a la libérrima asociación de ideas surrealistas, y que a mí me han interesado y transmitido bastante menos que los libros anteriores, porque me puede interesar unas composiciones con estar características unas pocas páginas, pero pierdo pronto la concentración al leerlas.
En realidad, en estos dos poemarios Raúl Núñez parece meterse en la piel de William Burroughs y escribe páginas disparatadas, como las que escribía el norteamericano bajo los efectos de las drogas para crear El almuerzo desnudo.
Para ilustrar esto, voy a copiar dos poemas: El primero, No hace demasiado tiempo, perteneciente al libro Jougla rock, donde la voz poética es aún intimista (y que yo prefiero), y a continuación el poema Habitación-aguja del poemario Cannabis flan.


NO HACE DEMASIADO TIEMPO (poemario Jougla rock, 1971-1972)

No hace demasiado tiempo
que iba al colegio lleno de libros y bolígrafos
porque esperaba ser médico o profesor de historia.
Subía a un autobús naranja al mediodía
para ir a sentarme a un banco de madera
y escuchar desérticas palabras desde las bocas viejas.

No hace demasiado tiempo
que bailaba tibiamente en un living rosado
junto a una mesa llena de Coca-Cola y tortas
y soñaba casarme con una muchacha de familia respetable
que oliera a perfume importado.
Y soñaba, también, volver al anochecer al céntrico apartamento
que estaría lleno de bondadosos suegros y cuñados
que hablarían con orgullo de mis títulos
y del pequeño autor que me esperaba afuera.

No hace demasiados años
Todo hubiera sido más fácil en mi vida,
pero ya entonces comenzaba
a escribir sucios poemas en las sábanas
y a tirarle huevos podridos a las limpias estrellas.

No hace demasiado tiempo
que dibujé una flor en las alas de Bat-Man
y subí al primer barco.

No hace demasiado tiempo
que robo manzanas de los mercados
y amor de los borrachos.

No hace demasiado tiempo
que trato de ser un hombre más
y pese a todo
no comprendo muy bien por qué escribo todo esto.


HABITACIÓN-AGUJA (poemario Cannabis flan,1983)

Joe Capone –detective privado- toca el clavicordio junto a la puerta de la habitación-aguja de Popeye el heroinómano tratando de atraerlo y terminar con él, pero hasta su almizcle de albóndiga turquesa ha fracasado y sólo la portera albina ha acercado sus narices, luego de hacer un strip-tease ante Joe Capone ha muerto de pulmonía en la escalera –Greta Garbo llora por ella-.
El viejo traficante de venas trata de cobrar su factura grasienta que dice veintitrés metros de venas estirilizadas en tono azul aquavelva a nombre de Popeye –y espera aturdido por el clavicordio diabólico de Joe Capone mientras irrumpe el bebé loco engendrado por Popeye bajo la luna gruyere de los muelles- diciendo que necesita ver a su padre para avisarle que han vuelto a ofrecer recompensa por su captura, y todos comienzan a discutir por lo del dinero y a pegarse en los dientes cuando aparece el Hombre de las Granadas llamado por su intención mágica, y se pone a repartir folletos en colores de soldados mutilados, pero el bebé loco lo echa enfurecido amenazándole con su pene mecánico, y el Hombre de las Granadas huye.
Popeye sigue a gusto en la cama, y su andrajosa neurona amante es elegida reina en el concurso de belleza –luna de miel en los vaciaderos del hospicio- pero Joe Capone, luego de haber noqueado al bebé loco y de firmar un contrato secreto con el Hombre de las Granadas –que ha vuelto disfrazado de cartero- logra tomar la habitación-aguja, somete a Popeye a base de jiu-jitsu y pide una Pepsicola por teléfono a la YMCA. El viejo traficante de venas no ha podido cobrar su factura grasienta y será ejecutado al amanecer.
The End –Marcha sobre el río Kwai-. Un caldeo mira desorientado.


Así que la publicación por parte de Baile del Sol de este libro en 2008, Marihuana para los pájaros, supone el interesante rescate de Raúl Núñez, figura maldita y perdida, que introduce en nuestra poesía una conexión con la norteamericana que yo pensaba que se había establecido mucho más tarde. Y que permiten que, al menos por unos años más, se puedan cumplir los deseos de juventud de Raúl Núñez; con estos versos finaliza el poemario San John López del Camino: “Amar la mágica incertidumbre del camino. / Veinticuatro años / y sé / que el poema sobrevivirá a todo” (pág. 39)
Ya sólo falta que Anagrama se anime a reeditar sus novelas, y que alguien se lance con una novela que dejó inédita.

domingo, 15 de abril de 2012

Alimento para moscas, por Jon Obeso


En abril de 2000 leí las dos novelas que resultaron ganadoras ex aequo del Premio Lengua de Trapo de 1999, que fueron La piel de Inesa de Rolando Menéndez y Silencios de Karla Suárez, ambas de escritores cubanos. Recuerdo que La piel de Inesa me gustó por su cuidado lenguaje lírico, pero la que más me sorprendió de las dos fue Silencios, por su sequedad poética y la tensión narrativa de su trama.
Sé que Rolando Menéndez ha seguido publicando libros en España, y los he hojeado en alguna librería. Pero al final, sin que haya ningún factor determinante, aparte del tiempo limitado y la oferta apabullante de libros, no he repetido con él. En cambio, sí que esperé con interés que Karla Suárez siguiera publicando. Su voz femenina cubana me sorprendió bastante más que la de, por ejemplo, Zoe Valdés, de la que tanto se oyó hablar por entonces.
Y Karla Suárez dejó Cuba, se fue a vivir a Italia y nunca más he vuelto a saber de una nueva obra suya. Hace no mucho Lengua de Trapo reeditó Silencios, un libro muy recomendable.

No había vuelto a leer, hasta ahora, a ningún ganador del Premio de Novela Lengua de Trapo. Creo que, en gran parte, esta decisión ha sido motivada porque intento huir de la lectura competitiva: alguna vez yo también me he presentado sin éxito a este certamen literario. Y me parece (psicoanalizándome a mí mismo) que es posible que, por evitar la pulsión competitiva, cuando leo a autores jóvenes, estos no suelen ser españoles sino hispanoamericanos.

En todo caso, me llamó la atención Alimento para moscas de Jon Obeso (San Sebastián, 1970) cuando lo vi en las mesas de novedades de las librerías. Me parece que su portada es la más atractiva que ha tenido nunca un libro de Lengua de Trapo. Y de pie en la Fnac de Callao leí su primer capítulo, que me sorprendió por su lenguaje barroco y su temática aparentemente expresionista, creando una realidad extraña de corte kafkiana.
Una vez en casa se me ocurrió que tal vez a Jorge Lago, el editor de Lengua de Trapo que se puso en contacto conmigo hace unos meses para ofrecerme un ejemplar de Ensimismada correspondencia de Pablo Gutiérrez, le interesase enviarme el libro para que yo hablara de él en Desde la ciudad sin cines. (Sí, querido lector anónimo, he tardado 3 años, pero al final he vendido mi alma al Gran Capital). Muy amablemente, Jorge Lago me envió Alimento para moscas a mi casa la misma semana que se lo propuse.

Alimento para moscas está narrada por un personaje extravagante, un investigador que desde los últimos 12 años vive encerrado en un pabellón ubicado en el extremo de un complejo hípico. El objetivo de sus estudios es el análisis del sonido (aunque también del comportamiento) “del más común de los insectos dípteros del suborden de los nematóceros” (pág. 15 y 1ª del libro). Así que nuestro investigador, entre los caballos y un estanque creado para facilitar la vida a los nematóceros (las moscas), vive consagrado a su ardua tarea. Además contribuye de forma personal al desarrollo de su objeto de estudio, puesto que su cuerpo es el alimento de las moscas (las hembras): “Mi piel presenta un mundo de concentradas inflamaciones y durezas múltiples que con el tiempo, doce años ya, han hecho de mi cuerpo un lugar apenas reconocible” (pág. 16). Y al leer este tipo de frases la primera vez –de pie en la Fnac de Callao, como dije– fue cuando empecé a pensar en Franz Kafka, en las transformaciones físicas de La metamorfosis o en cuentos como Un médico rural o La guarida, donde los personajes kafkianos consagran sus vidas a creaciones absurdas. Además, las citas iniciales de la novela, del Ferdydurke de Witold Gombrowicz y de Corrección de Thomas Bernhard, ya nos acercan al expresionismo europeo de la transformación y lo alterado.

El narrador, mientras estudia a las moscas, también parece posar su mirada sobre los habitantes de la comarca en la que vive, llamada en la novela La Merindad. Aunque en una nota inicial Jon Obeso ya nos advierte: “Todos los personajes que aparecen en ese libro (…) son reales y guardan estrecha relación con los habitantes de los concejos que se extienden entre los valles de Allín, Guesálaz y Yerri”.
En capítulos de extensión normalmente breve, el narrador (que a veces parece convertirse en una voz omnisciente) toma nota de las costumbres de sus vecinos. Así, por ejemplo, escribe: “Todas estas gentes se dicen las cosas con la mayor de las arrogancias” (pág. 111); “Podría decirse que estos hombres se odian, pero no sería cierto (…) estos hombres no se paran, continúan y se esquivan torpemente” (pág. 112).
A los habitantes de La Merindad lo que más les preocupa es su árbol genealógico (ser o no ser descendientes de los más antiguos moradores de la comarca), la productividad de la Cantera y conversar obstinadamente sobre lo anterior en el Club Recreativo: “Porque aquí todo el mundo se observa, vigila, sitia, cerca, como si todo, aperos, lugares y gentes tuvieran un mismo sabor a pertenencia” (pág. 41).

Como ya apunté, el lenguaje de la novela es barroco, con un trabajo léxico que continuamente remite al mundo biológico (con abundancia de términos en latín, por ejemplo) y al mundo rural; incide en los humores del cuerpo humano, en los fluidos, en lo íntimo y corpóreo (venas, úteros…), como si se tratase de una película de David Cronenberg y su nueva carne.
En todo caso, el vocabulario no usual es frecuente. Por ejemplo, leemos en la página 149: “Tal vez una sola imagen aliente al Guarda, postrado en una extraña gratitud, ante el tenso respirar pausado del quercus: su saliva de tanino curtiendo la piel astringente del mundo”.

Los personajes de la novela son designados por la función que cumplen en el orden de la comarca: el Guarda, el Veterinario, el Alguacil, el Enterrador… y tan sólo Matías, un trabajador de la Cantera que se suicidó 30 años antes del comienzo de la narración (y sobre quien el texto vuelve continuamente), es poseedor de un nombre; quizás, especulo, se marca con esta diferencia la ruptura con el orden social que supuso su muerte violenta.

Jon Obeso ya publicó una novela, Las edades del agua, en 2006, pero principalmente ha desarrollado su quehacer artístico en el campo de la poesía, donde ha obtenido diversos galardones. En 1997 (leo en Internet) ganó el segundo premio de poesía del concurso Villa de Pasaia con un poemario titulado, curiosamente, Alimento para moscas. Y quería comentar esto porque el pulso narrativo de esta novela –también titulada Alimento para moscas– lo encuentro muy cercano al de la poesía. La narración, en 37 capítulos de extensión más o menos breve, va explorando el mundo expresionista creado, a través de la sugerente voz narrativa del investigador de las moscas, desde distintas posiciones más o menos radiales, y cuyo epicentro sería el aire pausado inherente a La Merindad.

Y yo pasaba páginas del libro y aguardaba el momento de la ruptura: es decir, siguiendo el orden lógico que achaco a la construcción de una novela, esperaba que el mundo creado se desquebrajara para dar lugar a la acción narrativa.
Este momento aparece en la página 46: “Un acontecimiento viene a sumarse estos días a las ventajas que favorecen un examen exhaustivo de mi tesis”. Una epidemia empieza a matar a los caballos del centro hípico (otro de los centros de La Merindad, junto a la Cantera y el Club Recreativo) donde nuestro investigador realiza sus estudios. Las hipótesis del investigador comienzan, así como las del Veterinario y las demás personas de la zona. También empiezan a darse comportamientos extraños: el Guarda se obsesiona con enterrar los restos de los caballos muertos bajo su encina favorita, como si del ofrecimiento a un tótem se tratase.
Y quizás, este es el problema que puedo achacar a este libro para que no haya acabado de engancharme: los capítulos radiales sobre el carácter de los habitantes de La Merindad se suceden, alternándose con otros donde se atiende a la evolución de la epidemia; y a pesar de que, por ejemplo, en la página 141 nos encontramos con un apunte que marca el tiempo de lo narrado: “Han pasado ya seis meses desde que se registró la primera baja en la hípica”, me ha dado la impresión de que este libro no tenía voluntad de evolución novelesca, si entiendo por “evolución novelesca” la idea de “evolución en el tiempo” (apunto que mi vocabulario técnico sobre teoría literaria puede ser débil. Al fin y al cabo yo soy como ese personaje del aforismo de Stalislaw Jerzy Lec: “Era un tipo tan ignorante que tenía que inventarse sus propias citas de los clásicos”).

Así que, como conclusión, de Alimento para moscas voy a destacar su cuidado lenguaje barroco y poético, con una elección de vocabulario que crea una curiosa atmósfera de extrañamiento expresionista; y algunas de sus escenas, como la de la relación entre la sexualidad de los adolescentes y los caballos, la relación del Guarda con su encina, o el capítulo 19, titulado Dominios del número, donde el narrador nos conduce a su infancia y al surgimiento de su vocación entomológica en el colegio (y aquí me doy cuenta de mi necesidad de un discurso narrativo más clásico, con explicaciones sobre el carácter de los personajes); también podría destacar la elección del jurado del premio de Lengua de Trapo de esta obra entre 699 posibles, dada su fuerte vocación literaria pero su difícil (a mi entender) rentabilidad comercial. Y le achacaría a Alimento para moscas, como debilidad, el lastre que supone (a mi entender, de nuevo) la falta de evolución narrativa de la trama.

domingo, 8 de abril de 2012

Por quién doblan las campanas, por Ernest Hemingway

Editorial Lumen. 553 páginas. 1ª edición de 1940, ésta de 2011.
Traducción de Miguel Temprano García.

(La reseña empieza debajo de la foto de Hemingway, lo anterior es una introducción)

Ya he contado en el blog que hasta los 19 años yo sólo leía literatura de ciencia-ficción o de terror. Fue el descubrimiento de Charles Bukowski en un bar (y esta es una historia de la que hablaré algún día) lo que hizo que cambiaran mis hábitos lectores hacia la literatura realista. Me lancé sobre Bukowski, y después lo hice sobre los escritores que él leía y que descubría en la biblioteca de La Ciénaga de Los Ángeles. Desde un principio me llamó la atención la relación ambivalente que Bukowski mantenía con Ernest Hemingway (Oak Park 1899 – Idaho 1961), en un cuento decía que era el mejor escritor del mundo y en otro se imaginaba un combate de boxeo en el que dejaba a su maestro muy mal herido.
Los libros de Bukowski los compraba, los sacaba de bibliotecas o me los dejaba un amigo, pero de Hemingway había bastantes obras en el salón de la casa de mis padres. Y así en mayo de 1994 leí El viejo y el mar (1952) y Aguas primaverales (1926). En aquellos días tan extraños en los que no sabía qué hacía en la facultad de Ciencias Físicas -en la que estudiaba por entonces- y no tenía muy claro qué iba a depararme el futuro, leer esta frase trascendente “un hombre no está hecho para ser derrotado, un hombre puede ser destruido pero no derrotado” seguramente me ayudó más que cualquier consejo familiar.

En julio de 1994 leí Fiesta (1926) y Tener y no tener (1937), y me gustaron mucho. En 1994, a mis 20 años, fue cuando mitifiqué a Hemingway, y en realidad lo hice como si yo fuese un lector de una generación anterior a la que pertenecía, como si fuese alguien nacido en la década de 1940.

En octubre de 1995, coincidiendo con los días en los que comenzaba mi andadura en una nueva universidad, leí Adiós a las armas (1929), y en mayo de 1996 llegué hasta París era una fiesta (1964, póstuma), un libro que me conmovió profundamente y que cualquier joven aspirante a escritor debería leer.

Durante un tiempo mi fascinación por Hemingway fue tan grande que me bajaba a escribir a las cafeterías de Móstoles y me imaginaba que era él escribiendo en los cafés de París. Hemingway era todo lo que yo hubiera querido ser en la vida.
Unos años más tarde, ya asumía que esos deseos no se iban a realizar. Y de aquí surgió la visión irónica del mundo (que también era una visión frágil) necesaria para que en 1998 finalizara un poemario titulado Móstoles era una fiesta, que era una burla, pero sobre todo un homenaje, a mi querido Hemingway.
París era una fiesta lo volví a leer hace 4 años antes de viajar en verano a París, y volví a reencontrarme, ya desde la distancia, con aquel sueño de juventud.

En julio de 1997 saqué de la biblioteca de Móstoles Al otro lado del río y entre los árboles (1950), y a pesar de haber leído en alguna parte que era uno de los peores libros de Hemingway, lo cierto es que disfruté de aquella historia de amor decadente en Venecia.
Este mismo mes leí Las nieves del Kilimanjaro.

Tengo anotado que en agosto de 1998 leí los Primeros relatos de Hemingway, y no estoy seguro de si era un libro que se titulaba así o simplemente leí las primeras páginas de los Cuentos completos. En octubre de 2000 sí que leí un volumen titulado Cuentos completos, y aún recuerdo la impresión que me causaron algunos.
Los cuentos correspondientes al libro Hombres sin mujeres (1927) los volví a leer algún año después en inglés. Fue uno de los libros que me traje de un viaje a Londres.

Y es extraño que después de haber leído todos estos libros de Hemingway, después de haberle admirado tanto, no hubiese tomado de la biblioteca de mis padres Por quién doblan las campanas (1940), que es posiblemente una de sus obras más emblemáticas. Durante estas últimas semanas he tratado de recordar por qué no lo hice, y creo que fue porque leí en alguna parte que la traducción que había en España no era buena.

Y, como un fogonazo, recordé esto cuando vi en las mesas de novedades de las librerías, a finales de 2011, esta edición de Lumen, que anunciaba una nueva traducción. Y que acabó siendo uno de los regalos de Reyes de mis padres, aunque ya sabía que iba a escuchar a mi madre diciendo: “pero, si ese libro está en casa”.

Quizás tras leer Enterrad a los muertos (2005) de Ignacio Martínez de Pisón la figura de Hemingway haya quedado un tanto en entredicho para mí, alzándose como persona verdaderamente comprometida la de John Dos Passos -del que no he leído nada y del que me gustaría hacerlo. Pero, a pesar de las verdades incómodas que sobre Hemingway vierte Martínez de Pisón en ese libro, es difícil luchar contra los mitos de la primera juventud, contra el lugar que Hemingway ocupa en mi imaginario de lector.

No sé cómo sería la antigua traducción de Por quién doblan las campañas que había en España, pero el trabajo que Miguel Temprano ha hecho para ésta me ha parecido impecable, así como la edición, que sólo tiene 3 erratas, y ambas están localizadas en 3 páginas seguidas casi al final.




La acción de Por quién doblan las campanas nos lleva a mayo de 1937, a la sierra de Guadarrama. Un brigadista norteamericano, Robert Jordan, ha recibido la misión de volar un puente situado tras las líneas republicanas, y de este modo ayudar a una ofensiva secreta que la República prepara contra Segovia.
Comienza la novela: Jordan avanza por la sierra en compañía de Anselmo, un viejo que le conduce hasta el refugio de unos guerrilleros que deben ayudarle a cumplir su misión.

En el primer capítulo me ha llamado la atención cómo Hemingway pretende dar sabor local a la historia: el brigadista y el viejo se encuentran con uno de los guerrilleros, los dos últimos hablan entre sí, y Hemingway escribe: “El viejo se volvió de pronto y le habló enfadado y muy deprisa en un dialecto que Robert Jordan entendió a duras penas. Era como leer a Quevedo”. (pág. 26); y sólo 3 páginas más adelante describe así a un caballo: “Era un caballo precioso que parecía sacado de un cuadro de Velázquez” (pág. 29).
Robert Jordan ha sido profesor universitario de español en Estados Unidos, y antes ha vivido en España y ama al país, y así pueden quedar justificadas esas comparaciones que la tercera persona (aunque normalmente muy apegada a la voz narrativa de los personajes) establece con elementos puramente españoles: Quevedo – Velázquez.
Aunque estas comparaciones tan españolas quedan compensadas, y de esta forma todo cobra más naturalidad, con otras que Jordan establece con componentes puramente norteamericanos. Así describe a unos aviones en la página 114: “Robert Jordan se dijo que tenían forma de tiburón, eran como esos tiburones de aletas anchas y hocico puntiagudo de la corriente del Golfo”, o en la página 243: “Robert Jordan pensó que parecía uno de esos indios de madera que hay en América a la entrada de los estancos y se dijo que tenía que ofrecerle un trago”.

El folklore está presente en muchas partes del libro al describir a España, este país (como cualquier norteamericano sabe) lleno de toreros y gitanos.
En la página 35: “Es un gitano, así que, cuando caza conejos, dice que son zorros. Y si atrapase un zorro diría que es un elefante”.
En la página 43: “Pablo mató a más gente que la peste bubónica. (,,,) Ahora le gustaría retirarse igual que un matador de toros”.

Y quizás, aunque en 2012 la presencia de lo taurino en la novela resulte apabullante para un lector español no aficionado a la fiesta, considero que es posible que la presencia social de lo taurino sí fuese tan real en España como la describe Hemingway en este libro; que el lugar que ahora pueden ocupar los futbolistas en el imaginario colectivo del país lo ocupasen los toreros en la década de 1930.

Las apreciaciones sobre el carácter español son múltiples, y me gustaría destacar la que aparece en la página 169: “Si eran tres, dos de ellos se unían contra el tercero y luego se traicionaban el uno al otro”.

Toda la acción narrativa transcurre en 4 días. La voz omnisciente del narrador acompaña a los personajes casi en tiempo real, y sólo se expande un poco más cuando alguno de los protagonistas evoca su pasado.
La novela, como casi siempre en Hemingway, es profusa en diálogos, que contienen gran parte de la fuerza narrativa de la obra. Y quizás podríamos achacarle al autor que es posible que los campesinos españoles analfabetos no se expresen tan bien como parecen hacerlo en esta novela. Aunque, por otro lado, también es cierta la preocupación por captar el lengua vulgar, reproduciendo palabrotas y expresiones mal sonantes (pero no siempre, porque en ocasiones, y el criterio puede llegar a ser aleatorio, sí reproduce Hemingway este lenguaje, y a veces lo sustituye por las palabras “obscenidad” o “impublicable” entre paréntesis).

En las primeras páginas del libro Robert Jordan conoce a María, una joven de 19 años con la cabeza rapada y que vive en la cueva de los guerrilleros. El amor a primera vista surgirá entre ellos, y una parte importante de la novela nos habla de la evolución de su romance. María es una joven frágil, que ha tenido que ver cómo los fascistas (uso el vocabulario de los personajes del libro) asesinaban a su familia y luego ella era rapada y violada.

En esta novela hay ideales, pero por encima de ellos Hemingway nos muestra la violencia de la guerra. En este sentido destaco una escena espeluznante, una historia que cuenta uno de los personajes más interesantes del libro, la guerrillera Pilar, y que comienza así: “Quien no haya estado el día de la revolución en un pueblo pequeño, donde todo el mundo se conoce de toda la vida, no ha visto nada”. (pág. 137); y empieza a contar como los republicanos de su pueblo mataron a los guardias civiles y luego encerraron a los fascistas en el ayuntamiento y, mientras el cura les daba la extremaunción, los campesinos formaban en la plaza un pasillo, armados con aperos de labranza, para acompañar a golpes a las víctimas que van saliendo de ayuntamiento hasta un barranco por el que los despeñarán al río (un amigo me dice que ha leído que el pueblo podría ser Ronda).
Pilar acaba su relato terrible y le pregunta a Jordan si en su país las borracheras y la violencia son como en España. Hemingway de un modo inteligente nos transmite que la violencia es connatural al ser humano, trascendiendo a la anécdota del carácter español, y Robert Jordan cuenta que él a los 7 años, cuando iba con su madre a una boda en Ohio vio lo siguiente: “Colgaron a un negro de una farola y luego lo quemaron”. (pág. 148)

En muchas de las páginas del libro cobra sentido la famosa cita inicial de John Donne: “La muerte de cualquiera me empequeñece porque estoy ligado a la humanidad. Por eso no preguntes nunca por quién doblan las campanas. Doblan por ti”. Los españoles se matan entres sí, se traicionan, y al final, parece decirnos Hemingway, en la hora de la muerte, sean de un bando o de otro, todos se ponen a rezar al mismo dios (exista o no).

Ya he hablado de la importancia de los diálogos en la obra de Hemingway (y que a veces suenan impostados), podría destacar también la nitidez del estilo (sencillez plana para algunos), y por supuesto la ausencia de humor o de ironía. Todo es solemne en Hemingway, los hombres aman y mueren con profunda virilidad.
Y quizás esta ausencia de ironía es lo que ha hecho que los libros de Hemingway parezcan en nuestros días algo anticuados; impresión que causa también ese narrador omnisciente que durante casi todo el tiempo narrativo de la novela acompaña a Robert Jordan y su punto de vista, pero que hacia el final se despega de él para seguir a otros personajes.
Y ya he hablado también de que Hemingway se sirve de una visión folklórica de España (a veces), e incluso podría señalar que las escenas de amor entre Robert y María caen en lo cursi. Pero también podría decir que hace unas semanas vi un DVD donde en 1976 Joaquín Soler Serrano entrevistaba a Jorge Luis Borges para Televisión española; y Borges apuntaba en él que le extraña la falta de épica en la literatura actual, cuando la literatura de cualquier país parte de la épica. Y él reivindicaba a Rudyard Kipling porque lo considera un escritor épico.
Siguiendo la lógica del razonamiento anterior, podría decir que Hemingway es quizás el último gran escritor épico, o podría citar de nuevo a Borges cuando en ese vídeo de 1976 apuntaba que ahora le gustaba más Cervantes que Quevedo, porque a pesar de que Quevedo hubiera podido corregir una página de Cervantes no podría haberla escrito, y decía (cito de memoria): uno no puede amar a Quevedo, en cambio sí puede amar a Cervantes y sentir a Alonso Quijano, que quiso ser Don Quijote y a veces lo consiguió, como a un amigo.

Y yo podría destacar defectos de la obra de Hemingway (que no tiene ironía, que es solemne, que es cursi, que muchos de sus famosos diálogos suenan a impostados…) y reírme así, desde la distancia, de mis mitomanías de los 20 años, pero podría decir también que algunas escenas de Por quién doblan las campanas me han dejado sin aliento por su violencia y su sequedad, y que me han conmovido profundamente. Y por supuesto podría escribir, parafraseando a Borges, y lo voy a hacer (aún a riesgo de sonar cursi), que leí las últimas 15 páginas de esta novela en auténtica tensión, que no podía dar crédito a su final trágico (por otra parte insinuado en todo momento), y que  la épica de las últimas páginas del libro casi me hace llorar; porque después de dos semanas sentía a Robert Jordan no como a un personaje de ficción sino como a un amigo. Y esto hay muy pocos libros que puedan conseguirlo.

domingo, 1 de abril de 2012

Trabajos del reino, por Yuri Herrera

Editorial Periférica. 127 páginas. 1ª edición de 2004, ésta de 2010.

Mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio me había recomendado varias veces esta primera novela del también mexicano Yuri Herrera (Actopan, México, 1970), al que considera uno de los máximos representantes literarios de su país nacidos en la década de los 70.
La compré hace unas semanas en la librería La independiente de Madrid, situada en el barrio de Malasaña, en la calle Espíritu Santo, 27. En esta librería tuvo lugar la firma de libros asociada al Encuentro de Blogs literarios celebrado en Media-Lab Prado el 3 de marzo, y el librero, Javier López, se había molestado en pedir mi libro de poesía a la distribuidora. Una semana después, cuando fui a visitar de nuevo la librería en compañía de Federico, Javier tenía un ejemplar de Siempre nos quedará Casablanca en su mesa de novedades y unos cuantos más en los estantes. Y quise corresponder a este gesto comprando allí algún libro.
Tengo la tarjeta de socio de la Fnac, me hacen un 5% de descuento directo por cada compra y, si elijo bien el día, la tarjeta me puede acumular otro 5% en descuentos indirectos, pero cada vez me parecen más interesantes las pequeñas librerías que consiguen crear un espacio íntimo y cercano con el cliente (Javier López, gran lector, recomienda los libros que le gustan a sus visitantes) y que organizan actos literarios. Además Javier López mantiene un blog donde recomienda los libros que lee y que vende en la librería. (El enlace al blog está AQUÍ).

Trabajos del reino es una novela corta organizada en capítulos de extensión breve. El protagonista, al principio llamado Lobo, y después el Cantante o el Artista –cuando ha entrado en un nuevo mundo que le hace perder en parte su identidad–, es un chico de la calle, de una calle de una ciudad cualquiera del norte de México. Un norte dominado por la violencia y el poder de los narcos.
La primera frase de la novela marca el tono violento del libro: “Él sabía de sangre, y vio que la suya era distinta” (pág. 9); con la suya se refiere a la sangre del Rey; en esta primera frase (que podría ser un resumen del primer capítulo) asistimos al encuentro de Lobo con el Rey, el narco bajo cuya protección va a empezar a vivir.
Lobo canta por los bares canciones populares, que él mismo inventa, a cambio de unas monedas y, a su corta edad, entre sus pocos conocimientos se encuentra el siguiente: “El Artista ya estaba consciente de que no había nadie sobre el cielo o bajo el suelo para protegerlo, que cada quien para su santo; pero ahora en la Corte, se le aclaraba que uno podía gozarse antes de que el diamante se hiciera polvo” (pág. 27).
Lobo, ahora el Artista, acude (en el capítulo 3) desde las calles al Palacio del Rey para ofrecer sus servicios de trovador a cambio de protección, y así conseguirá entrar en un mundo que le despierta admiración.

El Palacio es en realidad la mansión del narco (el Rey). El uso de este tipo de términos medievales (nos encontraremos también con una Bruja, por ejemplo) no es casual en la novela: en el México que nos propone Yuri Herrera, un Estado en descomposición ha dejado de cumplir sus funciones y el poder se ejerce desde estas fortalezas que actúan como los antiguos castillos-Estado de la Edad Media.
En cierto modo el mundo de reglas brutales que rige este mundo me ha recordado al propuesto por Rafael Pinedo en su novela Plop, pero, mientras Pinedo, para hablar de la vuelta a la barbarie de la humanidad, nos proponía una antiutopía de ciencia-ficción, Yuri Herrera escribe una novela puramente realista, centrada en el aquí (el norte de México) y el ahora (principios del siglo XXI).
(Nota personal: mi novia apunta que últimamente comparo a todos los libros con Plop. Vigilar esto.)

Trabajos del reino, además de ser una novela sobre la realidad del México actual, también es una reflexión sobre la figura del artista en cualquier sociedad. Al principio el Cantante se dedica a componer loas sobre su admirado Rey, lo que provoca la simpatía de éste; pero ya avanzada la novela, en la página 88 su amigo el Periodista le advertirá: “Artista, lo que digo es que lo suyo tiene vida propia, que no depende de esto. A mí me parece bien que nuestros desmadres le sirvan de motivo, sólo espero que no tenga que escoger. Yo a usted lo veo hecho pura pasión, y si un día tiene que escoger entre la pasión y la obligación, Artista, entonces sí que estará jodido”.

Poco después de esta advertencia, el Rey pondrá al Artista en la disyuntiva de elegir entre la pasión y la obligación, ya que le propondrá infiltrarse en el palacio de un rival para obtener información. “Llegó la hora de hacerse útil, Artista”, le espeta el Rey en la página 92, una frase que hace que el protagonista dude sobre su misión en el mundo, sobre su labor de creador de canciones.

Trabajos del reino es también una novela de iniciación de tipo picaresco: el artista también va a descubrir en Palacio las vicisitudes de la pasión o el amor, así como las reglas que rigen el mundo de los adultos.

Y el Artista se hará adulto definitivamente cuando en las páginas finales reciba esa lección con la que la mayoría de los jóvenes se han de topar : cómo la pasión es arrasada por el cinismo: “He aquí una historia para ser cantada, no la que el Rey había representado con gracia hasta el final, sino la otra, la de las máscaras, la del egoísmo, la de la miseria. Y luego se dijo: Una historia para ser contada por alguien más. ¿Para qué iba a ponerse a refutar las invenciones del periódico? A estas alturas prefería la verdad que la historia verdadera” (pág. 122).

El lenguaje de la novela está muy trabajado, y Yuri Herrera se muestra prolijo en el uso de mexicanismos, que no incomodan, en todo caso, la lectura para un español.

Quizás me ha extrañado que en una novela corta de capítulos breves, donde el autor, gracias al labrado uso del lenguaje, consigue una prosa a la vez brusca y poética, que hay que leer atentamente porque la reflexión abunda pero también la acción –marcada por hondas elipsis, donde de modo casi expresionista se destaca una escena de lo contado–, cambie el ritmo narrativo para introducir tres o cuatro capítulos, más breves que el resto, que prácticamente son un poema en prosa. Esto ocurre, por ejemplo, en las páginas 39-40, que comienzan así: “Son. Tantas letras juntas. Suyas. Puestas ahí sin otra cosa que hacer más que fecundar la testa. Son. Muelen la hoja entre rodillos de insomnio, avisan, hurgan la blancura baldía en el papel y en el mirar. ¿Y qué había sido la hoja sino un trasto del jale, como el serrucho si armara mesas, como la fusca si arreglara vidas? Qué, pero nunca este despeñadero de arena con brío y propósitos a saber. Tantas letras ahí. Son. Son un destello. Cómo se empujan y abrevan una de otra y envuelven al ojo en un borlote de razones”.

De Trabajos del reino destaco su cuidado lenguaje, como ya he dicho, a la vez brusco y poético, y su incursión en un territorio narrativo candente en México, el de los cambios en las relaciones de poder que el narcotráfico está provocando en el país; aunque, por otro lado, las reflexiones sobre el arte o la iniciación del protagonista me han resultado más conocidas. Y quizás no he acabado de entrar del todo en esta breve aunque intensa historia por una cuestión puramente personal: creo que estoy en un momento de mi vida en el que prefiero las novelas más largas, con un amplio desarrollo y un acercamiento emocional a la voz narrativa, a las historias breves.

En todo caso Trabajos del reino, como primera novela, escrita por alguien que acaba de sobrepasar la treintena, me ha parecido una obra de una madurez y un saber hacer notables. Yuri Herrera es una nueva voz en la narrativa hispanoamericana a tener en cuenta.